“El cetro de tu fortaleza el
Eterno envía desde Sión, [para] reinar entre tus enemigos.” (Salmos 110:2)
Este es otro de los versículos más
profundos en la Biblia hebrea, relacionados con la redención final judía y la
era mesiánica. Debemos entenderla exclusivamente en el contexto de la nueva
conciencia prometida por Dios en el advenimiento del final de los tiempos.
El rey David se dirige a la
conciencia mesiánica prometida a Israel como su “señor”, diciéndonos que su
principal fortaleza es el principio reinante (“el cetro”) que proviene del
Creador a través de Sión como el punto que lo conecta a Él con Su creación.
Comprendemos la redención final
judía como la promesa cumplida de Dios a Israel como el pueblo elegido para
convertirse en “una nación de sacerdotes” (Éxodo 19:6) y “una luz para las
naciones” (Isaías 42:6, 49:6, 51:4). Por lo tanto Israel es el receptor de la
conciencia mesiánica a la que se dirige el rey David.
De ahí asimilamos que la cualidad
de esta futura conciencia revelada reinará sobre las tendencias y rasgos
negativos, reorientándolos hacia el servicio de los modos y atributos del bien.
El versículo precedente lo confirma.
“El Eterno dice a mi señor, ‘Siéntate
a Mi diestra hasta que Yo haga de tus enemigos tu escabel’.” (110:1)
Mientras estemos permanentemente
cerca del bien que el Creador quiere que prevalezca en Su creación, el cual es
Su diestra, convertirá todo lo opuesto al bien en su servidor como un escabel.
Así
asimilamos que Israel representa los rasgos, tendencias y cualidades del bien,
destinadas a prevalecer para siempre en la conciencia humana, tal como es
reiterado más adelante.
Esto quiere decir que el mal no
existirá en la manera como lo conocemos, sino como otro aspecto de la
conciencia humana que se manifestará de manera positiva y constructiva. Habrá
de ser así bajo la directa emanación del bien que Dios prometió que reinará eternamente
desde Sión como Su morada en el mundo material.
“El Eterno ha jurado y no se
arrepentirá. Tú eres sacerdote para siempre para la orden de Melquizedek.” (110:4)
Este es el sacerdocio de Israel
establecido por Dios como un decreto eterno.
La Torá y la tradición oral hebrea
nos cuentan que Melquizedek era el rey de Salem (después llamada Jerusalem),
que recibió a Abraham luego de su victoria sobre cuatro reyes de Canaán y le dio
el diezmo de todo (Génesis 14:18-20), transfiriéndole así el sacerdocio eterno a
Abraham e Israel su descendiente.
De ahí
que el reino de paz (Salem) haya sido dado a Israel como su herencia divina,
tal como el rey David lo indica en este versículo.
Así nos hacemos conscientes de que
Jerusalem y Sión representan el pleno conocimiento de la paz como el medio que nos compenetra con el Eterno
que nos la da como máxima expresión del bien.