“Y estamos tan impuros todos nosotros, y como vestido vetusto todas nuestros
actos justos. Y nos marchitamos como una hoja todos nosotros. Y nuestras
iniquidades como viento que nos aleja.” (Isaías 64:6)
Este versículo completa el mensaje del anterior respecto
a la futilidad del mal y de las fantasías e ilusiones de ego, en las que hasta
nuestras buenas acciones o actos justos se vuelven irrelevantes como “vestido
vetusto”. El resto del versículo es suficientemente elocuente para
hacernos conscientes del predicamento y consecuencias de las fantasías e
ilusiones de ego.
“Y no hay nadie que llame en Tu Nombre, que se mueva para apoyarse en Ti.
Porque Tú has ocultado Tu semblante de nosotros, y Tú nos has desvanecido por
nuestras iniquidades.” (64:7)
En nuestras tendencias y rasgos negativos nos
distanciamos de los caminos y atributos del Creador. Las fantasías e ilusiones
de ego derivadas de creencias y sentimientos de carencia son las que evitan que
llamemos el bien de los modos y atributos de Amor, como manifestación material
del Amor de Dios, de donde se sustenta toda la Creación.
Nos separamos del Amor de Dios como Su semblante ante el cual se desvanecen nuestras fantasías e ilusiones materialistas junto con nosotros.
Nos separamos del Amor de Dios como Su semblante ante el cual se desvanecen nuestras fantasías e ilusiones materialistas junto con nosotros.
“Pero ahora, Eterno, Tú eres nuestro Padre. Nosotros somos la arcilla y Tú
eres el alfarero. Todos nosotros somos la obra de Tus manos. No te enojes, oh
Eterno, muy adolorido, no recuerdes para siempre la maldad. He aquí, mira
atentamente, te rogamos a Ti, Tu pueblo somos todos nosotros.” (64:8-9)
El Profeta apela al Amor de Dios y Su poder para redimir
nuestra conciencia de la maldad y las tendencias y rasgos negativos. Porque Él
es nuestro Creador, porque es nuestro Padre. Como el Creador que es, Él es
nuestro Hacedor, y está en Él transformar nuestra conciencia eliminando la raíz
de todas nuestras iniquidades. Isaías incluye en esta plegaria a todos los
descendientes de Israel, nuestro patriarca.
“Tus ciudades sagradas han sido una desolación, Sión como yermo ha sido,
Jerusalén una desolación. Nuestra sagrada y hermosa casa donde nuestros padres
te alabaron, ha sido quemada con fuego y todas nuestras cosas deseables se han
convertido en desperdicios.” (64:10-11)
Las ciudades sagradas de Dios son los principios y
valores con los que estamos unidos a Él. Entre ellas Sión como Jerusalén la
más importante, porque representa el conocimiento de nuestro nexo permanente
con Dios. Ambas son el tiempo y espacio donde celebramos nuestro Amor y el Amor
de Dios unidos para siempre.
“¿Te contendrás Tú ante estas cosas, oh Eterno? ¿Retendrás Tu paz y nos afligirás muy severamente?” (64:12)
El Profeta recurre otra vez a la compasión y gracia del
Amor de Dios para redimirnos de las fantasías e ilusiones que nos separan de
Él. Al distanciarnos de Su Amor perdemos la paz como cualidad integradora y
abarcadora que nos hace enteros y completos en nuestra conciencia y en la vida.
Nuestra aflicción es el resultado de perder la paz como
la dulce recompensa de vivir en los modos y atributos de Amor. Porque Amor es
la esencia y verdadera identidad que el Amor de Dios nos da para ser, tener y
manifestar en todas las dimensiones de la vida.