“Porque un día en tus atrios es
mejor que un millar afuera. Preferiría estar en la puerta de la casa de mi
Dios, que vivir en las tiendas de la iniquidad.”
(Salmos 84:10)
En este versículo aprendemos otra
vez que Jerusalem es el más elevado estado de conciencia en el que vivimos a plenitud
el bien como nexo con nuestro Creador. Es el tiempo y espacio donde queremos
vivir eternamente porque, si estamos ante la presencia de Dios, ¿qué más podría
hacernos falta, que extrañemos o añoremos?
Más aun, estar tan sólo próximos
al bien es mejor que vivir a la intemperie de las tendencias y rasgos negativos
de fantasías e ilusiones de ego que hacen que la vida carezca de significado.
La iniquidad es el resultado de
nuestras debilidades para rechazar las creencias y sentimientos de carencia
innecesarios, que pretenden denigrar el bien como algo incompleto,
insuficiente, deficiente y débil que conduce al fracaso. Estos son precisamente
los rasgos y tendencias de todo lo contrario al bien, porque éste conlleva a la
plenitud.
Los modos, medios y atributos éticos
inherentes al bien son los “atrios” de la voluntad de Dios para Su creación, las
“tiendas” que dan sentido a la vida, a diferencia de las tiendas donde se
alojan los bajos instintos, pasiones, emociones y sentimientos que pisotean la
dignidad de la vida, que es el bien.
“Su fundamento [del
Eterno] está en montañas sagradas. El Eterno ama las puertas de Sión entre
todas las moradas de Jacob.” (87:1-2)
Como hemos mencionado, en la
tradición judía “montañas”, “colinas” y “lugares altos” representan los más
elevados valores, principios y creencias, mediante los que conducimos nuestras
vidas en este mundo. De ahí entendemos que los modos y atributos de Dios, tal
como los presenta la Biblia hebrea, son comparados a montañas sagradas.
En este sentido Sión, como “la
montaña de las montañas” que nos señalan los profetas (Isaías 2:2, Miqueas 4:1),
es desde donde Dios dirige Su creación. De ahí entendemos Su preferencia del
bien como Su principio ético regidor destinado a conducir las dimensiones,
expresiones y aspectos positivos de la vida, conocidos también como las moradas
de Jacob.