“Caminad en
Sión,
andad dentro de ella; contad sus torres. Contemplad sus murallas, recorred sus
palacios; para que lo relatéis a la próxima generación.” (Salmos 48:13-14)
El rey David
nos invita conocer a fondo la ciudad de Dios, por razones obvias; ya que
debemos conocer al Creador que nos sustenta y prove el bien necesario para
vivir en este mundo.
Más aun, este conocimiento se trata en realidad más acerca
de nosotros que de Dios. Tal como hemos señalado con frecuencia, Jerusalem es
el más elevado nivel de conciencia a través del cual nos relacionamos y
compenetramos con Él.
Nos estamos
refiriendo a cualidades, rasgos y atributos como fortalezas representadas por “torres”,
“murallas” y “palacios” que compartimos con Dios. Entre más los conozcamos, reconozcamos
y abracemos como parte de lo que somos, también comenzaremos a familiarizarnos
con el Creador que los compartimos en ese lugar único que Él llama Su morada.
“Porque así
es el Eterno nuestro Dios, por siemore. Él nos guiará eternamente.” (48:15)
Seamos
conscientes de que este proceso de conocimiento divino es eterno, porque Dios
es indescifrablemente eterno. En este entendimiento aprendemos que nuestro
conocimiento del Creador es por todos los tiempos y todas las generaciones, lo
que quiere decir que nuestros hijos y nietos nacen para compartir también este
destino divino.
“De Sión
emana la perfección de la belleza, de donde el Eterno resplandece.” (50:2)
Hemos
indicado que luz en vez de oscuridad, perfección en vez de imperfección,
belleza en vez de fealdad, son todas referencias y abstracciones del bien. Por
definición, no hay mancha, error o defecto en el bien.
Esta es la
misma cualidad de Sión, porque es el lugar y trono del bien que emana de Dios. Nuestro
Creador “resplandece” desde Sión, porque el bien es la perfección de lo hermoso
que Él quiere que vivíamos, tengamos y disfrutemos eternamente.
El
versículos nos sugiere reflexionar en nuestro requerido conocimiento permanente
de que el bien es lo que debemos perseguir para nosotros, indivualmente y
colectivamente, como nuestro nexo con Dios.
“Haz bien en
Tu deseo para Sión; construye las murallas de Jerusalem.” (51:20)
Nuestros
Sabios consideran este versículo una plegaria que pide a Dios el bien y la
protección de Jerusalem, que también es el bien. También podemos leerlo como
invitación para invocar y traer el bien como lo mejor en nosotros, representado
por Sión.
Nosotros también debemos construir las murallas para proteger el bien
como fuente y sustento de nuestro bienestar, felicidad y plenitud.
“Entonces os
deleitaréis en las ofrendas de rectitud, la ofrenda de elevación y en todas las
ofrendas; entonces ellos ofrendarán becerros
sobre Tu altar.” (51:21)
El salmista
reitera que el bien que queremos ser, tener y hacer se sustenta en la rectitud,
ya que es el principio ético rector en la creación de Dios.
Las ofrendas que
elevamos en el Templo de Jerusalem representan nuestra disposición y
determinación para hacer el bien gobierne todos los aspectos, dimensiones y
expresiones de nuestra conciencia.