domingo, 8 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXI)


“Cumpliré mis votos al Eterno en presencia de todo Su pueblo. En los atrios de la casa del Eterno, en medio de Jerusalem, alabanza al Eterno. (Salmos 116:18-19)

Jerusalem es donde integramos todos los niveles y aspectos de la conciencia en, con y para el bien (éstos son el “pueblo de Dios” y las “tribus of Israel”) con voluntad de convicción y determinación (“los votos”).

Los “atrios” y “en medio” de la ciudad de Dios son Sus modos y atributos, que son nuestra “alabanza” a Él por lo que somos y hacemos en el mundo material. Vivir en los predios del bien es morar en la casa de Dios que está edificada en Jerusalem.

“Me alegré en los que me dicen, ‘Vayamos a la casa del Eterno’. (122:1)

Este versículo podemos leerlo de varias maneras. El rey David se alegra por aquellos que lo invitan a visitar el Templo de Jerusalén. Ellos no solamente son sus amigos sino también en quienes él se regocija, su causa y razón de ser feliz.

Estos son las cualidades y rasgos positivos que definen el bien a través de sus expresiones en lo que hacemos por nuestro bienestar individual y colectivo, de ahí que sean las mejores razones para alegrarse, ya que están destinados a conducir nuestras vidas como voluntad de Dios, la cual es Su “casa”. Ir a la casa de Dios es lo que hace lo mejor en nosotros cuando vivimos permanentemente en el bien.

“Nuestros pies estaban parados en tus portales, ¡Jerusalem! (122:2)

Ir a Jerusalem, al igual que a otra parte, requiere de nosotros el complete conocimiento y determinación de desplazarnos en esa dirección. Es claro que son nuestros pies los que nos llevan adonde necesitemos o queramos ir, aunque se limitan a responder nuestra voluntad. Una vez lleguemos adonde queramos estar, será algo que habremos logrado.

El salmista hace que sus palabras en este versículo suenen como la culminación de un largo camino en el que dejamos atrás las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego, y así comprometernos a vivir en los modos y atributos del bien.

No es una tarea fácil, pero sí un proceso continuo de transformación de la conciencia para reorientarla hacia el camino correcto. Una vez completemos este camino de desafíos, estaremos literalmente parados en los portales de la ciudad de Dios, llamando su nombre para que nos permita entrar y morar e ella compenetrados con nuestro Creador.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.