“Así dijo el Eterno: '¿Dónde está este, el papel del
divorcio de tu madre, a quien Yo repudié? ¿O a cuáles de Mis
acreedores Te he vendido? He aquí que por
vuestras iniquidades os habéis
vendido, y por vuestras transgresiones tu madre ha sido repudiada.” (Isaías 50:1)
Este versículo no solamente es un
recordatorio de nuestro nexo y relación con el Creador, sino también es un
espejo para que nos demos cuenta de la profundidad de nuestro exilio en las
tinieblas de las fantasías e ilusiones de ego. Dios nos recuerda otra vez – esta vez con una muy amorosa metáfora – que nuestra separación proviene de nosotros, no de Él. Somos los únicos
responsables de las decisiones que tomamos, y de sus resultados.
Dios no nos repudia para que vivamos
en las fantasías e ilusiones (“nuestros acreedores” que Él llama Suyos). Somos nosotros
quienes nos hemos vendido a nuestras propias iniquidades, alejando a nuestra
conciencia (“nuestra madre”) de los modos y atributos de Amor como la manifestación material del Amor de
Dios.
“¿Por qué cuando Yo vine no había nadie, y cuando llamé no había quien respondiera? ¿Acaso es tan corta Mi mano que no puede rescatar, o no tengo poder para liberar? He aquí,
con Mi reprensión seco el mar,
convierto los ríos en desierto; sus peces hieden por falta de agua, mueren de
sed.” (50:2)
El Creador revela Su Redención Final
y no hay nadie que responda. Él nos hace
reflexionar sobre esto, inclusive preguntando si Su Redención no es acaso
suficiente. O que Su poder de redimir no se hace evidente. De ahí que reafirme
Su total control sobre todo lo existente.
“Visto de oscuridad los cielos, y torno como saco de cilicio su cobertura [declara el Eterno]. Dios el Eterno me ha dado lengua de sabio,
para que yo sepa sostener con una palabra al fatigado. Mañana tras mañana me
despierta, despierta mi oído para escuchar como los sabios.” (50:3-4)
Dios continúa revelando
la transformación que le espera al mundo material y la conciencia humana, en
particular a nuestro conocimiento más elevado (“los cielos”) de Su Presencia. El Profeta no
quiere dejar sin responder por nadie las preguntas del Creador, y reitera su disposición
para ser el portador de Sus mensajes respecto a la Redención Final, tal como lo declaró Isaías en el comienzo de su libro (6:8-9).
“Dios el Eterno me ha abierto el oído, y no fui desobediente, ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba. No
escondí mi rostro de agravios y salivazos.” (50:5-6)
Debemos encontrar el conocimiento de
Isaías en nosotros, y lo que el Profeta representa en nuestra conciencia.
Entendámoslo como el implacable e indomable deseo de estar apegado al Creador,
para el cual no hay agravio, humillación o sufrimiento capaces de romper
nuestro nexo con Él.
“Y Dios el Eterno me da ayuda, por lo tanto no he sido avergonzado. Por lo
tanto he puesto mi rostro como un pedernal, y sé que no estoy agraviado. Cerca
está Él, que me justifica. ¿Quién podría contrariarme? Estamos parados juntos [Él y yo], ¿quién es mi oponente? El que sea que venga a mí.” (50:7-8)
El Profeta hace reflexionar sobre
los significados del agravio, contrario a vivir en el conocimiento de que el
Amor de Dios es nuestra Esencia y verdadera identidad. Su Amor sustenta, ayuda
y alimenta cada aspecto y dimensión de la vida. Somos agraviados viviendo en las fantasías e ilusiones de ego, con sus
tendencias y rasgos negativos, a diferencia de vivir en los modos y atributos
de Amor. Estos últimos nos llenan y conducen a vivir lo bueno de los atributos
de Dios que Él quiere que emulemos. Esto es que bueno nos hace tan humildes
como un pedernal, y la humildad es la ausencia de agravio o vergüenza.
Mientras vivamos en los modos del
Creador, Él justifica nuestro discernimiento, pensamientos, sentimientos,
emociones, palabras y acciones. De ahí que nada pueda ser justificado excepto
Amor. Mientras estemos conscientes de la Presencia de Dios en nuestras
vidas, nada podría contrariarnos. En este conocimiento podemos enfrentar y
eliminar toda tendencia o rasgo negativo que pueda amenazar nuestra Esencia y
verdadera identidad, con la que estamos permanentemente unidos a Dios.
“He aquí, Dios el Eterno me ayuda, ¿quién es el que me condena? He aquí, todos ellos son como un
vestido que se gasta, la polilla se los come.” (50:9)
Al asimilar que Amor como la manifestación
material del Amor de Dios es nuestra intención, motivación y causa para todas
las expresiones de la vida, no hay mal de
ninguna clase que pueda venir a nosotros y contaminar nuestra conciencia. Todos los males se
convierten en viejos recuerdos similares a un vestido gastado y devorado por la
polilla.
“¿Quién hay entre vosotros que reverencie al Eterno,
que oiga la voz de su siervo, que ande en tinieblas y no haya luz para él? Que él confíe en el Nombre del Eterno y se apoye en su Dios.” (50:10)
El Profeta nos invita a oír los
mensajes que el Creador le ha dado, en particular aquellos de nosotros que
hemos estado andando en las tinieblas de las fantasías e ilusiones de ego.
Isaías nos pide creer que la Luz que necesitamos para liberar nuestra conciencia
es retornar a los caminos y atributos de Dios, en los que debemos apoyarnos.
“He aquí, todos vosotros que
encendéis fuego, que os rodeáis de teas, andad a la lumbre de vuestro fuego, y entre las teas que habéis encendido. Esto os vendrá de Mi mano: ¡en aflicción yaceréis!” (50:11)
Dios llama nuevamente nuestra
atención sobre los fuegos que creamos en todos los niveles de conciencia. Nos
quemamos por nuestras tendencias y rasgos negativos, y Él nos recuerda que
somos los únicos responsables por nuestras decisiones y acciones, las cuales
nos hacen yacer en aflicción. Esto en últimas rebotará en nuestra conciencia
forzándonos a buscar la Luz redentora de lo bueno en los modos y atributos de
Amor, que estamos destinados a ser, tener y manifestar.