domingo, 21 de enero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXIV)

“No maldigas al rey, no, no en tus pensamientos. Y no maldigas al rico en tu dormitorio, porque un pájaro en el cielo puede llevar tu voz, y lo que tiene alas puede contar el asunto” (Eclesiastés 10:20)

Así entendemos que debemos atesorar nuestros más preciados valores y principios (el “rey” y los “ricos”), porque son las bendiciones por las que logramos el bien que Dios quiere para nosotros. No debemos despreciarlos, ni con palabras, ni actos, ni pensamientos. Sabemos que nuestro comportamiento y acciones nos definen, y por ellos habremos de dar cuentas, tarde o temprano.

“Envía tu pan sobre la faz de las aguas, porque en la multitud de los días lo vas a encontrar. Dales una porción a siete, y hasta a ocho, porque no sabes qué mal está sobre la tierra. Si nubes densas están llenas de lluvia, sobre la tierra habrán de vaciarse. Y si un árbol cae en el sur o hacia el norte, el lugar donde cae ese es.” (11:1-3)

Nuestros Sabios se refieren a las aguas de muchas maneras, y de ahí entendemos el primer versículo de diversas formas. El sentido aquí es que la vida abarca una “multitud de días” en los que existimos para encontrar el bien que estamos encomendados a compartir con otros. Entonces vemos “las aguas” como pensamientos que dirigimos mediante el discernimiento, el entendimiento y el conocimiento, con el bien como su principio rector.

Así lo compartimos con tantos como sea posible para mantener lejos los malos caminos y tendencias de las vanidades e ilusiones como “el mal sobre la tierra”. Esta declaración muy concreta está seguida también por hechos concretos como la lluvia que cae sobre la tierra, y los árboles que caen sobre esta.

En un sentido más profundo y siguiendo en el mismo contexto, nuestros pensamientos (“las aguas”) eventualmente se convierten en acciones (“la tierra”), donde los primeros “habrán de vaciarse”. Los árboles simbolizan la vida que se erige en el mundo material, a la que damos dirección ya sea positiva o negativa, donde vivimos y quedamos cuando morimos.

“El que mira el viento no siembra, y el que observa las densas nubes no cosecha. (11:4)

Somos advertidos una y otra vez que cosechamos lo que sembramos, y que la inactividad no conduce a nada. Viento y nubes pueden entenderse aquí también como caprichos y deseos de fantasías e ilusiones materiales sin provecho ni beneficio reales, y de los que no podemos sembrar ni cosechar.

“Así como tú no sabes cuál es el rumbo del viento, ni cómo crecen los huesos en el vientre de una madre embarazada, tampoco conoces el trabajo del Eterno que lo hace todo. En la mañana siembra tu semilla, y en la tarde no ocultes tu mano; porque no sabes cuál prosperará, si esto o aquello, o si ambos serán igualmente buenos. Dulce también es la luz, y bueno para los ojos ver el sol. (11:5-7)

Nuestra ignorancia se extiende desde el desconocimiento de los efectos de las fantasías e ilusiones de ego hasta las leyes de la naturaleza y la manera en la que Dios dirige Su creación. De ahí que tengamos que hacer lo correcto y adecuado en todos nuestros empeños sin intereses egoístas, y compartir nuestro bien lo mejor que podamos sin manipulaciones ni expectativas.


El bien conoce sus modos y la finalidad de sus cualidades. Mientras que dirijamos el bien a nuestro modo, podría no serlo tanto como es por sí mismo. Hemos dicho que la luz es una abstracción del bien, y nos maravillamos en su gracia y dulzura, tal como nos deleitamos con el esplendor del sol que ilumina todos los espacios abiertos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.