“En aras de
mis hermanos y mis bien amados, he de decir ‘la paz sea en ti’.”
(Salmos 122:8)
El rey David nos
dice que en Jerusalén converge todo lo que une y compenetra todo y a todos. En
esta unidad congregada vivimos siendo conscientes de la paz.
Nuestros
hermanos, hermanas y bien amados son aquellos que en su propia diversidad
individual comparten en bien como el nexo que nos conecta unos con otros,
siendo paz su máxima expresión. De ahí que procuremos la paz como el
conocimiento abarcador e integrador que también nos une a Dios.
“¡En aras de
la casa del Eterno nuestro Dios, procuro tu paz!” (122:9)
La casa de
Dios es el Santuario que Él ha establecido para que more entre (en) nosotros
acá en este mundo y, como el salmista lo ha destacado frecuentemente, el bien
es nuestro nexo con el Creador. De ahí que procuremos el bien en aras de
nuestra conexión con Dios.
“Aquellos que
confían en el Eterno son como el monte Sión, que es inamovible [por estar]
establecido eternamente.” (125:1)
La confianza
se basa en lo que conocemos o creemos como algo por lo que vivimos y conducimos
nuestra vida. Confiar en Dios es vivir por lo que Él representa, que nos
mantiene vivos para prosperar con ello y por ello. Por lo tanto nuestro Creador
es el principio ético rector por el que existimos para vivirlo y sentirlo en
este mundo.
El salmista
compara este principio a la montaña inamovible llamada Sión y a su cualidad
eternal, por el hecho de que la eternidad de Dios está en ella; lo cual es
reiterado en el próximo versículo.
“¡Jerusalem! Montañas
la rodean, y el Eterno rodea a Su pueblo de aquí a la eternidad.” (125:2)
Las montañas representan
creencias, principios y referencias inamovibles, mediante los cuales dirigimos
nuestra vida. Como nuestra conexión con Dios, Jerusalem está asentada sobre una
montaña rodeada por una muralla, y también por montañas que reafirman la
prevalencia del bien que el principio fundamental bajo el que están destinados
a conducirse todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia humana.
De la misma manera que somos conducidos por el
bien, y protegidos por sus cualidades éticas, el Creador también guía a Su
pueblo eternamente.
Aquí debemos entender que Su voluntad, al igual que Sus
modos y atributos, existen eternamente; y mientras que vivamos en el bien
inherente a éstos, ciertamente estaremos protegidos por Él.