“Dos son mejor que uno, porque tiene
mejor recompensa por sus esfuerzos.
Porque si caen, uno levanta a su amigo; pero ay de aquel que cae y no tiene a
otro para levantarlo. Más aún, si caen los dos, se tienen uno al otro [lit.
tienen calidez]; pero, ¿cómo uno solo puede tenerse?” (Ecclesiastés 4:9-11)
Generosidad y compasión dan sentido
y significado a la vida en un mundo donde todos dependemos de todos para
nuestro bien individual y colectivo. Con este conocimiento y actitud somos
constantemente recompensados, porque el bien es su propia recompensa. Así
también asimilamos que procurar el bien es el principal propósito de la vida,
entendiéndola como un proceso de aprendizaje.
Llegamos a conocer el bien diferenciándolo
de lo que no es o su opuesto, porque es la única manera de vivirlo, valorarlo,
protegerlo y defenderlo. Es así como vemos que el bien es una bendición que
debemos engrandecer para cuando vengan los momentos en los que nuestra propia bondad
enfrente las amenazas de las tendencias y rasgos negativos procedentes de una
actitud egoísta ante la vida.
El egoísmo es la mentalidad de que
todo existe para nuestro exclusivo provecho personal, sabiendo que dependemos
del bien pero nos negamos a darlo. Así vemos que esa manera de pensar nos conduce
sólo a la muerte y la destrucción.
“Y si un hombre vence a otro, dos aún
más lo vencerán, y una trenza de tres cantos no será partida rápidamente.” (4:12)
En la unidad está nuestra fortaleza.
Entre más estemos unidos unos a otros, mejor podremos abordar desafíos y dificultades, e igualmente enfrentar y vencer a nuestros
enemigos. Este principio debe ser aplicado a nuestros propios niveles y
dimensiones de conciencia.
El discernimiento debe dirigir nuestros pensamientos
hacia el bien para fortalecer nuestras emociones y sentimientos, y poder ser
capaces de encaminar nuestra expresión y acciones hacia buenas obras. El bien
debe ser el común denominador de todos los aspectos y expresiones de la vida,
como el nexo eterno con nuestro Creador.
“Mejor es un niño pobre y sabio que
un rey necio que ya no sabe recibir admonición. Porque de la prisión ha venido
a reinar, porque aún en su reino habrá de ser humilde.”
(4:13-14)
La humildad es una expresión de
sabiduría, porque solamente la verdadera sabiduría puede hacernos humildes. El
primer versículo se refiere a “pobre” como aquel que necesita menos, y su
plenitud no depende de posesiones materiales que tendrá que cuidar y proteger, de
la misma manera que un monarca gobierna una nación.
La necedad está unida a la
ignorancia y carencia de sabiduría, lo cual nos hace impotentes o incapaces de discernir
entre los modos y atributos del bien, y las tendencias y rasgos negativos de
las fantasías e ilusiones de ego que nunca acepta o responde a admoniciones.
En este sentido la necedad derivada
de la ignorancia es la prisión desde donde el necio conduce su vida. Una vez
aprendamos de los fracasos y las caídas a costa de nuestra ignorancia y la
necedad de fantasías e ilusiones de ego, nos hacemos lo suficientemente
humildes con la sabiduría necesaria para gobernar la vida como nuestro reino
personal.