“Alabad al Eterno. Cantad al Eterno una
nueva canción, Su alabanza en la congregación de los amorosos [piadosos].
Alégrese Israel en su Hacedor, regocíjense los hijos de Sión en su Rey.” (Salmos 149:1-2)
La “nueva canción” es la expresión de la
nueva conciencia que nos espera en la era mesiánica. Es una alabanza de los
amorosos, porque amor es el principio reinante que, compenetrado con el amor de
Dios, habrá de manifestar nuevas expresiones del bien en todos los aspectos de
la vida.
El bien del amor tiene el poder de unir
y juntar las congregadas tribus de Dios, que habrán de interactuar en la unidad
armónica funcional a la que nos hemos referido antes.
Nos regocijaremos en
nuestro Creador, porque finalmente estaremos íntimamente compenetrados con Él,
cuya amorosa bondad es la mayor de las alegrías. Es la sacralidad que
alabaremos siempre, porque viviremos en ella eternamente.
“Alabad al Eterno. Alabad a Dios en Su
sacralidad [Templo]; alabadlo en el firmamento de Su poder.” (150:1)
El rey David nos cuenta por última vez
en su libro de salmos, que nuestra relación, nexo, y conexión con el Creador
culmina en la sacralidad de Su casa, el Templo de Jerusalén, Sión, el lugar de
Su morada en este mundo para la eternidad, la cual es el firmamento de Su poder.
Hemos visto en todos los versículos que el salmista escribió acerca de
Jerusalén, las muchas facetas de la casa de Dios donde estamos unidos a Él.
Así viviremos la redención final que nos
prometió, siempre y cuando abracemos el bien como regente eterno. Es nuestra
esencia e identidad. Ese es el mensaje primordial que estamos destinados a
vivir, porque el bien es la causa y la finalidad.