domingo, 28 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXV)

“Y si el hombre vive muchos años, que él se regocije en todos ellos. Y recuerde los días de oscuridad, porque son muchos, [porque] todo lo que viene [de esta] es vanidad.
(Eclesiastés 11:8)

Debemos tomar una clara decisión entre luz y oscuridad. Disfrutamos la vida en el bien que la sustenta, y así alegrarnos en los días de nuestros años. En esta realidad elegida confrontamos las tinieblas con sus vanidades y futilidad, y las alumbramos con la luz del bien, convirtiendo sus tendencias negativas en nuevas oportunidades para hacer prevalecer lo positivo.

Regocíjate, mozo, en tu juventud y deja que tu corazón se alegre en los días de tu mocedad, y anda en los caminos de tu corazón, y en la vista de tus ojos; pero sabe que por todas estas cosas el Eterno te traerá a juicio. (11:9)

Debemos entender la infancia y la juventud como los años de un despreocupado deleite de la vida, porque estos son los tiempos para regocijarse en el bien. Entonces relacionamos los pensamientos juveniles y la inocencia infantil como expresiones de alegría del bien que hace felices a los corazones.

En el corazón viven nuestros pensamientos, emociones y sentimientos como senderos donde caminamos. Así procuramos disfrutar la vibrante alegría del bien para vivirlo lejos de lo que le es opuesto.

El amor de Dios nos recuerda que nuestras decisiones tienen efectos y consecuencias, que eventualmente nos traerán a su juicio. Una vez elegimos lo negativo, este nos lleva a sus fines también negativos. Es así como entendemos que “el mal es su propio castigo”.

Seamos siempre conscientes de que Dios no nos juzga por nuestras transgresiones, porque son estas las que juzgan nuestro conocimiento o desconocimiento de sus consecuencias. Es un asunto de causa y efecto, porque así funciona el principio ético inherente a la creación de Dios.  

“Y quita la ira de tu corazón, y aleja tu carne del mal; porque la juventud y la edad de la vida son vanidad. (11:10)

En este contexto debemos eliminar de nuestra conciencia pensamientos, emociones y sentimientos negativos, junto con sus expresiones dañinas. Aquí “juventud” se refiere a ignorancia e inexperiencia, en torno a tendencias y rasgos negativos de las vanidades de fantasías e ilusiones de ego.

Recuerda también a tus creadores en los días de tu juventud antes que vengan los días de la maldad, y los años se acerquen cuando digas, ‘No me alegro en ellos’. Antes que el sol, la luz, la luna y las estrellas se oscurezcan, y las nubes regresen después de la lluvia. (12:1)


Nuestros “creadores” son principios con los que somos formados y educados en nuestra infancia y juventud, “antes que vengan los días de la maldad”, cuando tengamos que enfrentar lo negativo y tomar las decisiones correctas.

Estos son los días en los que una educación sólida y positiva nos permite concluir que no hay alegría en fantasías e ilusiones, sino solamente en el bien derivado de los modos y atributos de amor. En la luz del bien podemos enfrentar con éxito los más oscuros momentos.

domingo, 21 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXIV)

“No maldigas al rey, no, no en tus pensamientos. Y no maldigas al rico en tu dormitorio, porque un pájaro en el cielo puede llevar tu voz, y lo que tiene alas puede contar el asunto” (Eclesiastés 10:20)

Así entendemos que debemos atesorar nuestros más preciados valores y principios (el “rey” y los “ricos”), porque son las bendiciones por las que logramos el bien que Dios quiere para nosotros. No debemos despreciarlos, ni con palabras, ni actos, ni pensamientos. Sabemos que nuestro comportamiento y acciones nos definen, y por ellos habremos de dar cuentas, tarde o temprano.

“Envía tu pan sobre la faz de las aguas, porque en la multitud de los días lo vas a encontrar. Dales una porción a siete, y hasta a ocho, porque no sabes qué mal está sobre la tierra. Si nubes densas están llenas de lluvia, sobre la tierra habrán de vaciarse. Y si un árbol cae en el sur o hacia el norte, el lugar donde cae ese es.” (11:1-3)

Nuestros Sabios se refieren a las aguas de muchas maneras, y de ahí entendemos el primer versículo de diversas formas. El sentido aquí es que la vida abarca una “multitud de días” en los que existimos para encontrar el bien que estamos encomendados a compartir con otros. Entonces vemos “las aguas” como pensamientos que dirigimos mediante el discernimiento, el entendimiento y el conocimiento, con el bien como su principio rector.

Así lo compartimos con tantos como sea posible para mantener lejos los malos caminos y tendencias de las vanidades e ilusiones como “el mal sobre la tierra”. Esta declaración muy concreta está seguida también por hechos concretos como la lluvia que cae sobre la tierra, y los árboles que caen sobre esta.

En un sentido más profundo y siguiendo en el mismo contexto, nuestros pensamientos (“las aguas”) eventualmente se convierten en acciones (“la tierra”), donde los primeros “habrán de vaciarse”. Los árboles simbolizan la vida que se erige en el mundo material, a la que damos dirección ya sea positiva o negativa, donde vivimos y quedamos cuando morimos.

“El que mira el viento no siembra, y el que observa las densas nubes no cosecha. (11:4)

Somos advertidos una y otra vez que cosechamos lo que sembramos, y que la inactividad no conduce a nada. Viento y nubes pueden entenderse aquí también como caprichos y deseos de fantasías e ilusiones materiales sin provecho ni beneficio reales, y de los que no podemos sembrar ni cosechar.

“Así como tú no sabes cuál es el rumbo del viento, ni cómo crecen los huesos en el vientre de una madre embarazada, tampoco conoces el trabajo del Eterno que lo hace todo. En la mañana siembra tu semilla, y en la tarde no ocultes tu mano; porque no sabes cuál prosperará, si esto o aquello, o si ambos serán igualmente buenos. Dulce también es la luz, y bueno para los ojos ver el sol. (11:5-7)

Nuestra ignorancia se extiende desde el desconocimiento de los efectos de las fantasías e ilusiones de ego hasta las leyes de la naturaleza y la manera en la que Dios dirige Su creación. De ahí que tengamos que hacer lo correcto y adecuado en todos nuestros empeños sin intereses egoístas, y compartir nuestro bien lo mejor que podamos sin manipulaciones ni expectativas.


El bien conoce sus modos y la finalidad de sus cualidades. Mientras que dirijamos el bien a nuestro modo, podría no serlo tanto como es por sí mismo. Hemos dicho que la luz es una abstracción del bien, y nos maravillamos en su gracia y dulzura, tal como nos deleitamos con el esplendor del sol que ilumina todos los espacios abiertos.

domingo, 14 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXIII)

“Si la serpiente muerde antes de ser amaestrada, no hay provecho para la lengua del amaestrador. Las palabras de la boca de un sabio son graciables, mientras que al necio se lo tragan sus labios. El comienzo de sus palabras es necedad, y el fin de su hablar es locura temeraria. Un necio también habla demasiado [lit. multiplica sus palabras]. El hombre no sabe lo que será; y lo que será después que pase, ¿quién podría decírselo? El trabajo de los necios es para ellos cansancio, porque el necio no sabe cómo ir a la ciudad.
(Eclesiastés 10:11-15)

Un discernimiento sin desarrollar ni educar conduce a decisiones y elecciones necias que pueden traer destrucción. Lo mismo pasa con el egoísmo fuera de control, similar a una serpiente sin amaestrar que puede matar el bien que tenemos que abrazar como el principio rector de la conciencia.

No obtenemos provecho, beneficio ni ventaja en creencias, pensamientos, emociones y sentimientos inspirados o animados por rasgos negativos, sino todo lo contrario. De ahí sabemos que nuestras palabras y acciones expresan lo que creemos, ya sea lo bueno o lo malo. Así podemos saber lo que nos vendrá después de decir o hacer lo que queramos.

Nadie puede decirnos el resultado de nuestras acciones sino estas mismas. La ignorancia nos conduce a los efectos de nuestra necedad derivada de fantasías e ilusiones de ego que obstruyen el conocimiento del bien como la ciudad a la que todos pertenecemos.

En este sentido “la ciudad” es también Jerusalén, la cual representa el conocimiento permanente de nuestra conexión con el Creador.

“¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es un joven y tus príncipes de banquete [lit. comiendo] en la mañana! ¡Dichosa eres tú, tierra, cuando tu rey es el hijo de nobles y tus príncipes comen en el tiempo apropiado, para fortalecerse y no para embriagarse! Por la ociosidad el techo se desploma, y por la flojera de las manos [está] la casa con goteras. (10:16-18)

Hemos aprendido que la tierra y el campo simbolizan la vida, mientras que reyes y nobles representan creencias y principios con los que nos conducimos.

El primer versículo se refiere a los rasgos derrochadores y tendencias despreciativas que vuelven la vida insignificante y fútil como la ebriedad, a diferencia de las cualidades positivas que fortalecen el bien como causa y propósito de la vida.

Aquí se nos advierte vivir constantemente en el bien, y no caer en la ociosidad de la vanidad y futilidad que debilitan y destruyen la dignidad de la vida.

“Un festín se hace para el regocijo, y el vino alegra la vida; y el dinero es la respuesta para todas las cosas. (10:19)

Este versículo contiene dos declaraciones separadas con el fin de complementarse. Como hemos mencionado, el propósito de la vida es el bien como su regocijo y alegría que son expresiones de su plenitud y totalidad.

¿Qué tiene que ver el dinero con esto? El dinero existe como un medio para adquirir bienes, servicios y beneficios necesarios para lograr la plenitud y totalidad de la vida en este mundo bajo el sol.

Hemos aprendido de nuestros Sabios que en los mundos espirituales no hay posesiones materiales para ser adquiridas, porque el espíritu no se alimenta de materia. En este mundo el cuerpo humano se alimenta de comida física, por la cual el Creador nos encomienda trabajar.

Así compramos para adquirir o poseer lo necesario para vivir y sobrevivir como seres humanos. En este contexto asimilamos que “el dinero es la respuesta para todas las cosas”, como el medio para adquirir lo requerido para hacer de la vida algo agradable y placentero, tal como Dios quiere que lo procuremos.


Esto no quiere decir que deba ser eterno mientras vivamos en el mundo material, porque nuestros Profetas hablan de “el final de los tiempos” cuando no necesitaremos de dinero para vivir en la abundancia y plenitud del conocimiento del Creador.

domingo, 7 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXII)

“Hay una maldad que he visto bajo el sol, el tipo de error que procede del gobernante. La locura se sienta en gran dignidad, y los ricos se sientan en lo bajo. He visto sirvientes a caballo, y príncipes caminando como sirvientes en la tierra.
(Eclesiastés 10:5-7)

Aquí Kohelet nos recuerda que cada decisión que tomamos tiene efectos y consecuencias, ya sean buenas o malas. El segundo versículo es bastante significativo para que entendamos los tiempos en que vivimos.

Cuando dice que “la locura se sienta en gran dignidad”, se refiere a hacer glamorosas las fantasías e ilusiones de ego, presentadas como opciones respetables para un estilo de vida aceptable.

Esta tendencia, como modo social o cultural, considera ciertas creencias que convierten el bien en algo relativo, acomodado a sus propios beneficios o ganancias, haciéndolos parte de la dignidad inherente a la vida. Así vemos los “ricos” que creen que el bien no se compromete ni transa con nada negativo, sentados en lo “bajo” de las ilusiones y fantasías materialistas.

El verso final ilustra esta decadencia moral, cuando vemos que el tonto es aclamado como alguien respetable, y los respetables (“príncipes”) como sirvientes o esclavos de sus adicciones, obsesiones y apegos materialistas.

“Aquel que cava una fosa puede caer en ella, y quien rompe una muralla podría ser mordido por una serpiente. El que corta piedras puede herirse con ellas, el que corta leños puede ponerse en peligro. (10:8-9)

En este predicamento nos damos cuenta que el deseo de vivir en fantasías e ilusiones nos hace caer en estas, y propensos a las aflicciones que puedan traer. Una vez estemos atrapados en ellas, sólo sus rasgos conducirán nuestra vida imponiendo dolor y sufrimiento, como lo señalan estos versículos.

“Si el hacha está roma, y uno no le afila el borde, entonces tendrá que aplicar más fuerza; y la sabiduría es ventajosa para hacer lo correcto, y la sabiduría tiene la ventaja para tener éxito. (10:10)

Kohelet compara la sabiduría con un hacha que tiene que estar afilada, ya que su filo es el necesario proceso de aprendizaje que nos vuelve sabios. La comparación invita a cultivar el discernimiento y la comprensión para obtener el conocimiento apropiado, requerido para hacer juicios justos.


En este sentido, tener una mente “afilada” implica “cortar” la necedad de las fantasías e ilusiones de ego de nuestros corazones, y dejar en nuestro pensamiento solamente los modos y atributos justos del bien, para así abordar todos los aspectos y facetas de la vida. En esta actitud sabia podremos esperar solamente el éxito que es inherente al bien.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.