domingo, 23 de septiembre de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXXII)


“Alabad al Eterno. Cantad al Eterno una nueva canción, Su alabanza en la congregación de los amorosos [piadosos]. Alégrese Israel en su Hacedor, regocíjense los hijos de Sión en su Rey.” (Salmos 149:1-2)

La “nueva canción” es la expresión de la nueva conciencia que nos espera en la era mesiánica. Es una alabanza de los amorosos, porque amor es el principio reinante que, compenetrado con el amor de Dios, habrá de manifestar nuevas expresiones del bien en todos los aspectos de la vida.

El bien del amor tiene el poder de unir y juntar las congregadas tribus de Dios, que habrán de interactuar en la unidad armónica funcional a la que nos hemos referido antes.

Nos regocijaremos en nuestro Creador, porque finalmente estaremos íntimamente compenetrados con Él, cuya amorosa bondad es la mayor de las alegrías. Es la sacralidad que alabaremos siempre, porque viviremos en ella eternamente.

“Alabad al Eterno. Alabad a Dios en Su sacralidad [Templo]; alabadlo en el firmamento de Su poder.” (150:1)

El rey David nos cuenta por última vez en su libro de salmos, que nuestra relación, nexo, y conexión con el Creador culmina en la sacralidad de Su casa, el Templo de Jerusalén, Sión, el lugar de Su morada en este mundo para la eternidad, la cual es el firmamento de Su poder.

Hemos visto en todos los versículos que el salmista escribió acerca de Jerusalén, las muchas facetas de la casa de Dios donde estamos unidos a Él.

Así viviremos la redención final que nos prometió, siempre y cuando abracemos el bien como regente eterno. Es nuestra esencia e identidad. Ese es el mensaje primordial que estamos destinados a vivir, porque el bien es la causa y la finalidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.