“Sión ha oído y se ha regocijado, y las
hijas de Judá están dichosas debido a Tus juicios, oh Eterno.” (Salmos 97:8)
Muchos de los salmos de David son
claramente proféticos. Algunos de manera específica, y otros como éste de forma
velada, a manera de invitación para que consideremos los significados de Sión, Jerusalem
y el Templo, y cómo resuenan en nuestra conciencia.
Sión es el más elevado nivel de
conciencia en el que estamos permanentemente unidos a nuestro Creador. “Oír” y “regocijarse”
son situaciones complementarias en las que una conduce a la otra.
Frecuentemente
relacionamos oír con entender y ver con saber. Al entender a fondo el bien como
nuestro nexo con Dios, el resultado inmediato es la alegría; pues, ¿qué podría
ser más regocijante que compenetrarnos con Él?
Las “hijas” de Judá, al igual que
las de Jerusalem, mencionadas en otros pasajes de la Biblia hebrea, son
tendencias, cualidades y rasgos positivos, relacionados con el bien como
nuestra conexión con Dios. De ahí que sean dichosas cuando emulan y comparten
los modos y atributos del Creador, que también son Sus “juicios”.
“El Eterno es grande en Sión, y
alto es Él sobre todos los pueblos.” (99:2)
Sión es donde mora el Creador en
nosotros, porque es el mayor conocimiento de Su presencia en nuestra conciencia.
Lo grande de Dios es ciertamente Su presencia, la cual abarca toda Su creación.
De ahí que el Creador sea alto sobre todo lo existente, incluyendo los “pueblos”, que
generalmente representan las tendencias y rasgos negativos que nos separan de
los modos y atributos del bien, el cual está por encima para reinar sobre todos.
“¡Exaltad al
Eterno nuestro Dios y postraos ante la montaña de Su sacralidad, porque sagrado
es el Eterno nuestro Dios!” (99:9)
Nos postramos
ante lo sagrado en reverencia a lo que es mayor y por encima de nosotros, sin
lo que podríamos existir. Asombro y reverencia es lo mínimo que podemos tener
ante lo que dependemos completamente. Saber o entender lo contrario es pura
arrogancia, desdén y total falta de aprecio y gratitud por lo sagrado que nos
da la vida.
“Constantemente
(lit. todas las mañanas) expulso a los malvados de la tierra, para sacar de la
ciudad de Dios todos los que hacen mal.” (101:8)
En este
versículo el rey David fue el precursor de los proverbios “andar en el sendero de
la rectitud exige vigilancia eterna” y “vigilancia eterna es el precio de la
libertad”, pero él va todavía más allá de lo que ambos significan.
La constante
vigilancia para vivir libre de rasgos negativos y malos hábitos requiere
mantenerlos alejados de nosotros, sacándolos de nuestros pensamientos,
emociones, sentimientos, palabras y acciones.
“Todos los que hacen el mal” no
son parte de la ciudad de Dios, porque Sus modos y atributos no cohabitan con
la maldad.