“Y vi que no hay nada mejor [lit. bien] que el hombre se
regocije en sus obras, porque esa es su porción. Porque, ¿quién lo traerá para
ver lo que será después de él?”
(Eclesiastés 3:22)
El bien debe caracterizar todas las obras del hombre en su vida, porque el
bien es su porción para regocijarse en esta. Hemos oído el proverbio de “haz
bien y no mires a quién”, ya que el bien conoce sus modos y propósito, y no
depende de nuestro control. El bien es autosuficiente y sirve su propio
propósito. Nosotros sólo somos sus medios o vehículos, lo cual de por sí es
nuestra propia recompensa.
“¿Quién es rico? Aquel que es feliz con su porción.” (Pirké Avot 4:1)
Nuestros sabios enseñan que la humildad es la vasija del bien, lo que
quiere decir que nosotros no lo poseemos sino que nos posee a nosotros. En este
sentido no necesitamos “ver lo que será después”. Del mismo modo, no deberíamos
tener expectativas por el hecho de ser vasijas para el bien. Como ya lo hemos
dicho, el bien es su propia recompensa.
Este versículo enseña que el bien es la razón de nuestro placer y deleite,
porque nos regocijamos en sus modos y atributos provenientes del amor de Dios. El
rey Salomón reitera que el bien es la única razón para vivir, y es opuesto a la
vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.
“Pero yo regresé y vi todos los oprimidos que son hechos [así] bajo el
sol. Y he aquí, las lágrimas de los oprimidos y no tienen consolador; y de la
mano de sus opresores hay poder, pero no tienen consolador.”
(Eclesiastés 4:1)
Debemos investigar las causas de nuestra opresión en este mundo, y también
los modos y medios de nuestra liberación como el “consolador” que añoramos. Puede
que haya algunos que nos opriman u obliguen contra nuestra voluntad por
diversas razones.
También hay otras causas de nuestras aflicciones que
infligimos sobre nosotros, tales como adicciones, apegos y obsesiones que
tienen un impacto negativa en nuestros pensamientos, emociones o nuestro cuerpo
físico. La separación del bien como nuestro nexo con el Creador es nuestra
mayor aflicción.
“Su inmundicia ha estado en sus faldas, ella no ha recordado como acabó. Por
lo tanto cae estupefacta, ella no tiene consolador. Mira, oh Eterno, mi aflicción; porque el enemigo se ha engrandecido.” (Jeremías 13:17)
El rey Salomón nos invita a reflexionar acerca de las fuentes de la vanidad
como fantasías e ilusiones derivadas de creencias o sentimientos de carencia. En
todo caso, debemos regresar a la realidad del amor mediante el bien de sus
modos y atributos, una vez nos hagamos plenamente conscientes de la ilusión de
la vanidad.