“Cosas honorables se dicen de ti, oh
ciudad de Dios, eternamente.”
(Salmos 87:3)
Todo lo relacionado con Jerusalem es lo
más sublime en naturaleza y cualidad, como es todo lo relacionado con el bien,
simplemente porque es “la ciudad de Dios”, como su inmutable principio regidor
en Su creación. De ahí que sea una entidad, absoluta, autosuficiente, destinada
a conducir todos los aspectos y expresiones de la vida.
“Pero acerca de Sión se habrá dicho, ‘Este y aquel nacieron en ella’;
el Altísimo mismo la ha establecido.” (87:5)
Aquí el versículo iguala el lugar de
nacimiento a la esencia de la identidad de uno. Por lo tanto Sión, al igual que
la Torá, define la identidad judía como la cualidad unificadora que comparten
el Creador de todo e Israel.
La esencia de esta identidad es el bien como
expresión de cada aspecto y faceta de la vida judía. Así somos reconocidos por
el principio que guía nuestras acciones, ya que éste identifica lo que somos y
que ha sido establecido para nosotros por el Creador.
“Aquellos que son plantados en la casa
del Eterno florecerán en los atrios de nuestro Dios.” (92:13)
La identidad hebrea está profundamente
enraizada en el principio que abarca todos los principios inherentes a los
mandamientos, decretos, estatutos y ordenanzas de Dios, tal como los presenta
la Torá.
El bien como principio absoluto es la
expresión de creencias, ideas, emociones y sentimientos positivos que “florecen
en los atrios de nuestro Dios”, los cuales son Sus modos y atributos que nos
esforzamos en emular como fuente de nuestra plenitud.
Este versículo nos recuerda que
florecemos solamente en el bien.
“Tus estatutos son firmes. La sacralidad
adorna Tu casa, oh Eterno, siempre.” (93:5)
Los mandamientos, decretos, estatutos y
ordenanzas del Creador son los firmes cimientos que definen el propósito del
bien en el mundo material.
Así nos hacemos conscientes de que para entender esto
primero debemos asimilar plenamente el bien en nuestra conciencia, desde donde
estamos firmes. Entonces sabremos que lo sagrado del bien es el eterno
esplendor y belleza del resplandor de Dios en Su creación.