domingo, 1 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XX)


“El cetro de tu fortaleza el Eterno envía desde Sión, [para] reinar entre tus enemigos. (Salmos 110:2)

Este es otro de los versículos más profundos en la Biblia hebrea, relacionados con la redención final judía y la era mesiánica. Debemos entenderla exclusivamente en el contexto de la nueva conciencia prometida por Dios en el advenimiento del final de los tiempos.

El rey David se dirige a la conciencia mesiánica prometida a Israel como su “señor”, diciéndonos que su principal fortaleza es el principio reinante (“el cetro”) que proviene del Creador a través de Sión como el punto que lo conecta a Él con Su creación.

Comprendemos la redención final judía como la promesa cumplida de Dios a Israel como el pueblo elegido para convertirse en “una nación de sacerdotes” (Éxodo 19:6) y “una luz para las naciones” (Isaías 42:6, 49:6, 51:4). Por lo tanto Israel es el receptor de la conciencia mesiánica a la que se dirige el rey David.

De ahí asimilamos que la cualidad de esta futura conciencia revelada reinará sobre las tendencias y rasgos negativos, reorientándolos hacia el servicio de los modos y atributos del bien. El versículo precedente lo confirma.

“El Eterno dice a mi señor, ‘Siéntate a Mi diestra hasta que Yo haga de tus enemigos tu escabel’. (110:1)

Mientras estemos permanentemente cerca del bien que el Creador quiere que prevalezca en Su creación, el cual es Su diestra, convertirá todo lo opuesto al bien en su servidor como un escabel.

Así asimilamos que Israel representa los rasgos, tendencias y cualidades del bien, destinadas a prevalecer para siempre en la conciencia humana, tal como es reiterado más adelante.

Esto quiere decir que el mal no existirá en la manera como lo conocemos, sino como otro aspecto de la conciencia humana que se manifestará de manera positiva y constructiva. Habrá de ser así bajo la directa emanación del bien que Dios prometió que reinará eternamente desde Sión como Su morada en el mundo material.

“El Eterno ha jurado y no se arrepentirá. Tú eres sacerdote para siempre para la orden de Melquizedek. (110:4)

Este es el sacerdocio de Israel establecido por Dios como un decreto eterno.

La Torá y la tradición oral hebrea nos cuentan que Melquizedek era el rey de Salem (después llamada Jerusalem), que recibió a Abraham luego de su victoria sobre cuatro reyes de Canaán y le dio el diezmo de todo (Génesis 14:18-20), transfiriéndole así el sacerdocio eterno a Abraham e Israel  su descendiente.

De ahí que el reino de paz (Salem) haya sido dado a Israel como su herencia divina, tal como el rey David lo indica en este versículo.

Así nos hacemos conscientes de que Jerusalem y Sión representan el pleno conocimiento de la paz como el medio que nos compenetra con el Eterno que nos la da como máxima expresión del bien.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.