“¿Por qué parecéis en envidia, montañas de cumbres, ante la montaña que el
Eterno ha deseado para Su morada? Sí, el eterno morará en ella
para siempre.” (Salmos 68:17)
Hemos señalado a menudo que las montañas simbolizan principios, creencias,
valores e ideas inmutables. Entre más grandes y elevadas son, más difíciles son
de mover, cambiar o modificar. En este versículo vemos una comparación entre
todo tipo de ellas y la que representa el principio rector de Dios para Su
creación.
Envidia es lo que sentimos cuando algo o alguien posee lo que más deseamos.
El único remedio contra ella es ser o convertirse en aquello que codiciamos.
En
vez de poseer lo que deseamos, de lo que se trata es convertirnos en el objeto de nuestro deseo. Esto podría parecer narcisista pero no lo es, porque no se trata de
poseer aquello que deseamos como depredadores confesos. Si codiciamos la
abundancia, tenemos que convertirnos en fuente de abundancia, al igual que con
todo lo demás.
Las montañas envidian ser el lugar de la morada del Creador, la cual
entendemos como la montaña o el principio rector destinado a dirigir la vida en
este mundo.
En este sentido, aquello que no es bueno desea serlo, ya que el
bien es la fuente de toda existencia. Estamos hablando de algo ciertamente
eterno, como lo establece la segunda parte del versículo.
“Desde Tu templo en Jerusalem, donde reyes habrán de
traerte ofrendas.” (68:30)
En este salmo 68 en particular, leemos que todo lo que Dios ha creado es
instado a reconocerlo, agradecerle, alabarlo y reverenciarlo por lo que Él hace;
incluidos montañas como principios, y
reyes como gobernantes que dirigen nuestra conciencia en torno a lo que
pensamos y hacemos.
Una vez más es reiterado que todo lo creemos, valoramos, apreciamos y
abrigamos debe inspirarse, sostenerse y nutrirse con los modos, medios y
atributos del bien como templo en el que honramos a nuestro Creador y nos compenetramos
con Él con lo mejor en nosotros.
Todos estos que abarcan nuestra conciencia son los “reyes” que gobiernan en
lo que somos, tenemos y hacemos; y que ciertamente son las elevadas ofrendas que
traemos a la Fuente del bien. En este conocimiento reverenciamos a Dios.
“Reverenciado es el Eterno en Tus sagrados predios, el Dios de Israel. Él
da fortaleza y poder al pueblo [de Israel]. Bendecido sea el
Eterno.” (68:36)
Los predios sagrados de Dios son Sus modos y atributos (Éxodo 34:6-7) con
los que se relaciona con Su creación, la cual lo proclama como el Dios de Israel.
Tal como lo hemos mencionado frecuentemente, Él les el principio regidor por el
que el pueblo de Israel define y manifiesta su identidad, porque en esta
identidad encuentran su fortaleza y poder para hacer prevalecer el bien
en este mundo.