“No permitas que tu boca cause pecado en tu carne, y no digas ante el
mensajero que se trata de un error. ¿Por qué habría de enojarse el Eterno con
tu voz y destruir la obra de tus manos? Porque a pesar de muchos sueños y
vanidades y muchas palabras, solamente reverencia [lit. teme] al Eterno.” (Eclesiastés 5:5-6)
El “pecado en nuestra carne” significa que ponemos en nuestra conciencia aquello que no somos o que se supone no debemos ser. Si dejamos de vivir en los modos y atributos del bien, entonces tendremos una vida (“carne”) según lo que elijamos.
Una vez tomemos nuestras decisiones, estas hablarán por nosotros y no podremos decir que “se trata de un error” a quien tengamos que rendir cuentas.
“Si has sido sabio, lo has sido por ti; y [si] has sido necio [lit. has despreciado], lo cargarás por ti.” (Proverbios 9:12)
El “enojo” de Dios no es otra cosa que nuestra propia separación de Sus caminos y atributos. En esta separación destruimos el bien que estamos supuestos a ser, tener y manifestar. Seamos conscientes de que Dios no se “enoja” y “destruye” lo que somos o hacemos.
Este versículo nos dice de manera retórica que el Creador no interfiere con lo que elegimos o decidimos, incluido aquello instigado por la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego. Estas son la causa real de nuestro enojo debido a su destrucción de nuestra esencia y verdadera identidad, que son solamente el bien.
“‘Tu propia maldad te corregirá, y tu reincidencia te reprobará. Por lo tanto, sabe y ve que es algo inicuo y amargo que hayas abandonado al Eterno tu Dios, y que Mi reverencia [lit. temor] no esté en ti’, dice el Eterno de multitudes.”
(Jeremías 2:19)
De esta manera nos hacemos conscientes de que reverenciar (“temer”) a Dios es vivir con, en, por y para las cualidades y expresiones del bien, opuestas a los “sueños”, “vanidades” and “palabras” vacías de las fantasías e ilusiones de ego. A pesar de las muchas que son, el bien las trasciende a todas tal como nos los recuerda el salmista.
“Muchos son los pensamientos en el corazón del
hombre, pero el consejo del Eterno [es el que] prevalece.” (Salmos 19:21)
Los reyes David y Salomón nos invitan a concentrarnos en lo que realmente importa en la vida, pero más aún aquello que da significado y propósito a la vida, que es el bien como el consejo que prevalece.
En vez de
desperdiciar la vida en fantasías e ilusiones materialistas en el “corazón del
hombre” que son nuestros “muchos (incontables) pensamientos”, mejor vivamos en
el bien como nuestro verdadero propósito en este mundo.