domingo, 26 de diciembre de 2010

Parshat Vaeirá: Amor como Único Regente de la Vida

Nuestros Sabios enseñan que cada uno de los Nombres Divinos mencionados en la Torá representa un atributo particular con el que el Creador se relaciona con Su Creación: “Me aparecí (lit. fui visto, vaeirá) a Abraham, a Isaac, y a Jacob como el Todopoderoso, pero Mi Nombre YHVH Yo no les hice conocer a ellos” (Éxodo 6:3). Respecto a YHVH, ellos indican que está relacionado con la abundante amorosa bondad y la compasión. De ahí podemos entenderlo como Amor Divino que nos sustenta, alivia y redime del cautiverio en las fantasías e ilusiones materialistas de ego.

Hemos dicho muchas veces que el mensaje esencial de este blog “Amor de Dios” es concebir al Creador mediante Su Amor. También relacionarnos con Él mediante Amor como nexo común con el Creador. El mensaje es muy simple. Si la Creación es una manifestación del Amor de Dios, consecuentemente la Esencia de la Creación es también Su Amor. Como tal debemos concebirla y relacionarnos con toda Su Creación. También está escrito que los humanos fuimos creados a Su imagen y semejanza. Entonces debemos entender nuestra identidad como emanación de Su Amor, e igualmente relacionarnos con el Creador a través de esa Esencia común que nos une a Él.

Este es el contexto en el que debemos entender “Y Yo os tomaré para Mí como un pueblo, y Yo seré vuestro Dios; y sabréis que Yo soy el Eterno vuestro Dios que os saco de debajo de las cargas de Egipto” (6:7). Es el Amor de Dios que nos reune como nuestro Redentor, simplemente porque Él es nuestro Creador y el Único que tenemos que conocer para comprender quienes somos en Su Plan Divino.

“Moisés habló así a los hijos de Israel, pero ellos no le escuchaban debido a su desaliento y a causa de la dura servidumbre” (6:9). Cuando alcanzamos una conocimiento elevado y nos damos cuenta del mensaje presentado arriba, nos convertimos en el Moisés de nuestra propia conciencia. Entonces nuestro propósito es unir todos los aspectos de esta (los hijos de Israel) y hacerles llegar el mensaje.

Esta tarea es extremadamente difícil cuando estos aspectos están subyugados por la negatividad de los deseos materialistas de ego que nos causan “desaliento” con nuestra “dura servidumbre” sobre aquellos. “(…) el Eterno habló a Moisés, diciendo: ‘Yo soy el Eterno. Háblale al faraón, rey de Egipto, todo lo que Yo te he hablado a ti’. Pero Moisés dijo ante el Eterno: ‘He aquí que yo soy de labios cerrados; entonces, ¿cómo me ha de oír el faraón’?” (6:29-30).

Aquí vemos la dinámica del Plan Divino cuando tenemos que cumplir la voluntad del Creador. Él es quien revela Su amor en Su Creación, y es Él quien muestra el camino que debemos andar ante Él como verdadero guía de todas las dimensiones de la conciencia, ego incluido. Es esencial darnos cuenta que la tarea de armonizar nuestra vida comienza con dominar el ego, ya que este es la fuerza más poderosa en la conciencia.

Ya mencionamos en nuestro comentario anterior sobre la parshat Shemot que el faraón (ego) no reconoce ningún otro poder aparte de él. Todo el proceso del Éxodo de Egipto acontece para enseñar al faraón (ego) quién es el verdadero regente en nuestra vida. Cuando somos conscientes del Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad, este Amor nos habla a nosotros y a nuestro ego cuando clamamos para salir de las tinieblas y retornar a la Luz.

Sin embargo, aún siendo conscientes del Amor de Dios en nuestras vidas, no creemos totalmente que Él pueda subyugar y conducir la fuerza humana básica que nos impulsa a vivir. En efecto ego es un poderoso gobernante difícil de someter en nuestro empeño por hacer que Amor sea el único regente en la vida.

“El Eterno dijo a Moisés: ‘¡Mira! Que te he hecho un amo sobre el faraón; y Aarón, tu hermano, será tu portavoz’.” (7:1). En este versículo está claramente indicada la aparición de Aarón como la cualidad complementaria para abrazar plenamente el Amor de Dios. Nuestro conocimiento del Creador (representado por Moisés, nuestro maestro) es el conductor natural del ego, y es nuestra conexión permanente con el Creador (representada por Aarón, el Sumo Sacerdote) la que ejecuta esta acción (ver comentarios sobre el libro de Levítico en este blog).

Hemos señalado anteriormente que Moisés y Aarón representan dos aspectos complementarios del más alto conocimiento del Amor de Dios en nuestra conciencia. Vimos también que en las bendiciones finales de Jacob a sus hijos fueron definidas tres dimensiones de la identidad de Israel: José el portador de la Primogenitura, Leví del Sacerdocio, y Judá del Reinado. José abarca la herencia y legado que son el Amor de Dios en la humanidad, manifestado a través de Israel. Leví representa la conexión espiritual con el Amor de Dios como el conocimiento más elevado de Él en nuestra conciencia. Judá es la manifestación material del Amor de Dios en el mundo.

La porción continúa con siete de las diez plagas que afligieron a la tierra de Egipto, en el proceso de hacer reconocer el Amor de Dios como el Único regente en la Creación. La porción termina con la intransigencia del ego para rendirse a los modos y atributos de Amor como los verdaderos conductores y regentes de la vida: “Y el faraón vio que la lluvia, el granizo, y la tormenta habían cesado; pero él [faraón] continuó pecando, y endureció su corazón, él y sus sirvientes. Y el corazón del faraón fue endurecido, y no permitió salir a los hijos de Israel, tal como el Eterno había hablado a través de la mano de Moisés” (9:34-35).

Una vez más se nos recuerda el poder del ego en nuestra conciencia, y de la lucha que debemos librar para conducirlo bajo la regencia de Amor. Esta es la clave para redimirnos a nosotros mismos del cautiverio bajo las fantasías, ilusiones y espejismos del mundo, derivados de la actitud materialista ante la vida.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Parshat Shemot: Despertando al Conocimiento del Amor de Dios

Y estos son los nombres (shemot) de los hijos de Israel que vinieron a Egipto (...) (Éxodo 1:1) Nuestros Sabios enseñan que uno cuenta y nombra cada cosa que le es preciosa, e Israel de hecho es tan precioso como un hijo a su padre, tal como está escrito: “Así dijo el Eterno, 'Mi primogénito es Israel'.” (4:22) Las Escrituras Hebreas nos cuentan del Amor de Dios por Israel y por toda Su Creación. Pero, ¿hemos considerado nuestro Amor por Él? Aquí no pretendemos definir con conciencia humana al Creador, pero sí concebir con nuestros propios rasgos humanos Su Amor que crea y sustenta toda Su Creación, incluidos nosotros. Si la Creación ciertamente emana del Amor de Dios, este también lo concebimos y entendemos a través de nuestra concepción de Amor como el medio para relacionarnos y comunicarnos con Él.

Con frecuencia mencionamos los Trece Atributos de Misericordia Divina (34:6-7) como referencias específicas para comprender al Creador a través de nuestra conciencia humana. En última instancia es nuestra elección individual concebirlo y relacionarnos con Él, ya sea como el Creador amoroso y compasivo o como algo diferente. El sentido común y lo obvio claramente demuestran lo primero. Cada capítulo de la Torá y cada comentario de nuestros Sabios ilustran y reiteran esta Verdad. El libro del Éxodo es la diáfana prueba viviente del Amor de Dios por Israel.

El faraón ordenó a todo su pueblo, diciendo: 'Cada hijo nacido varón arrojaréis al río'.” (1:22) Nuestros Sabios místicos explican que tanto los varones israelitas como los egipcios estaban sujetos a este decreto, y que el río (Nilo) representa el patrón de vida materialista derivado de los bajos deseos y fantasías de ego. El faraón (la actitud egocéntrica ante la vida) deseaba que cada rasgo y aspecto de la conciencia humana fuese sumergido (ahogado) en las aguas del materialismo.

Esto representa estar muertos ante las aguas de la conciencia superior representada por los caminos y atributos de Amor. De este pasaje aprendemos que sin un descanso de los aspectos materiales de la vida (descanso como el tiempo y lugar llamado Shabat) para unirnos al Creador, la vida es insignificante. Sin el conocimiento del Creador, especialmente de Su Amor, la Creación carece de sentido.

Es en este momento crucial del desarrollo humano que un aspecto primordial necesita nacer para conducir a todos los demás rasgos. Este es al que nos referimos como el más elevado conocimiento del Creador en nuestra conciencia, el conocimiento de Su amorosa bondad, tal como la podemos concebir en nuestra limitada percepción humana. Este conocimiento es el aspecto representado por Moisés: “Y ella [la madre de Moisés] vio que él era bueno” (2:2).

Este también es el conocimiento de Amor que alcanza toda la Creación, y en particular a nuestro prójimo: “Él [Moisés] fue a sus hermanos, y vio su sufrimiento” (2:11). Esa tribulación no es sólo el resultado de vivir bajo la dureza del más denso materialismo sino también la división y separación que sufrimos en nuestro exilio del Amor de Dios. División, conflicto, disputas, odio y violencia son las ilusiones que nos atrapan en las tinieblas, producto de la ausencia de Amor: “Y Moisés temió, y dijo: 'De hecho, el asunto es conocido'.” (2:14). Nuestros Sabios dicen que Moisés vio que las habladurías y los rumores eran barreras para la Redención de los hijos de Israel, concluyendo que eran las causas “conocidas” de su cautiverio.

(…) el rey de Egipto había muerto, y los hijos de Israel se lamentaron de su cautiverio, y lloraron, y su clamor ascendió al Eterno debido a su cautiverio” (2:23). Nuestros Sabios místicos explican que el faraón estaba muerto al conocimiento de Dios y Su eterna soberanía sobre la Creación. En las tinieblas de esta muerte espiritual es cuando nuestro clamor verdaderamente llega a Él.

Rashi complementa este hecho al cuestionar por qué el Eterno aparece a Moisés en una zarza con espinos y no en otro árbol diferente, y responde que fue así para ilustrar y demostrar que “En todas sus aflicciones Él también estaba afligido, y el Ángel de Su Presencia los salvó. En Su Amor y compasión Él los redimió, Él los levantó y los cargó todos los días del mundo.” (Isaías 63:9). El Amor de Dios ciertamente es el fuego que nunca se consume: “La zarza ardía con el fuego, pero la zarza no se consumía” (Éxodo 3:2).

Y el Eterno dijo a Aarón: 'Ve al desierto para encontrarte con Moisés'. Y fue y se encontró con él en la montaña del Eterno, y lo besó” (4:27). En esta montaña del Eterno como el más elevado conocimiento de Él es donde se besan la amorosa bondad (Aarón) y la rectitud (Moisés), tal como lo recuerda el Rey David: “La amorosa bondad y la verdad se unieron, rectitud y paz se besaron” (Salmos 85:11). Verdad y rectitud (Moisés) son inherentes a sí mismas, al igual que el amor y la paz (Aarón).

Y el faraón dijo: '¿Quién es el Eterno a quien yo debería obedecer Su voz para dejar salir a Israel? Yo no conozco al Eterno, y más aún no dejaré salir a Israel'.” (Éxodo 5:2). La naturaleza del ego es querer dirigir nuestra existencia como una entidad separada e independiente, con el fin de llegar a controlar todos los aspectos de la conciencia (los hijos de Israel). En esta separación ilusoria, el ego rechaza el Amor como la Esencia abarcadora e integradora de la Creación. Ego crea su propia realidad “separada”, basado en deseos derivados de concepciones y pensamientos negativos originados en sentimientos de carencia.


Carencia es el resultado de la ilusoria ausencia de Amor en algún aspecto o dimensión del intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Carencia de alimento y de recursos esenciales para satisfacer nuestras necesidades materiales básicas (relacionadas con los instintos), carencia del objeto de nuestras ganas y deseos carnales (pasiones), carencia de reconocimiento y satisfacción de nuestros sentimientos y emociones en nuestra relación con lo que nos rodea, falta de interés y atención basada en carencia de conocimiento en nuestra mente e intelecto. Todas estas carencias son el gatillo que dispara los deseos de ego. Sus consecuentes acciones y conducta negativas as su vez esclavizan y oscurecen nuestra conciencia en los niveles más bajos de la existencia. Entonces en ese predicamento ego no conoce ni reconoce nada diferente de su propia imagen, incluyendo Amor como el redentor de sus tinieblas.

La porción termina así: “Y el Eterno dijo a Moisés: 'Ahora verás lo que Yo haré al faraón, porque con mano fuerte él los dejara salir, y con mano fuerte los sacará de su tierra'.” (6:1). Del mismo modo que el Amor de Dios crea y sustenta todo, también transforma nuestra conciencia para que lo lleguemos a conocer a Él y seamos redimidos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Parshat Vayejí: Reconocer y Abrazar el Amor de Dios

Las cuatro últimas porciones del libro del Génesis son las más emotivas de toda la Torá. La historia de José y sus hermanos nos conmueve hasta las lágrimas, las mismas que derramamos cuando añoramos el Amor de Dios como nuestro único Redentor. José es la piedra angular que mantiene la unidad de Israel en su descenso a Egipto y su consecuente esclavitud bajo el dominio del faraón. José entonces reitera su profecía de Redención Divina: “El Eterno ciertamente os recordará” (Génesis 50:24).

Nuestro Padre ciertamente nos recuerda no solamente en tiempos de aflicción o tribulaciones, sino de hecho en el futuro, porque Él siempre nos recuerda. El momento de nuestra Redención individual y colectiva depende de nuestra propia iniciativa, eligiendo las bendiciones y no las maldiciones que enfrentamos cada día en la vida. ¿Cuánto nos va a tomar reconocer a José, nuestro hermano que representa los caminos y atributos de Amor? ¿Qué nos toma elegir Amor en vez de las efímeras fantasías e ilusiones de ego? ¿Dolor, sufrimiento, desilusión, decepción, engaño, separación, aislamiento, tristeza, depresión, y todo aquello que causa aflicción en la vida?

El episodio también nos recuerda que, tal como es Amor el objeto de la relación entre José y sus hermanos, es Amor el objeto de nuestra relación con el Creador. La conexión de Israel con Él se basa en Su Amor, y es a través de este que nos relacionamos con nuestro Padre en el retorno a nuestro verdadero hogar con Él. Adquirimos conocimiento mediante prueba y error, verdadero y falso, correcto e incorrecto; y con esa experiencia aprendemos a discernir entre la bondad y la maldad. En este predicamento debemos integrar en nuestra conciencia la Esencia de la bondad y desechar la negatividad derivada de maldad y falsedad. Este es el mensaje fundamental que nos enseña la Torá con todas sus palabras. Nuestros Sabios explican que el Amor de Dios es la causa de la Creación, y este Amor debemos vivir y abrazar para conocer a nuestro Padre.

En esta porción final del libro de Génesis, Jacob bendice a todos sus hijos con palabras llenas de significados simbólicos no fáciles de comprender, aún para nuestros más sabios exégetas. Esta dificultad se explica por varias razones, siendo la más compleja el contexto Divino de estas bendiciones que como humanos no podemos asimilar. Aunque son las bendiciones de Jacob para sus hijos, él las expresó mediante inspiración Divina. Nuestros Sabios enseñan que algunas están relacionadas con el futuro cercano de Israel como Nación, y la conquista de sus enemigos.

Los significados simbólicos de las Tribus (león, serpiente, lobo, buey, puerta, barco, gacela, etc.) representan no sólo rasgos, cualidades y destrezas de la conciencia humana, sino también dimensiones y potencialidades más profundas de Israel en su conexión con el Creador. Por tanto la misión de Israel es saber y estar consciente de su relación con Él a través del estudio de la Torá y las buenas acciones, como proceso dinámico para asimilar los caminos y atributos del Creador y Su Amor.

Echemos un vistazo a partes de estas bendiciones. “Simeón y Leví son hermanos” (49:5), y nuestros Sabios comentan que Jacob les dijo, “Vosotros fuisteis hermanos para Dina, pero no hermanos para José” (Midrash Rabá). Ambos corrieron a defender el honor de su hermana (tras ser violada en Shejem), porque también se trataba del honor de su familia. Pero no comprendieron que si reconocían la prevalencia y liderazgo espiritual de José entre ellos, también era una manera de defender el honor familiar, acatando igualmente la voluntad de su padre.

“Instrumentos de violencia son sus armas” (49:5), y nuestros Sabios explican que estos no son los instrumentos de Israel para realizar su misión encomendada por el Creador, sino los instrumentos de Esaú como bien le dijo su padre Isaac: “Y por tu espada vivirás” (27:40). Los potenciales aspectos negativos de nuestra conciencia, representados por Esaú y las naciones cananeas, son instrumentos de violencia y aflicción para nosotros y nuestro prójimo. El destino de Israel conquistarlos y subyugarlos.

Esto significa que todos los aspectos y dimensiones de la conciencia deben estar subordinados a los caminos y atributos de Amor. “Maldita sea su ira” (49:7), porque bajo la ira perdemos la visión. Nuestros Sabios enseñan que vivir en ira es hacer idolatría ya que es como vivir en una de las ilusiones de ego (tales como orgullo, envidia, codicia, lujuria, indolencia, etc.), en vez de vivir en la verdad de los modos y atributos de Amor. Es por ello que la ira debe ser maldecida y eliminada de nuestra conciencia.

Veamos ahora una parte de la bendición de Jacob para José: “(…) del Dios de tu padre, y Él te ayudará, y con el Todopoderoso; y Él te bendecirá [con] las bendiciones de los Cielos arriba, las bendiciones del abismo que yace abajo, las bendiciones de padre y madre” (49:25). Así vemos que el Amor de Dios de hecho está en cada dimensión de la vida, y en cada aspecto de la conciencia; nunca separado de nosotros. Al final de esta porción, nuevamente José no es reconocido por sus hermanos:

“Y cuando los hermanos de José vieron que su padre había muerto, dijeron, ‘Y si José nos odiase, y se desquita de la maldad que le hicimos’?” (50:15), “Y José lloró cuando ellos le hablaron a él” (50:17), “Y José les dijo, ‘No temáis, ¿estoy yo en vez del Eterno’?” (50:19). Aquí vemos que el lugar de Amor es Dios, y es el lugar que debemos conocer, reconocer y abrazar. Amor es el lugar que también añora que estemos con nuestro Creador, a veces llorando a gritos y a veces en silencio.

La haftará para esta última porción del Génesis hace un paralelo entre las bendiciones finales de Jacob, y la bendición de David a Salomón antes de morir: “Que el Eterno continúe Su palabra que habló concerniente a mí, diciendo, ‘Si tus hijos atienden su camino, de andar ante Mí en la Verdad con todo su corazón y con toda su alma, ellos no te fallarán’; dijo Él, ‘un hombre en el trono de Israel’.” (I Reyes 2:4) Esta es la promesa del Amor de Dios y Su manifestación cuando nos apegamos a Él.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Parshat Vayigash: Amor como el Conductor de Todo

Los rasgos de la conciencia (representados por Judá y sus hermanos) reconocen el poder de Amor (representado por José como el mayor conocimiento del Amor de Dios) como el mismo poder de ego (representado por el faraón). Los hermanos apelan a Amor para que derrame su bondad y bendiciones, teniendo en cuenta que la ira y demás cualidades negativas son el resultado de la ausencia de Amor en nuestra vida: “Y Judá se acercó (vayigash) a él [José] y dijo: 'Por favor mi señor, deja que tu sirviente hable algo a los oídos de mi señor, y que tu ira no se encienda contra tu sirviente, porque tú eres como el faraón'.” (Génesis 44:18).

El Amor de Dios es la Verdad, y es mediante ella que nos apegamos a Él. En este episodio de la narración de la Torá es esencial hacer prevalecer la verdad con el fin de disipar la negatividad en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. José, como la personificación de los modos y atributos de Amor, no puede permitir que sus hermanos continúen albergando crueldad, odio, celos y envidia en sus corazones. De ahí que José tenga que asegurarse de que ellos estén completamente liberados de esas ilusiones negativas de ego.


Entonces es Judá quien demuestra a José que está dispuesto a dar su propia vida a cambio de la de su hermano menor y también por sus demás hermanos, para salvaguardar la unidad de Israel: “Y ahora cuando yo venga a tu sirviente, mi padre, y el joven [Benjamín] no esté con nosotros [porque] su alma (de mi padre) está unida a su alma (de Benjamín)”, “Porque, ¿cómo subiré a mi padre si el joven no está conmigo? ¡No me dejes ver la miseria que caería sobre mi padre (Israel)!” (43:30, 34). Esta prueba definitiva de Amor entre sus hermanos es de hecho la unidad que los hijos de Israel necesitan forjar permanentemente para poder abrazar Amor, cuya estruendosa voz puede escucharse como el gobernante en los dominios de ego: “Y él [José] lloró a gritos y los egipcios oyeron, y la casa del faraón oyó” (45:2). 


Pero no estéis tristes y ni os pese haberme vendido acá, porque fue para preservar vida que el Eterno me envió ante vosotros”, “Y el Eterno me envió ante vosotros para que os quedéis en la tierra y para preservar vida para una gran salvación” (45:5, 7) El amor de José ya está libre de rasgos negativos porque Amor Divino, el Espíritu de Dios, está con él.


Este es Amor que crea, sustenta y preserva vida, el mismo que nos libera de los deseos materialistas de ego cuando clamamos con estruendo al Creador. Esta es la gran salvación, el Éxodo de Egipto anticipado por José y contado por él a sus hermanos. Otra vez Amor reafirma su prevalencia sobre todos los aspectos y dimensiones de la conciencia, ego incluido: “Así pues, vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un padre para el faraón, un señor sobre toda su casa y un gobernante sobre toda la tierra de Egipto" (45:8).


Aunque creemos en nuestro Creador y Su Amor como nuestro sustentador y Redentor, tememos al denso materialismo de las tinieblas y sus espejismos, fantasías e ilusiones en los que estamos atrapados cuando Amor está ausente en nuestra conciencia. Consecuentemente tenemos que confiar en el Amor de Dios además de tener fe en Él. De hecho es más fácil tener fe en el Creador que confiar en Él. Sí creemos que es Él nuestro único Proveedor y, aunque estemos completamente conscientes de que nos sustenta constantemente, seguimos confiando más en el poder del dinero que en la Divina Providencia.


El miedo de carecer de los recursos materiales para aliviar nuestras necesidades básicas es más fuerte que nuestra confianza en el Amor de Dios: Y Él dijo: 'Yo soy el Eterno, el Dios de tu padre. No tengas miedo de bajar a Egipto, porque allá Yo te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, y Yo ciertamente también te haré subir otra vez, y José pondrá sus manos sobre tus ojos'.” (46:3-4).


Y Jacob dijo al faraón: 'Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años. Los días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no han llegado a los días de los años de las vidas de mis padres en los días de su peregrinación'.” (47:9). Este es el predicamento de la misión espiritual de Israel en términos de su relación con el mundo material: una vida de lucha con las limitaciones del mundo físico, los rigores y peligros de la naturaleza, y las dificultades materiales que enfrentamos y debemos vencer para asegurar nuestra supervivencia y bienestar, como individuos y como Nación.


Este predicamento representa los limitantes “pocos” en nuestra vida, mientras que los “malos” se refieren a los rasgos y aspectos negativos de la conciencia humana que debemos confrontar y vencer cada momento: las fantasías de ego, las ilusiones negativas, y los bajos deseos que desafían nuestro libre albedrío en cada decisión de debemos tomar. Aunque hay aparente tristeza y pesimismo en la respuesta de Jacob al faraón, es así cuando tenemos que confrontar las ilusiones de ego con el fin de revelar la Verdad, la Luz, el Amor de Dios ocultado en la oscuridad de esas ilusiones.


La profecía Divina fue cumplida e Israel desarrolla y expande el horizonte de su conciencia aprovechando el potencial positivo que el ego puede alcanzar entre los riesgos y peligros de llegar a perder su verdadera identidad: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en la tierra de Goshen; y se posesionaron de ella, y fructificaron y se multiplicaron grandemente (47:27).


En la parshat Mikeitz aprendimos que el ego tiene dos caras como parte de las dualidades que enfrentamos en el mundo material para poder ejercer nuestro libre albedrío. También, como hemos mencionado antes, toda la Creación está llena del Amor de Dios, y este Amor está ocultado en lo que percibimos como oscuro o negativo. En última instancia la Luz de Dios será totalmente revelada, y depende de nosotros asimilar esta realidad última.


Esto podemos hacerlo eligiendo ver la Luz ocultada en las tinieblas, teniendo una actitud positiva hacia la vida y abrazar Amor como la Verdad que puede disipar los sentimientos, emociones, pasiones y pensamientos negativos en los que parecemos estar atrapados. Dolor, sufrimiento, ira, tristeza, depresión y demás expresiones negativas de la conciencia pueden ser redimidos solamente permitiendo que Amor conduzca todos los aspectos de la vida.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Parshat Mikeitz: Amor, el Regente en los Dominios de Ego

Y aconteció que al final (mikeitz) de dos años, y el faraón había estado soñando (...)” (Génesis 41:1). Hemos mencionado en comentarios anteriores que Sabios místicos consideran equivalentes la serpiente en el Jardín del Edén, el faraón y sus dominios (Egipto), y las ilusiones materialistas de ego. También hemos señalado que nuestra Redención final viene cuando clamamos al Amor de Dios para que nos lleve a la Tierra Prometida, donde finalmente estamos libres tanto del dominio de ego como de la aflicción a cuenta de las “naciones” de Canaán.

Los sueños del faraón pueden ser fructíferos, productivos y edificantes (“las vacas gordas y las espigas fuertes”), al igual que áridos, destructivos y dañinos (“las vacas flacas y las espigas débiles”). Si no dirigimos el ego en los sentidos positivos, sus deseos negativos al final consumen cualquier potencial positivo que hayamos podido adquirir para nuestro bienestar. En este sentido, el bien es la verdad de Amor: paz.

Esta es la lección que el Creador enseña al monarca que quiere someter la conciencia humana a sus deseos materialistas, y la lección es impartida por José que es la personificación de los modos y atributos de Amor: “Y José respondió al faraón diciendo: 'No soy yo, es el Eterno quien dará al faraón una respuesta de paz'.” (41:16), porque paz es el camino y también el destino final. Entonces la respuesta Divina no es para apaciguar los temores del faraón, sino para enseñar que la paz prevalece cuando sometemos a la dirección de Amor nuestros deseos en cada nivel de la conciencia: “Y José dijo al faraón: 'el sueño del faraón es uno [solo]; lo que el Eterno hace, Él lo ha dicho al faraón'.” (41:25).

Las tribulaciones de José durante doce años de cautiverio fueron las tinieblas de donde emerge como el conductor de los deseos de ego, la vasija perfecta para los modos y atributos de Amor, los cuales son el espíritu del Creador: “Y el faraón dijo a sus sirvientes: '¿Podemos encontrar a alguien como este, un hombre donde está el espíritu del Eterno'?” (41:38), ya que es el Amor de Dios el verdadero gobernante de toda la Creación: “Y el faraón dijo a José: 'Ya que el Eterno te ha permitido conocer todo esto, no hay nadie tan comprensivo y sabio como tú'.” (41:39), “Tú estarás sobre mi casa, y de acuerdo a tu palabra todo mi pueblo será gobernado; solamente en el trono seré más grande que tú'.” (41:40).

El faraón continúa sin desistir de su destructivo egocentrismo, que es recordado por el Profeta: “Habla y di, 'Así dice Dios el Eterno: “He aquí que Yo estoy en tu contra, faraón de Egipto, el monstruo más grande que yace en medio de sus ríos, y quien ha dicho 'Mi Nilo es mío, y yo mismo lo creé'.” (Ezequiel 29:3); y como recordatorio de que “El orgullo precede a la destrucción, y un espíritu orgulloso precede a la caída” (Proverbios 16:18).

La victoria de José sobre los dominios de ego es la cosecha de Amor cuando buscamos la Luz ocultada en las tinieblas: “Y el nombre del segundo (hijo) él llamó Efraín, 'porque el Eterno me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción'.” (Génesis 41:52). La regencia de José (Amor) sobre los dominios del faraón (ego), mediante los modos y atributos de Amor, se convierte en la fuente de sustento y manutención para todos los aspectos materiales de la vida: “Y cuando se sintió hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó al faraón por pan; y el faraón dijo a todos los egipcios: 'Id a José, lo que él os diga, haréis'.” (41:55).

Cuando permitimos que Amor guíe todos los aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia, en efecto habremos disipado todas las cualidades y rasgos negativos como celos, envidia, orgullo, lujuria y todo sentimiento de carencia. Por lo tanto satisfaremos nuestra hambre de verdadera vida. Amor es el guía de los rasgos que abarcan nuestra conciencia, los “hermanos” que no siempre lo reconocen como su protector y Redentor: “Y José conocía a sus hermanos, pero ellos no lo conocían a él” (42:8).

Amor es el maestro que nos conduce a vivir en la Verdad como voluntad del Creador, y este es el proceso dinámico de tomar las decisiones positivas, constructivas y edificantes cada minuto, hora y día de nuestras vidas. Amor como el maestro consumado que nos conduce en sus modos y atributos hacia nuestra Redención de las ilusiones de ego. La conciencia individual y colectiva de esta realidad, la verdadera realidad, es el lugar que el Amor de Dios quiere que creemos para Él en este mundo. Nuestra misión individual es unir todos los aspectos de la conciencia en la armonía de Amor, para abrazarlos como nuestros “hermanos” tal como José lo hizo después de conducirlos a la Verdad, redimidos de las ilusiones negativas manifestadas en celos, envidia, ira, orgullo y crueldad: “Y ellos bebieron, y estuvieron felices con él” (43:34). Este es el legado de vivir en los caminos y atributos de Amor.

La haftará que acompaña esta parshá comienza con el versículo: “Y Salomón despertó, y he aquí [que era] un sueño. Y él vino a Jerusalén, y se paró ante el Arca de la Alianza del Eterno, y presentó ofrendas de sacrificio, y ofrendas de paz, e hizo una fiesta para todos sus sirvientes (I Reyes 3:15). Esto nos recuerda que cuando elevamos nuestra entera conciencia al Amor de Dios, la Unidad que vivimos con Él se convierte en una celebración de armonía que comparten nuestro intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos; una fiesta para todos ellos, pues son los sirvientes que nos ayudan a cumplir nuestra misión de hacer prevalecer en el mundo los caminos y atributos de Dios.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Parshat Vayeishev: Amor, el Elegido para Dirigir

La parshá anterior termina con todo un capítulo que menciona las “generaciones” o numerosos descendientes (cualidades negativas y bajas pasiones representadas por Esaú, Edom, Seir) de Esaú como un recordatorio de los numerosos obstáculos, riesgos y peligros que debemos conquistar para llegar a poseer la Tierra Prometida (el asentamiento en los más altos niveles de la conciencia y las cualidades positivas). Y Jacob se asentó (vayeishev) en la tierra donde peregrinó su padre, en la tierra de Canaán” (Génesis 37:1) Vayeishev comienza con las generaciones” de Jacob, no precisamente con numerosos descendientes sino como uno solo -- José --, en agudo contraste con los de Esaú: “Estas son las generaciones de Jacob. José, cuando tenía diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos y el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, las esposas de su padre; y José le traía a su padre un mal informe de ellos” (37:2)

Nuestros Sabios debaten por qué solamente José es mencionado. Podemos entenderlo en el contexto de su prevalencia espiritual ya que él representa el más alto conocimiento y conexión con el Creador. Lo mismo que personifican Moisés, Aarón el sumo sacerdote y sus descendientes, y los levitas, cuya función es la conducción y dirección espiritual del resto de las Tribus de Israel; que a su vez representan los demás niveles de la conciencia. Es por ello que José se ve obligado a “informar” la conducta de ellos a su padre Israel, cuya tarea es formar una familia y en últimas todo un pueblo que sería elegido para proclamar la Unicidad del Creador entre las naciones.

José fue el hijo escogido para resistir y superar el rigor de los rasgos negativos, las bajas emociones y pasiones con las que lo castigaría el odio de sus hermanos; y con el abrasivo materialismo de ego representado por Egipto y el faraón: “E Israel amaba a José más que todos tus hijos, porque le había nacido en su vejez, y le confeccionó una túnica de muchos colores. Y cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaron y no podían hablarle en paz” (37:3-4)

Entre sus hermanos, José es la personificación de los modos y atributos de Amor porque es el conocimiento de Amor lo que nos habilita para superar las tinieblas de los aspectos inferiores de nuestra conciencia. En este sentido Jacob (Israel) comparte la misma identidad de José como el fuego que transmuta la oscuridad: “Y la Casa de Jacob será fuego, la Casa de José será llama, y la Casa de Esaú paja” (Abdías 1:18) Sabios místicos enseñan que José representa la fundación (HaYesod) que precede la culminación de la Creación (el sexto día de la Creación), los cimientos que sostienen la revelación total del Creador en el Séptimo Día, cuando Su Soberanía (Maljut) es completamente manifestada. Es por ello que el Shabat es tan sagrado para Israel, porque en él estamos unidos con el Creador (“Torá, Shabat, Israel y Dios son Uno”).

Como hemos mencionado muchísimas veces, el Amor de Dios es la fundación y sustento de Su Creación, tal como ha sido proclamado: “El mundo está construido en amorosa bondad. En los Cielos se sostiene Tu fidelidad” (Salmos 89:3). Amor es la más alta cualidad o rasgo de la conciencia humana, y por tanto tenemos que adoptar y cuidar Amor en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Lo hacemos tal como “Israel amó a José más que a todos sus hijos”, porque es Amor el que debe guiar y dirigir todos los aspectos de nuestra conciencia, y estos deben ser las vasijas que debemos llenar con sus modos y atributos.

Este principio fundamental es recordado a Israel como una bendición Divina y como un Mandamiento cuando Isaac bendijo a Jacob en la parshat Todot: “Naciones te servirán y reinos se inclinarán a ti; tú serás un amo sobre tus hermanos, y los hijos de tu madre se inclinarán a ti (...)” (Génesis 27:29) y es reiterado a José en su sueño como el heredero de esta bendición: “He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba, y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban al mío” (37:7)

Y él le dijo: 'Ve ahora, mira si está bien con tus hermanos y si está bien con las ovejas, e infórmame de vuelta'.” (37:14) Jacob instruye a José no sólo velar por el bienestar de sus hermanos sino también por el de las posesiones de su padre, y obedece sólo para encontrarse con la traición y su posible muerte. Este es el sino de Israel como Luz de las naciones, el sino de Amor ante las tinieblas de las ilusiones negativas en el mundo material. Pero Amor siempre prevalece porque trasciende todas las ilusiones: “El Eterno estaba con José y él era de un hombre de éxito, y él estaba en la casa de su amo egipcio. Y su amo vio que el Eterno estaba con él, y lo que él [José] hiciera en su mano el Eterno hacía prosperar” (39:2-3), “El Eterno estaba con José, y Él le dio amorosa bondad a él y le agració ante los ojos del carcelero”, “El carcelero no revisaba nada en su mano [de José] porque el Eterno estaba con él, y en lo que hiciera el Eterno lo hacía prosperar” (39:21, 23)

El Amor de Dios es el único en que tenemos que confiar porque Él es el Creador que nos sustenta, y nada más. Cuando olvidamos esto como una vez lo hizo José, también nos recluimos en la prisión de las ilusiones de ego que nunca dejan de mantenernos alejados de los modos y atributos de Amor. Estas son las ilusiones que nunca nos redimirán de nuestras tribulaciones. Amor de hecho sustenta nuestras ilusiones, pero estas jamás sustentan Amor. El final de la parshá ilustra esta realidad: “Pero recuérdame cuando las cosas vayan bien contigo, y por favor háblale de mí al faraón para que me saques de esta casa”, “pero el principal de los coperos no se acordó de José, y lo olvidó” (40:14, 23)

El Rey David nos recuerda muchas veces confiar solamente en nuestro Padre: “Dichoso es el hombre que pone su confianza en el Eterno, y no acude al arrogante (las fantasías e ilusiones de ego)”, “Oh Eterno de las multitudes, dichoso el hombre que confía en Ti” (Salmos 40:4, 84:13)

El Amor que tanto Jacob como José representan es el fuego y la llama que transmutan envidia, celos, ira, orgullo, egoísmo y las expresiones negativas en la conciencia humana, todas derivadas de los sentimientos de carencia del ego. Estas son todas ilusiones, la “paja” de la Casa de Esaú. Es a través de Amor, la Verdad que José y Jacob son, que disipamos las tinieblas como el fuego catalizador que transforma un estado inferior no consumado en otro elevado y realizado.

Amor es el fuego forjador, constructor y sublimador, la llama que nos eleva a nuestro Creador. Entonces ser y manifestar Amor es nuestra verdadera identidad, como el catalizador para unirmos con el Amor de Dios.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Parshat Vayishlaj: Amor y Luz como Redención de las Tinieblas

El día llega cuando los dos hermanos se encuentran después de más de 20 años, y las fuerzas opuestas que ambos representan otra vez están cara a cara. Y Jacob envió (vayishlaj) mensajeros delante de sí a Esaú su hermano hacia la tierra de Seir, el campo de Edom” (Génesis 32:4) Es evidente que el hombre de paz que es Jacob elige paz con su hermano -- a cualquier costo -- con el fin de evitar el derramamiento de sangre. En este punto hay bastante debate entre nuestros Sabios con las preguntas obvias.

Si Jacob tiene las reiteradas bendiciones y protección del Amor de Dios, ¿por qué él aparentemente lo pone en duda? ¿Por qué no chocar con su verdugo y destruirlo de una vez por todas, considerando que Jacob tiene la reafirmada protección Divina? Estas preguntas debemos hacérnoslas a nosotros mismos, y no con el objeto de justificar la decisión de Jacob en este caso, sino para entender las complejidades de vivir en el plano de las tinieblas con la misión de traer la Luz hacia ellas; y asegurarnos de revelar la Luz ocultada en ellas. Este es el dilema que Adán, Noé y muchos otros no pudieron resolver y fallaron en sus intentos.

Entrar en el reino de las ilusiones de ego es similar a penetrar un laberinto oscuro y sin luz, donde sólo ilusiones son las únicas referencias para confrontar ese espejismo. En términos prácticos es como estar atrapado en deseos que exigen satisfacción inmediata, y parece que no hay escape de ellos excepto apaciguarlos con lo que exigen. Jacob sabe que las cabras, camellos, asnos y ganado, los cuales representan rasgos inferiores y bajos instintos, son las principales exigencias de los deseos de ego: “y [Jacob] tomó lo que le vino a la mano, un regalo para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, trienta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos" (32:14-16). Pero, ¿qué tal si los deseos de Esaú fuesen de una naturaleza diferente? ¿Qué tal si en sus más profundos pensamientos y sentimientos Esaú añorase su propia redención? Después de todo, la profecía es muy clara: “Y redentores subirán al monte de Sión para juzgar [hacer justicia] al monte de Esaú, y el reinado [la soberanía] será del Eterno" (Abdías 1:21)

Los sucesos relatados por la Torá nos dan las respuestas cuando leemos que Jacob llama a su hermano “mi amo” y se presenta a él como su “sirviente”. Nuestros Sabios debaten estas definiciones y concluyen que Jacob sería castigado por inclinarse a aquel que profana el Nombre del Creador con su recalcitrante maldad. Sabios dicen que las siete veces que Jacob llama a Esaú “mi amo” representan siete reinos que posteriormente subyugarían la Tierra de Israel y a los israelitas. De este episodio aprendemos que debemos confrontar la negatividad a toda costa como la única manera de hacer que Amor prevalezca siempre.

La actitud de Jacob hacia Esaú es aun más irónica después de haber derrotado al ángel (de Esaú) en una lucha que duró toda la noche (Génesis 32:25-30). Jacob (Israel) confirmó en esa larga lucha su pleno conocimiento y compromiso para remover las tinieblas que no permiten la completa revelación de la Presencia Divina en el mundo material. Como hemos dicho muchas veces, esta es la misión de Israel: crear un lugar para que Dios more en este mundo, y ese lugar es Amor como la manifestación material de Su Amor que debemos revelar removiendo los aspectos negativos de la conciencia.

Estos son los rasgos representados por Esaú y sus descendientes, las “naciones” que Israel debe conquistar y subyugar con el propósito de asentarse en la Tierra Prometida. Esta conquista y sus guerras son libradas cuando Israel está en completa unidad con el Creador, porque Sus caminos y atributos son los medios de disipar las ilusiones negativas de ego.

Acciones amorosas y de bondad se presentan como los “redentores que subirán al monte de Sión para hacer justicia en el monte de Esaú”, con el fin de proclamar plenamente la soberanía de Dios todas las dimensiones de Su Creación. Cuando abrazamos al Creador como nuestro único gobernante y exclusivo conductor de todos los niveles, rasgos, aspectos y facetas (todas las “naciones”) de nuestra conciencia, cumplimos Su voluntad tal como está escrito: “Porque el Reino es del Eterno, y Él gobierna sobre las naciones” (Salmos 22:28)

El Amor de Dios nos espera para proclamarlo como nuestro verdadero Redentor: “Y cuando ellos clamaron a Ti durante el tiempo de su tribulación Tú escuchaste desde los Cielos, y conforme a Tu gran compasión Tú les diste redentores que los liberaron de la mano de sus opresores” (Nehemías 9:27) y cuando nos demos cuenta de esto seremos completamente conscientes de que “toda la Tierra está llena de Su gloria” (Isaías 6:3)

En este sentido Jacob sabe que no está listo para confrontar a Esaú porque necesita más tiempo para elevar los rasgos de su carácter, con la misión de convertirse en la Verdad que él y sus herederos representan: Amor y Luz para crear un lugar en este mundo para el Creador de todo more entre nosotros. Por lo tanto Jacob dice a Esaú: “(…) y yo me desplazaré a mi propio paso despacio, según el paso del trabajo que está ante mí, y según el paso de los niños [mis desdendientes], hasta que yo venga a mi amo, a Seir” (Génesis 33:14), con el fin de cumplir la profecía (en Abdías 1:21) como un Mandamiento.

En este contexto podemos entender por qué Jacob llamó a Esaú su “amo”, porque en últimas es esa la misión de Israel: redimir a las “naciones” para que todas puedan reconocer y alabar a Dios como el verdadero soberano de toda la Creación: “Para que Tu camino sea conocido en la Tierra, Tu Redención entre todas las naciones” (Salmos 67:3)

El enfrentamiento de Israel con los riegos y peligros de las tinieblas continúa en esta parshá: “Los dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, los hermanos de Dina, cada uno tomó su espada y ellos llegaron a la ciudad con confianza, y mataron a todo varón”, “Los hijos de Jacob vinieron encima de los muertos y saquearon la ciudad que había mancillado a su hermana” (Génesis 34:25, 27)

Esta vez los hijos de Israel reaccionaron con la actitud inflexible que su padre no tuvo con Esaú. Y tratar con idólatras que son esclavos de sus propias pasiones conlleva al peligro de volverse como ellos: “Entonces Jacob dijo a su casa y a todos los que estaban con él, 'alejen los dioses extraños que estén entre (lit. en) vosotros, y purificaos, y cambiad vuestras vestiduras'.” (35:2) Otros sucesos tristes relatados en esta porción son las muertes de nuestra matriarca Raquel y nuestro patriarca Isaac.

La porción termina mencionando las generaciones de los descendientes de Esaú como recordatorio de que ellos representan no solamente los obstáculos para cumplir la misión de Israel, sino también los verdugos siempre dispuestos a oprimirnos cuando despreciamos los caminos y atributos del Creador y elegimos seguir las fantasías e ilusiones de ego.

Si las decisiones de Jacob fueron ciertamente difíciles en su tiempo, también lo son para nosotros ahora. En cada momento tenemos que tomar decisiones, y la principal lección que nos enseña la Torá es tomarlas pensando no sólo en el bienestar y conveniencia individual sino en el bienestar colectivo. Ese es uno de los rasgos de Amor, y también uno de sus atributos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.