Los
rasgos de la conciencia (representados por Judá y sus hermanos)
reconocen el poder de Amor (representado por José como el mayor
conocimiento del Amor de Dios) como el
mismo poder de ego (representado por el faraón). Los hermanos apelan a Amor para que derrame su bondad y bendiciones, teniendo en
cuenta que la ira y demás cualidades negativas son el resultado de
la ausencia de Amor en nuestra vida: “Y Judá se
acercó (vayigash)
a él [José] y dijo: 'Por favor mi señor, deja que tu sirviente
hable algo a los oídos de mi señor, y que tu ira no se encienda
contra tu sirviente, porque tú eres como el
faraón'.” (Génesis 44:18).
El Amor de Dios es la Verdad, y es mediante ella que nos apegamos a Él. En este episodio de la narración de la Torá es esencial hacer prevalecer la verdad con el fin de disipar la negatividad en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. José, como la personificación de los modos y atributos de Amor, no puede permitir que sus hermanos continúen albergando crueldad, odio, celos y envidia en sus corazones. De ahí que José tenga que asegurarse de que ellos estén completamente liberados de esas ilusiones negativas de ego.
Entonces es Judá quien demuestra a José que está dispuesto a dar su propia vida a cambio de la de su hermano menor y también por sus demás hermanos, para salvaguardar la unidad de Israel: “Y ahora cuando yo venga a tu sirviente, mi padre, y el joven [Benjamín] no esté con nosotros [porque] su alma (de mi padre) está unida a su alma (de Benjamín)”, “Porque, ¿cómo subiré a mi padre si el joven no está conmigo? ¡No me dejes ver la miseria que caería sobre mi padre (Israel)!” (43:30, 34). Esta prueba definitiva de Amor entre sus hermanos es de hecho la unidad que los hijos de Israel necesitan forjar permanentemente para poder abrazar Amor, cuya estruendosa voz puede escucharse como el gobernante en los dominios de ego: “Y él [José] lloró a gritos y los egipcios oyeron, y la casa del faraón oyó” (45:2).
“Pero no estéis tristes y ni os pese haberme vendido acá, porque fue para preservar vida que el Eterno me envió ante vosotros”, “Y el Eterno me envió ante vosotros para que os quedéis en la tierra y para preservar vida para una gran salvación” (45:5, 7) El amor de José ya está libre de rasgos negativos porque Amor Divino, el Espíritu de Dios, está con él.
Este es Amor que crea, sustenta y preserva vida, el mismo que nos libera de los deseos materialistas de ego cuando clamamos con estruendo al Creador. Esta es la gran salvación, el Éxodo de Egipto anticipado por José y contado por él a sus hermanos. Otra vez Amor reafirma su prevalencia sobre todos los aspectos y dimensiones de la conciencia, ego incluido: “Así pues, vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un padre para el faraón, un señor sobre toda su casa y un gobernante sobre toda la tierra de Egipto" (45:8).
Aunque creemos en nuestro Creador y Su Amor como nuestro sustentador y Redentor, tememos al denso materialismo de las tinieblas y sus espejismos, fantasías e ilusiones en los que estamos atrapados cuando Amor está ausente en nuestra conciencia. Consecuentemente tenemos que confiar en el Amor de Dios además de tener fe en Él. De hecho es más fácil tener fe en el Creador que confiar en Él. Sí creemos que es Él nuestro único Proveedor y, aunque estemos completamente conscientes de que nos sustenta constantemente, seguimos confiando más en el poder del dinero que en la Divina Providencia.
El miedo de carecer de los recursos materiales para aliviar nuestras necesidades básicas es más fuerte que nuestra confianza en el Amor de Dios: “Y Él dijo: 'Yo soy el Eterno, el Dios de tu padre. No tengas miedo de bajar a Egipto, porque allá Yo te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, y Yo ciertamente también te haré subir otra vez, y José pondrá sus manos sobre tus ojos'.” (46:3-4).
“Y Jacob dijo al faraón: 'Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años. Los días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no han llegado a los días de los años de las vidas de mis padres en los días de su peregrinación'.” (47:9). Este es el predicamento de la misión espiritual de Israel en términos de su relación con el mundo material: una vida de lucha con las limitaciones del mundo físico, los rigores y peligros de la naturaleza, y las dificultades materiales que enfrentamos y debemos vencer para asegurar nuestra supervivencia y bienestar, como individuos y como Nación.
Este predicamento representa los limitantes “pocos” en nuestra vida, mientras que los “malos” se refieren a los rasgos y aspectos negativos de la conciencia humana que debemos confrontar y vencer cada momento: las fantasías de ego, las ilusiones negativas, y los bajos deseos que desafían nuestro libre albedrío en cada decisión de debemos tomar. Aunque hay aparente tristeza y pesimismo en la respuesta de Jacob al faraón, es así cuando tenemos que confrontar las ilusiones de ego con el fin de revelar la Verdad, la Luz, el Amor de Dios ocultado en la oscuridad de esas ilusiones.
La profecía Divina fue cumplida e Israel desarrolla y expande el horizonte de su conciencia aprovechando el potencial positivo que el ego puede alcanzar entre los riesgos y peligros de llegar a perder su verdadera identidad: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en la tierra de Goshen; y se posesionaron de ella, y fructificaron y se multiplicaron grandemente” (47:27).
En la parshat Mikeitz aprendimos que el ego tiene dos caras como parte de las dualidades que enfrentamos en el mundo material para poder ejercer nuestro libre albedrío. También, como hemos mencionado antes, toda la Creación está llena del Amor de Dios, y este Amor está ocultado en lo que percibimos como oscuro o negativo. En última instancia la Luz de Dios será totalmente revelada, y depende de nosotros asimilar esta realidad última.
Esto podemos hacerlo eligiendo ver la Luz ocultada en las tinieblas, teniendo una actitud positiva hacia la vida y abrazar Amor como la Verdad que puede disipar los sentimientos, emociones, pasiones y pensamientos negativos en los que parecemos estar atrapados. Dolor, sufrimiento, ira, tristeza, depresión y demás expresiones negativas de la conciencia pueden ser redimidos solamente permitiendo que Amor conduzca todos los aspectos de la vida.
El Amor de Dios es la Verdad, y es mediante ella que nos apegamos a Él. En este episodio de la narración de la Torá es esencial hacer prevalecer la verdad con el fin de disipar la negatividad en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. José, como la personificación de los modos y atributos de Amor, no puede permitir que sus hermanos continúen albergando crueldad, odio, celos y envidia en sus corazones. De ahí que José tenga que asegurarse de que ellos estén completamente liberados de esas ilusiones negativas de ego.
Entonces es Judá quien demuestra a José que está dispuesto a dar su propia vida a cambio de la de su hermano menor y también por sus demás hermanos, para salvaguardar la unidad de Israel: “Y ahora cuando yo venga a tu sirviente, mi padre, y el joven [Benjamín] no esté con nosotros [porque] su alma (de mi padre) está unida a su alma (de Benjamín)”, “Porque, ¿cómo subiré a mi padre si el joven no está conmigo? ¡No me dejes ver la miseria que caería sobre mi padre (Israel)!” (43:30, 34). Esta prueba definitiva de Amor entre sus hermanos es de hecho la unidad que los hijos de Israel necesitan forjar permanentemente para poder abrazar Amor, cuya estruendosa voz puede escucharse como el gobernante en los dominios de ego: “Y él [José] lloró a gritos y los egipcios oyeron, y la casa del faraón oyó” (45:2).
“Pero no estéis tristes y ni os pese haberme vendido acá, porque fue para preservar vida que el Eterno me envió ante vosotros”, “Y el Eterno me envió ante vosotros para que os quedéis en la tierra y para preservar vida para una gran salvación” (45:5, 7) El amor de José ya está libre de rasgos negativos porque Amor Divino, el Espíritu de Dios, está con él.
Este es Amor que crea, sustenta y preserva vida, el mismo que nos libera de los deseos materialistas de ego cuando clamamos con estruendo al Creador. Esta es la gran salvación, el Éxodo de Egipto anticipado por José y contado por él a sus hermanos. Otra vez Amor reafirma su prevalencia sobre todos los aspectos y dimensiones de la conciencia, ego incluido: “Así pues, vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un padre para el faraón, un señor sobre toda su casa y un gobernante sobre toda la tierra de Egipto" (45:8).
Aunque creemos en nuestro Creador y Su Amor como nuestro sustentador y Redentor, tememos al denso materialismo de las tinieblas y sus espejismos, fantasías e ilusiones en los que estamos atrapados cuando Amor está ausente en nuestra conciencia. Consecuentemente tenemos que confiar en el Amor de Dios además de tener fe en Él. De hecho es más fácil tener fe en el Creador que confiar en Él. Sí creemos que es Él nuestro único Proveedor y, aunque estemos completamente conscientes de que nos sustenta constantemente, seguimos confiando más en el poder del dinero que en la Divina Providencia.
El miedo de carecer de los recursos materiales para aliviar nuestras necesidades básicas es más fuerte que nuestra confianza en el Amor de Dios: “Y Él dijo: 'Yo soy el Eterno, el Dios de tu padre. No tengas miedo de bajar a Egipto, porque allá Yo te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, y Yo ciertamente también te haré subir otra vez, y José pondrá sus manos sobre tus ojos'.” (46:3-4).
“Y Jacob dijo al faraón: 'Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años. Los días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no han llegado a los días de los años de las vidas de mis padres en los días de su peregrinación'.” (47:9). Este es el predicamento de la misión espiritual de Israel en términos de su relación con el mundo material: una vida de lucha con las limitaciones del mundo físico, los rigores y peligros de la naturaleza, y las dificultades materiales que enfrentamos y debemos vencer para asegurar nuestra supervivencia y bienestar, como individuos y como Nación.
Este predicamento representa los limitantes “pocos” en nuestra vida, mientras que los “malos” se refieren a los rasgos y aspectos negativos de la conciencia humana que debemos confrontar y vencer cada momento: las fantasías de ego, las ilusiones negativas, y los bajos deseos que desafían nuestro libre albedrío en cada decisión de debemos tomar. Aunque hay aparente tristeza y pesimismo en la respuesta de Jacob al faraón, es así cuando tenemos que confrontar las ilusiones de ego con el fin de revelar la Verdad, la Luz, el Amor de Dios ocultado en la oscuridad de esas ilusiones.
La profecía Divina fue cumplida e Israel desarrolla y expande el horizonte de su conciencia aprovechando el potencial positivo que el ego puede alcanzar entre los riesgos y peligros de llegar a perder su verdadera identidad: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en la tierra de Goshen; y se posesionaron de ella, y fructificaron y se multiplicaron grandemente” (47:27).
En la parshat Mikeitz aprendimos que el ego tiene dos caras como parte de las dualidades que enfrentamos en el mundo material para poder ejercer nuestro libre albedrío. También, como hemos mencionado antes, toda la Creación está llena del Amor de Dios, y este Amor está ocultado en lo que percibimos como oscuro o negativo. En última instancia la Luz de Dios será totalmente revelada, y depende de nosotros asimilar esta realidad última.
Esto podemos hacerlo eligiendo ver la Luz ocultada en las tinieblas, teniendo una actitud positiva hacia la vida y abrazar Amor como la Verdad que puede disipar los sentimientos, emociones, pasiones y pensamientos negativos en los que parecemos estar atrapados. Dolor, sufrimiento, ira, tristeza, depresión y demás expresiones negativas de la conciencia pueden ser redimidos solamente permitiendo que Amor conduzca todos los aspectos de la vida.