“Tú [Eterno] te has levantado, Tú
has tenido compasión de Sión, porque ya es hora de agraciarla, porque ha
llegado el momento asignado. Porque Tus servidores desean sus piedras, y en su
polvo encuentran gracia.” (Salmos 102:13-14)
La alegoría de Dios “levantándose”
sugiere la culminación de Su voluntad, como un lento proceso mediante el cual
aprendemos cómo integrar Sus modos y atributos en nuestra conciencia individual
y colectiva.
Los modos en los que Dios se relaciona con Su creación son de
hecho Su voluntad. Entonces levantarse implica una acción dinámica, a diferencia
de la aparente quietud de estar sentado.
Mencionamos a menudo la razón por
la que los profetas hebreos presentan sus visiones o revelaciones en tiempo
pasado, porque ellos se refieren a lo que ya ha ocurrido en lo que percibieron.
Al ser testigos de la redención final en el judaísmo, la vaticinan como una profecía
ya cumplida.
Se trata de que asimilemos los
aspectos y condiciones que conducen al cumplimiento de sus profecías, y a
partir de ellas comenzamos a vivir el anunciado “final de los tiempos”, que
tienen que ver con la transformación necesaria para adquirir la nueva
conciencia en la qiue solamente el bien regirá en todos las facetas y expresiones
de la vida.
Esta transformación únicamente
puede tener lugar en Sión como el pleno conocimiento de nuestra conexión con el
Creador de todo lo existente. En algún momento, con la esperanza de que sea en
nuestros tiempos, mediante Su compasión Él habrá de poner fin a la dualidad de “el
bien y el mal” que caracteriza la conciencia humana, elevándose junto a Sión hacia
nuevas Alturas en las que sólo el bien habrá de conducirnos en nuevos senderos
insondables en nuestro largamente acondicionado entendimiento de la vida.
El rey David nos indica que el
tiempo asignado para nuestra redención final ya ha sido establecido para que
también nos levantemos y elevemos nuestros pensamientos, emociones y
sentimientos hacia las más sublimes expresiones del bien en lo que somos,
tenemos y hacemos, tal como nos lo encomienda el Creador.
Aquellos que sirven al bien desean
sus piedras que son los cimientos que representan principios éticos rectores
que definen su naturaleza. Al vivir por ellos su efecto es la gracia, ya que
entre más vivamos en el bien, más agraciados seremos en éste que ha sido la
mayor bendición permanente que el Creador ha vertido en Su creación.
“Entonces las naciones
reverenciarán en nombre del Eterno, y
todos los reyes de la tierra Tu gloria. Porque el Eterno ha construido Sión,
Él ha sido visto en Su gloria.” (102:15-16)
Jerusalem nuevamente es reafirmada
como el lugar donde Dios es reconocido como único reinante en nuestra
conciencia. Hemos dicho que Su “nombre” es cómo Él se relaciona con Su
creación. Este nombre abarca Sus modos y atributos, mediante los que también
nos relacionamos con Él, y que igualmente son las maneras como lo “reverenciamos”.
“Naciones”, “pueblos” y “reyes”
representan rasgos, tendencias, cualidades, talentos, destrezas, que acompañan intelecto,
mente, pensamientos, emociones, sentimientos, pasión e instinto. Todos están
destinados a honrar la “gloria” de Dios, viviendo totalmente en Su voluntad,
que precisamente es Su gloria.
Cumplimos Su voluntad en el pleno conocimiento
del bien que “vemos” en Sión como el más elevado nivel de conciencia desde
donde nos compenetramos con el bien que emana de Él.
“[Para] Declarar en Sión en nombre
del Eterno, y Su alabanza en Jerusalem. En los pueblos congregados juntos, y
los reinos que sirven al Eterno.” (102:21-22)
Alabamos y honramos al Creador
mediante la manera como nos relacionamos con Él, que es como ya hemos señalado,
emulando el bien que Él vierte en Su creación, ya que esa es la forma en que le
“servimos”.
Estamos destinados a congregar juntando todo lo que abarca nuestra
conciencia (“las naciones”) para declararlo como una unidad funcional armonizada
bajo la conducción del bien en aras del bien.