sábado, 24 de diciembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XIX)

“Os ordeno, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi Amado. ¿Qué le diréis a Él? ¡Que yo estoy enferma de amor [por Él]!” (El Cantar de los Cantares 5:8)

Nuestro ser consciente, inspirado por el conocimiento de que nuestro amor está siempre ligado al amor de Dios nuestro Creador, llama a Su poder redentor que nos saque de las tinieblas de nuestras tendencias, decisiones y acciones negativas.

Llamamos a los buenos principios y valores conductores como nuestro nexo con Dios para que nos regresen a Él. El bien en nosotros es el que hace el llamado.

De ahí que primero debamos retornar a él y andar en sus modos y atributos, para que nos conduzcan de vuelta al bien mayor proveniente del amor de Dios. Debemos estar completamente enfermos de amor para añorar intensa y apasionadamente Su amor, y poder retornar a la casa que compartimos con Él.

Esto lo hacemos sirviendo a Su voluntad que es ser y hacer el bien como la fuente permanente de deleite, alegría y felicidad de nuestra vida en el mundo material.

Recordamos esto en la primera parte del rezo judío matutino del Shabat, no como una convocación abstracta o mística sino como un factor esencial de nuestra realidad material y spiritual. Todo nuestro ser debe estar plenamente compenetrado en amar a Dios.

“Por lo tanto los miembros que Tú has dispuesto dentro de nosotros, el espíritu y el alma que Tú has exhalado en nuestras narices, y la lengua que has puesto en nuestra boca, todos ellos han de agradecer, bendecir, alabar y glorificar, exaltar y adorar, santificar y proclamar el reinado de Tu nombre, nuestro Rey. Porque toda boca ha de agradecerte, toda lengua ha de jurar por Tu nombre, todo ojo ha de mirar a Ti, toda rodilla ha de inclinarse a Ti, y todos los erguidos han de prosternarse ante Ti, todos los corazones han de reverenciarte, y cada parte de nuestro interior ha de cantar a Tu nombre.”

El constante o al menos continuo estudio de la Torá aporta el refinamiento de este compromiso y conexión total, haciéndonos asimilar e integrar los caminos del Creador en todos los niveles de conciencia, al adoptar y expresar cualidades y rasgos positivos en lo que decimos y hacemos.

También adquirimos este conocimiento mediante la plegaria, porque esta eleva nuestra percepción de los modos y atributos de Dios respecto al bien en cada faceta y dimensión de la vida.

En la parte central de nuestros rezos judíos diarios integramos el bien de los caminos y atributos del Creador al bendecirlo por estos en nosotros, al evaluar las diecinueve bendiciones en la amidá.

Antes de proceder a ello, recordemos que en la tradición hebrea el verbo rezar no es pasivo ni activo sino reflexivo. Esto significa que rezar se hace a Dios como un acto de auto-concientización dirigido a compenetrarse con Él, y traer a nosotros las bendiciones con las que lo bendecimos a Él.

Este es un medio de auto-realización para despertar en nuestra conciencia la presencia de Dios en nosotros y en el mundo material. Esta acción nos permite compenetrarnos con Su amor a través de las bendiciones que Él nos otorga para cada expresión de la vida, y así hacer de ellas parte de nosotros.

Comencemos a abrazar las bendiciones del Creador bendiciendo Su presencia en nosotros.

“Bendito eres Tú, Eterno, escudo de Abraham”

Lo bendecimos por ser el Dios de nuestros patriarcas a los que bendijo siendo y hacienda amorosa bondad, porque esta última es el único medio para Él redimirnos como nuestro ayudante, redentor y escudo.

En esta bendición nos hacemos conscientes de que el bien eterno de la amorosa bondad de Dios es el principio rector, sustentador y regidor de la vida y toda la creación. De ahí que bendigamos a Dios como el escudo protector de Abraham; porque este, como la raíz de Israel, es la personificación de la amorosa bondad.

Esta bendición nos acerca al conocimiento de que nuestro bien se fusiona como uno con el bien del Creador como nuestra esencia e identidad, como nuestra verdad y escudo.

Bendecir a Dios significa reconocer que el bien proviene de Él, de ahí que “bendito es Dios” quiere decir “el bien es Dios” o “bueno es Dios”. Así al bendecirlo a Él nos bendecimos a nosotros mismos con el bien, para ser tener y manifestar el bien, lo cual es el entero propósito de la creación de Dios para hacer prevalecer el bien.

“Bendito eres Tú, Eterno, que da vida a los muertos”

Bendecimos a Dios por Su poder para crear y sostener la vida, y por traernos a la vida desde la muerte mediante el poder redentor de Su amor.

En esta bendición activamos el poder del Creador en nosotros para superar nuestras caídas, curar nuestros malestares, liberarnos de nuestro cautiverio y revivir desde las tumbas de las tendencias y rasgos negativos en la conciencia, para vivir en los florecidos campos de una completa redención.

Al bendecir a Dios por revivir a los muertos, traemos e nuestra conciencia al bien inherente a la vida para tener el poder de también crear vida, sustentarla, y superar la muerte.

“Bendito eres Tú, Eterno, el Dios sagrado”

Bendecimos lo sagrado en Dios, que lo hace único e imposible de concebir o comprender, porque en esta bendición también nos consagramos como portadores del bien.

En esta consagración lo alabamos por toda la eternidad. Nos hacemos sagrados al alabar lo sagrado en Él. Esto sagrado es lo sublime del bien, por el cual elevamos nuestra conciencia para adquirir la actitud adecuada para ser y hacer el bien.

Así nos hacemos conscientes de que el bien de Dios es lo sagrado en Él, y al ser y hacer el bien también nos consagramos. En este conocimiento nos damos cuenta de que lo sagrado del bien nos separa de lo diferente u opuesto a este.

De ahí que el significado literar en hebreo de sagrado es “separado” o “aparte”, y lo entendemos como exclusivo en términos de diferencia, no de exclusión. De esta manera comprendemos los pasajes de la Torá en los que Dios es descrito como “celoso” e “iracundo”, porque Sus caminos y atributos no se mezclan o cohabitan como nada distinto a ellos.

“Bendito eres Tú, Eterno, que con gracia otorga conocimiento”

Bendecimos a Dios por darnos con gracia el conocimiento necesario para entender Sus modos y atributos como Su voluntad para nosotros, que tiene como finalidad que el bien rija, guíe y dirija todos los aspectos y expresiones de la vida.

Este conocimiento es de hecho la realización de nuestra compenetración con el amor de Dios, con el cual Él pone gracia en nosotros. En este sentido entendemos gracia como el reflejo de amor similar a un resplandor que nos hace lo suficientemente amables para inspirar, despertar e incitar amor en otros y en nuestro entorno.

Con conocimiento somos capaces de discernir y distinguir entre lo sagrado y lo profano, luz y oscuridad, Israel y las naciones, el Séptimo Día y los seis días de trabajo.

En esta bendición bendecimos a Dios por darnos sabiduría, entendimiento y conocimiento, en ese orden. De ahí que estos nos habiliten para integrar nuestra compenetración con el amor de Dios para manifestarlo dentro del apropiado marco ético en cada momento e instancia de la vida.

Así asimilamos que el bien es la fundación del verdadero conocimiento.

“Bendito eres Tú, Eterno, que desea el retorno [a Él]”

Bendecimos a Dios por Su compasión y amorosa bondad que desean nuestro retorno a Él y a sus caminos y atributos. En esta bendición renovamos nuestro conocimiento de la Torá como nuestra identidad judía y propósito, al igual que el servicio del bien, realizado de todo corazón.

Así nos damos cuenta que al hacer bien estamos de regreso al Creador, que a Su vez desea que retornemos a Él siguiendo los caminos y expresiones del bien, porque es lo que quiera para nosotros.

“Bendito eres Tú, Eterno, graciable que perdona en abundancia”

Bendecimos a Dios por perdonarnos con gracia nuestras transgresiones y malas acciones contra el bien inherente a la rectitud, justicia, verdad y amorosa verdad.

En la gracia de Su perdón reaseguramos nuestra confianza en Él, y en nuestra fortaleza para seguir en Sus caminos y emular Sus atributos. En esta bendición hacemos recordatorio de que nuestra vida es un proceso de aprendizaje y corrección dirigido a ascender al más elevado nivel de nuestra conciencia, porque en este es donde nos compenetramos con nuestro Creador.

En este proceso, la gracia del perdón de Dios también nos conduce a perdonarnos en el conocimiento de que esta acción se completa mediante la corrección de nuestras transgresiones y malas acciones, y trayendo bien al remover de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones, instintos, habla y acciones, todo lo diferente de los modos y atributos de amor como fuente del bien.

Somos plenamente perdonados por la gracia del Creador cuando traemos de vuelta el bien a nosotros, ya que nuestras transgresiones y malas acciones las cometemos contra el bien.

“Bendito eres Tú, Eterno, redentor de Israel”

Bendecimos a Dios porque es nuestro redentor, y la bendición es que el bien es el medio y el fin para nuestra redención de las tendencias y rasgos negativos que nos mantienen cautivos en las fantasías e ilusiones de ego.

En el conocimiento de nuestras flaquezas y tendencias a transgredir lo bueno como nuestra esencia y verdadera identidad, bendecimos el poder redentor del amor de Dios, porque somos realmente redimidos por Su ayuda y apoyo en nuestra búsqueda individual y colectiva de la liberación total de las inclinaciones negativas de las fantasías e ilusiones de ego.

En esta bendición recordamos que el amor de Dios libra nuestras batallas, y lo bendecimos a Él por ser el redentor de Israel.

“Bendito eres Tú, Eterno, que cura a los enfermos de Su pueblo Israel”

Bendecimos a Dios por Su bondad que también cura nuestros dolores y quebrantos, sean físicos o espirituales. El Creador de hecho conoce el dolor y sufrimiento que infligimos en nosotros y en los demás, porque Su compasión es una expresión de Su eterna amorosa bondad.

Así nos hacemos conscientes de que la fidelidad de Dios hacia el bien asegura nuestra redención de las tribulaciones y aflicciones.

Nunca olvidemos que la mayoría de estas son creadas por nosotros para imponerlas unos a otros. El bien otra vez está con nosotros para traer alivio a nuestras carencias, debilidades, malestares, dolores y enfermedades.

Bendecimos a Dios por continuar curándonos de los efectos negativos de malas decisiones y acciones. En esta bendición traemos nuestra conciencia al bien derivado de los modos y atributos de amor como fuente permanente de sustento, alivio, curación y liberación total.

“Bendito eres Tú, Eterno, que bendice los años”

Bendecimos a Dios por Su amorosa bondad que es la fuente de nuestro sustento material y spiritual cada año de muestra vida, como el rocío y la lluvia para la tierra.

En esta bendición elevamos nuestra conciencia para vivir permanentemente en el amor de Dios, momento a momento en el bien de la amorosa bondad como nuestro constante y completo bienestar.

Lo bendecimos a Él por bendecir (otorgarnos bien) nuestros años, al igual que da rocío y lluvia a la tierra para que germinen los recursos necesarios para nuestro sostenimiento y abundancia.

En esta bendición nos hacemos conscientes de que nuestras buenas acciones y actos de amorosa bondad son también el rocío y la lluvia que también regresan a nosotros bajo el principio de que el bien es su propia causa y efecto.

Así nos damos cuenta que tal como sembramos bien cosechamos bien con nosotros y para nosotros, con los demás y para los demás.

“Bendito eres Tú, Eterno, que reúne a los dispersos de Su pueblo Israel”

Bendecimos a Dios por reunir a nuestros hermanos judíos dispersados en todos los rincones de la tierra. En esta bendición nos hacemos conscientes de que el bien es el estandarte que el amor de Dios eleva para atraer a Su pueblo repartido, porque el bien es la raíz e identidad común que Él nos dio, y que también es nuestro nexo común con Él.

El bien es el medio de atraernos y reunirnos a todos en aras del mismo bien. De ahí que todos tengamos que elevar y realzar el bien como el estandarte de nuestra existencia.

Todavía seguimos viviendo en el exilio entre las naciones, y esta bendición nos recuerda el propósito de nuestra vida en el mundo. Debemos asimilar en esta bendición que nuestros hermanos judío dispersados también representan las diversas cualidades y potenciales creativos positivos que integran las doce tribus de Israel.

Dios cumple Su promesa de recogernos y unirnos a todos como la unidad armónica funcional destinada a revelar completamente Su presencia en el mundo material.

Esta es la revelación total del bien en todas las facetas y dimensiones de la vida. En esta bendición también nos hacemos conscientes de que el amor de Dios reúne en nosotros como individuos judíos y como nación los infinitos potenciales del bien atrapado en las fantasías e ilusiones materialistas de ego, representadas por las naciones en las que ellos (los infinitos potenciales del bien) viven en exilio.

“Bendito eres Tú, Eterno, Rey que ama la rectitud y la justicia”

Bendecimos a Dios por Su amor a la rectitud y la justicia, que son expresiones primordiales del bien. Traemos nuestra conciencia a los modos y atributos del bien como nuestros jueces y consejeros que con compasión y amorosa bondad apartan de nosotros tristeza y suspiro.

Así con esta bendición fortalecemos nuestro juicio y criterio con las expresiones éticas del bien, con el fin de hacer prevalecer la rectitud y la justicia en lo que somos y hacemos.

Esta bendición nos dice que la compasión y amorosa bondad del Creador preceden a Su juicio. De la misma manera traemos a nuestra conciencia estos principios regidores y conductores de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, y de lo que decimos y hacemos.

“Bendito eres Tú, Eterno, que quebranta a los enemigos y subyuga a los malvados”

Bendecimos a Dios por destruir a nuestros enemigos y subyugar a los malvados. Así Él nos hace saber que el bien de los modos y atributos de amor no cohabitan con los modos de la maldad y sus tendencias, rasgos y efectos negativos.

De ahí que el bien supere y venza la maldad, eliminando sus cualidades destructivas, además de corregirla y reorientarla hacia caminos y propósitos positivos.

Nos hacemos conscientes de que debemos protegernos de traicionar o sabotear nuestro constante conocimiento del bien como principio regidor de nuestra vida.

En esta bendición reforzamos nuestra determinación de subyugar y corregir tendencias y rasgos negativos como enemigos que debemos vencer y eliminar de nosotros y en nuestro entorno, porque estos afligen y ponen en peligro las expresiones y cualidades positivas del bien en nosotros.

“Bendito eres Tú, Eterno, soporte y seguridad de los justos”

Bendecimos a Dios por hacernos confiar en el bien como nuestro nexo común con Él, y constante expresión de Su amor como la fundación de nuestra relación con Él.

Si no confiamos en Dios junto con Sus caminos y atributos, no habría significado para vivir en este mundo. Con nuestra confianza en el bien nos compenetramos con el amor de Dios.

Lo bendecimos a Él por apoyar y proteger a los justos y a los amorosos entre los de la casa de Israel, porque el bien es nuestro soporte y seguridad. En el bien ponemos nuestra confianza en lo que somos y como el destino que el Creador ha asegurado para nosotros.

“Bendito eres Tú, Eterno, que reconstruye Jerusalén”

Bendecimos a Dios por construir Jerusalén como el conocimiento permanente de nuestra conexión con Él.

En esta bendición tenemos presente que en dicha conexión nos hacemos conscientes de nuestra redención final, permitiendo que el poder redentor del amor de Dios transforme y eleve nuestra conciencia al reino de la era mesiánica. Esta última simbolizada en esta bendición por el establecimiento del trono de David, Su servidor.

En esta bendición damos poder a nuestro propio bien para traernos al pleno y total conocimiento de nuestro nexo con Dios, como un edificio eterno, porque el bien es la causa y propósito de Su creación.

“Bendito eres Tú, Eterno, que hace florecer el poder de la redención”

Bendecimos a Dios por hacer florecer en nosotros el poder redentor de Su amor, representado por el vástago de David, Su servidor.

Esta simiente es la expresión humana de la nueva conciencia para la prometida era mesiánica, como el tiempo y espacio de nuestra eterna redención en el bien que el Creador quiere que reine para siempre en nosotros y en el mundo material.

En esta bendición nos hacemos conscientes que al entronizar exclusivamente el bien de los modos y atributos de amor en todos los niveles de conciencia estamos verdaderamente redimidos.

“Bendito eres Tú, Eterno, que escuchas la plegaria”

Bendecimos a Dios por oír nuestras plegarias, porque en estas nos hacemos conscientes del bien que emana de Él en nosotros, como la fuente y el sustento para ser y manifestar el bien, también como Su voluntad para Su creación.

En nuestras plegarias abrazamos el bien como la fuente que satisface todas nuestras necesidades. En este conocimiento Dios ciertamente oye nuestras rezos y súplicas, porque por el bien es para lo que Él quiere que vivamos en todas los aspectos de la vida.

En esta bendición sabemos que lo único que pedimos a Dios es el bien, en aras del bien y no por nada diferente al bien. Así nos comprometemos sólo a pedir la asistencia de Dios para el bien que necesitamos para nosotros y para los demás, y no para las fantasías e ilusiones de ego.

“Bendito eres Tú, Eterno, que restaura Su presencia divina en Sión”

Bendecimos a Dios por hacernos conscientes de Su presencia en nosotros, porque ciertamente Él mora en el más elevado nivel de conciencia, representado por Jerusalén y su templo. De ahí que lo bendigamos “por restaurar Su presencia divina en Sión”.

Así nos damos cuenta que nuestras ofrendas de elevación y plegarias son expresiones del bien que recibimos de Dios, y que le ofrendamos de vuelta a Él en nuestras buenas obras y acciones como nuestro nexo común con Él.

Estas son nuestras ofrendas cotidianas diarias, junto con nuestras ofrendas por pecados, culpa, gratitud y paz, con las que constantemente renovamos nuestra cercanía a Sus modos y atributos.

“Bendito eres Tú, Eterno, el bien es Tu nombre y Ti corresponde agradecer”

Bendecimos a Dios por el bien que el pone en nosotros, comenzando por el hecho de que É les nuestro Creador, que nos da vida y nos sostiene. Este solo hecho es lo suficientemente grande para que impregnemos en nuestras bendiciones para Él la mayor gratitud, por reconocer que es el realmente la fuente de nuestra existencia.

Entre más agradezcamos a Dios cada momento por el que respiramos, nos elevamos a Él para hacernos merecedores de Su continuo sustento.

Así apreciamos las maravillas, milagros y bondades de Dios hacia nosotros, haciéndonos plenamente conscientes de que mediante el bien que nos concede nos abraza con Su eternal compasión, y que con Su compasión Su amorosa bondad es eterna.

También le pedimos que nos reúna a nosotros y a nuestros dispersados en los patios de Su templo, para así poder todos retornar a Su voluntad para servirlo a Él de todo corazón, porque lo reconocemos con agradecimiento.

De ahí que en nuestra gratitud nos comprometemos con Su voluntad, porque nosotros somos la arcilla y Él nuestro alfarero. Nuestra gratitud debe ser permanente con el fin de asegurar el bien como nuestro nexo eterno con Él.

Con esta bendición también agradecemos a nuestro propio bien como la causa y finalidad de nuestra vida.

“Bendito eres Tú, Eterno, que bendice a Su pueblo Israel con la paz”

Por último, bendecimos a Dios por bendecir a Su pueblo Israel con la paz, porque esta es lo completo, el balance perfecto, la entereza y armonía, como propósito y finalidad del bien.

En esta bendición le pedimos al Creador que nos dé la paz, el bien, vida, gracia, amorosa bondad y compasión, acompañadas de rectitud. Todas estas como los rasgos, cualidades, modos y medios del amor de Dios en todos los niveles de la conciencia.

Esta es la bendición que abarca todas las anteriores en unidad armónica funcional para cumplir con totalidad la voluntad del Creador, más allá de nuestros propios deseos y expectativas.

Recibimos la bendición de Dios para la paz con el fin de hacernos conscientes de que el bien, vida, gracia, amorosa bondad, compasión y rectitud son las expresiones que el Creador quiere que tengamos, disfrutemos y vivamos con total plenitud material y espiritual.

En conclusión, rezamos a Dios bendiciendo Sus modos y atributos como los medios para traernos a nosotros mismos al bien inherente a ellos, porque en ellos está el poder y capacidad del bien como nuestra esencia y verdadera identidad.

Así asimilamos que nuestros rezos judíos son una acción reflexiva, porque en ellos alineamos todos los niveles de conciencia para compenetrarnos totalmente con el amor de Dios.

lunes, 19 de diciembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XVIII)

“Los vigías que rondan la ciudad me encontraron, ellos me golpearon, ellos me hirieron. Los guardias de las murallas levantaron mi velo de mí.” (El Cantar de los Cantares 5:7)

En su elegida separación de los caminos del Creador, Israel enfrenta el efecto negativo de la codicia, lujuria, arrogancia, ira, envidia, indolencia e indiferencia. Además unidas con la crueldad, despotismo, discriminación, opresión, intolerancia y odio. Estos son los vigías que rondan la ciudad (conciencia), golpeando e hiriendo lo que es bueno en nosotros.

Los guardias cuidan las murallas del Templo de Jerusalén, y representan las cualidades y rasgos positivos que protegen el bien como nuestro nexo común con Dios. Ellos exponen a nuestra conciencia nuestras iniquidades y las consecuencias de las acciones negativas. Ellos levantan el velo que representa vivir en negación.

Por lo tanto en tal predicamento nos damos hacemos conscientes de que nuestra única salida es retornar a las cualidades del bien como nuestra verdadera esencia e identidad (“las hijas de Jerusalén”).

La permanencia del bien con el que Dios creó el mundo material depende de nuestro conocimiento del bien y del bien que debemos ser y hacer para que prevalezca continuamente. En este principio el bien trasciende las limitaciones de tiempo y espacio, porque es eterno.

“Dad gracias al Eterno porque Él les bueno, pues Su amorosa bondad es eterna.” (I Crónicas 16:34, Salmos 100:5, 145:9, 25:6)

De ahí que todo lo que no es bueno es deficiente, carente, limitado y temporal; y como tal no sustenta vida, por la existencia de la vida depende de la transcendencia del bien que a su vez hace la vida trascienda. Así nos damos cuenta que, siendo el bien lo que sostiene la vida, lo distinto a este la destruye.

En términos prácticos, todos los rasgos y cualidades del bien y su marco ético protegen y realzan la vida, a diferencia de las tendencias y rasgos negativos que procuran destruirla.

Adquirimos pleno conocimiento del bien eliminando todo lo opuesto a este en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Este es el verdadero refinamiento que logramos mediante el estudio de la Torá, del cual se trata seguir los caminos del Creador y emular Sus atributos. Estos contienen las normas y directrices para vivir de, por, en y hacia el bien.

“Bueno y justo es el Eterno, porque instruye a los pecadores el camino [correcto]. Él guía a los humildes en justicia, y Él enseña a los humildes Su camino. Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para aquellos que cumplen Su pacto y testimonios.” (Ibid. 25:8-10)

Este refinamiento culmina en un estilo de vida regido por cualidades conductoras para manifestar el bien, tal como también lo señala el rey David.

“Que la integridad y la rectitud me ayuden, porque mi esperanza está en Ti [Dios].” (Ibid. 25:21)

Este marco ético define los múltiples modos del bien como actos de amorosa bondad, y así asimilamos que estos son en sí nuestra propia recompensa. Esto quiere decir que nuestro beneficio y recompensa son el hecho de que seamos canales y vasijas del Creador para manifestar el bien.

No podemos dar lo que no tenemos, ni tampoco ser lo que no somos. Al hacernos conscientes de que el bien es lo que somos y tenemos, Dios nos lo da para que podamos darlo. Así todas las cosas buenas que hacemos están continuamente viniendo a nosotros.

Debemos insistir en que nos hacemos vasijas para el bien al eliminar de nosotros todo lo diferente a este, porque no cohabita con nada opuesto a sus modos, medios y atributos.

martes, 13 de diciembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XVII)

“Heno, nardo, nardo y azafrán, caña y canela, con todos los árboles de sándalo, mirra y sábila, con todas las especias esenciales. Un manantial de huerto, una fuente de aguas vivas, y arroyos del Lebanón. ¡Despierta, oh [viento del] norte, y ven oh [viento del] sur! Haz que mi huerto respire, sus especias emanen. ¡Que mi Amado venga a Su huerto, y coma su fruto precioso!” (Cantar de los Cantares 4:14-16)

La conciencia mesiánica estará unida permanentemente al amor de Dios, tal como ocurre en la cámara interior del Tabernáculo, donde las especias, perfumes y fragancias esenciales son quemadas como el incienso que simboliza el nexo eterno de Israel con Dios. Estas emanan de los huertos y jardines de la prometida nueva conciencia de vida eterna en las aguas vivas de este nexo, simbolizado otra vez como el Lebanón.

Todos los aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia fluirán en dirección de los modos y atributos de amor, como los vientos de soplan del norte y del sur. Ambos representan la dualidad de mal y bien, que en la redención final se desplazarán en todas las direcciones en busca del conocimiento de Dios y Su amor.

Este es el huerto donde la redención de Israel espera el amor de Dios para entrar juntos a las delicias de la nueva conciencia que caracterizará a la era mesiánica.

“He venido a Mi huerto, Mi hermana esposa. He recogido Mi mirra y Mi especia. He comido Mi panal con Mi miel. He bebido Mi vino con Mi leche. ¡Comed, amigos; bebed en abundancia, amados!” (5:1)

Este versículo está conectado con el anterior en el capítulo pasado, ya que están relacionados en contenido y en contexto. Dios responde a la invitación de acudir a su huerto escondido, y la acoge como Su esposa y socia para el mundo material.

En esta mutua compenetración entre los dos amores, las delicias de la Torá son como miel, vino y leche, compartidos con amigos. Estos últimos son las naciones también redimidas de sus inherentes tendencias y rasgos negativos, ahora viviendo por los senderos de la conciencia mesiánica que el Creador hereda a Israel. Así se cumple Su promesa para entrar a una nueva era para la humanidad en el mundo.

“Yo [estaba] dormida, pero mi corazón [estaba] despierto. ¡El sonido de mi Amado tocando [a mi portal]! 'Ábreme a Mí, Mi amada; Mi paloma, Mi perfecta. Porque Mi cabeza está [con] rocío, Mis cabellos [con] las gotas de la noche'. Yo ya me he quitado mi túnica, ¿me la he de poner? He lavado mis pies, ¿me los habré de ensuciar? Mi Amado metió Su mano en el portal, y mis entrañas se agitan por Él. Me levanté para abrir a mi Amado, y mis manos derramaban mirra, mis dedos fluían con mirra en la cerradura. Abrí a mi Amado, pero mi Amado se volvió y se fue. Mi alma se fue cuando hablaba. Lo busqué pero no lo encontré. Lo llamé, pero Él no me respondió.” (5:2-6)

Israel como el ser consciente está dormida en el predicamento negativo de las fantasías e ilusiones de ego. Dios llama a la esencia, identidad y verdad de Israel, que conforman Su amada, Su paloma, Su perfecta, y que son el nexo de Sus modos y atributos. Dios busca a Israel para traerla de vuelta a Sus senderos, y hace Su llamado en la oscuridad (“la noche”) del exilio.

De manera figurativa el Creador baja a las tinieblas “bajo el rocío y la lluvia de la noche”.

“Y en su aflicción [de Su pueblo Israel] Él [también] estaba afligido, y el ángel de Su presencia los redimió. En Su amor y Su compasión Él los redimió, y Él los concibió, y los cargó todos los días del mundo.” (Isaías 63:9)

Y en la Torá el Creador lo anticipa.

“Y el Eterno vendrá a tu cautiverio, con compasión de ti. Y vendrá y te recogerá de entre todos los pueblos de donde el Eterno tu Dios te ha dispersado.” (Deuteronomio 30:3)

Israel duerme en el exilio de las fantasías e ilusiones materialistas, luego de quitarse la túnica de su verdadera identidad. En su sueño paralizante tiene dificultad para regresar a ella misma. Su desnudez refleja su alienación y asimilación entre las naciones.

Inclusive regresar a Dios es un esfuerzo pesado y molesto, porque vive la futilidad y desolación de la pérdida de su ser real, similar a lavarse los pies como un cambio en la dirección y propósito de su vida.

Sin embargo el corazón de Israel como su amor por Dios sigue despierto a pesar de vivir en la vanidad y el vacío de los deseos materialistas de ego. Ella oye (entiende) y siente (debido a su conocimiento) el amor de Dios cerca de ella, tocando a su puerta. El corazón despierto la hace levantar de su sueño y camina para abrazar Su afecto que trata de venir a ella.

Ella sabe que el llamado del Creador mediante Su amor existe siempre y en todo lugar, sin importar qué tan oscura pueda ser la fantasía, ilusión o espejismo. Este conocimiento es sentido por cada fibra del cuerpo de Israel, el cual abarca todo el pueblo judío y su nación. 

Israel responde con sus ofrendas al Templo ya destruido por su elección de vivir en el lado oscuro de la conciencia humana. Las ofrendas con su incienso de espacias, fragancias y perfumes, que simbolizan su nexo permanente con Dios, hacen que Él abandone su puerta.

Estas ofrendas están contaminadas por su negligencia a abandonar las fantasías e ilusiones negativas que ella sabe no son compatibles con los caminos y atributos del Creador. Estas son opuestas a la esencia que ella comparte con el amor de Dios.

lunes, 5 de diciembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XVI)

“Tú eres completamente hermosa, amada Mía, y no hay tacha en ti. Conmigo desde el Lebanón, O esposa. Conmigo desde el Lebanón. Observa desde la cima del Amaná, desde la cima del Senir y del Hermón, desde los refugios de los leones, desde las montañas de los leopardos. Tú has cautivado a Mi corazón, Mi hermana, oh esposa. Tú has cautivado a Mi corazón con uno de tus ojos, con una de las cuentas de tu collar.” (El Cantar de los Cantares 4:7-9)

En esta compenetración no hay mancha en Israel, porque su amor es puro y sagrado como el amor de Dios proveniente de la blanca (Lebanón) pureza del Templo de Jerusalén.

Desde este sublime nivel de conciencia, cada concepción, idea, pensamiento, emoción, sentimiento y expresión pasional, son como las montañas, altas y por encima su básica tendencia natural. Allá en esas cimas elevamos nuestras fuerzas vitales e instintos que nos mueven como leones y leopardos que igualmente representan fortaleza, agilidad, belleza y majestad.

El Creador se deleita en el bien inherente a las cualidades y rasgos de Israel, que construyen un lugar en la conciencia humana para manifestar Sus caminos y atributos, en cada faceta y dimensión de la vida en el mundo material. Así Israel, como la esposa de Dios, realiza su misión como Su socia en la creación.

El ojo de Israel procura hacer prevalecer la voluntad de Dios en el mundo, y hasta una sola de sus cualidades (“una cuenta de su collar”) apuntan hacia los senderos que Dios quiere que la humanidad camine.

“¡Cuán hermosos han sido tus amores, Mi hermana esposa! ¡Cuán buenos tus amores, [que] han sido mejores que el vino. Y la fragancia de tus unciones [mejores] que todos los perfumes! ¡La dulzura brota de tus labios, oh esposa! Miel y leche debajo de tu lengua. Y la fragancia de tus vestiduras como la fragancia del Lebanón. Un huerto cerrado es Mi hermana esposa, un manantial cerrado, una fuente sellada. Tus retoños son un huerto de granadas con preciosos frutos.” (4:10-13)

El Creador prosigue elogiando la esencia y verdadera identidad de Israel, y el bien proveniente de sus contribuciones a la humanidad, como Su socia (“Mi hermana esposa”) para el mundo material. Estas son mejores que los placeres sensuales efímeros, disfrutados por las emociones surgidas del vino, los perfumes y las fragancias.

El amor de Dios evoca con poesía la dulzura del bien de los principios éticos y morales derivados de Su Torá, enseñados por Israel a las naciones. Las delicias de los modos y atributos de amor son vistos y vividos como la identidad de Israel, reflejada por la fragancia de sus vestiduras, emanada de su nexo permanente (el Templo de Jerusalén) con el amor de Dios.

Dios describe la esencia de Israel como un huerto, manantial y fuente ocultados para las naciones como rasgos inferiores y tendencias negativas de las fantasías e ilusiones de ego. En este huerto cerrado, manantial y fuente hacen crecer granadas con frutos preciosos. Otra vez vemos a estos últimos como metáforas de los mandamientos de Dios en este huerto esplendoroso y oculto.

Este huerto cerrado con manantiales y fuentes son el paraje y entorno de la conciencia mesiánica a ser revelada en la redención final de Israel. En esta nueva conciencia el mal no existe, y solamente el bien de los modos y atributos de amor como principios regidores y conductores que guiarán a la humanidad hacia el único interés del corazón humano.

El Creador promete a Israel revelar inclusive la luz ocultada que no podemos ver en la oscuridad.

“Y Yo te daré los tesoros de las tinieblas, y las riquezas ocultas de los lugares sellados, para que sepas que Yo soy el Eterno, que te llama por tu nombre. Sí, el Dios de Israel.” (Isaías 45:3)

Las granadas y frutos preciosos que cosecharemos en ese paraíso ocultado de la conciencia mesiánica estarán más allá de toda descripción o comprensión humana actual.

lunes, 28 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XV)

“Id y ved, hijas de Sión, en el rey Salomón con la corona que su madre lo coronó en el día de su boda, y en el día de la dicha de su corazón.” (3:11)

El amor de Israel por Dios la obliga a convocar sus más sublimes cualidades positivas (las hijas de Sión) en el Rey al que la paz le pertenece. Procuramos el amor de Dios como nuestra esencia y verdadera identidad, y en aquel como la corona de Su motivación (en este caso la “madre”) que hace posible toda Su creación.

El amor de Dios se hace manifiesto en Su creación como Su corona, con la que aprendemos Su dominio sobre todo lo existente. Así nos hacemos conscientes que nuestro amor y el amor de Dios están unidos desde el día cuando Él se reveló a nosotros al darnos Su Torá. Este es el día de Su boda que hace alegrar Su corazón. En ese día el Creador vio el amor de Israel por Él como un destino eterno, lleno de júbilo y dicha sin fin.

“Tú eres hermosa, amada Mía, Tú eres hermosa. Tus ojos son palomas detrás de tu velo. Tu cabello es como un rebaño de cabras resplandeciendo desde el monte Guilead. Tus dientes son como un rebaño bien contado, subiendo luego de lavarse. Todos ellos son perfectos y no hay tacha en ellos. Como una hebra escarlata son tus labios, y tu hablar es hermoso. Como una rebanada de granada son tus sienes detrás de tu velo. Como la torre de David es tu cuello construido como baluarte, un millar de escudos cuelgan de él, todos flechas de los poderosos. Tus pechos como venados, gemelos de gacelas que pastan entre las rosas. Hasta que el día comienza y las sombras se disipan, Yo me iré a la montaña de la mirra, y a la colina del incienso.” (4:1-6)

Los primeros seis versículos de este capítulo, al igual que la mayoría en el Cantar de los Cantares son una exaltación y alabanza al nexo del amor de Israel y el amor de Dios. Tal y como hemos señalado muchas veces, este nexo está simbolizado por el Templo de Jerusalén.

Belleza, amor, más belleza, palomas, velo y cabello, se refieren aquí a las decoraciones  del Tabernáculo y su cámara interior. Cabras y ovejas que brillan descendiendo de una montaña son las ofrendas que Israel eleva al Creador. Estos bovinos representan las cualidades vitales positivas que siguen como un rebaño la voz y vara del Pastor de Israel, “El Eterno es mi Pastor, nada me ha de faltar (...)”, “Conoce que el Eterno es Dios. Es Él quien nos hizo, somos Suyos, Su pueblo, y el rebaño de Su pastoreo (...)” (Salmos 23:1, 100:3).

Así comprendemos que las ofrendas traídas al Templo ciertamente representan nuestra disposición y determinación para elevar lo mejor en nosotros a Dios. Estas también reflejan nuestra buena voluntad, gratitud y paz que disfrutamos en nuestra cercanía a Su amor. Estos rasgos con cualidades fundamentales de la humildad como premisa para venir ante nuestro Creador.

Podemos comparar la humildad a la nada como lo vacío de aquello contrario al bien. We can compare humbleness to nothingness, as emptiness from anything contrary to goodness. Ciertamente la nada es un concepto complejo de asimilar, y dependiendo de lo que entendamos hay varias maneras de aprender de este. Otra manera de captar la nada es como la ausencia o inexistencia, del mismo modo en que lo negro es ausencia de color. Igualmente la nada, a pesar de sí misma, es considerada “algo” llamado nada como una referencia conceptual para definir cualidad, cantidad o valor. Debido a su carencia de valor, cualidad o propósito, la nada de hecho no existe.

En el contexto de la creación de Dios como algo procedente de la nada, vemos que tiene una función y  propósito. En este sentido podemos entender la nada como una abstracción imposible de asimilar que sólo Dios sabe, ya que todo proviene de Él incluyendo la nada que existe sin que la conozcamos. Así entendemos que “todo lo que es” tiene un propósito, ya que su razón de ser proviene del bien emanado del amor de Dios (ver arriba la cita de Salmos 136:1, 33:5).

Nuestros sabios sugieren que aquel que desea vivir y conducirse en los caminos de Dios debe “anularse” (vaciarse a sí mismo) de lo que no es como Él (en referencia a Sus modos y atributos). Tal como hemos destacado frecuentemente, cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia son vasijas que debemos mantener vacías de todo lo diferente o contrario a los modos y atributos del Creador.

Esta precondición se refiere a remover las ilusiones materialistas de ego y sus tendencias negativas para llenarlas con rasgos y cualidades del bien que Dios quiere que seamos, tengamos y manifestemos, para hacerlos prevalecer en el mundo. Dios creó estas vasijas para complementarse entre sí y expresarse todas como una unidad armónica funcional, en consonancia con la unidad del amor de Dios. Así es como nos unimos en Dios.

En este último versículo el Tabernáculo y el Templo de Jerusalén son comparados con una agraciada mujer adornada con la belleza de su bondad, manifiesta en la identidad de Israel. El bien es la expresión del amor de Israel y del amor de Dios como cualidad “gemela” complementaria de los modos y atributos del Creador, y el propósito y misión de Israel en el mundo.

La “voz” de Dios como Su amor se manifiesta tan dulce y hermosa como Sus mandamientos, similares a las semillas dentro de una granada, provenientes de la cámara interior del Templo. El bien inherente a ellos es también el escudo protector de una torre de fortaleza que nutre y sustenta las expresiones positivas en la vida. La dualidad como una “gemela”, mencionada en estos versículos representa la voluntad de Dios y la misión de Israel como los dos pechos, dos ciervas, dos gacelas pastando en la amplitud de los caminos y atributos del amor de Dios por Israel, su esposa.

En esta unión, Dios revela la promesa de Su redención final, eterna e infinita como un día que amanece y continúa para siempre sin tinieblas, porque las sombras desvanecieron. EN este conocimiento, Israel entra en la unidad y unicidad del amor de Dios en el Tabernáculo, el Templo en la montaña a la que Israel se trae a sí misma como ofrenda ante Él.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XIV)

“Os ordeno, hijas de Jerusalén, por las gacelas o ciervas del campo. No agitéis ni motivéis el amor hasta que ella lo desee.” (3:5)

El Creador no impone Su voluntad sobre Israel y sobre la humanidad, porque Él les dio libre albedrío para elegir ya sea los modos y atributos de amor o las fantasías e ilusiones de ego. De ahí que Él también advierta a nuestros más sublimes rasgos y cualidades (las hijas de Jerusalén) no forzar su bien sobre los aspectos y dimensiones (intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasión e instinto) que abarca la conciencia.

Hay otra referencia a gacelas y ciervos como símbolos de cualidades delicadas y sublimes que constituyen nuestro nexo común con Dios. Él quiere que nuestro ser consciente retorne a Sus caminos y atributos por su propia voluntad y deseo. Así nos damos cuenta que nuestra relación con Dios se construye mediante un proceso de aprendizaje, basado en las experiencias que tenemos con las decisiones que tomamos.

“¿Quién es ella que asciende desde el desierto como columnas de humo, perfumada con mirra e incienso de todos los polvos del mercader? He aquí que es el lecho de Salomón [Él al que la paz le pertenece]. Sesenta poderosos lo rodean, de los poderosos de Israel. Todos ellos blandiendo espada, diestros en la guerra, todos ellos con espada en su muslo, ante el temor de las noches. Un palanquín se ha hecho el rey Salomón [Se ha hecho el Rey al que la paz le pertenece], de madera del Lebanón. Él hizo sus pilares de plata, sus coberturas de oro, su asiento púrpura, su entorno adornado de amor por las hijas de Jerusalén.” (3:6-10)

Este versículo y los siguientes (3:7-10) se refieren al Templo de Jerusalén como la habitación compartida por Dios e Israel. Las fragancias mencionadas representan las más sublimes cualidades humanas que ascienden para compenetrarse con los modos y atributos del Creador. La cámara interior es el lugar de la paz que pertenece a Él, el sagrado de los sagrados.

Los sesenta hombres poderosos son una alegoría de la fortaleza de carácter que sostiene y protege nuestra elevación al amor de Dios como su Creador. Hay un factor humano inherente que hace posible la conexión y compenetración con Él.

Este factor humano es amor como el motivador para alcanzar el amor de Dios. Esta fortaleza de carácter y sus cualidades deben ser dirigidas y guiadas hacia los modos y medios de los atributos de amor, para convertirse en parte esencial de la identidad espiritual y material de Israel.

Estos son los “poderosos de Israel” como las mejores cualidades de la conciencia humana. Son principios, valores y fundamentos que se yerguen fuertes para proteger los modos en los que abordamos el mundo material, y para confrontar y superar las tinieblas (“el temor en las noches”) de creencias, ideologías, ideas, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones negativos. Sus espadas son la verdad de los modos y atributos de amor, como expresiones y propósito de la voluntad y mandamientos del Creador.

Nuestro más elevado nivel de conciencia respecto al conocimiento permanente de nuestra conexión con Dios (representado por el Templo de Jerusalén) es lo que Él ha hecho para vivir con nosotros. Israel construye el Templo con los pilares de sus más excelsas cualidades y características.

Estas columnas son referidas como árboles crecidos en los atrios del Templo. Como hemos mencionado, el Lebanón (lit. blanco o blanqueado) es otro nombre para el Templo de Jerusalén, por su capacidad de transformar lo oscuro en blanco, y las tinieblas en luz, además de la blancura del resplandor emanado de él.

Madera del Lebanón se refiere a los árboles que adornan los atrios del Templo, en alegoría de los fortísimos principios y valores que lo embellecen. También simbolizan los sabios de quienes aprendemos dichos principios y valores fundamentales del judaísmo. Las decoraciones interiores del Tabernáculo son mencionadas en representación del bien y la belleza de los caminos y atributos del amor de Dios, compartidos por las cualidades amorosas de Israel, representadas por las hijas de Jerusalén o Sión.

martes, 15 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XIII)

“Me levantaré ahora para dar vueltas por la ciudad, por las calles y por las plazas. Buscaré a Él que ama mi alma. Lo busqué a Él, pero no lo encontré.” (3:2)

En la oscuridad como elección de Israel para vivir en las fantasías de ego y sus tendencias negativas, ella trata de buscar al Creador, asumiendo que sus caminos y atributos comparten el mismo plano de su elección, y no lo encuentra. Aun tratando de elevar su conciencia en las tinieblas de las ilusiones y deseos materialistas, representados por ciudades, sus calles y sus plazas, ella sabe que los modos y atributos de Dios no comparten tendencias negativas.

“Los vigías que rondan la ciudad me encontraron. ¿Habéis visto a Él, que ama mi alma?” (3:3)

Los vigías o guardias que rondan la ciudad representan creencias e ideologías malignas, de las cuales se derivan las tendencias y rasgos negativos. Del mismo modo que hay principios éticos y morales elevados que protegen sus cualidades positivas, hay bajas tendencias negativas que dominan y rodean sus efectos malignos.

Israel cuenta que estos vigías la encontraron en sus dominios, y les pregunta acerca de su Amado y protector que ella no puede encontrar en ese ambiente. Israel reafirma su añoranza y deseo hasta el extremo de preguntar a las tendencias y rasgos negativos en los que su Amado no se encuentra.

“Apenas pasé entre ellos, encontré a Él que mi alma ama. Lo tomé a Él, y no lo dejaría irse hasta traerlo a la casa de mi madre, y a la habitación donde ella me concibió.” (3:4)

Aquí Israel se hace consciente de que puede encontrar a su Amado solamente superando las fantasías e ilusiones de ego y sus tendencias negativas. Sólo en este pleno conocimiento podemos ser uno con el Creador y Su amor. Entonces seríamos capaces de “tomarlo” y “no dejarlo irse”.

Esta unicidad es completamente asimilada en el nexo y conexión permanente con el amor de Dios, que son representados por el Templo de Jerusalén como “la casa de madre”. La madre de la que uno nace y adquiere la existencia e identidad, incluidos rasgos, cualidades y atributos que las definen a ambas.

Esta madre en particular es Jerusalén como el punto de conexión y compenetración en tiempo y espacio entre Dios e Israel. Jerusalén literalmente quiere decir “paz será vista”, e implica donde Dios aparecerá o será visto.

Paz y ver al Creador son un solo acontecimiento. Nosotros como el pueblo de Dios nacimos para ese propósito y destino. Este conocimiento ciertamente es nuestra madre, porque fuimos concebidos para ser y vivir en la paz del Creador y Su amor. Debemos reiterar y enfatizar que paz abarca atributos y cualidades que incluyen completación, entereza, unidad, armonía, equilibrio y totalidad.

Paz implica la serenidad de un equilibrio perfecto con el fin de expresarse como una unidad armónica, con el trascendental destino divino de conocer la ocultada presencia de Dios en Su creación. Este tipo de paz, como ya hemos indicado, es el fundamento de la conciencia mesiánica destinada a reinar eternamente porque el conocimiento del Creador no tiene fin.

Traer a Dios a nuestra madre también significa hacer que Sus caminos y atributos dirijan cada aspecto, nivel y dimensión de la vida. Lo traemos a Él para que viva permanentemente en el más elevado nivel de conciencia, donde es entronizado y coronado no sólo como el único regente de la identidad de Israel sino como exclusivo conductor de Su creación. Este máximo nivel es el lugar del alma que constantemente añora a su Creador.

El propósito del alma es dar dirección y significado a la vida. De ahí entendemos en principio de que el alma es intelecto puro, como cualidad divina en la conciencia humana para discernir y establecer el imperativo moral de hacer prevalecer el bien como voluntad del Creador para el mundo, ya que el alma es la que nos hace conscientes de Su presencia en nosotros.

Este intelecto puro posee pleno conocimiento y experiencia del bien emanado de amor como principio integrador y abarcador, destinado a unificar las complejidades de la diversidad en todos los planos y dimensiones de la conciencia, y sus expresiones en todas las facetas de la vida.

A partir de ello nacemos para vivir y experimentar tal principio, mediante el uso adecuado del libre albedrío como vehículo para ejecutar el discernimiento del intelecto como cualidad conductor del alma, para hacer que el bien dirija y guíe todos los aspectos de la vida.

“La lámpara del Eterno es el alma del hombre, buscando en todos los rincones de las entrañas.” (Proverbios 20:27)

Podemos entender este versículo en dos partes. Por un lado, el alma como el vehículo del Creador para revelar Su presencia en el mundo material, ya que la luz del bien proviene de Él.

“(…) Y el Eterno vio la luz, que es buena.” (Génesis 1:4)

De ahí que el alma sea la lámpara de Dios para iluminar la vida con bien en el mundo material. Por otro lado, el alma busca en todos los rincones de las entrañas como bien procurando ocupar todos los aspectos y dimensiones de la conciencia humana.

El propósito del alma como bien absoluto es expresarse conduciendo nuestra mente, pensamientos, emociones, pasiones e instintos. Así el alma cumple la voluntad del Creador para ser Su lámpara.


Esto nos invita a reflexionar sobre el alma como nuestra esencia e identidad, con sus cualidades, modos, medios y atributos; y sus expresiones en la vida humana. De esta manera asimilamos las formas en las que cuerpo y alma se relacionan para complementarse con el propósito común de hacer que el bien dirija todos los aspectos y dimensiones de la vida.

Nacemos con el potencial para realizar este principio, ya que es la razón y propósito de nuestra existencia en el mundo material. Esto, teniendo en cuenta que nuestro libre albedrío debe elegir esa opción.

Así asimilamos que la humanidad no sólo tiene el potencial de subordinar y reorientar las tendencias y rasgos negativos, sino también el potencial de manifestar únicamente el bien en todas las expresiones de la vida.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.