domingo, 24 de junio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XIX)


“Tú [Eterno] te has levantado, Tú has tenido compasión de Sión, porque ya es hora de agraciarla, porque ha llegado el momento asignado. Porque Tus servidores desean sus piedras, y en su polvo encuentran gracia. (Salmos 102:13-14)

La alegoría de Dios “levantándose” sugiere la culminación de Su voluntad, como un lento proceso mediante el cual aprendemos cómo integrar Sus modos y atributos en nuestra conciencia individual y colectiva.

Los modos en los que Dios se relaciona con Su creación son de hecho Su voluntad. Entonces levantarse implica una acción dinámica, a diferencia de la aparente quietud de estar sentado.

Mencionamos a menudo la razón por la que los profetas hebreos presentan sus visiones o revelaciones en tiempo pasado, porque ellos se refieren a lo que ya ha ocurrido en lo que percibieron. Al ser testigos de la redención final en el judaísmo, la vaticinan como una profecía ya cumplida.

Se trata de que asimilemos los aspectos y condiciones que conducen al cumplimiento de sus profecías, y a partir de ellas comenzamos a vivir el anunciado “final de los tiempos”, que tienen que ver con la transformación necesaria para adquirir la nueva conciencia en la qiue solamente el bien regirá en todos las facetas y expresiones de la vida.

Esta transformación únicamente puede tener lugar en Sión como el pleno conocimiento de nuestra conexión con el Creador de todo lo existente. En algún momento, con la esperanza de que sea en nuestros tiempos, mediante Su compasión Él habrá de poner fin a la dualidad de “el bien y el mal” que caracteriza la conciencia humana, elevándose junto a Sión hacia nuevas Alturas en las que sólo el bien habrá de conducirnos en nuevos senderos insondables en nuestro largamente acondicionado entendimiento de la vida.

El rey David nos indica que el tiempo asignado para nuestra redención final ya ha sido establecido para que también nos levantemos y elevemos nuestros pensamientos, emociones y sentimientos hacia las más sublimes expresiones del bien en lo que somos, tenemos y hacemos, tal como nos lo encomienda el Creador.

Aquellos que sirven al bien desean sus piedras que son los cimientos que representan principios éticos rectores que definen su naturaleza. Al vivir por ellos su efecto es la gracia, ya que entre más vivamos en el bien, más agraciados seremos en éste que ha sido la mayor bendición permanente que el Creador ha vertido en Su creación.

“Entonces las naciones reverenciarán en  nombre del Eterno, y todos los reyes de la tierra Tu gloria. Porque el Eterno ha construido Sión, Él ha sido visto en Su gloria. (102:15-16)

Jerusalem nuevamente es reafirmada como el lugar donde Dios es reconocido como único reinante en nuestra conciencia. Hemos dicho que Su “nombre” es cómo Él se relaciona con Su creación. Este nombre abarca Sus modos y atributos, mediante los que también nos relacionamos con Él, y que igualmente son las maneras como lo “reverenciamos”.

“Naciones”, “pueblos” y “reyes” representan rasgos, tendencias, cualidades, talentos, destrezas, que acompañan intelecto, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, pasión e instinto. Todos están destinados a honrar la “gloria” de Dios, viviendo totalmente en Su voluntad, que precisamente es Su gloria.

Cumplimos Su voluntad en el pleno conocimiento del bien que “vemos” en Sión como el más elevado nivel de conciencia desde donde nos compenetramos con el bien que emana de Él.

“[Para] Declarar en Sión en nombre del Eterno, y Su alabanza en Jerusalem. En los pueblos congregados juntos, y los reinos que sirven al Eterno. (102:21-22)

Alabamos y honramos al Creador mediante la manera como nos relacionamos con Él, que es como ya hemos señalado, emulando el bien que Él vierte en Su creación, ya que esa es la forma en que le “servimos”.

Estamos destinados a congregar juntando todo lo que abarca nuestra conciencia (“las naciones”) para declararlo como una unidad funcional armonizada bajo la conducción del bien en aras del bien.

domingo, 17 de junio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XVIII)


“Sión ha oído y se ha regocijado, y las hijas de Judá están dichosas debido a Tus juicios, oh Eterno. (Salmos 97:8)

Muchos de los salmos de David son claramente proféticos. Algunos de manera específica, y otros como éste de forma velada, a manera de invitación para que consideremos los significados de Sión, Jerusalem y el Templo, y cómo resuenan en nuestra conciencia.

Sión es el más elevado nivel de conciencia en el que estamos permanentemente unidos a nuestro Creador. “Oír” y “regocijarse” son situaciones complementarias en las que una conduce a la otra.

Frecuentemente relacionamos oír con entender y ver con saber. Al entender a fondo el bien como nuestro nexo con Dios, el resultado inmediato es la alegría; pues, ¿qué podría ser más regocijante que compenetrarnos con Él?

Las “hijas” de Judá, al igual que las de Jerusalem, mencionadas en otros pasajes de la Biblia hebrea, son tendencias, cualidades y rasgos positivos, relacionados con el bien como nuestra conexión con Dios. De ahí que sean dichosas cuando emulan y comparten los modos y atributos del Creador, que también son Sus “juicios”.

“El Eterno es grande en Sión, y alto es Él sobre todos los pueblos. (99:2)

Sión es donde mora el Creador en nosotros, porque es el mayor conocimiento de Su presencia en nuestra conciencia. Lo grande de Dios es ciertamente Su presencia, la cual abarca toda Su creación.

De ahí que el Creador sea alto sobre todo lo existente, incluyendo los “pueblos”, que generalmente representan las tendencias y rasgos negativos que nos separan de los modos y atributos del bien, el cual está por encima para reinar sobre todos.

“¡Exaltad al Eterno nuestro Dios y postraos ante la montaña de Su sacralidad, porque sagrado es el Eterno nuestro Dios! (99:9)

Nos postramos ante lo sagrado en reverencia a lo que es mayor y por encima de nosotros, sin lo que podríamos existir. Asombro y reverencia es lo mínimo que podemos tener ante lo que dependemos completamente. Saber o entender lo contrario es pura arrogancia, desdén y total falta de aprecio y gratitud por lo sagrado que nos da la vida.

“Constantemente (lit. todas las mañanas) expulso a los malvados de la tierra, para sacar de la ciudad de Dios todos los que hacen mal. (101:8)

En este versículo el rey David fue el precursor de los proverbios “andar en el sendero de la rectitud exige vigilancia eterna” y “vigilancia eterna es el precio de la libertad”, pero él va todavía más allá de lo que ambos significan.

La constante vigilancia para vivir libre de rasgos negativos y malos hábitos requiere mantenerlos alejados de nosotros, sacándolos de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones.

“Todos los que hacen el mal” no son parte de la ciudad de Dios, porque Sus modos y atributos no cohabitan con la maldad.

domingo, 10 de junio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XVII)


“Cosas honorables se dicen de ti, oh ciudad de Dios, eternamente.
(Salmos 87:3)

Todo lo relacionado con Jerusalem es lo más sublime en naturaleza y cualidad, como es todo lo relacionado con el bien, simplemente porque es “la ciudad de Dios”, como su inmutable principio regidor en Su creación. De ahí que sea una entidad, absoluta, autosuficiente, destinada a conducir todos los aspectos y expresiones de la vida.

“Pero acerca de Sión se habrá dicho, ‘Este y aquel nacieron en ella’; el Altísimo mismo la ha establecido.” (87:5)

Aquí el versículo iguala el lugar de nacimiento a la esencia de la identidad de uno. Por lo tanto Sión, al igual que la Torá, define la identidad judía como la cualidad unificadora que comparten el Creador de todo e Israel.

La esencia de esta identidad es el bien como expresión de cada aspecto y faceta de la vida judía. Así somos reconocidos por el principio que guía nuestras acciones, ya que éste identifica lo que somos y que ha sido establecido para nosotros por el Creador.

“Aquellos que son plantados en la casa del Eterno florecerán en los atrios de nuestro Dios. (92:13)

La identidad hebrea está profundamente enraizada en el principio que abarca todos los principios inherentes a los mandamientos, decretos, estatutos y ordenanzas de Dios, tal como los presenta la Torá.

El bien como principio absoluto es la expresión de creencias, ideas, emociones y sentimientos positivos que “florecen en los atrios de nuestro Dios”, los cuales son Sus modos y atributos que nos esforzamos en emular como fuente de nuestra plenitud.

Este versículo nos recuerda que florecemos solamente en el bien.

“Tus estatutos son firmes. La sacralidad adorna Tu casa, oh Eterno, siempre. (93:5)

Los mandamientos, decretos, estatutos y ordenanzas del Creador son los firmes cimientos que definen el propósito del bien en el mundo material.

Así nos hacemos conscientes de que para entender esto primero debemos asimilar plenamente el bien en nuestra conciencia, desde donde estamos firmes. Entonces sabremos que lo sagrado del bien es el eterno esplendor y belleza del resplandor de Dios en Su creación.

domingo, 3 de junio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XVI)


“Porque un día en tus atrios es mejor que un millar afuera. Preferiría estar en la puerta de la casa de mi Dios, que vivir en las tiendas de la iniquidad.
(Salmos 84:10)

En este versículo aprendemos otra vez que Jerusalem es el más elevado estado de conciencia en el que vivimos a plenitud el bien como nexo con nuestro Creador. Es el tiempo y espacio donde queremos vivir eternamente porque, si estamos ante la presencia de Dios, ¿qué más podría hacernos falta, que extrañemos o añoremos?

Más aun, estar tan sólo próximos al bien es mejor que vivir a la intemperie de las tendencias y rasgos negativos de fantasías e ilusiones de ego que hacen que la vida carezca de significado.

La iniquidad es el resultado de nuestras debilidades para rechazar las creencias y sentimientos de carencia innecesarios, que pretenden denigrar el bien como algo incompleto, insuficiente, deficiente y débil que conduce al fracaso. Estos son precisamente los rasgos y tendencias de todo lo contrario al bien, porque éste conlleva a la plenitud.

Los modos, medios y atributos éticos inherentes al bien son los “atrios” de la voluntad de Dios para Su creación, las “tiendas” que dan sentido a la vida, a diferencia de las tiendas donde se alojan los bajos instintos, pasiones, emociones y sentimientos que pisotean la dignidad de la vida, que es el bien.

“Su fundamento [del Eterno] está en montañas sagradas. El Eterno ama las puertas de Sión entre todas las moradas de Jacob. (87:1-2)

Como hemos mencionado, en la tradición judía “montañas”, “colinas” y “lugares altos” representan los más elevados valores, principios y creencias, mediante los que conducimos nuestras vidas en este mundo. De ahí entendemos que los modos y atributos de Dios, tal como los presenta la Biblia hebrea, son comparados a montañas sagradas.

En este sentido Sión, como “la montaña de las montañas” que nos señalan los profetas (Isaías 2:2, Miqueas 4:1), es desde donde Dios dirige Su creación. De ahí entendemos Su preferencia del bien como Su principio ético regidor destinado a conducir las dimensiones, expresiones y aspectos positivos de la vida, conocidos también como las moradas de Jacob.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.