“Este es un mal que se hace bajo el sol, que hay que acontece para todos. Sí,
también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad, y la
locura está en su corazón mientras vivan hasta cuando vayan a los muertos. Porque para el que se une
a los vivos hay esperanza, porque es mejor un perro vivo que un león muerto.”
(Eclesiastés 9:3-4)
Todos enfrentamos la maldad en este mundo bajo el sol, porque nos pasa a
todos. El mal habita en nosotros como una referencia necesaria para elegir el
bien, como parte de la conciencia humana para poder ejercer el libre albedrío.
Cuando hacemos de la maldad nuestra opción, llena nuestros corazones y
mentes para hacernos caer en las fantasías e ilusiones de ego que son
expresiones de la locura por la que vivimos y por las que eventualmente
moriremos.
Esto nuevamente nos hace conscientes de que una vida significativa
está asociada al bien, mientras que la vanidad y la futilidad del mal nos hacen
muertos en vida.
Es mejor vivir en el bien, aunque sea poco, que muertos en la abundancia
como ocurrió en la generación del Diluvio y los pueblos de Sodoma y Gomorra,
quienes en su extrema abundancia vivieron en la perversión y depravación como muertos
en vida.
“Porque los vivos saben que morirán pero los muertos no saben nada, ni
tienen recompense porque su recuerdo es olvidado. Al igual que su amor, su
odio y su envidia perecidos desde hace tiempo; ni tienen ninguna porción para
siempre de nada hecho bajo el sol.” (9:5-6)
Se nos enseña sutilmente aquí que el bien es acumulable, agrega y
multiplica, porque siempre es recordado y alabado por el beneficio que otorga a
la condición humana.
Aquellos que viven en, con, por y para el bien, saben que
es su única posesión porque es parte de lo que son. En este conocimiento sus
vidas se completan en su propósito cuando mueren.
El bien que han hecho los hace siempre vivos, porque su recuerdo es
bendecido y honrado aún después de morir; mientras que el recuerdo de los vivos
es borrado porque sus acciones negativas son únicamente recordatorios de lo que
debe ser eliminado de la vida.
“Anda tu camino, come tu pan con regocijo, y bebe tu vino con un corazón
contento; porque el Eterno ya ha aceptado tus [buenas] obras. Que tus
vestiduras estén siempre blancas y que no falte aceite en tu cabeza.” (9:7-8)
Estos versículos también evocan la redención final en el judaísmo y la era
mesiánica que estamos destinados a vivir, más pronto que más tarde, ya que el bien
es el propósito de la creación de Dios, la cual incluye la vida en este mundo.
El bien es el propósito y la motivación para andar en el mundo y disfrutar
las cosas que nos hacen felices, y para regocijarnos en un corazón contento
sabiendo que cosechamos los frutos y beneficios del bien por el que vivimos.
Esta es la realización de que el bien es el nexo con nuestro Creador que
nos mantiene puros, completos y plenos. Así estamos permanentemente iluminados
por el aceite de nuestro conocimiento de Dios.