“Y soy como un olivo en la casa del Eterno, y mi confianza en la amorosa
bondad de Dios es por toda la eternidad.” (Salmos 52:10)
El amor, devoción y alabanza del rey David por el Creador son emblemáticos,
ya que no ha habido nadie como él para exaltar Sus obras y maravillas.
Estas
cualidades son similares a las de un olivo de profundas raíces y larga vida. Parece
haber una correspondencia entre las cualidades antes mencionadas y la confianza
derivada de estas, con la eterna amorosa bondad mediante la cual Dios sustenta
Su creación.
Recordemos que los olivos cargan el aceite que sirve para alumbrar la
oscuridad en las primeras y últimas horas del día. Cada vez que hablamos u
oímos acerca de ungir se trata de nuestra capacidad de iluminarnos con los
significados multidimensionales y trascendentales de la Torá.
Esta es la misma unción que nos conduce a nuestra redención final con el máximo
conocimiento y entendimiento del Creador, que tienen lugar en “la casa del
Eterno”.
Plantar como olivares la conciencia en esta casa significa vivir
permanentemente en el conocimiento de la verdad de que provenimos de la amorosa
bondad del Creador, y hacia ella estamos destinados a existir por toda la
eternidad.
“¿Quién dará desde Sión la redención de Israel? El Eterno hará retornar los
cautivos de Su pueblo. Jacob se alegrará, Israel se regocijará.” (53:7)
El versículo nos dice que la redención final de Dios para Israel, y por extensión
para la humanidad, proviene de Sión como lugar de conexión entre el Creador y
el mundo material.
Debemos ser conscientes de que Sión representa el pleno conocimiento de
nuestro nexo con el Creador, y es el tiempo y espacio de nuestra completa libertad
de aquello diferente de los modos y atributos de Dios, con los que entendemos
la pureza del bien libre de lo que le es ajeno.
Nuestro cautiverio abarca todo lo que carece de bien, lo cual es vivir en
el predicamento negativo y destructivo del mal en sus diversas manifestaciones,
derivadas de una actitud egocéntrica ante la vida.
Mientras nos enfoquemos en el bien y lo abracemos como nuestra esencia y
verdadera identidad, nos reconoceremos en Jacob e Israel, las dos facetas de
una vida comprometida a revelar la voluntad de Dios para el mundo, la cual es hacer
prevalecer el bien.
Una vez permitamos que el bien se manifieste en todos los aspectos, niveles
y expresiones de la conciencia humana, comenzaremos a regocijarnos y alegrarnos
de vivir en la verdadera redención, libres de las ataduras del mal.
Como lo
leeremos en el próximo versículo, vivir en este conocimiento es la culminación
de las profecías en la Biblia Hebrea cumplidas con su trascendencia y eternidad.
“Moraré en Tu tienda para siempre. Tomaré refugio bajo el amparo de Sus
alas, eternamente.” (61:5)
En la tradición hebrea, “tiendas” se relacionan con recintos de estudio de
la Torá, respecto a cómo el Creador se relaciona con Su creación. La tienda de
Dios es tan inescrutable e impenetrable como Él mismo, ya que es eterno. Se
trata de un tiempo y espacio trascendentales, donde se promete a nuestra
conciencia morar en un refugio de eterna protección divina.