“Existe un mal que he visto bajo el sol,
y que es prevalente entre los hombres. Un hombre a quien el Eterno da riquezas
y propiedad y honor, y su alma no carece de nada de lo que él desea, y el
Eterno no lo induce a comer de él, pero un extraño lo come; esto es vanidad y una dolorosa aflicción.” (Eclesiastés 6:1-2)
El rey Salomón
nos recuerda que el mal es solamente la referencia creada por Dios para que elijamos
el bien, con el fin de poder ejercer el libre albedrío y seguir siendo libres, porque en
el bien está nuestra libertad.
El mal continúa siendo prevalente mientras que
vivamos en las dualidades de las que debemos elegir todo el tiempo. De esta manera
abordamos la vida mediante el principio ético que ordena el bien cuando estamos
ante lo positivo y lo negativo, verdadero y falso, constructivo y destructivo,
útil e inútil, placentero y desagradable, dulce y amargo, alegre y triste, et
al.
Hemos dicho que
el bien es el origen, la causa, razón y propósito de la creación de Dios. Es lo
que procuramos y encontramos en todo lo que Dios nos da como posesiones, “propiedad,
riqueza y honor”, de las que no carecemos de nada, excepto por lo “extraño” en
pensamientos, deseos, codicia o lujuria ajenos a nosotros que son motivados por
las fantasías e ilusiones de ego que solamente son las vanidades que se convertirán
en dolorosas aflicciones que causan nuestros apegos, obsesiones y adicciones.
“Pueda un hombre tener cien [hijos] y vivir muchos años, y tenga
mucho a lo largo de los días de sus años, pero su alma no se sacie de todo lo
bueno ni tenga una sepultura. Yo he dicho que un niño nacido muerto es mejor
que él. Porque él nace de la vanidad y anda en las tinieblas, y en oscuridad se
cubre su nombre.” (6:3-4)
En nuestras
vanidades, no importa la plenitud ni la satisfacción que podamos tener en este
mundo, como algo supuestamente bueno, sin el verdadero bien jamás estaremos
saciados.
Aquello que creamos que es bueno, proveniente de deseos
materialistas, nos mantendrá en las tinieblas de las vanidades que son nuestro
“nombre” como aquello que somos y buscamos.
“Más aun, el que no vio el sol ni lo
conoció; este tiene más satisfacción que el otro. Y aún si ha vivido mil años y no
tuvo ningún placer, ¿acaso no van todos al mismo lugar? Todo lo que una persona
trabaja es para su boca, ¿y acaso se sacia el apetito?” (6:5-7)
Estos versículos
nos hacen conscientes de los patrones repetitivos de las vanidades que son una
vejación para el alma, atrapada en sus círculos y regresando al mismo lugar. Lo
que decimos usualmente refleja nuestros deseos para los que trabajamos, y su
futilidad es la razón de nuestra insatisfacción.