domingo, 23 de septiembre de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXXII)


“Alabad al Eterno. Cantad al Eterno una nueva canción, Su alabanza en la congregación de los amorosos [piadosos]. Alégrese Israel en su Hacedor, regocíjense los hijos de Sión en su Rey.” (Salmos 149:1-2)

La “nueva canción” es la expresión de la nueva conciencia que nos espera en la era mesiánica. Es una alabanza de los amorosos, porque amor es el principio reinante que, compenetrado con el amor de Dios, habrá de manifestar nuevas expresiones del bien en todos los aspectos de la vida.

El bien del amor tiene el poder de unir y juntar las congregadas tribus de Dios, que habrán de interactuar en la unidad armónica funcional a la que nos hemos referido antes.

Nos regocijaremos en nuestro Creador, porque finalmente estaremos íntimamente compenetrados con Él, cuya amorosa bondad es la mayor de las alegrías. Es la sacralidad que alabaremos siempre, porque viviremos en ella eternamente.

“Alabad al Eterno. Alabad a Dios en Su sacralidad [Templo]; alabadlo en el firmamento de Su poder.” (150:1)

El rey David nos cuenta por última vez en su libro de salmos, que nuestra relación, nexo, y conexión con el Creador culmina en la sacralidad de Su casa, el Templo de Jerusalén, Sión, el lugar de Su morada en este mundo para la eternidad, la cual es el firmamento de Su poder.

Hemos visto en todos los versículos que el salmista escribió acerca de Jerusalén, las muchas facetas de la casa de Dios donde estamos unidos a Él.

Así viviremos la redención final que nos prometió, siempre y cuando abracemos el bien como regente eterno. Es nuestra esencia e identidad. Ese es el mensaje primordial que estamos destinados a vivir, porque el bien es la causa y la finalidad.

domingo, 16 de septiembre de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXXI)


“El Eterno reina eternamente, el Dios de Sión, por toda la eternidad. Alabad al Eterno.” (Salmos 146:10)

La eternidad es la recompensa de compenetrarnos con el amor de Dios, a través de las bendiciones que constantemente nos otorga con Su amorosa bondad, eterna como Él. La dicha que conlleva está más allá de cualquier descripción, ya que acontece solamente en Sión, Jerusalén; la más sublime alegría de todos los corazones. De ahí que lo alabemos eternamente, porque esta alabanza es infinita como Él.

“El Eterno reconstruye Jerusalem, Él reune y junta los dispersos de Israel. (147:2)

Esta realización será un hecho cuando todos los dispersados hijos de Israel sean congregados por su Dios. Nuestros Sabios lo entienden en referencia al Tercer Templo, que será erigido por El Creador junto con Jerusalem; pues serían irrelevantes sin la reunificación total del pueblo hebreo en la tierra de su herencia divina. Este último Templo eterno y su ciudad son reconstruidos con cualidades y materiales espiritualizados, que reflejarán la nueva conciencia que el Creador prometió para Su era mesiánica.

Los edificios y torres de la ciudad habrán de ser elaborados con vigas y columnas de luz, con compartimientos hechos para durar por siempre, como lo sugiere el versículo respecto a lo eterno. De igual modo, la vida humana y material será espiritualizada como fue originalmente en el jardín del Edén, en el comienzo de la creación de Dios.

“Exalta al Eterno, oh Jerusalem; alaba a tu Dios, oh Sión. Porque Él ha reforzado los cerrojos de tus portales, Él ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Él ha hecho paz dentro de tus fronteras, Él te sacia con el mejor de los trigos.” (147:12-14)

Se reitera lo proclamado en los versículos anteriores respecto a Jerusalem, construida inicialmente por Dios. Así va a ser en la redención final judía y el advenimiento de la era mesiánica. El refortalecimiento de los cerrojos que protegen Jerusalem nos habla de las poderosas cualidades espirituales que disiparán la maldad en todas sus formas, porque el mal desaparecerá ante aquellas.

El bien es la bendición que se esparce por los aspectos, niveles, dimensiones y expresiones de la nueva conciencia que habrá de morar en la ciudad de Dios. Los hijos de Israel, que igualmente lo son de Jerusalem, estarán bendecidos dentro de ella para morar eternamente. Paz cundirá en el aire que respiraremos en sus predios. Nuestro sustento será con el mejor de los trigos, que no es otro que el amor de Dios.

domingo, 9 de septiembre de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXX)


“Recuerda, oh Eterno, contra los hijos de Edom el día de Jerusalén; que dicen, ‘Arrásala, arrásala, desde sus cimientos’.” (Salmos 137:7)

El salmista conoce muy bien los enemigos de Jerusalén, hijos de las naciones paganas descendientes de Esaú/Edom. Representan los más bajos pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos, que hacen del bien su presa para satisfacer insaciables fantasías e ilusiones materialistas.

Luchan para imponer el reinado de la maldad y la destrucción de la dignidad humana, haciendo que el bien esté sometido al mal. Aquí el “día de Jerusalén” se refiere a la redención final del pueblo judío y el día del comienzo de la era mesiánica.

“Me inclino hacia Tu sacralidad [Templo], y doy gracias a Tu Nombre, por Tu amorosa bondad y por Tu verdad. Porque Tú has engrandecido Tu promesa por encima de todo Tu Nombre. En el día en que he llamado, Tú me has respondido. Tú me has animado en mi alma con fortaleza.” (138:2-3)

La prometida redención final del Creador para hacer que el bien reine y prevalezca en el mundo material, es evocada de nuevo hasta el extremo que el salmista la llama más grande que Su Nombre.

Esta es una alegoría de la grandeza del bien proveniente de Dios, que será totalmente revelado en la era mesiánica; y será aún mayor que la que hemos conocido hasta ahora, la cual es Su Nombre.

Él oye la plegaria de David y le responde, con la certeza que lo anima a vivir con el alma fortalecida para la era mesiánica, cuando veremos la magnificencia de un bien que está más allá de nuestra actual comprensión. Al ser el pueblo judío heredero de esa promesa divina, el salmista exalta esta sublime realidad.

“Dichoso el pueblo cuyo destino es éste, dichoso el pueblo cuyo Dios es el Eterno.” (144:15)

Así se resume el origen, esencia, propósito y destino de Israel, con las palabras exactas y su significado exacto. En este conocimiento, solamente tenemos palabras de agradecimiento y alabanza, también pronunciados en el siguiente versículo.

domingo, 2 de septiembre de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXIX)


“Bendito es el Eterno desde Sión, que mora en Jerusalén; alabad al Eterno.” (Salmos 135:21)

Otra vez el salmista proclama la presencia del Creador en Jerusalén; y lo bendice, por ser la fuente de todas las bendiciones. Por ello lo alabamos y exaltamos siempre.

“Por los ríos de Babilonia, ahí nos asentamos y también lloramos cuando recordamos a Sión.” (137:1)

En profecía, el rey David evoca el futuro exilio de su pueblo Israel en Babilonia, donde lamentarían su separación de la casa de Dios, recordando lo que tenían y perdieron. En su doloroso lamento no perderían la esperanza de retornar al nexo que habrán de recuperar para la eternidad, en su redención final y la era mesiánica.

“Porque allá [en Babilonia], nuestros captores nos pedían palabras de canción, con nuestras liras jubilosas. ‘Cántennos las canciones de Sión’.” (137:3)

Los captores de Israel conocen las cualidades inherentes a la espiritualidad de sus cautivos. Las naciones las pueden reconocer en las alabanzas que el pueblo escogido canta a su Dios. Saben que estas canciones son un bálsamo armonizador de pensamientos, emociones y sentimientos, el bien que todas naciones codician para someterlo a sus obsesiones, apegos y adicciones.

A fin de cuentas, en la redención final de Israel ellas apreciarán el bien dentro de sus parámetros éticos y morales, dirigidos a elevar la dignidad que deben a la condición humana en este mundo. El hecho de que reconozcan la belleza de las “canciones de Sión” es un primer paso.

Luego habrán de abrazar la esencia que hace de estas alabanzas lo que son. Las “canciones” que Israel entona en Sión no son otra cosa que la exaltación de los rasgos y atributos del Creador, cuando se manifiestan en la vida haciéndola una exaltación de Su amor.

“¿Cómo cantaremos la canción del Eterno en suelo ajeno? Si te olvido, oh Jerusalén, que mi brazo derecho pierda su destreza. Que mi lengua se pegue a mi paladar si no te recuerdo; si no tengo a Jerusalén por encima de mi mayor alegría.” (137:4-6)

La canción de Dios es la misma de Israel, por ello debe ser cantada entre ambos, y con nadie más; tampoco en un suelo que no sea el de Su casa. En nombre de los hijos de Israel, el rey David evoca la aberración de pretender compenetrarse con el amor de Dios fuera de Su Tierra Prometida, Jerusalén, y el Templo, lugar de Su morada. Este nexo es llamado aquí la “canción” de Dios.

Olvidar a Jerusalén equivale a olvidar a nuestro Creador. Igual vivir sin el bien, simbolizado por la “destreza” del brazo derecho. Lo mismo ocurriría con nuestra expresión oral, porque sin el bien del Creador en nuestros pensamientos, las palabras carecerían de significado. Jerusalén es la máxima alegría, porque Su amor mora en ella.

domingo, 26 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVIII)


“Como el rocío del [monte] Hermón que desciende sobre las colinas de Sión. Porque ahí el Eterno ordenó la bendición de vida para la eternidad. (Salmos 133:3)

El monte Hermón posee la cima más alta en la tierra de Israel, y simboliza otra de las cualidades y rasgos elevados del bien, sumado a los que rodean a Sión, nuestra conexión con Dios. En este nexo, Él vierte bondad a todo como Su bendición para la vida, eternamente.

El versículo reitera que los más sublimes rasgos, “colinas” y “montañas”, en particular las que rodean a Sión son inherentes a ésta, la vasija del amor de Dios.

“Bendecid al Eterno, todos los servidores del Eterno parados en la Casa del Eterno en las noches. Elevad vuestras manos sagradamente y bendecid al Eterno. Que el Eterno, que hizo los cielos y la tierra, Te bendiga desde Sión.” (134:1-3)

Los parados en el Templo de Jerusalem en las noches son sus guardianes y vigías. El rey David los invita a invocar Su protección, por la cual ellos lo bendicen, sabiendo que el Creador los cuida cuando comparten la fuente de bien, que es Su casa.

Levantar las manos representa la acción de compartir, con las que reciben el bien y lo dan. Esto se convierte en un acto sagrado, ya que todo lo relacionado con el bien es sagrado, al igual que Dios, de donde procede. Así reconocemos que es la bendición de Dios, que hizo los cielos y la tierra, el Creador de todo.

“Alabad al Eterno. Alabad el nombre de Dios. Alabadlo servidores del Eterno. [Aquellos] parados en la casa del Eterno, en los atrios de la casa de nuestro Dios. Alabad al Eterno, porque el bien es el Eterno. Cantad a Su nombre, porque Él es grato.” (135:1-3)

Verdaderamente alabamos el nombre de Dios al emular y manifestar Sus modos y atributos, Su “nombre”, por los que conocemos nuestro nexo con Él. De ahí que seamos Sus servidores para hacer lo que quiere de nosotros. Así estamos “parados en Su casa y sus atrios”.

También lo alabamos por Su bien, que es grato para nosotros. Recitar y cantar Su alabanza son una muestra individual y colectiva de nuestra constante dedicación a vivir en y por el bien, como Él quiere.

domingo, 19 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVII)


“Venimos a Sus santuarios, nos postramos a su escabel. Levántate, oh Eterno, a Tus santuarios, Tú y el arca de Tu poderío. Tus sacerdotes vestidos de rectitud, y Tus amorosos (piadosos) cantando de alegría.”
(Salmos 132:7-9

Nuestros Sabios llaman al Templo de Jerusalem el escabel de Dios, donde la majestad de Su bondad descansa tocando el mundo. En este contexto, el Templo es donde están Sus “santuarios” , que son ciertamente Sus modos y atributos. Su sacralidad es tal, que son veraderos santuarios en los que meditar, contemplar y morar.

Cuando permitimos que los modos del Creador nos inspiren en todos los sentidos, le rezamos a Él para que se haga cargo y nos convierta en vasijas lo suficientemente aptas para recibir Su bondad y hacerla nuestra, tenerla y manifestarla. Es así como Dios se “levanta” en nosotros.

Tenemos que llamar a nuestro Creador para que vuelva a morar en los santuarios del Templo que una vez construyó en nosotros para compenetrarnos permanentemente con Él. Este nexo es el “arca de Su poderío”, entendido como el pacto que Él sello con Su pueblo eternamente.

Los sacerdotes representan nuestros rasgos positivos que establecen el nexo, y son buenos siempre y cuando se mantengan fieles a sus cualidades éticas, mencionadas aquí como rectitud, ya que deben ser correctos como parte de lo que el bien es por definición.

Los “amorosos” (término usualmente traducido del hebreo como “piadosos”) son las cualidades complementarias por ser rectos, ya que van de la mano cuando el verdadero amor es dado. Una acción amorosa se expresa de igual manera como se canta una canción alegre, como lo veremos en los próximos versículos.

“Porque el Eterno, Él ha elegido a Sión por asiento para Él: ‘Este es Mi eterno descanso, porque lo deseo. Su provisión Yo he bendecido y habré de bendecir. Sus necesitados, Yo saciaré con pan. Y sus sacerdotes están vestidos de redención, y sus amorosos cantando alabanzas. Ahí brotará la viña para David. Yo he preparado una lámpara para Mi ungido’.” (132:13-17)

Estos versículos reafirman que Jerusalem y su Templo están para el Creador, en relación con Su nexo eterno con Israel. El salmista destaca la ciudad de Dios como la vasija en la que vierte Su sustento para el mundo. Esta es la razón de Sus continuas bendiciones para ella, y para quienes la mantienen sagrada para Él.

Estos son los sacerdotes que representan nuestros mejores rasgos y cualidades en el más elevado nivel de nuestra conciencia, porque son los medios a través de los que encontramos nuestra redención.

Aquí la redención es llamada la viña de David, la cual representa la conciencia mesiánica destinada a prevalecer por la eternidad. Es también la lámpara que iluminará todos los aspectos y expresiones de la vida, todas dedicadas a perseguir el infinito conocimiento de nuestro Creador.

domingo, 12 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVI)


“Si el Eterno no construye la casa, en vano sus constructores laborarían en ella. Si el Eterno no vigila una ciudad, en vano un vigía la velaría. (Salmos 127:1)

Nuestros Sabios dicen que Dios es el lugar del mundo y el mundo no es el lugar de Dios. Este fundamento define el propósito de Su creación, ya que todo proviene de Él y es sustentado por Él. En este respecto, el lugar como razón para que el mundo exista es Dios. De ahí que seamos nosotros lo que dependamos de Él y no al revés.

Con esta premisa abordaremos el versículo citado. Si Dios no nos da una razón para Su creación, ¿cómo podríamos hacer algo de ésta? La “casa” aquí representa lo que Él nos da para que hagamos algo de ella, y eso es el bien. Vivimos en vano si tenemos una vida sin significado.

Si descartamos el bien como causa y propósito de la creación de Dios, ¿que podríamos construir con algo distinto al bien?

La “casa” también significa nuestra conciencia, y es nuestro deber construirla de aquello con lo que el Creador nos sustenta. Volvemos a lo mismo; sin el bien, ¿qué podríamos construir?

También hemos mencionado que “montañas” y “ciudades” representan firmes creencias e ideas o principios rectores con los que conducimos nuestros pensamientos, mente, emociones, sentimientos e instintos. Si éstos no se sostienen en los modos y atributos de Dios, ¿cómo podríamos nosotros sostenerlos?

En conclusión, somos vanos, insignificantes e irrelevantes transeúntes en este mundo, si tenemos una vida sin lo que realmente importa.

“Que el Eterno te bendiga desde Sión, y ve en el bien a Jerusalem todos los días de tu vida.” (128:5)

Las bendiciones de Dios proceden de nuestra conexión y compenetración con Sus modos y atributos. Al ser conscientes permanentemente de ello, el bien fluye en cada manera de abordar los momentos y las circunstancias que vivimos día a día.

Una vez más Jerusalem es señalada como el más elevado nivel de conciencia, totalmente libre de nada diferente al bien. En este sentido Jerusalem es el lugar desde y a través del cual queremos vivir en este mundo.

“Retornados y avergonzados serán los que odian a Sión.” (129:5)

Todo lo que es ajeno al bien nos conduce caer en las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego. El versículo puede interpretarse de otra manera. En algún momento los que desprecian y rechazan el bien se harán conscientes de su predicamento destructivo, y en su vergüenza eventualmente regresarán al bien.

Todas las referencias proféticas acerca del “regreso” o “retorno” se relacionan a la recuperación del conocimiento de que vivir en el bien es lo que verdaderamente importa.

domingo, 5 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXV)


“En el retorno del Eterno con las tribus de Sión, sería como si fuésemos soñadores. Entonces nuestra boca se llenaría de risas, y nuestra lengua una canción de alegría. Y en las naciones dirían, ‘grandeza el Eterno ha hecho para ellos’.” (Salmos 126:1-2)

Nuevamente el rey David aborda la redención final judía y la era mesiánica. Notemos que todas profecías hebreas fueron escritas en tiempo pasado por dos razones. Al recibir sus mensajes de Dios, los profetas los narraron como algo que les fue revelado, de ahí que se  refieran como lo que ya tuvo lugar aunque sería completamente visto en un futuro.

La otra razón es que Dios ya lo había dispuesto desde el momento de Su creación. De ahí que la redención final haya estado a nuestro alcance en cuanto nos hiciésemos plenamente conscientes de ella.

Este pleno conocimiento lo logramos cuando permitimos que el bien conduzca nuestro discernimiento, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones, porque es el principio rector en la creación de Dios destinado a prevalecer en la conciencia humana. Sin embargo, de nosotros depende hacernos constantemente conscientes del bien que somos, tenemos y hacemos.

Veamos la primera oración de estos dos versículos. Dios y las tribus regresan juntos, lo cual implica un tiempo y espacio que una vez existieron, y que dejaron con la dispersión del pueblo de Israel en el exilio entre las naciones. El salmista se refiere al retorno de las tribus perdidas por voluntad de Dios, tal como lo confirmarían posteriormente los profetas judíos.

Hemos señalado repetidamente que Sión es el nexo que une al Creador con el pueblo de Israel como las tribus de esta conexión. También que las tribus de Israel representan los potenciales creativos positivos de todos los aspectos, dimensiones, facetas y expresiones de la conciencia humana. Estos son los talentos y destrezas inherentes a la diversidad de nuestro potencial individual.

Podemos ser artistas, constructores, comerciantes, agricultores, pastores, guerreros, jueces, curanderos, maestros, científicos, guías espirituales, enfermeros, limpiadores, escritores, labriegos, facilitadores, administradores, etc., cuyas vidas estén regidas por expresiones creativas positivas en lo que sea que hagamos. El denominador común de nuestra diversidad debe ser el bien.

Las tribus de Sión son ciertamente las tribus de Israel reunidas juntas por Dios en su retorno con Él, hacia una nueva conciencia que se hará manifiesta en la era mesiánica. La llamamos conciencia mesiánica porque es una cualidad colectiva que será compartida por el pueblo de Israel con el resto de las naciones, cuando éstas acepten plenamente que Israel fue elegido para cumplir la voluntad de Dios en este mundo.

El rey David caracteriza esta nueva conciencia donde solamente el bien reina con sus típicas cualidades de “risas” y “alegría”, porque no pueden ser menor que eso. Son realmente efectos del bien y no sus causas.

Es relevante resaltar la participación de las naciones en el advenimiento de la era mesiánica. Como hemos dicho antes, éstas deben reconocer el bien que Israel ha hecho al mundo con sus contribuciones. Ésto como el primer paso para ser parte de la redención final que se aproxima. La última oración del segundo versículo confirma esta premisa.

En este contexto, la “grandeza” mencionada por el salmista es el bien que el Creador encomienda a los hijos de Israel compartir con el resto del mundo.

Es el mismo bien que en la redención final toda la humanidad compartirá de la mano de Israel, tal como el Creador lo estableció en Su Torá y a través de Sus profetas.

domingo, 29 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXIV)


“En aras de mis hermanos y mis bien amados, he de decir ‘la paz sea en ti’.
(Salmos 122:8)

El rey David nos dice que en Jerusalén converge todo lo que une y compenetra todo y a todos. En esta unidad congregada vivimos siendo conscientes de la paz.

Nuestros hermanos, hermanas y bien amados son aquellos que en su propia diversidad individual comparten en bien como el nexo que nos conecta unos con otros, siendo paz su máxima expresión. De ahí que procuremos la paz como el conocimiento abarcador e integrador que también nos une a Dios.

“¡En aras de la casa del Eterno nuestro Dios, procuro tu paz! (122:9)

La casa de Dios es el Santuario que Él ha establecido para que more entre (en) nosotros acá en este mundo y, como el salmista lo ha destacado frecuentemente, el bien es nuestro nexo con el Creador. De ahí que procuremos el bien en aras de nuestra conexión con Dios.

“Aquellos que confían en el Eterno son como el monte Sión, que es inamovible [por estar] establecido eternamente. (125:1)

La confianza se basa en lo que conocemos o creemos como algo por lo que vivimos y conducimos nuestra vida. Confiar en Dios es vivir por lo que Él representa, que nos mantiene vivos para prosperar con ello y por ello. Por lo tanto nuestro Creador es el principio ético rector por el que existimos para vivirlo y sentirlo en este mundo.

El salmista compara este principio a la montaña inamovible llamada Sión y a su cualidad eternal, por el hecho de que la eternidad de Dios está en ella; lo cual es reiterado en el próximo versículo.

“¡Jerusalem! Montañas la rodean, y el Eterno rodea a Su pueblo de aquí a la eternidad. (125:2)

Las montañas representan creencias, principios y referencias inamovibles, mediante los cuales dirigimos nuestra vida. Como nuestra conexión con Dios, Jerusalem está asentada sobre una montaña rodeada por una muralla, y también por montañas que reafirman la prevalencia del bien que el principio fundamental bajo el que están destinados a conducirse todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia humana.

De la misma manera que somos conducidos por el bien, y protegidos por sus cualidades éticas, el Creador también guía a Su pueblo eternamente.

Aquí debemos entender que Su voluntad, al igual que Sus modos y atributos, existen eternamente; y mientras que vivamos en el bien inherente a éstos, ciertamente estaremos protegidos por Él.

domingo, 22 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXIII)


“Orad por Jerusalem de paz, en abundancia aquellos que te aman. (Salmos 122:6)

Frecuentemente nos referimos a orar y alabar, no sólo como un proceso pasivo sino dinámico, mediante el cual sintonizamos la conciencia con lo que hacemos.

Rezamos para evocar al Creador como el gobierna lo mejor en nosotros, con el fin de permitir que el bien esté en nuestra vida y nos provea lo que necesitamos tanto para nosotros como para quienes se benefician de nosotros.

Realmente rezamos para que el bien esté con nosotros, no de manera egoísta sino para hacernos mejores con nosotros mismos y ser una fuente de bien para los demás.

Rezamos, no para vivir una emoción o sentimiento apasionado de cercanía con Dios, sino para evocar Sus modos y atributos, y emularlos en lo que decimos y hacemos.

Pronunciamos “alabemos al Señor” como invocación a Su amorosa bondad para despertar el bien en nosotros, y manifestarlo lo que somos y hacemos. En este sentido, la alabanza es dar crédito, reconocer y agradecer la presencia de Dios en nosotros, y expresarla en cada momento que vivimos.

En este versículo el salmista nos invita a evocar la paz de Jerusalem que la hace completa, entera, total e indivisible. Como ya hemos señalado, paz en hebreo significa todas estas palabras, ya que esta integración es la culminación de la unificación de nuestra conciencia, a través del bien.

Amar la paz de Jerusalem es vivir en el bien como lo abundante que nos mantiene constantemente satisfechos y plenos. Así nos hacemos conscientes nuevamente de que el amor y el bien se pertenecen como fuente de lo que verdaderamente somos, nuestra esencia e identidad.

“Paz está en tu muralla, abundancia en tus fortalezas. (122:7)

Murallas y fortalezas comparten las mismas cualidades, cuya función es proteger algo. La paz abarca estas cualidades como fortalezas nuestras al igual que las murallas que nos escudan contra lo contrario al bien, y la abundancia es el resultado.

Una vez realizamos el proceso diligente y comprometido de unificar los diversos aspectos, tendencias, dimensiones y rasgos de nuestra conciencia, su resultado final es paz como la unidad armónica funcional que Jerusalem representa.

domingo, 15 de julio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXII)


Jerusalem, construida como ciudad junta, unida. (Salmos 122:3)

Este versículo responde a aquellos que quieren dividirla como capital de dos pueblos que no comparten la misma conexión y relación con el Creador. El establecimiento divino de Jerusalem, el cual es llamado aquí “construida”, busca reflejar la unidad del Dios que la llama Su morada en la tierra.

Esta es la misma unidad del bien, que tampoco es un principio ético rector dividido ni disperso, como la cabeza (en latín, “capital” significa “cabeza”) que no puede partirse porque es una unidad.

En ella todo no sólo está “junto” sino también “unido”, formando una unidad armónica funcional cuyo propósito es unificar la diversidad en todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia a través del bien y para el bien.

“Porque ahí subían las tribus, las tribus del Eterno, congregaciones de Israel para reconocer [agradecer] el nombre del Eterno. (122:4)

Tal como lo hemos mencionado, las tribus de Israel representan los potenciales creativos positivos que abarcan la conciencia humana, incluyendo creatividad, inventiva, destrezas y talentos que han de ser elevados por y para el bien, con el fin de ascender al Creador de donde todo emana.

En este ascenso reconocemos que Dios está con nosotros y ello nos insta a reverenciarlo en gratitud, porque el agradecimiento es la respuesta inmediata al bien cuando lo recibimos.

El versículo también se refiere a las ofrendas que el pueblo de Israel traía al Templo de Jerusalem tres veces al año, encomendadas por Dios en la Torá para que renovasen su compenetración con Él de una manera unida y armonizada, consonante con la unidad de Jerusalem.

“Porque ahí [en Jerusalem] están establecidos tronos de juicio, los tronos de la casa de David. (122:5)

El versículo claramente indica que el juicio como producto del discernimiento debe provenir del más elevado nivel de conciencia que Jerusalem representa, ya que es el “lugar” en el que nos conectamos con el Creador a través del bien como nexo con Él.

Aquí entendemos que tener juicio es poseer la actitud justa en cada momento que vivimos. De ahí que tener un “buen juicio” significa dejar que el bien dirija nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, lo que decimos y lo que hacemos. Así asimilamos que el bien es el trono como fundamento con el que conducimos todos los aspectos y expresiones de la vida.

Los “tronos” mencionados en el versículo se refieren a los modos y atributos del bien, que definen sus cualidades éticas. A partir de éstos armonizamos la necesaria interacción de intelecto, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, pasión e instinto, con el fin de vivir una conciencia unificada destinada a expresarse por y para el bien.

En este contexto, la casa de David representa la disposición, compromiso y determinación de conducir con el bien las tribus de Israel, que como hemos señalado abarcan los potenciales creativos positivos en la conciencia humana.

El rey David es el paradigma de las expresiones regidoras y conductoras del bien, también llamado la conciencia mesiánica destinada a reinar eternamente con el advenimiento de la redención final judía.

Jerusalem es el lugar donde esta nueva conciencia transformadora se manifiesta para reinar en la misma morada elegida por el Creador en este mundo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.