“No seas irritante
con tu boca, y que tu corazón no se apresure a expresar una palabra ante Dios,
porque el Eterno está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto que tus
palabras sean pocas porque un sueño viene con mucha ansiedad, y la voz del
necio con muchas palabras.” (Eclesiastés 5:1-2)
Sabemos que el
pensamiento precede a las palabras y a la acción, excepto para aquellos que
hablan y actúan antes de pensar. Generalmente queremos que nuestras palabras
reflejen fielmente nuestros pensamientos e intenciones para no dar la impresión
equivocada, y aún más cuando nos comunicamos con Dios “que está en el cielo”. Aquí
entendemos que nuestra comunicación con Él debe estar más allá de nuestra
concepción humana de lo divino.
“‘Porque Mis
pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos Mis caminos’, dice el
Eterno. ‘Porque altos están los cielos sobre la tierra, así de altos han sido
Mis caminos encima de tus caminos, y Mis pensamientos encima de tus
pensamientos’.” (Isaías 55:8-9)
Como hemos dicho
antes, debemos relacionarnos con Dios a través de los modos y atributos con los
que Él quiere que lo emulemos. Así podremos hacer de este mundo un lugar donde
Él more con [en] nosotros.
Mientras que continuemos viviendo en las fantasías e
ilusiones de ego, nuestros pensamientos, sueños, palabras y acciones también
reflejarán su vanidad, vejación y frustración, como la futilidad de la vida de
un necio.
“Cuando jures en
nombre del Eterno, no demores en pagar porque a Él no le complacen los necios; lo que prometas lo cumples [lit.
pagues]. Es mejor que no jures, que prometas y no lo pagues.” (Eclesiastés 5:3-4)
Nuestras palabras
y acciones reflejan lo que somos, a pesar nuestro. Nos guste o no, tarde o
temprano rendiremos cuentas por lo que decimos o hacemos los unos a otros,
incluido Dios. En este sentido somos responsables ante Él, ya que estamos
supuestos a pensar, hablar y actuar de acuerdo a lo que nos une a Él.
“Y yo, con voz de gratitud, elevo mi sacrificio a
Ti. Lo que he prometido lo cumplo, la redención es del Eterno.” (Jonás 2:9)
Si creemos y perseguimos el bien,
debemos responder al bien y a nada más, y más aún si proclamamos que somos buenos.
Si no somos capaces de vivir por este principio, mejor no comprometernos a este
como lo sugiere el versículo.