domingo, 29 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXIV)


“En aras de mis hermanos y mis bien amados, he de decir ‘la paz sea en ti’.
(Salmos 122:8)

El rey David nos dice que en Jerusalén converge todo lo que une y compenetra todo y a todos. En esta unidad congregada vivimos siendo conscientes de la paz.

Nuestros hermanos, hermanas y bien amados son aquellos que en su propia diversidad individual comparten en bien como el nexo que nos conecta unos con otros, siendo paz su máxima expresión. De ahí que procuremos la paz como el conocimiento abarcador e integrador que también nos une a Dios.

“¡En aras de la casa del Eterno nuestro Dios, procuro tu paz! (122:9)

La casa de Dios es el Santuario que Él ha establecido para que more entre (en) nosotros acá en este mundo y, como el salmista lo ha destacado frecuentemente, el bien es nuestro nexo con el Creador. De ahí que procuremos el bien en aras de nuestra conexión con Dios.

“Aquellos que confían en el Eterno son como el monte Sión, que es inamovible [por estar] establecido eternamente. (125:1)

La confianza se basa en lo que conocemos o creemos como algo por lo que vivimos y conducimos nuestra vida. Confiar en Dios es vivir por lo que Él representa, que nos mantiene vivos para prosperar con ello y por ello. Por lo tanto nuestro Creador es el principio ético rector por el que existimos para vivirlo y sentirlo en este mundo.

El salmista compara este principio a la montaña inamovible llamada Sión y a su cualidad eternal, por el hecho de que la eternidad de Dios está en ella; lo cual es reiterado en el próximo versículo.

“¡Jerusalem! Montañas la rodean, y el Eterno rodea a Su pueblo de aquí a la eternidad. (125:2)

Las montañas representan creencias, principios y referencias inamovibles, mediante los cuales dirigimos nuestra vida. Como nuestra conexión con Dios, Jerusalem está asentada sobre una montaña rodeada por una muralla, y también por montañas que reafirman la prevalencia del bien que el principio fundamental bajo el que están destinados a conducirse todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia humana.

De la misma manera que somos conducidos por el bien, y protegidos por sus cualidades éticas, el Creador también guía a Su pueblo eternamente.

Aquí debemos entender que Su voluntad, al igual que Sus modos y atributos, existen eternamente; y mientras que vivamos en el bien inherente a éstos, ciertamente estaremos protegidos por Él.

domingo, 22 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXIII)


“Orad por Jerusalem de paz, en abundancia aquellos que te aman. (Salmos 122:6)

Frecuentemente nos referimos a orar y alabar, no sólo como un proceso pasivo sino dinámico, mediante el cual sintonizamos la conciencia con lo que hacemos.

Rezamos para evocar al Creador como el gobierna lo mejor en nosotros, con el fin de permitir que el bien esté en nuestra vida y nos provea lo que necesitamos tanto para nosotros como para quienes se benefician de nosotros.

Realmente rezamos para que el bien esté con nosotros, no de manera egoísta sino para hacernos mejores con nosotros mismos y ser una fuente de bien para los demás.

Rezamos, no para vivir una emoción o sentimiento apasionado de cercanía con Dios, sino para evocar Sus modos y atributos, y emularlos en lo que decimos y hacemos.

Pronunciamos “alabemos al Señor” como invocación a Su amorosa bondad para despertar el bien en nosotros, y manifestarlo lo que somos y hacemos. En este sentido, la alabanza es dar crédito, reconocer y agradecer la presencia de Dios en nosotros, y expresarla en cada momento que vivimos.

En este versículo el salmista nos invita a evocar la paz de Jerusalem que la hace completa, entera, total e indivisible. Como ya hemos señalado, paz en hebreo significa todas estas palabras, ya que esta integración es la culminación de la unificación de nuestra conciencia, a través del bien.

Amar la paz de Jerusalem es vivir en el bien como lo abundante que nos mantiene constantemente satisfechos y plenos. Así nos hacemos conscientes nuevamente de que el amor y el bien se pertenecen como fuente de lo que verdaderamente somos, nuestra esencia e identidad.

“Paz está en tu muralla, abundancia en tus fortalezas. (122:7)

Murallas y fortalezas comparten las mismas cualidades, cuya función es proteger algo. La paz abarca estas cualidades como fortalezas nuestras al igual que las murallas que nos escudan contra lo contrario al bien, y la abundancia es el resultado.

Una vez realizamos el proceso diligente y comprometido de unificar los diversos aspectos, tendencias, dimensiones y rasgos de nuestra conciencia, su resultado final es paz como la unidad armónica funcional que Jerusalem representa.

domingo, 15 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXII)


Jerusalem, construida como ciudad junta, unida. (Salmos 122:3)

Este versículo responde a aquellos que quieren dividirla como capital de dos pueblos que no comparten la misma conexión y relación con el Creador. El establecimiento divino de Jerusalem, el cual es llamado aquí “construida”, busca reflejar la unidad del Dios que la llama Su morada en la tierra.

Esta es la misma unidad del bien, que tampoco es un principio ético rector dividido ni disperso, como la cabeza (en latín, “capital” significa “cabeza”) que no puede partirse porque es una unidad.

En ella todo no sólo está “junto” sino también “unido”, formando una unidad armónica funcional cuyo propósito es unificar la diversidad en todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia a través del bien y para el bien.

“Porque ahí subían las tribus, las tribus del Eterno, congregaciones de Israel para reconocer [agradecer] el nombre del Eterno. (122:4)

Tal como lo hemos mencionado, las tribus de Israel representan los potenciales creativos positivos que abarcan la conciencia humana, incluyendo creatividad, inventiva, destrezas y talentos que han de ser elevados por y para el bien, con el fin de ascender al Creador de donde todo emana.

En este ascenso reconocemos que Dios está con nosotros y ello nos insta a reverenciarlo en gratitud, porque el agradecimiento es la respuesta inmediata al bien cuando lo recibimos.

El versículo también se refiere a las ofrendas que el pueblo de Israel traía al Templo de Jerusalem tres veces al año, encomendadas por Dios en la Torá para que renovasen su compenetración con Él de una manera unida y armonizada, consonante con la unidad de Jerusalem.

“Porque ahí [en Jerusalem] están establecidos tronos de juicio, los tronos de la casa de David. (122:5)

El versículo claramente indica que el juicio como producto del discernimiento debe provenir del más elevado nivel de conciencia que Jerusalem representa, ya que es el “lugar” en el que nos conectamos con el Creador a través del bien como nexo con Él.

Aquí entendemos que tener juicio es poseer la actitud justa en cada momento que vivimos. De ahí que tener un “buen juicio” significa dejar que el bien dirija nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, lo que decimos y lo que hacemos. Así asimilamos que el bien es el trono como fundamento con el que conducimos todos los aspectos y expresiones de la vida.

Los “tronos” mencionados en el versículo se refieren a los modos y atributos del bien, que definen sus cualidades éticas. A partir de éstos armonizamos la necesaria interacción de intelecto, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, pasión e instinto, con el fin de vivir una conciencia unificada destinada a expresarse por y para el bien.

En este contexto, la casa de David representa la disposición, compromiso y determinación de conducir con el bien las tribus de Israel, que como hemos señalado abarcan los potenciales creativos positivos en la conciencia humana.

El rey David es el paradigma de las expresiones regidoras y conductoras del bien, también llamado la conciencia mesiánica destinada a reinar eternamente con el advenimiento de la redención final judía.

Jerusalem es el lugar donde esta nueva conciencia transformadora se manifiesta para reinar en la misma morada elegida por el Creador en este mundo.

domingo, 8 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXI)


“Cumpliré mis votos al Eterno en presencia de todo Su pueblo. En los atrios de la casa del Eterno, en medio de Jerusalem, alabanza al Eterno. (Salmos 116:18-19)

Jerusalem es donde integramos todos los niveles y aspectos de la conciencia en, con y para el bien (éstos son el “pueblo de Dios” y las “tribus of Israel”) con voluntad de convicción y determinación (“los votos”).

Los “atrios” y “en medio” de la ciudad de Dios son Sus modos y atributos, que son nuestra “alabanza” a Él por lo que somos y hacemos en el mundo material. Vivir en los predios del bien es morar en la casa de Dios que está edificada en Jerusalem.

“Me alegré en los que me dicen, ‘Vayamos a la casa del Eterno’. (122:1)

Este versículo podemos leerlo de varias maneras. El rey David se alegra por aquellos que lo invitan a visitar el Templo de Jerusalén. Ellos no solamente son sus amigos sino también en quienes él se regocija, su causa y razón de ser feliz.

Estos son las cualidades y rasgos positivos que definen el bien a través de sus expresiones en lo que hacemos por nuestro bienestar individual y colectivo, de ahí que sean las mejores razones para alegrarse, ya que están destinados a conducir nuestras vidas como voluntad de Dios, la cual es Su “casa”. Ir a la casa de Dios es lo que hace lo mejor en nosotros cuando vivimos permanentemente en el bien.

“Nuestros pies estaban parados en tus portales, ¡Jerusalem! (122:2)

Ir a Jerusalem, al igual que a otra parte, requiere de nosotros el complete conocimiento y determinación de desplazarnos en esa dirección. Es claro que son nuestros pies los que nos llevan adonde necesitemos o queramos ir, aunque se limitan a responder nuestra voluntad. Una vez lleguemos adonde queramos estar, será algo que habremos logrado.

El salmista hace que sus palabras en este versículo suenen como la culminación de un largo camino en el que dejamos atrás las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego, y así comprometernos a vivir en los modos y atributos del bien.

No es una tarea fácil, pero sí un proceso continuo de transformación de la conciencia para reorientarla hacia el camino correcto. Una vez completemos este camino de desafíos, estaremos literalmente parados en los portales de la ciudad de Dios, llamando su nombre para que nos permita entrar y morar e ella compenetrados con nuestro Creador.

domingo, 1 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XX)


“El cetro de tu fortaleza el Eterno envía desde Sión, [para] reinar entre tus enemigos. (Salmos 110:2)

Este es otro de los versículos más profundos en la Biblia hebrea, relacionados con la redención final judía y la era mesiánica. Debemos entenderla exclusivamente en el contexto de la nueva conciencia prometida por Dios en el advenimiento del final de los tiempos.

El rey David se dirige a la conciencia mesiánica prometida a Israel como su “señor”, diciéndonos que su principal fortaleza es el principio reinante (“el cetro”) que proviene del Creador a través de Sión como el punto que lo conecta a Él con Su creación.

Comprendemos la redención final judía como la promesa cumplida de Dios a Israel como el pueblo elegido para convertirse en “una nación de sacerdotes” (Éxodo 19:6) y “una luz para las naciones” (Isaías 42:6, 49:6, 51:4). Por lo tanto Israel es el receptor de la conciencia mesiánica a la que se dirige el rey David.

De ahí asimilamos que la cualidad de esta futura conciencia revelada reinará sobre las tendencias y rasgos negativos, reorientándolos hacia el servicio de los modos y atributos del bien. El versículo precedente lo confirma.

“El Eterno dice a mi señor, ‘Siéntate a Mi diestra hasta que Yo haga de tus enemigos tu escabel’. (110:1)

Mientras estemos permanentemente cerca del bien que el Creador quiere que prevalezca en Su creación, el cual es Su diestra, convertirá todo lo opuesto al bien en su servidor como un escabel.

Así asimilamos que Israel representa los rasgos, tendencias y cualidades del bien, destinadas a prevalecer para siempre en la conciencia humana, tal como es reiterado más adelante.

Esto quiere decir que el mal no existirá en la manera como lo conocemos, sino como otro aspecto de la conciencia humana que se manifestará de manera positiva y constructiva. Habrá de ser así bajo la directa emanación del bien que Dios prometió que reinará eternamente desde Sión como Su morada en el mundo material.

“El Eterno ha jurado y no se arrepentirá. Tú eres sacerdote para siempre para la orden de Melquizedek. (110:4)

Este es el sacerdocio de Israel establecido por Dios como un decreto eterno.

La Torá y la tradición oral hebrea nos cuentan que Melquizedek era el rey de Salem (después llamada Jerusalem), que recibió a Abraham luego de su victoria sobre cuatro reyes de Canaán y le dio el diezmo de todo (Génesis 14:18-20), transfiriéndole así el sacerdocio eterno a Abraham e Israel  su descendiente.

De ahí que el reino de paz (Salem) haya sido dado a Israel como su herencia divina, tal como el rey David lo indica en este versículo.

Así nos hacemos conscientes de que Jerusalem y Sión representan el pleno conocimiento de la paz como el medio que nos compenetra con el Eterno que nos la da como máxima expresión del bien.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.