Intentar definir o describir Jerusalem
es el mismo empeño inútil de concebir al Dios de los hebreos. La razón es
bastante simple porque Jerusalem y el Creador se corresponden, porque el
“lugar” de la presencia de Dios en el mundo es tan sagrado como Él. El nombre
de esta ciudad lo confirma. La tradición oral judía nos ofrece dos significados
esenciales.
Por un lado nos dice que existían dos
ciudades, una frente a la otra, separadas por el valle de Josafat. Se llamaban Shalem
and Jeru, las que muchos siglos después serían unificadas por el rey David. Por
ello el escritor de los Salmos es considerado el fundador de la ciudad, y quien
la estableció como la capital eterna e indivisible de Israel.
La otra versión es que la ciudad
originalmente se llamaba Shalom (paz), y luego de la ofrenda de Abraham, de su
hijo Isaac, aquel la llamó Yierushalem. La traducción de este nombre se puede
entender de dos formas complementarias, “aparecerá en paz” o “será visto en paz”,
refiriéndose a Dios. Ambas están en futuro, porque sería el lugar que Él
escogería para Su templo, la morada de Su presencia en el mundo.
En este
sentido Jerusalem y su templo son parte del mismo lugar donde mora la Presencia
Divina. Esta definición es correcta para describir su carácter eterno e
indivisible, como también lo es el Dios de los hebreos.
En su libro de salmos, el rey David reflexionó
sobre estas premisas con aguda percepción y claridad de lo que esta ciudad significa
y representa como capital del pueblo judío en particular, y para la humanidad
en general.
El salmista nos revela rasgos y
atributos inherentes a Dios y a Jerusalem, no con la intención de definirlos a ambos sino como cualidades
que encontramos como nexos que los unen. Contemplaremos y elaboraremos en estas
al citar los versículos en los salmos, donde el rey David se refiere a Jerusalem,
a Sión y al Templo, como el mismo lugar.
La tradición oral hebrea no ofrece
significados específicos para Sión, sino solamente como un sinónimo de
Jerusalem y su templo. Así comprendemos y asimilamos que el sionismo es la
creencia estructural y fundamental del judaísmo en Jerusalem como la capital de
Israel elegida por Dios.
En este contexto judaísmo es sionismo, y los judíos
son inherentemente sionistas. Esta creencia es fundamental para abordar la
presencia de Dios en el mundo.
Sigamos los pasos del rey David en Jerusalem,
e iluminémonos con la presencia de Dios en la capital, la cabecera eterna de Israel.
“Y Yo he establecido Mi rey en Sión, el monte de
Mi sacralidad.”
(Salmos 2:6)
La Biblia hebrea menciona
repetidamente que Dios es sagrado, refiriéndose a seguir Sus caminos, atributos
y mandamientos.
“Habla a toda la congregación de los hijos de
Israel y diles a ellos, ‘Sed sagrados, porque el Eterno
vuestro Dios es sagrado’.” (Levítico 19:1)
Entendemos lo sagrado no sólo como uno
de los atributos del Creador sino también como precondición para acercarnos a
Su presencia. Así asimilamos lo sagrado como algo que necesitamos ser y tener
para compenetrarnos con Dios.
De ahí que Sión sea el monte de Su sacralidad,
donde Él establece Su rey como el regente que mejor entiende e imparte la voluntad
de Dios para Su pueblo.
No podría ser de otra manera, ya que
lo sagrado en el Creador requiere igualmente un lugar sagrado para habitar en
el mundo y un rey sagrado para regir en aras de lo sagrado. Lo esencial es
comprenderlo como cualidad o cualidades que excluyen todo lo que es ajeno a los
modos, medios y atributos de Dios.
En este sentido asimilamos que se trata de
lo que es bueno y lo inherente a esto, porque el bien es lo que nos hace
sagrados y a la vez nos asemeja al Creador.
El hecho de que el versículo indique “establecimiento” significa que todo
lo relacionado con Sión y Jerusalem existe para la eternidad.