“Y
Él declara, 'solamente Mi pueblo, ellos son hijos, y no mienten'; y
Él es para ellos por redentor. En todas sus tribulaciones Él no es
adversario, y el ángel de Su Presencia los salvó.
En
Su amor y en Su compasión Él los redimió. Y Él los eleva y los
sostiene hasta su ancianidad.”
(63:8-9)
Dios ama a Israel, y sabemos que nuestro Amor es también el nexo común con Su Amor. De ahí que como nuestro único y exclusivo Redentor, el Creador no se complace con nuestras tribulaciones, porque Él está para nosotros. Estos versículos también evocan nuestra Redención de la esclavitud en Egipto, porque Él nos redime en todos tiempos, pasados y presentes.
“Y ellos se han rebelado y han lastimado Su sagrado espíritu, y por enemigo lo convirtieron, y Él mismo ha peleado contra ellos. Y Él recordó los viejos tiempos, [a] Moisés, [y a] Su pueblo. ¿Dónde está Él, quien los trae desde el mar, el pastor de Su rebaño? ¿Dónde está Él, que pone en su entorno Su sagrado espíritu?” (63:10-11)
El Profeta confronta nuevamente nuestra separación del Amor de Dios, convirtiéndolo en enemigo. Todavía lo culpamos a Él por las consecuencias de nuestro corazón rebelde. Debemos entender que nuestros enemigos son aquellos que viven para las fantasías e ilusiones de ego, y las tendencias y rasgos negativos en la conciencia. Estos son las “naciones” y “pueblos” que quieren destruir el bien moral de los modos y atributos de Amor, que son nuestra esencia y verdadera identidad.
Al alejarnos de los caminos del Creador y seguir el predicamento de las naciones, estas se vuelven nuestros enemigos mortales, ya que existen para destruir todo lo opuesto a su predicamento. Al caer en envidia, lujuria, indolencia, indiferencia, soberbia, ira y codicia, por defecto estos se convierten en nuestros enemigos mortales, porque procuran la destrucción de lo contrario a ellos.
El Profeta ora por la Presencia de Dios en nuestros corazones, y permitir que Sus atributos conduzcan todos los aspectos y dimensiones de nuestra conciencia.
“Guiados por la diestra de Moisés, el brazo de Su gloria, separando las aguas de ante ellos, y hacerse para Él un nombre eterno. Guiados a través de abismos, como caballo en una llanura ellos no tropezaron. Como bestia que desciende en un valle, el Espíritu del Eterno le hace descansar. Así Tú has guiado a Tu pueblo y hacerte para Ti un glorioso nombre.” (63:12-14)
El Profeta evoca el Éxodo de Egipto, y la mano poderosa del Amor de Dios para redimirnos de los abismos de la conciencia humana. Isaías clama por la promesa de Dios para que también nos redima de este nuevo exilio entre las naciones.
“Mira atentamente desde los cielos, y observa desde Tu sagrada y hermosa habitación. ¿Dónde está Tu celo, y Tu poder? La multitud de Tus vocales y Tus compasiones hacia mí las has retenido. Porque Tú eres nuestro Padre, ya que Abraham no nos conoce, e Israel no nos reconoce. Tú, oh Eterno, eres nuestro Padre, nuestro Redentor por siempre es Tu nombre.” (63:15-16)
El Profeta continúa orando por nuestra Redención Final, y llama la atención de Dios acerca de Su destruido Templo, Su hermosa habitación sobre la cual Su Nombre fuera proclamado por el bien del mundo. Isaías apela al celo de Dios y Su dominio, y deplora Su ausencia en nuestros corazones. El Profeta ora representando a Israel en espera de su Redención tras la destrucción del Primer Templo.
Isaías admite ante Dios que somos extraños al elevado carácter de Abraham y de su nieto Israel, que no se reconoce en nosotros. De ahí que el Profeta apele a la abundante amorosa bondad y compasión del Creador para que Él sea nuestro único Redentor.
“Oh Eterno, ¿por qué haces que nos desviemos de Tus caminos, y endurezcas nuestro corazón para no temerte? Regresa por el bien de Tus servidores, las tribus de Tu heredad.” (63:17)
El Profeta denuncia nuestra debilidad de carácter que nos lleva a desviarnos, y separarnos de la rectitud de los caminos y atributos de Dios. Isaías se atreve a responsabilizar a Dios de nuestra naturaleza voluble, y de nuestra terquedad para irrespetar Su voluntad. De ahí la necesidad de transformar nuestra conciencia para poder tener éxito en nuestro destino de revelar y proclamar el reino de Dios en el mundo material.
“Por poco tiempo Tu sagrado pueblo posee [Tu santuario], nuestros adversarios han destruido Tu santuario. ¡Nosotros hemos estado desde antaño, [pero] Tú no has regido sobre ellos, ni Tu Nombre es llamado entre ellos!” (63:18-19)
Isaías se refiere a los enemigos de Israel igualmente como enemigos de Dios, y los culpa por la destrucción del Templo de Jerusalén que representa la Presencia de Dios en el mundo. Aunque sabemos que nuestros enemigos son consecuencia de nuestras tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego, el Profeta los culpa por su implacable oposición al plan de la Torá para la humanidad.
Mientras nosotros, a pesar de nuestra terquedad para separarnos de los caminos del Creador, proclamamos Su unicidad y atributos como los que deben prevalecer, las naciones rechazan Su unicidad y desprecian Sus leyes y mandamientos. Por ello no llaman el Nombre de Dios entre ellos.
Este Nombre representa la abundante amorosa bondad, gracia, compasión, rectitud y verdad que Él quiere que reconozcamos como nuestra esencia y verdadera identidad.
Dios ama a Israel, y sabemos que nuestro Amor es también el nexo común con Su Amor. De ahí que como nuestro único y exclusivo Redentor, el Creador no se complace con nuestras tribulaciones, porque Él está para nosotros. Estos versículos también evocan nuestra Redención de la esclavitud en Egipto, porque Él nos redime en todos tiempos, pasados y presentes.
“Y ellos se han rebelado y han lastimado Su sagrado espíritu, y por enemigo lo convirtieron, y Él mismo ha peleado contra ellos. Y Él recordó los viejos tiempos, [a] Moisés, [y a] Su pueblo. ¿Dónde está Él, quien los trae desde el mar, el pastor de Su rebaño? ¿Dónde está Él, que pone en su entorno Su sagrado espíritu?” (63:10-11)
El Profeta confronta nuevamente nuestra separación del Amor de Dios, convirtiéndolo en enemigo. Todavía lo culpamos a Él por las consecuencias de nuestro corazón rebelde. Debemos entender que nuestros enemigos son aquellos que viven para las fantasías e ilusiones de ego, y las tendencias y rasgos negativos en la conciencia. Estos son las “naciones” y “pueblos” que quieren destruir el bien moral de los modos y atributos de Amor, que son nuestra esencia y verdadera identidad.
Al alejarnos de los caminos del Creador y seguir el predicamento de las naciones, estas se vuelven nuestros enemigos mortales, ya que existen para destruir todo lo opuesto a su predicamento. Al caer en envidia, lujuria, indolencia, indiferencia, soberbia, ira y codicia, por defecto estos se convierten en nuestros enemigos mortales, porque procuran la destrucción de lo contrario a ellos.
El Profeta ora por la Presencia de Dios en nuestros corazones, y permitir que Sus atributos conduzcan todos los aspectos y dimensiones de nuestra conciencia.
“Guiados por la diestra de Moisés, el brazo de Su gloria, separando las aguas de ante ellos, y hacerse para Él un nombre eterno. Guiados a través de abismos, como caballo en una llanura ellos no tropezaron. Como bestia que desciende en un valle, el Espíritu del Eterno le hace descansar. Así Tú has guiado a Tu pueblo y hacerte para Ti un glorioso nombre.” (63:12-14)
El Profeta evoca el Éxodo de Egipto, y la mano poderosa del Amor de Dios para redimirnos de los abismos de la conciencia humana. Isaías clama por la promesa de Dios para que también nos redima de este nuevo exilio entre las naciones.
“Mira atentamente desde los cielos, y observa desde Tu sagrada y hermosa habitación. ¿Dónde está Tu celo, y Tu poder? La multitud de Tus vocales y Tus compasiones hacia mí las has retenido. Porque Tú eres nuestro Padre, ya que Abraham no nos conoce, e Israel no nos reconoce. Tú, oh Eterno, eres nuestro Padre, nuestro Redentor por siempre es Tu nombre.” (63:15-16)
El Profeta continúa orando por nuestra Redención Final, y llama la atención de Dios acerca de Su destruido Templo, Su hermosa habitación sobre la cual Su Nombre fuera proclamado por el bien del mundo. Isaías apela al celo de Dios y Su dominio, y deplora Su ausencia en nuestros corazones. El Profeta ora representando a Israel en espera de su Redención tras la destrucción del Primer Templo.
Isaías admite ante Dios que somos extraños al elevado carácter de Abraham y de su nieto Israel, que no se reconoce en nosotros. De ahí que el Profeta apele a la abundante amorosa bondad y compasión del Creador para que Él sea nuestro único Redentor.
“Oh Eterno, ¿por qué haces que nos desviemos de Tus caminos, y endurezcas nuestro corazón para no temerte? Regresa por el bien de Tus servidores, las tribus de Tu heredad.” (63:17)
El Profeta denuncia nuestra debilidad de carácter que nos lleva a desviarnos, y separarnos de la rectitud de los caminos y atributos de Dios. Isaías se atreve a responsabilizar a Dios de nuestra naturaleza voluble, y de nuestra terquedad para irrespetar Su voluntad. De ahí la necesidad de transformar nuestra conciencia para poder tener éxito en nuestro destino de revelar y proclamar el reino de Dios en el mundo material.
“Por poco tiempo Tu sagrado pueblo posee [Tu santuario], nuestros adversarios han destruido Tu santuario. ¡Nosotros hemos estado desde antaño, [pero] Tú no has regido sobre ellos, ni Tu Nombre es llamado entre ellos!” (63:18-19)
Isaías se refiere a los enemigos de Israel igualmente como enemigos de Dios, y los culpa por la destrucción del Templo de Jerusalén que representa la Presencia de Dios en el mundo. Aunque sabemos que nuestros enemigos son consecuencia de nuestras tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego, el Profeta los culpa por su implacable oposición al plan de la Torá para la humanidad.
Mientras nosotros, a pesar de nuestra terquedad para separarnos de los caminos del Creador, proclamamos Su unicidad y atributos como los que deben prevalecer, las naciones rechazan Su unicidad y desprecian Sus leyes y mandamientos. Por ello no llaman el Nombre de Dios entre ellos.
Este Nombre representa la abundante amorosa bondad, gracia, compasión, rectitud y verdad que Él quiere que reconozcamos como nuestra esencia y verdadera identidad.