“Jerusalem, construida
como ciudad junta, unida.” (Salmos 122:3)
Este versículo responde a aquellos que quieren dividirla como capital de dos
pueblos que no comparten la misma conexión y relación con el Creador. El
establecimiento divino de Jerusalem, el cual es llamado aquí “construida”, busca
reflejar la unidad del Dios que la llama Su morada en la tierra.
Esta es la
misma unidad del bien, que tampoco es un principio ético rector dividido ni
disperso, como la cabeza (en latín, “capital” significa “cabeza”) que no puede
partirse porque es una unidad.
En ella todo no sólo está “junto” sino también “unido”,
formando una unidad armónica funcional cuyo propósito es unificar la diversidad
en todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia a través
del bien y para el bien.
“Porque ahí
subían las tribus, las tribus del Eterno, congregaciones de Israel para
reconocer [agradecer] el nombre del Eterno.” (122:4)
Tal como lo
hemos mencionado, las tribus de Israel representan los potenciales creativos positivos que
abarcan la conciencia humana, incluyendo creatividad, inventiva, destrezas y
talentos que han de ser elevados por y para el bien, con el fin de ascender al Creador de donde todo emana.
En este
ascenso reconocemos que Dios está con nosotros y ello nos insta a reverenciarlo
en gratitud, porque el agradecimiento es la respuesta inmediata al bien cuando
lo recibimos.
El versículo
también se refiere a las ofrendas que el pueblo de Israel traía al Templo de Jerusalem
tres veces al año, encomendadas por Dios en la Torá para que renovasen su
compenetración con Él de una manera unida y armonizada, consonante con la
unidad de Jerusalem.
“Porque ahí [en Jerusalem] están
establecidos tronos de juicio, los tronos de la casa de David.” (122:5)
El versículo claramente
indica que el juicio como producto del discernimiento debe provenir del más
elevado nivel de conciencia que Jerusalem representa, ya que es el “lugar” en
el que nos conectamos con el Creador a través del bien como nexo con Él.
Aquí entendemos que tener
juicio es poseer la actitud justa en cada momento que vivimos. De ahí que tener
un “buen juicio” significa dejar que el bien dirija nuestros pensamientos,
emociones, sentimientos, lo que decimos y lo que hacemos. Así asimilamos que el
bien es el trono como fundamento con el que conducimos todos los aspectos y
expresiones de la vida.
Los “tronos” mencionados en
el versículo se refieren a los modos y atributos del bien, que definen sus
cualidades éticas. A partir de éstos armonizamos la necesaria interacción de
intelecto, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, pasión e instinto, con
el fin de vivir una conciencia unificada destinada a expresarse por y para el
bien.
En este contexto, la casa de
David representa la disposición, compromiso y determinación de conducir con el
bien las tribus de Israel, que como hemos señalado abarcan los potenciales creativos
positivos en la conciencia humana.
El rey David es el paradigma
de las expresiones regidoras y conductoras del bien, también llamado la conciencia
mesiánica destinada a reinar eternamente con el advenimiento de la redención
final judía.
Jerusalem es el lugar donde esta nueva conciencia transformadora
se manifiesta para reinar en la misma morada elegida por el Creador en este
mundo.