“Cumpliré mis
votos al Eterno en presencia de todo Su pueblo. En los atrios de la casa del
Eterno, en medio de Jerusalem, alabanza al Eterno.” (Salmos 116:18-19)
Jerusalem es donde
integramos todos los niveles y aspectos de la conciencia en, con y para el bien
(éstos son el “pueblo de Dios” y las “tribus of Israel”) con voluntad de
convicción y determinación (“los votos”).
Los “atrios” y
“en medio” de la ciudad de Dios son Sus modos y atributos, que son nuestra “alabanza”
a Él por lo que somos y hacemos en el mundo material. Vivir en los predios del
bien es morar en la casa de Dios que está edificada en Jerusalem.
“Me alegré en
los que me dicen, ‘Vayamos a la casa del Eterno’.” (122:1)
Este versículo
podemos leerlo de varias maneras. El rey David se alegra por aquellos que lo
invitan a visitar el Templo de Jerusalén. Ellos no solamente son sus amigos
sino también en quienes él se regocija, su causa y razón de ser feliz.
Estos son las
cualidades y rasgos positivos que definen el bien a través de sus expresiones
en lo que hacemos por nuestro bienestar individual y colectivo, de ahí que sean
las mejores razones para alegrarse, ya que están destinados a conducir nuestras
vidas como voluntad de Dios, la cual es Su “casa”. Ir a la casa de Dios es lo
que hace lo mejor en nosotros cuando vivimos permanentemente en el bien.
“Nuestros pies
estaban parados en tus portales, ¡Jerusalem!” (122:2)
Ir a Jerusalem,
al igual que a otra parte, requiere de nosotros el complete conocimiento y
determinación de desplazarnos en esa dirección. Es claro que son nuestros pies
los que nos llevan adonde necesitemos o queramos ir, aunque se limitan a
responder nuestra voluntad. Una vez lleguemos adonde queramos estar, será algo
que habremos logrado.
El salmista
hace que sus palabras en este versículo suenen como la culminación de un largo
camino en el que dejamos atrás las tendencias y rasgos negativos de las fantasías
e ilusiones de ego, y así comprometernos a vivir en los modos y atributos del bien.
No es una
tarea fácil, pero sí un proceso continuo de transformación de la conciencia para
reorientarla hacia el camino correcto. Una vez completemos este camino de desafíos, estaremos literalmente parados en los portales de la ciudad de Dios, llamando
su nombre para que nos permita entrar y morar e ella compenetrados con nuestro
Creador.