“Porque
esto es para Mí
como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé nunca
más inundarían la tierra. Así
he jurado que Mi
ira no está
sobre
ti, ni te reprendo.
Porque las
montañas
serán movidas
y las colinas temblarán, pero
Mi misericordia no se apartará de ti. Y el pacto de Mi paz no será
quebrantado, dice
el Eterno
que tiene compasión de ti.”
(54:9-10)
Dios
compara Su promesa de no volver a traer el Diluvio a la tierra con no
retirar Su amorosa bondad de Su pueblo, ni quebrantar Su Pacto de
paz, porque Él nos ama. El
Amor de Dios nunca se separa de nosotros. Él no nos juzga en ira ni
nos reprende después de haber decretado Su Redención.
“Oh
afligida, azotada por la tempestad, sin consuelo. He
aquí que
Yo
fijo
con cemento
tus piedras, y tus cimientos en zafiros.
Tus pináculos de rubíes,
tus
portales
de cristal, y
toda tu muralla
de piedras preciosas. Todos tus hijos serán
enseñados
por el Eterno,
y grande será
la paz
de tus hijos.”
(54:11-13)
El
bien con el que Dios nos creó es nuestra esencia y verdadera
identidad, y también nuestro nexo común con Él. El bien es
afligido y sacudido en malestar cuando las tendencias y rasgos
negativos toman control de nuestra conciencia. Una vez más Dios
reitera que el bien prevalecerá por siempre al hacerlo regir y
conducir todos los niveles y expresiones de la conciencia. Estos son
las piedras preciosas como tendencias y rasgos elevados que son
nuestro deleite. Al ser eliminado el mal de nuestra conciencia,
solamente el bien conduce nuestro discernimiento, pensamientos,
emociones, sentimientos, pasiones e instintos hacia el conocimiento
de Dios.
Esta
premisa es necesaria para comenzar a aprender de la Presencia de Dios
revelada completamente. Entonces los hijos de Jerusalén aprenderán
de la plena conciencia de su conexión con Dios, y su cosecha será
paz en abundancia. Todas las dimensiones interiores y ocultas de la
Torá serán totalmente reveladas en nuestra Redención Final.
“En
rectitud
estás
establecida. Estás
lejos de la opresión, pues no temas;
y de
la ruina,
pues no ha
de acercarse a
ti. Si alguno conspirare contra ti, será sin Mí.
El
que contra ti conspirare, delante de ti caerá.”
(54:14-15)
Rectitud
es el bien que Dios ha establecido para nosotros como cimiento de
todos los aspectos y expresiones de la vida. En el bien no hay
opresión, temor ni ruina que pueda venir a nosotros. Si el mal nos
viene no es por deseo de Dios sino por nuestra propia elección. En
Su Redención Dios nos recoge y reúne cerca y en torno a Él.
Nuestra plena conciencia de esto disipa todos los males, y
en
este conocimiento la
maldad desaparece.
“He
aquí que
Yo
he creado al herrero que sopla las brasas en el fuego, y saca una
herramienta para su trabajo. Yo
he creado al devastador para destruir.
Ningún
arma forjada contra ti prospera, y has
de condenar toda
lengua que se alce contra ti en juicio. Esta es la herencia de los
servidores
del
Eterno
y
su rectitud
proviene
de Mí,
declara el Eterno.”
(54:16-17)
Dios
nos habla de la fortaleza y determinación de la nueva conciencia que
guarda para nosotros en Su Redención Final. Él se refiere a esta
como un herrero que aviva el fuego transformador que removerá todos
los males de nosotros. Así comprendemos que el Amor de Dios es el
fuego que transforma nuestra conciencia cuando permitimos que sea Él
quien rija y guíe todos los aspectos y dimensiones
de
la vida.
Esto
ocurre cuando abrazamos los modos y atributos de Amor como
manifestación material del Amor de Dios.
Amor
es el devastador preparado para destruir todo lo contrario a sus
modos y atributos. En este conocimiento no hay nada que pueda estar
contra nosotros. Cuando abrazamos el Amor de Dios como nuestra
Esencia y verdadera identidad, llegamos a darnos cuenta que somos Sus
hijos y sus servidores, y que el bien de nuestra rectitud proviene de
Él.
Así
lo declara
el Creador de todo.