domingo, 29 de abril de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XI)


“Alabanza te espera, oh Eterno, en Sión; y a Ti es elevada la promesa.
(Salmos 65:2)

Evocamos y llamamos a nuestro Creador en el lugar donde lo podemos encontrar. En este versículo una vez más el rey David nos invita a reflexionar acerca de Sión. Es reitertado nuevamente que encontramos, reconocemos y agradecemos a Dios aquello que tenemos en común con Él, que es el bien.

Cuando lo llamamos, hagámoslo en el bien y en aras del bien, porque Su morada también es el bien. Este es el lugar en la conciencia donde lo alabamos y hacemos promesas a Él, que son el compromiso y determinación para ser, tener y hacer el bien.

“Dichoso es el hombre que Tú eliges y acercas a Ti, para que habite en Tus atrios y se satisfaga con el bien de Tu casa ¡Sagrado Tu templo! (65:5)

Muchos son los momentos en que somos elegidos, pero pocos en los que elegimos ser elegidos. Este versículo no se refiere a ello sino elegir estar cerca del Creador.

Esto lo entendemos siendo dichosos por ser escogidos por el bien que otros nos hacen. La verdadera dicha y felicidad ciertamente provienen de vivir en el bien, ya que este es nuestra completa satisfacción y plenitud.

Este versículo nos recuerda lo sagrado que es el bien como la casa donde encontramos a nuestro Creador, de donde emana todo bien. Recordemos que una casa con sus atrios representa la conciencia con la que vivimos. Todo lo que tenemos en ese lugar define lo que somos, poseemos y hacemos.

“Vendré a Tu casa con ofrendas de elevación. A Ti haré todas mis promesas. (66:13)

Una vez más, la “casa” de Dios es donde nuestro más elevado nivel de conciencia y máximo conocimiento del bien se encuentran con Su bien. Es ahí donde ofrecemos lo mejor en nosotros para renovarlo y reaprovisionarlo con la promesa de hacerlo prevalecer en lo que somos y hacemos.

“Un Padre para los huérfanos y un Juez para las viudas es el Eterno en la morada de Su sacralidad. (68:6)

Somos huérfanos cuando no tenemos principios rectores ni conductores por los que vivir. En este sentido, padre y madre son las fuentes de sustento, alimento y dirección que dan significado a nuestra vida.

Lo mismo ocurre cuando se tiene o se carece de juicio para hacer lo correcto, apropiado y justo, en situaciones donde no tenemos el respaldo moral ni el apoyo material para abordar la vida. Volvemos a saber que la morada del Creador abarca los principios éticos y conductores de Sus modos y atributos que apreciamos en el bien que Él quiere que vivamos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.