Nuestros Sabios enseñan que cada uno de los Nombres Divinos mencionados en la Torá representa un atributo particular con el que el Creador se relaciona con Su Creación: “Me aparecí (lit. fui visto, vaeirá) a Abraham, a Isaac, y a Jacob como el Todopoderoso, pero Mi Nombre YHVH Yo no les hice conocer a ellos” (Éxodo 6:3). Respecto a YHVH, ellos indican que está relacionado con la abundante amorosa bondad y la compasión. De ahí podemos entenderlo como Amor Divino que nos sustenta, alivia y redime del cautiverio en las fantasías e ilusiones materialistas de ego.
Hemos dicho muchas veces que el mensaje esencial de este blog “Amor de Dios” es concebir al Creador mediante Su Amor. También relacionarnos con Él mediante Amor como nexo común con el Creador. El mensaje es muy simple. Si la Creación es una manifestación del Amor de Dios, consecuentemente la Esencia de la Creación es también Su Amor. Como tal debemos concebirla y relacionarnos con toda Su Creación. También está escrito que los humanos fuimos creados a Su imagen y semejanza. Entonces debemos entender nuestra identidad como emanación de Su Amor, e igualmente relacionarnos con el Creador a través de esa Esencia común que nos une a Él.
Este es el contexto en el que debemos entender “Y Yo os tomaré para Mí como un pueblo, y Yo seré vuestro Dios; y sabréis que Yo soy el Eterno vuestro Dios que os saco de debajo de las cargas de Egipto” (6:7). Es el Amor de Dios que nos reune como nuestro Redentor, simplemente porque Él es nuestro Creador y el Único que tenemos que conocer para comprender quienes somos en Su Plan Divino.
“Moisés habló así a los hijos de Israel, pero ellos no le escuchaban debido a su desaliento y a causa de la dura servidumbre” (6:9). Cuando alcanzamos una conocimiento elevado y nos damos cuenta del mensaje presentado arriba, nos convertimos en el Moisés de nuestra propia conciencia. Entonces nuestro propósito es unir todos los aspectos de esta (los hijos de Israel) y hacerles llegar el mensaje.
Esta tarea es extremadamente difícil cuando estos aspectos están subyugados por la negatividad de los deseos materialistas de ego que nos causan “desaliento” con nuestra “dura servidumbre” sobre aquellos. “(…) el Eterno habló a Moisés, diciendo: ‘Yo soy el Eterno. Háblale al faraón, rey de Egipto, todo lo que Yo te he hablado a ti’. Pero Moisés dijo ante el Eterno: ‘He aquí que yo soy de labios cerrados; entonces, ¿cómo me ha de oír el faraón’?” (6:29-30).
Aquí vemos la dinámica del Plan Divino cuando tenemos que cumplir la voluntad del Creador. Él es quien revela Su amor en Su Creación, y es Él quien muestra el camino que debemos andar ante Él como verdadero guía de todas las dimensiones de la conciencia, ego incluido. Es esencial darnos cuenta que la tarea de armonizar nuestra vida comienza con dominar el ego, ya que este es la fuerza más poderosa en la conciencia.
Ya mencionamos en nuestro comentario anterior sobre la parshat Shemot que el faraón (ego) no reconoce ningún otro poder aparte de él. Todo el proceso del Éxodo de Egipto acontece para enseñar al faraón (ego) quién es el verdadero regente en nuestra vida. Cuando somos conscientes del Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad, este Amor nos habla a nosotros y a nuestro ego cuando clamamos para salir de las tinieblas y retornar a la Luz.
Sin embargo, aún siendo conscientes del Amor de Dios en nuestras vidas, no creemos totalmente que Él pueda subyugar y conducir la fuerza humana básica que nos impulsa a vivir. En efecto ego es un poderoso gobernante difícil de someter en nuestro empeño por hacer que Amor sea el único regente en la vida.
“El Eterno dijo a Moisés: ‘¡Mira! Que te he hecho un amo sobre el faraón; y Aarón, tu hermano, será tu portavoz’.” (7:1). En este versículo está claramente indicada la aparición de Aarón como la cualidad complementaria para abrazar plenamente el Amor de Dios. Nuestro conocimiento del Creador (representado por Moisés, nuestro maestro) es el conductor natural del ego, y es nuestra conexión permanente con el Creador (representada por Aarón, el Sumo Sacerdote) la que ejecuta esta acción (ver comentarios sobre el libro de Levítico en este blog).
Hemos señalado anteriormente que Moisés y Aarón representan dos aspectos complementarios del más alto conocimiento del Amor de Dios en nuestra conciencia. Vimos también que en las bendiciones finales de Jacob a sus hijos fueron definidas tres dimensiones de la identidad de Israel: José el portador de la Primogenitura, Leví del Sacerdocio, y Judá del Reinado. José abarca la herencia y legado que son el Amor de Dios en la humanidad, manifestado a través de Israel. Leví representa la conexión espiritual con el Amor de Dios como el conocimiento más elevado de Él en nuestra conciencia. Judá es la manifestación material del Amor de Dios en el mundo.
La porción continúa con siete de las diez plagas que afligieron a la tierra de Egipto, en el proceso de hacer reconocer el Amor de Dios como el Único regente en la Creación. La porción termina con la intransigencia del ego para rendirse a los modos y atributos de Amor como los verdaderos conductores y regentes de la vida: “Y el faraón vio que la lluvia, el granizo, y la tormenta habían cesado; pero él [faraón] continuó pecando, y endureció su corazón, él y sus sirvientes. Y el corazón del faraón fue endurecido, y no permitió salir a los hijos de Israel, tal como el Eterno había hablado a través de la mano de Moisés” (9:34-35).
Una vez más se nos recuerda el poder del ego en nuestra conciencia, y de la lucha que debemos librar para conducirlo bajo la regencia de Amor. Esta es la clave para redimirnos a nosotros mismos del cautiverio bajo las fantasías, ilusiones y espejismos del mundo, derivados de la actitud materialista ante la vida.
Hemos dicho muchas veces que el mensaje esencial de este blog “Amor de Dios” es concebir al Creador mediante Su Amor. También relacionarnos con Él mediante Amor como nexo común con el Creador. El mensaje es muy simple. Si la Creación es una manifestación del Amor de Dios, consecuentemente la Esencia de la Creación es también Su Amor. Como tal debemos concebirla y relacionarnos con toda Su Creación. También está escrito que los humanos fuimos creados a Su imagen y semejanza. Entonces debemos entender nuestra identidad como emanación de Su Amor, e igualmente relacionarnos con el Creador a través de esa Esencia común que nos une a Él.
Este es el contexto en el que debemos entender “Y Yo os tomaré para Mí como un pueblo, y Yo seré vuestro Dios; y sabréis que Yo soy el Eterno vuestro Dios que os saco de debajo de las cargas de Egipto” (6:7). Es el Amor de Dios que nos reune como nuestro Redentor, simplemente porque Él es nuestro Creador y el Único que tenemos que conocer para comprender quienes somos en Su Plan Divino.
“Moisés habló así a los hijos de Israel, pero ellos no le escuchaban debido a su desaliento y a causa de la dura servidumbre” (6:9). Cuando alcanzamos una conocimiento elevado y nos damos cuenta del mensaje presentado arriba, nos convertimos en el Moisés de nuestra propia conciencia. Entonces nuestro propósito es unir todos los aspectos de esta (los hijos de Israel) y hacerles llegar el mensaje.
Esta tarea es extremadamente difícil cuando estos aspectos están subyugados por la negatividad de los deseos materialistas de ego que nos causan “desaliento” con nuestra “dura servidumbre” sobre aquellos. “(…) el Eterno habló a Moisés, diciendo: ‘Yo soy el Eterno. Háblale al faraón, rey de Egipto, todo lo que Yo te he hablado a ti’. Pero Moisés dijo ante el Eterno: ‘He aquí que yo soy de labios cerrados; entonces, ¿cómo me ha de oír el faraón’?” (6:29-30).
Aquí vemos la dinámica del Plan Divino cuando tenemos que cumplir la voluntad del Creador. Él es quien revela Su amor en Su Creación, y es Él quien muestra el camino que debemos andar ante Él como verdadero guía de todas las dimensiones de la conciencia, ego incluido. Es esencial darnos cuenta que la tarea de armonizar nuestra vida comienza con dominar el ego, ya que este es la fuerza más poderosa en la conciencia.
Ya mencionamos en nuestro comentario anterior sobre la parshat Shemot que el faraón (ego) no reconoce ningún otro poder aparte de él. Todo el proceso del Éxodo de Egipto acontece para enseñar al faraón (ego) quién es el verdadero regente en nuestra vida. Cuando somos conscientes del Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad, este Amor nos habla a nosotros y a nuestro ego cuando clamamos para salir de las tinieblas y retornar a la Luz.
Sin embargo, aún siendo conscientes del Amor de Dios en nuestras vidas, no creemos totalmente que Él pueda subyugar y conducir la fuerza humana básica que nos impulsa a vivir. En efecto ego es un poderoso gobernante difícil de someter en nuestro empeño por hacer que Amor sea el único regente en la vida.
“El Eterno dijo a Moisés: ‘¡Mira! Que te he hecho un amo sobre el faraón; y Aarón, tu hermano, será tu portavoz’.” (7:1). En este versículo está claramente indicada la aparición de Aarón como la cualidad complementaria para abrazar plenamente el Amor de Dios. Nuestro conocimiento del Creador (representado por Moisés, nuestro maestro) es el conductor natural del ego, y es nuestra conexión permanente con el Creador (representada por Aarón, el Sumo Sacerdote) la que ejecuta esta acción (ver comentarios sobre el libro de Levítico en este blog).
Hemos señalado anteriormente que Moisés y Aarón representan dos aspectos complementarios del más alto conocimiento del Amor de Dios en nuestra conciencia. Vimos también que en las bendiciones finales de Jacob a sus hijos fueron definidas tres dimensiones de la identidad de Israel: José el portador de la Primogenitura, Leví del Sacerdocio, y Judá del Reinado. José abarca la herencia y legado que son el Amor de Dios en la humanidad, manifestado a través de Israel. Leví representa la conexión espiritual con el Amor de Dios como el conocimiento más elevado de Él en nuestra conciencia. Judá es la manifestación material del Amor de Dios en el mundo.
La porción continúa con siete de las diez plagas que afligieron a la tierra de Egipto, en el proceso de hacer reconocer el Amor de Dios como el Único regente en la Creación. La porción termina con la intransigencia del ego para rendirse a los modos y atributos de Amor como los verdaderos conductores y regentes de la vida: “Y el faraón vio que la lluvia, el granizo, y la tormenta habían cesado; pero él [faraón] continuó pecando, y endureció su corazón, él y sus sirvientes. Y el corazón del faraón fue endurecido, y no permitió salir a los hijos de Israel, tal como el Eterno había hablado a través de la mano de Moisés” (9:34-35).
Una vez más se nos recuerda el poder del ego en nuestra conciencia, y de la lucha que debemos librar para conducirlo bajo la regencia de Amor. Esta es la clave para redimirnos a nosotros mismos del cautiverio bajo las fantasías, ilusiones y espejismos del mundo, derivados de la actitud materialista ante la vida.