domingo, 14 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXIII)

“Si la serpiente muerde antes de ser amaestrada, no hay provecho para la lengua del amaestrador. Las palabras de la boca de un sabio son graciables, mientras que al necio se lo tragan sus labios. El comienzo de sus palabras es necedad, y el fin de su hablar es locura temeraria. Un necio también habla demasiado [lit. multiplica sus palabras]. El hombre no sabe lo que será; y lo que será después que pase, ¿quién podría decírselo? El trabajo de los necios es para ellos cansancio, porque el necio no sabe cómo ir a la ciudad.
(Eclesiastés 10:11-15)

Un discernimiento sin desarrollar ni educar conduce a decisiones y elecciones necias que pueden traer destrucción. Lo mismo pasa con el egoísmo fuera de control, similar a una serpiente sin amaestrar que puede matar el bien que tenemos que abrazar como el principio rector de la conciencia.

No obtenemos provecho, beneficio ni ventaja en creencias, pensamientos, emociones y sentimientos inspirados o animados por rasgos negativos, sino todo lo contrario. De ahí sabemos que nuestras palabras y acciones expresan lo que creemos, ya sea lo bueno o lo malo. Así podemos saber lo que nos vendrá después de decir o hacer lo que queramos.

Nadie puede decirnos el resultado de nuestras acciones sino estas mismas. La ignorancia nos conduce a los efectos de nuestra necedad derivada de fantasías e ilusiones de ego que obstruyen el conocimiento del bien como la ciudad a la que todos pertenecemos.

En este sentido “la ciudad” es también Jerusalén, la cual representa el conocimiento permanente de nuestra conexión con el Creador.

“¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es un joven y tus príncipes de banquete [lit. comiendo] en la mañana! ¡Dichosa eres tú, tierra, cuando tu rey es el hijo de nobles y tus príncipes comen en el tiempo apropiado, para fortalecerse y no para embriagarse! Por la ociosidad el techo se desploma, y por la flojera de las manos [está] la casa con goteras. (10:16-18)

Hemos aprendido que la tierra y el campo simbolizan la vida, mientras que reyes y nobles representan creencias y principios con los que nos conducimos.

El primer versículo se refiere a los rasgos derrochadores y tendencias despreciativas que vuelven la vida insignificante y fútil como la ebriedad, a diferencia de las cualidades positivas que fortalecen el bien como causa y propósito de la vida.

Aquí se nos advierte vivir constantemente en el bien, y no caer en la ociosidad de la vanidad y futilidad que debilitan y destruyen la dignidad de la vida.

“Un festín se hace para el regocijo, y el vino alegra la vida; y el dinero es la respuesta para todas las cosas. (10:19)

Este versículo contiene dos declaraciones separadas con el fin de complementarse. Como hemos mencionado, el propósito de la vida es el bien como su regocijo y alegría que son expresiones de su plenitud y totalidad.

¿Qué tiene que ver el dinero con esto? El dinero existe como un medio para adquirir bienes, servicios y beneficios necesarios para lograr la plenitud y totalidad de la vida en este mundo bajo el sol.

Hemos aprendido de nuestros Sabios que en los mundos espirituales no hay posesiones materiales para ser adquiridas, porque el espíritu no se alimenta de materia. En este mundo el cuerpo humano se alimenta de comida física, por la cual el Creador nos encomienda trabajar.

Así compramos para adquirir o poseer lo necesario para vivir y sobrevivir como seres humanos. En este contexto asimilamos que “el dinero es la respuesta para todas las cosas”, como el medio para adquirir lo requerido para hacer de la vida algo agradable y placentero, tal como Dios quiere que lo procuremos.


Esto no quiere decir que deba ser eterno mientras vivamos en el mundo material, porque nuestros Profetas hablan de “el final de los tiempos” cuando no necesitaremos de dinero para vivir en la abundancia y plenitud del conocimiento del Creador.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.