domingo, 27 de mayo de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XV)


Oh Eterno, naciones han invadido [lit. venido a] Tu heredad, el altar de Tu sacralidad han profanado, han hecho Jerusalem ruinas. (Salmos 79:1)

En la tradición hebrea, las “naciones” representan tendencias y rasgos negativos derivados de una actitud egocéntrica ante la vida, lo que aquí frecuentemente llamamos “fantasías e ilusiones de ego” que profanan lo es bueno en todos, porque el bien es la sacralidad que mora en nosotros y que llamamos Jerusalem.

A diferencia de aquellas, Israel es la nación que representa las cualidades positivas en la conciencia humana, destinadas a ser dirigidas eternamente por el bien. El rey David lamenta la constante confrontación entre el bien y el mal, ya que el bien es la opción más natural, lógica y obvia, para vivir en su albedrío total como la heredad creada por Dios para ser disfrutada por todos eternamente.

“Su sangre [de los justos] ellas han derramado como agua alrededor de Jerusalem. No había nadie que les diera sepultura. (79:3)

Las naciones son nuevamente denunciadas como perseguidoras y verdugos de los valores y principios éticos que nos conducen para vivir por, en, con y para el bien. Éstos son los justos que guían al pueblo con la responsabilidad de indicarnos los modos y atributos necesarios para hacer que el bien rija todos los aspectos y expresiones de la vida.

Vemos que la fuerza vital de los justos es el bien masacrado por las naciones que procuran la destrucción de Jerusalem como el más elevado nivel de conciencia donde solamente el bien reina.

“Dichosos aquellos que viven en Tu casa, ellos aún Te alabarán eternamente. (84:4)

Éste es uno de los versículos más profundos del libro de salmos, aunque su significado literal revele lo que es bastante obvio. Si vivimos permanentemente con nuestro Creador, estamos destinados a alabarlo por este privilegio.

El versículo sugiere que un corazón contento es la condición para acercarnos a Dios, ya que si queremos ser, tener o hacer algo, primero tenemos que abrazarlos como algo que es parte de nosotros. Además, también sabemos y anticipamos que estar con nuestro Creador es de por sí la mayor experiencia indescriptible de todas.

El versículo igualmente indica que quienes viven en el Templo de Jerusalem, la casa de Dios, han sido tradicionalmente por decreto divino los levitas que también son sus guardianes y que proveen lo que necesitan los sacerdotes para su servicio cotidiano.

Nuestra tradición hebrea nos señala que parte del servicio de los levitas en el Templo incluía cantar alabanzas para honrar, exaltar y celebrar la presencia de Dios en Su casa.

Nos damos cuenta que vivir en el bien como la morada elegida del Creador en la conciencia humana es la causa y el efecto de la máxima plenitud de libertad, porque en el bien somos completamente libres.

“Ellos han ido de fuerza en fuerza, el Eterno Todopoderoso aparecerá en Sión. (84:7)

Este versículo se relaciona con el peregrinaje a Jerusalem como el destino de corazones y almas que buscan compenetrarse con el bien eterno que emana del amor de Dios. Ascendemos a Sión adquiriendo la fuerza que procura más fuerza, que sólo el bien puede dar.

Entre más bien hagamos, mejores seremos para manifestar mayores expresiones del bien que el Creador nos revelará cuando Se aparezca a nosotros en Sión, que es el tiempo y espacio donde nos unimos a Él tal como nos lo ha prometido.

domingo, 20 de mayo de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XIV)


“Y he aquí que en Shalem está Su Tabernáculo y Su morada en Sión. Ahí Él ha quebrado flechas de un arco, escudo y espada, y guerra, para siempre.
(Salmos 76:3-4)

El fundamento de la Presencia de Dios, que es el amor del bien emanado de Él, es paz como lugar desde donde revela completamente Su prometida redención, que es el comienzo de vivir eternamente en Sus modos y atributos.

Shalem significa entero, completo, pleno y total, en lo que no hay carencia y nada hace falta porque todo está contenido en ello. Así asimilamos que paz es shalom, y que Sión es el conocimiento de que en esta totalidad vivimos permanentemente en la Presencia de Dios, porque Su unicidad lo abarca todo.

También nos hace conscientes de nuestra necesidad de construir el Templo de Jerusalem como el Tabernáculo mediante el que nos unimos y compenetramos con nuestro Creador.

Somos los que tenemos que reconstruir el Templo, ya que depende de la añoranza y el deseo de retornar al bien de donde fuimos creados. El amor del bien es la base de nuestro nexo con Dios.

Nuestros Sabios dicen que la idolatría, el asesinato y el incesto llevaron a la destrucción del Primer Templo; que el odio gratuito causó la destrucción del Segundo Templo; y que el amor gratuito llevará a la construcción de Tercer y último Templo que durará eternamente.

Tenemos que reconocer el bien como nuestra esencia y verdadera identidad, ya que es lo que nos une y nos mostrará nuevos caminos y medios para vivirlo, una vez lo asimilemos como nuestra conexión permanente con el amor de Dios.

Este es el conocimiento de que el bien no cohabita con tendencias y rasgos negativos, representados por flechas y arcos, escudos y espadas que presagian disputas, conflictos, confrontaciones y guerras.

“Pero [Él] eligió la tribu de Judá, el monte Sión que Él ha amado. Y Él construyó Su santuario [lit. sacralidad] como un lugar elevado, como eterno como la tierra que Él ha fundado. (78:68-69)

Como sabemos, Judá es la tribu que permaneció fiel a su Dios, a pesar de las divisiones, disputas y confrontaciones entre los hijos de Israel. Es por ello que han sido conocidos como judíos, porque descienden de la tribu de Judá.

En este conocimiento profético, el rey David lo sabía y por ello escribió estos versículos para elogiarlos como los portadores de la trascendental responsabilidad de construir el Tercer Templo, que al igual que la tierra, durará para siempre.

En en Segundo versículo vemos que la prometida revelación de la Presencia de Dios en Sión exige la participación del Creador y del pueblo judío. Él habrá establecido (“construido”) su sacralidad en un “lugar elevado” que puede existir solamente en el más elevado nivel de nuestra conciencia.

De ahí entendemos que en ese lugar moran nuestros mejores rasgos y cualidades que se nutren únicamente del bien en aras del bien como propósito de la creación de Dios, ya que es su fundamento mediante el cual construimos el nexo eterno con Él.

domingo, 13 de mayo de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XIII)


“Porque el Eterno redime a Sión y construye las ciudades de Judá; y ellos han morado ahí, y es su posesión. Y los descendientes [lit. semilla, simiente] de Sus servidores la heredan, y quienes aman Su Nombre moran en ella.
(Salmos 69:35-36)

Estos versículos destacan el nexo eterno entre el Creador e Israel. Sin importar la separación o la destrucción, Él prometió redimir los rasgos, modos y atributos que ambos comparten. Estos son las “ciudades” como valores y principios en los que moramos, que también son nuestra herencia y posesión.

Podemos entender nuestros descendientes como nuestra “semilla”, no sólo como hijos o nietos, sino también como el bien que creamos con nuestras acciones. Así asimilamos que siendo y hacienda bien amamos el Nombre de Dios, que también es el bien en el que estamos destinados a morar eternamente.

“Recuerda Tu congregación que adquiriste desde antaño, la cual Tú has redimido para ser la tribu de Tu heredad; este monte Sión, [donde] Tu presencia viene. (74:2)

Nuevamente es mencionada la promesa de redención de Israel como la adquisición milenaria del Creador, para prevalecer en el bien como Su heredad. Todo esto ocurre en Sión como el tiempo y espacio de compenetración entre Dios e Israel, donde Su presencia “viene”.

Notemos que en cualquier parte del libro de salmos donde se menciona a Sión o Jerusalem, cada versículo citado se une a la continua afirmación del mismo principio o mensaje. El versículo en Salmos 74:2 es la continuación del citado en Salmos 69:35, como igualmente ocurre en los demás citados en lo sucesivo.

“Eleva Tus pasos hacia las desolaciones perpetuas. Derrota todos los males del enemigo en la sacralidad [de Tu templo]. Tus enemigos rugen en el lugar donde Tú te has reunido con nosotros. Ellos colocan sus banderas como estandartes. Ellos han quemado Tu santuario hasta el piso. Han profanado el lugar de la morada de Tu Nombre.
(74:3-4, 7)

El rey David clama a Dios rogando por Su complete redención final de aquellos que pretenden ocupar el lugar de Su morada, y hacer que sus despreciables rasgos y tendencias gobiernen cada aspecto y expresión de la conciencia. Estos ciertamente son las desolaciones perpetuas como predicamento de ilusiones y fantasías materialistas generadas por una actitud egocéntrica.

El versículo prosigue para indicar que solamente en lo sagrado del bien que mora en el santuario de Dios podemos derrotar todas las formas y expresiones de la maldad.

Al abrazar el bien como nuestra esencia y verdadera identidad, y como el santuario donde nos compenetramos con el bien que emana de nuestro Creador, no hay mal que no podamos vencer y transformar en algo positivo para hacer de la vida algo mucho mejor.

Para poder retornar al bien, no sólo como nuestra identidad real sino también como nuestra constante redención, primero tenemos que retirar los avisos, banderas y estandartes que nos definen como lo que representan.

Estos son los rasgos negativos y destructivos que destruyen lo que alguna vez creímos lo mejor en nosotros. Son los males que queman nuestro nexo con el bien como nuestra esencia e identidad proveniente del bien que pronuncia el Nombre de Dios.

domingo, 6 de mayo de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XII)


“¿Por qué parecéis en envidia, montañas de cumbres, ante la montaña que el Eterno ha deseado para Su morada? Sí, el eterno morará en ella para siempre. (Salmos 68:17)

Hemos señalado a menudo que las montañas simbolizan principios, creencias, valores e ideas inmutables. Entre más grandes y elevadas son, más difíciles son de mover, cambiar o modificar. En este versículo vemos una comparación entre todo tipo de ellas y la que representa el principio rector de Dios para Su creación.

Envidia es lo que sentimos cuando algo o alguien posee lo que más deseamos. El único remedio contra ella es ser o convertirse en aquello que codiciamos.

En vez de poseer lo que deseamos, de lo que se trata es convertirnos en el objeto de nuestro deseo. Esto podría parecer narcisista pero no lo es, porque no se trata de poseer aquello que deseamos como depredadores confesos. Si codiciamos la abundancia, tenemos que convertirnos en fuente de abundancia, al igual que con todo lo demás.

Las montañas envidian ser el lugar de la morada del Creador, la cual entendemos como la montaña o el principio rector destinado a dirigir la vida en este mundo.

En este sentido, aquello que no es bueno desea serlo, ya que el bien es la fuente de toda existencia. Estamos hablando de algo ciertamente eterno, como lo establece la segunda parte del versículo.

“Desde Tu templo en Jerusalem, donde reyes habrán de traerte ofrendas. (68:30)

En este salmo 68 en particular, leemos que todo lo que Dios ha creado es instado a reconocerlo, agradecerle, alabarlo y reverenciarlo por lo que Él hace; incluidos montañas  como principios, y reyes como gobernantes que dirigen nuestra conciencia en torno a lo que pensamos y hacemos.

Una vez más es reiterado que todo lo creemos, valoramos, apreciamos y abrigamos debe inspirarse, sostenerse y nutrirse con los modos, medios y atributos del bien como templo en el que honramos a nuestro Creador y nos compenetramos con Él con lo mejor en nosotros.

Todos estos que abarcan nuestra conciencia son los “reyes” que gobiernan en lo que somos, tenemos y hacemos; y que ciertamente son las elevadas ofrendas que traemos a la Fuente del bien. En este conocimiento reverenciamos a Dios.

“Reverenciado es el Eterno en Tus sagrados predios, el Dios de Israel. Él da fortaleza y poder al pueblo [de Israel]. Bendecido sea el Eterno. (68:36)

Los predios sagrados de Dios son Sus modos y atributos (Éxodo 34:6-7) con los que se relaciona con Su creación, la cual lo proclama como el Dios de Israel.

Tal como lo hemos mencionado frecuentemente, Él les el principio regidor por el que el pueblo de Israel define y manifiesta su identidad, porque en esta identidad encuentran su fortaleza y poder para hacer prevalecer el bien en este mundo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.