sábado, 24 de febrero de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (II)

“Mi voz llama al Eterno y Él me responde desde el monte de Su sacralidad, para siempre.” (Salmos 3:5)

Este y los demás versículos que serán citados reiteran lo que hemos indicado antes. Tenemos que acercarnos a Dios en, por y con lo sagrado en nosotros, ya que es el nexo que comparte con el pueblo hebreo.

El énfasis de “para siempre” que vemos frecuentemente en los Salmos debe entenderse como algo previamente establecido para la eternidad. Dios responde en lo sagrado, trayéndonos a lo eterno de Su sacralidad.

“Y yo, en Tu abundante amorosa verdad, he de venir a Tu casa; me prosterno hacia el templo de Tu sacralidad, en reverencia a Ti. (5:8)

El rey David evoca uno de los atributos de compasión del Creador, “abundante in amorosa bondad” (Éxodo 34:6-7) para acercarse a Él en plegaria.

Esto también lo entendemos como un atributo que debemos compartir con Dios para poder venir al lugar de Su sacralidad, la cual también debemos ir en reverencia. Aquí reverencia significa no en temor al Creador sino en reconocimiento de su insondable presencia que nos hace sentir infinitesimalmente pequeños ante Él.

Esta no es la primera ni la última ocasión en la que el rey David nos invita a adoptar la humildad, ya que esta es uno de los requisitos para invocar a Dios en oración. La reverencia aquí es una expresión de la mayor humildad, similar a prosternarse ante la magnificencia de nuestro Creador.

“Cantad alabanzas al Eterno que mora en Sión, proclamad Sus acciones entre los pueblos. (9:12)

En el libro de las oraciones hebreas recitamos salmos para rogar a Dios que escuche nuestra voz, y que nos otorgue lo que necesitamos cada día para vivir de acuerdo a Su voluntad.

Durante este período de súplica nos acercamos a Él reconociendo Sus obras y constantes maravillas y milagros para con nosotros, y comenzar a compenetrarnos para participar en las bendiciones de Su amorosa bondad y verdad.


Entendemos las “alabanzas”, no sólo para exaltar y glorificar al Creador con palabras, sino también para actuar de acuerdo a Sus caminos y atributos por los que lo honramos, ya que nuestras acciones dicen más que nuestras palabras.

De esta manera proclamamos apropiadamente Sus obras entre los pueblos, haciéndonos conscientes de que Dios mora en la sacralidad de Sión.

domingo, 18 de febrero de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (I)

Intentar definir o describir Jerusalem es el mismo empeño inútil de concebir al Dios de los hebreos. La razón es bastante simple porque Jerusalem y el Creador se corresponden, porque el “lugar” de la presencia de Dios en el mundo es tan sagrado como Él. El nombre de esta ciudad lo confirma. La tradición oral judía nos ofrece dos significados esenciales.

Por un lado nos dice que existían dos ciudades, una frente a la otra, separadas por el valle de Josafat. Se llamaban Shalem and Jeru, las que muchos siglos después serían unificadas por el rey David. Por ello el escritor de los Salmos es considerado el fundador de la ciudad, y quien la estableció como la capital eterna e indivisible de Israel.

La otra versión es que la ciudad originalmente se llamaba Shalom (paz), y luego de la ofrenda de Abraham, de su hijo Isaac, aquel la llamó Yierushalem. La traducción de este nombre se puede entender de dos formas complementarias, “aparecerá en paz” o “será visto en paz”, refiriéndose a Dios. Ambas están en futuro, porque sería el lugar que Él escogería para Su templo, la morada de Su presencia en el mundo.

En este sentido Jerusalem y su templo son parte del mismo lugar donde mora la Presencia Divina. Esta definición es correcta para describir su carácter eterno e indivisible, como también lo es el Dios de los hebreos.

En su libro de salmos, el rey David reflexionó sobre estas premisas con aguda percepción y claridad de lo que esta ciudad significa y representa como capital del pueblo judío en particular, y para la humanidad en general.

El salmista nos revela rasgos y atributos inherentes a Dios y a Jerusalem, no con la intención  de definirlos a ambos sino como cualidades que encontramos como nexos que los unen. Contemplaremos y elaboraremos en estas al citar los versículos en los salmos, donde el rey David se refiere a Jerusalem, a Sión y al Templo, como el mismo lugar.

La tradición oral hebrea no ofrece significados específicos para Sión, sino solamente como un sinónimo de Jerusalem y su templo. Así comprendemos y asimilamos que el sionismo es la creencia estructural y fundamental del judaísmo en Jerusalem como la capital de Israel elegida por Dios.

En este contexto judaísmo es sionismo, y los judíos son inherentemente sionistas. Esta creencia es fundamental para abordar la presencia de Dios en el mundo.

Sigamos los pasos del rey David en Jerusalem, e iluminémonos con la presencia de Dios en la capital, la cabecera eterna de Israel.

“Y Yo he establecido Mi rey en Sión, el monte de Mi sacralidad.
(Salmos 2:6)

La Biblia hebrea menciona repetidamente que Dios es sagrado, refiriéndose a seguir Sus caminos, atributos y mandamientos.

“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles a ellos, ‘Sed sagrados, porque el Eterno vuestro Dios es sagrado’.” (Levítico 19:1)

Entendemos lo sagrado no sólo como uno de los atributos del Creador sino también como precondición para acercarnos a Su presencia. Así asimilamos lo sagrado como algo que necesitamos ser y tener para compenetrarnos con Dios.

De ahí que Sión sea el monte de Su sacralidad, donde Él establece Su rey como el regente que mejor entiende e imparte la voluntad de Dios para Su pueblo.

No podría ser de otra manera, ya que lo sagrado en el Creador requiere igualmente un lugar sagrado para habitar en el mundo y un rey sagrado para regir en aras de lo sagrado. Lo esencial es comprenderlo como cualidad o cualidades que excluyen todo lo que es ajeno a los modos, medios y atributos de Dios.

En este sentido asimilamos que se trata de lo que es bueno y lo inherente a esto, porque el bien es lo que nos hace sagrados y a la vez nos asemeja al Creador.


El hecho de que el versículo indique “establecimiento” significa que todo lo relacionado con Sión y Jerusalem existe para la eternidad.

sábado, 10 de febrero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXVII)

“Y además de estas, hijo mío, sé advertido. La hechura de muchos libros no tiene fin, y mucho estudio es un cansancio para la carne. El fin de todo el asunto oigamos, ‘Reverencia [lit. teme] al Eterno y guarda Sus mandamientos, porque esto es la totalidad del hombre; para cada obra el Eterno trae un juicio, para cada cosa oculta, sea buena o mala’.
(Ecclesiastés 12:12-13)

El rey Salomón concluye su iluminador mensaje, como aquel que congrega a su pueblo Israel llamándolo “hijo” para unirlo bajo la conducción del Creador.

Sin importar cuánto aprendamos del mundo y su naturaleza, al igual que del conocimiento de la vida encontrado y acumulado por la conciencia humana, la mayor parte de este se convierte en una fatigante carga.

El mensaje esencial de Kohelet es reiterado haciéndonos conscientes de que lo verdaderamente importante en la vida es el bien como principio regidor en la creación de Dios, que también es el propósito de todos los mandamientos en Su Torá. En estos se sostiene la totalidad de la identidad judía.

En el bien nada se escapa de su marco ético, porque se basa en el también principio regidor de causa y efecto, el cual es el “juicio” que justifica el bien. De ahí que todas nuestras acciones, buenas o malas, dependan de este principio. Bajo este finalmente podremos asimilar que el bien es su propia causa y efecto.

Al integrar este principio en nuestra conciencia, el Creador responderá con Su redención final, como lo asegura el rey David en sus salmos.

“Oiré que Dios el Eterno hablará, porque Él hablará a Su pueblo y a sus piadosos; y no dejará que vuelvan a la locura. Ciertamente Su redención está cerca de aquellos que lo reverencian, para que la gloria more en nuestra tierra.
(Salmos 85:9)

En este conocimiento el bien es nuestra verdad y estará unida a la compasión del bien que emana de Dios.

“La compasión y la verdad se encontraron juntas, la rectitud y la paz se han besado. La verdad brota de la tierra y la rectitud ha mirado desde el cielo. También el Eterno dará lo que es bueno y nuestra tierra dará su fruto. La rectitud irá ante Él y hará camino con Sus pasos. (Ibid. 85:11-14)

“Rectitud y justicia son los cimientos de Su trono, compasión y verdad van a ante Ti. (Ibid. 89:15)

domingo, 4 de febrero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXVI)

“En los días en que los guardianes de la casa tiemblan, y los fuertes se arrodillan, y los trilladores dejan de serlo, porque se han convertido en pocos. Y los vigías en las ventanas se han apagado, y las puertas son cerradas en la calle. Cuando el sonido del trillar es bajo, y uno se asusta [lit. se levanta] con el trino de un pájaro, y todas las hijas del cántico son acalladas. Sí, ellos se asustarán de las alturas, y los temores vienen en camino; y el almendro florecerá, y el grillo será una carga, y el deseo fracasará; porque el hombre se dirige a su última [lit. eterna] morada, y los enlutados andan por las calles.
(Eclesiastés 12:2-5)

Estos versículos se refieren al mal en su hora más oscura, cuando no hay esperanza de que seamos redimidos de sus modos, rasgos y tendencias, que parecerían acabar con el bien en la conciencia humana como la “casa” en la que los “guardianes” tiemblan.

Estos guardianes y vigías, junto con “los fuertes” y “los trilladores”, se vuelven escasos cuando el bien debe ser defendido para prevalecer contra la maldad.

La alegría en los corazones como el cántico de las cualidades y tendencias positivas (“las hijas”) son acalladas y apagadas, similares a la vida al final de su tiempo en la tumba. La altitud necesaria para tener una buena actitud también cae tan bajo como una tumba.

“Mientras que el cordón de plata no sea removido, y el tazón dorado quebrado, y la vasija rota por la fuente, y la rueda quebrada por el manantial. Y el polvo regrese a la tierra como era, y el alma vuelva al Eterno que la dio. ¡Vanidad de vanidades, dijo Kohelet, todo es vanidad! (12:6-8)

Una vez la muerte llegue como consecuencia de vivir en el vacío de las futilidades, es apropiado decir que todo es vanidad. Las fantasías e ilusiones de ego parecen reinar en el mundo material, empeñadas en robar la vida del alma que Dios nos ha dado para conocerlo en Sus caminos y atributos, que son la fuente todo lo que es bueno, porque en el bien comenzamos a conocer al Creador de todo.

“Y además porque Kohelet era sabio, él siguió enseñando al pueblo conocimiento, y a escuchar, y a buscar; él hizo justas muchas sonrisas. Kohelet buscó encontrar palabras placenteras escritas por palabras justas de la verdad. Las palabras de los sabios son como picanas y como cercas plantadas por los capataces de las cosechas. Ellas fueron dadas por un Pastor. (12:7-11)


Esta es la sabiduría como el conocimiento de Dios que Kohelet, el rey Salomón, enseñó para ayudarnos a encontrar la alegría de las “justas muchas sonrisas” del bien, porque en ese único Pastor que es el Creador encontramos las placenteras “justas palabras de la verdad”.

Estas son las picanas y cercas plantadas por los modos, medios y atributos del bien, dados por Dios como las cualidades que más temprano que tarde cosecharán los frutos en el campo de la vida en este mundo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.