“Si la serpiente muerde antes de ser amaestrada, no
hay provecho para la lengua del amaestrador. Las palabras de la boca de un
sabio son graciables, mientras que al necio se lo tragan sus labios. El comienzo de sus palabras es
necedad, y el fin de su hablar es locura temeraria. Un necio también habla
demasiado [lit. multiplica sus palabras]. El hombre no sabe lo que será; y lo
que será después que pase, ¿quién podría decírselo? El trabajo de los necios es
para ellos cansancio, porque el necio no sabe cómo ir a la ciudad.”
(Eclesiastés 10:11-15)
Un discernimiento sin desarrollar ni educar conduce a
decisiones y elecciones necias que pueden traer destrucción. Lo mismo pasa con
el egoísmo fuera de control, similar a una serpiente sin amaestrar que puede
matar el bien que tenemos que abrazar como el principio rector de la
conciencia.
No obtenemos provecho, beneficio ni ventaja en
creencias, pensamientos, emociones y sentimientos inspirados o animados por rasgos
negativos, sino todo lo contrario. De ahí sabemos que nuestras palabras y
acciones expresan lo que creemos, ya sea lo bueno o lo malo. Así podemos saber
lo que nos vendrá después de decir o hacer lo que queramos.
Nadie puede decirnos el resultado de nuestras
acciones sino estas mismas. La ignorancia nos conduce a los efectos de nuestra
necedad derivada de fantasías e ilusiones de ego que obstruyen el conocimiento
del bien como la ciudad a la que todos pertenecemos.
En este sentido “la ciudad”
es también Jerusalén, la cual representa el conocimiento permanente de nuestra
conexión con el Creador.
“¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es un joven y tus príncipes
de banquete [lit. comiendo] en la mañana! ¡Dichosa eres tú, tierra, cuando tu rey es
el hijo de nobles y tus príncipes comen en el tiempo apropiado, para
fortalecerse y no para embriagarse! Por la ociosidad el techo se desploma, y
por la flojera de las manos [está] la casa con goteras.” (10:16-18)
Hemos aprendido que la tierra y el campo simbolizan
la vida, mientras que reyes y nobles representan creencias y principios con los
que nos conducimos.
El primer versículo se refiere a los rasgos derrochadores y
tendencias despreciativas que vuelven la vida insignificante y fútil como la
ebriedad, a diferencia de las cualidades positivas que fortalecen el bien como
causa y propósito de la vida.
Aquí se nos advierte vivir constantemente en el
bien, y no caer en la ociosidad de la vanidad y futilidad que debilitan y
destruyen la dignidad de la vida.
“Un festín se hace para el regocijo, y el vino alegra
la vida; y el dinero es la respuesta para todas las cosas.” (10:19)
Este versículo contiene dos declaraciones separadas
con el fin de complementarse. Como hemos mencionado, el propósito de la vida es
el bien como su regocijo y alegría que son expresiones de su plenitud y
totalidad.
¿Qué tiene que ver el dinero con esto? El dinero existe como un
medio para adquirir bienes, servicios y beneficios necesarios para lograr la plenitud
y totalidad de la vida en este mundo bajo el sol.
Hemos aprendido de nuestros Sabios que en los mundos
espirituales no hay posesiones materiales para ser adquiridas, porque el
espíritu no se alimenta de materia. En este mundo el cuerpo humano se alimenta
de comida física, por la cual el Creador nos encomienda trabajar.
Así compramos para adquirir o poseer lo necesario
para vivir y sobrevivir como seres humanos. En este contexto asimilamos que “el
dinero es la respuesta para todas las cosas”, como el medio para adquirir lo
requerido para hacer de la vida algo agradable y placentero, tal como Dios
quiere que lo procuremos.
Esto no quiere decir que deba ser eterno mientras
vivamos en el mundo material, porque nuestros Profetas hablan de “el final de
los tiempos” cuando no necesitaremos de dinero para vivir en la abundancia y
plenitud del conocimiento del Creador.