domingo, 30 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (IX)

“Supe que todo lo que el Eterno ha hecho durará para siempre, no podemos agregarle ni sustraerle, y el Eterno lo hizo así para que lo reverencien a Él. Lo que era ya ha sido y lo que es ya fue, y el Eterno busca al perseguido. (Eclesiastés 3:14-15)

Se nos recuerda constantemente que la creación de Dios es completa, entera y total, lo cual la hace perfecta y eterna como lo es el bien que la concibió. Al bien no tiene nada que agregársele o disminuírsele. De ahí nos damos cuenta que el bien no tiene carencias ni deficiencias como muestra de la sorprendente magnificencia del Creador, por la cual le reverenciamos.

“No añadiréis a la palabra con la que os he encomendado, ni substraéis de ella, para cumplir los mandamientos del Eterno vuestro Dios con los que os encomiendo. (Deuteronomio 4:2, 12:32)

Esta perfección también pertenece a la Torá como voluntad de Dios para Su creación material, ya que el bien es la razón y propósito de Sus mandamientos como plenitud y largura de nuestros días.

El segundo versículo nos invita a reflexionar en lo que creemos, imaginamos, inventamos o creamos, porque todo ello proviene de nuestro Creador. Así nos hacemos conscientes de que todo lo que somos y hacemos refleja lo que Dios ha hecho para nosotros, con el fin de que midamos el bien que Él quiere que disfrutemos como nuestra esencia y verdadera identidad, o la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.

En estas últimas el Creador busca a quienes son perseguidos por sus obsesiones, apegos y adicciones, para traerlos de vuelta a la verdad de lo que es realmente significativo y trascendente en la vida.

“Y además yo he visto bajo el sol que en lugar de justicia hay maldad y en lugar de la rectitud hay maldad. Y me dije a mí mismo, ‘El Eterno juzga al justo y al malvado, porque hay un tiempo para cada asunto y para cada hecho ahí’. (Eclesiastés 3:16-17)

En el mundo material “bajo el sol” la actitud egocéntrica ante la vida convierte la verdad de la justicia en la mentira de la maldad, porque el mal corrompe la rectitud al desviar su propósito. Hemos dicho que “causa y efecto” es uno de los fundamentos de la creación de Dios, como un principio ético del cual nada se escapa.

Oh, Tú haces que la maldad de los malvados tenga un fin, pero estableciste al justo; porque a los rectos el Eterno juzga los corazones y las entrañas [lit. riñones]. (Salmos 7:9)

Así comprendemos Su juicio de los rectos y de los malvados. El bien es la recompensa de quienes hacen el bien,  y el salmista nos recuerda el predicamento de los malvados que perecen debido a su maldad.

“Yo me dije a mí mismo [que este es] debido a los hijos de los hombres, para que los clarifique y vean que ellos son [como] bestias para ellos mismos. Porque algo acontece para los hijos de los hombres y algo acontece para las bestias. Y ellos tienen un acontecimiento, como la muerte de uno es la muerte del otro. Y todos tienen un espíritu, pero la superioridad del hombre sobre la bestia es nula, porque todo es vanidad.
(Eclesiastés 3:18-19)

El rey Salomón compara los sentimientos e instintos destructivos y las emociones negativas humanas con las de los animales salvajes, ya que ambos comparten el mismo predicamento y destino. En este sentido el hombre no es mejor que las bestias porque el propósito de estas es futil, insignificante e inútil, haciendo de su existencia algo vano.

“Todo va a un lugar, todo proviene del polvo y regresa alpolvo. ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres es el que asciende a lo alto, y el espíritu de la bestia es el que desciende bajo la tierra? (3:20-21)

Nuestros sabios relacionan el polvo a la nada, lo inexistente y la muerte, y también como un lugar de donde nacemos y donde morimos. Respecto a la conciencia, el polvo representa estancamiento e impotencia para trascender el mundo material, lo cual nos iguala a la vida animal y vegetal.


Los versículos nos invitan a sopesar los rasgos y cualidades que nos ayudan a trascender las limitaciones materiales representadas por las fantasías e ilusiones de ego y sus expresiones negativas. También a reflexionar acerca de las fuerzas y tendencias vitales que restringen la vida animal a una existencia limitada.

El mensaje para nosotros es encontrar los caminos y medios para elevar cada aspecto y nivel de conciencia hacia la libertad total que abarca el bien emanado de los modos y atributos de amor.

domingo, 23 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (VIII)

“¿Cuál es el provecho de quien trabaja? Yo he visto la carga (lit. interés) que Dios ha dado a la gente (lit. hijos del hombre) para afligirse por ella.” (Eclesiastés 3:9-10)

El rey Salomón nuevamente reitera la tontería de trabajar para las fantasías e ilusiones de ego como cargas que desvían el verdadero propósito de la vida. Esta advertencia recurrente llama nuestra atención para concentrarnos en lo que debemos invertir vitalidad a lo largo de nuestra breve travesía en el mundo material.

También nos invita a evaluar la fuente y causas de nuestras aflicciones siendo plenamente conscientes para diferenciar entre la trascendencia del bien y la futilidad de una actitud inútil e improductiva ante la vida. Así reconocemos que el bien es el propósito de Dios en Su creación, el mal como destino de los malvados.

“El Eterno ha creado todo para Su propio beneficio, también el malvado para el día del mal. (Proverbios 16:4)

“El mal causa la muerte del malvado y los enemigos del justo están condenados.” (Salmos 34:21)

En este contexto asimilamos que el conocimiento habilita nuestro libre albedrío para tomar las decisiones correctas, ya que sin sabiduría estamos condenados a sufrir por nuestra ignorancia. De esta manera la ignorancia equivale a la aflicción, y conociendo los modos del bien dentro de su marco ético viviremos en la libertad inherente al bien.

Así mismo nos hacemos conscientes de que nuestras adicciones son nuestras cárceles y su mal nuestro sufrimiento, porque el mal es su razón y también su fin.

“El mundo Él ha hecho hermoso en su tiempo. También conocimiento Él ha puesto en sus corazones para que el hombre no comprenda (lit. encuentre) la obra que el Eterno ha hecho de principio a fin. También que cada hombre coma y beba, y goce de su labor, [porque] es el regalo del Eterno.”
(Eclesiastés 3:11-12)

Una vez más somos advertidos de que la creación de Dios está lejos de nuestro discernimiento para que cumplamos Su voluntad y vivamos por, en y para el bien, porque es el regalo de Dios para nosotros. Estos versículos ciertamente nos dicen que el bien es suficiente por sí mismo, y no hay necesidad de transgredir contra este regalo divino al seguir aquello opuesto a sus modos y atributos.

“Y ahí vosotros comeréis ante el Eterno vuestro Dios, y os regocijaréis en todo donde pongáis vuestras manos, en lo que el Eterno vuestro Dios os ha bendecido.(Deuteronomio 12:7)

Debemos asimilar que el bien abarca el propósito de los mandamientos de Dios, y que nuestra regocijo es el propósito del bien. Así constantemente somos conscientes de que las bendiciones del Creador son los modos, atributos, medios y finalidad del bien.

“Yo sé que lo que el Eterno hace es para la eternidad. Nada puede añadírsele ni nada sustraérsele; y el Eterno lo ha hecho para que lo reverencien a Él. (Eclesiastés 3:13)

La trascendencia del bien lo hace eterno y así comprendemos su perfección, porque no tiene carencia ni defecto. En este conocimiento también asimilamos la magnificencia de la creación de Dios, por la que siempre lo reverenciamos.

domingo, 16 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (VII)

“Un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para el luto y un tiempo para la danza. Un tiempo para remover las piedras y un tiempo para recoger las piedras. Un tiempo para abrazar y un tiempo para alejarse de los abrazos. Un tiempo para buscar y un tiempo para destruir. Un tiempo para mantener y un tiempo para abandonar.” (Eclesiastés 3:4-6)

El llanto y el luto pueden ser preludios para reír y danzar como la culminación de las lecciones aprendidas con nuestro sufrimiento. Esto no quiere decir que tengamos que llorar y lamentarnos para encontrar la alegría y el deleite sino para entender situaciones y experiencias negativas como procesos que nos conducen a apreciar lo contrario a estas.

“Para asignar a los dolientes en Sión, para darles una diadema en vez de cenizas; el aceite de la dicha en vez de luto, un manto de alabanza para un espíritu de flaqueza; y Él los llama ‘Árboles de rectitud, la siembra del Eterno para ser embellecida’.” (Isaías 61:3)

Repetimos frecuentemente que la vida en el mundo material es un proceso de aprendizaje diseñado para asimilar la trascendencia del bien como razón y propósito de nuestra existencia. Así comprendemos que hay piedras que obstruyen nuestra progresión, y también piedras sobre las que construimos las cualidades y características rectoras de nuestra esencia y verdadera identidad.

Al ver obstáculos ante nosotros también nos esforzamos por recoger las lecciones aprendidas como piedras angulares que nos ayudarán a procurar aquello que realmente importa en la vida. En esta trayectoria de progresión abrazamos lo que nos nutre y anima a vivir en el bien y en aras del bien, y rechazamos los rasgos y tendencias negativas que sabotean nuestro propósito en este mundo.

En esta trayectoria de nuestra alma todos nos vemos obligados a buscar, como parte del proceso empírico de aprender con las experiencias positivas y negativas. Al buscar y tener experiencias nuestra conciencia igualmente nos obliga a descartar o destruir lo que vemos como opuesto al bien que disfrutamos en los modos y atributos de amor.

Esta es la culminación de mantener lo que nos nutre, dignifica, honra y eleva la vida, al mismo tiempo que abandonamos las tendencias y rasgos que destruyen, desprecian, deshonran y degradan la conciencia humana.

“Un tiempo para rasgar y un tiempo para coser. Un tiempo para el silencio y un tiempo para hablar.” (Ecclesiastes 3:7)

Podemos entender la primera frase de este versículo como las acciones necesarias que debemos tomar ante situaciones que no podemos permitir en nuestro entorno. Tenemos que forzarnos a responder con repudio las ideologías y creencias negativas que buscan acabar con la dignidad de la vida, y destruirlas por todos los medios que sean necesarios.

Nos empeñamos en rememorar los genocidios y atrocidades perpetrados a través de la historia no sólo para recordar los horrores cometidos contra la humanidad sino para denunciar las ideologías y creencias que llevaron a semejante depravación.

Nuestros sabios nos recuerdan que debemos luchar para eliminar el pecado y no los pecadores. De esta manera cosemos las vestiduras que rasgamos cuando ponemos fin al silencio para hablar y actuar de acuerdo a las circunstancias.

Al esforzarnos para vivir en el bien de la amorosa bondad, ésta siempre nos indicará los caminos y senderos del Creador.

“Hazme oír Tu amorosa bondad en la mañana, porque en Ti confío. Hazme conocer el camino donde debo andar, porque a Ti elevo mi alma.”, “Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para quienes guardan Su pacto y testimonios.”
(Salmos 143:8, 25:10)

El silencio es el espacio necesario para meditar y reflexionar acerca de las cosas que importan, y tomar las decisiones correctas cuando tenemos que elegir entre la vanidad, futilidad y vejación de las fantasías e ilusiones de ego; y el honor, la verdad y la trascendencia de los modos y atributos de amor.

“Un tiempo para amar y un tiempo para odiar. Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:8)

Este versículo sella los mensajes que el rey Salomón nos da en los anteriores, ya que ciertamente hay un tiempo que viene tarde o temprano para apreciar, respetar, honrar y amar aquello que celebra nuestra esencia y verdadera identidad; y un tiempo para odiar, rechazar, repudiar y condenar todo lo que amenaza y perjudica lo que realmente somos.

En este conocimiento libramos contra aquello una guerra sin cuartel necesaria para perseguir y alcanzar la paz como la totalidad, entereza y plenitud del completo conocimiento de que Dios habita en nosotros.

domingo, 9 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (VI)

“No hay nada mejor para un hombre que coma y beba, y que haga que su alma goce el bien de su labor. Esto también lo he visto, que esto [el bien como su labor] es de la mano de Dios. Porque, ¿quién puede comer o quién puede tener más gozo que yo? (Ecclesiastes 2:24-25)

Hemos mencionado a menudo que el hombre que mejor entendió la Torá es el rey David, y que la prueba de ello es su libro de Salmos del cual su heredero también aprendió buena parte de su gran sabiduría. El salmista evoca frecuentemente que la creación de Dios proviene de Su amorosa bondad, y con ello nos hacemos conscientes de que esta última es la causa y propósito de todo lo existente.

De ahí que el bien es por lo que laboramos en este mundo para también ser nuestra comida y bebida que nos hace gozar la vida porque el bien proviene del Creador.

La última parte del segundo versículo no debe entenderse como una declaración arrogante del rey Salomón. Debemos entender cada declaración en la Biblia hebrea su contexto. El monarca nos está diciendo que gracias a su pleno conocimiento del bien proveniente de Dios, él es quien disfruta más que todo el mundo su comida y su bebida. Entre más nos hagamos conscientes del amor de Dios en todas Sus creaciones, más nos deleitaremos en Su amor.

“Porque al hombre que es bueno ante Él, Él le ha dado sabiduría, y conocimiento y dicha; y al transgresor Él ha dado dolores para recoger y amontonar, para [después] dar[lo] al que es bueno ante Dios. Esto también es vanidad y vejación para el espíritu. (2:26)

Una vez más se nos recuerda que la sabiduría, el conocimiento y la dicha son inherentes al bien, y también sus recompensas. De esto aprendemos que el bien no es tal sin sabiduría ni conocimiento como marcos éticos en los que somos dichosos.

“Porque el Eterno da sabiduría, por Su boca conocimiento y entendimiento.” (Proverbios (2:6)

El “transgresor” es aquel que va detrás de las fantasías e ilusiones de ego por las que se afana y malgasta su vida recogiendo y amontonando posesiones materiales que eventualmente terminarán en manos de quien Dios crea apropiado dar.

Salomón repetidamente insiste en que los esfuerzos dedicados a las fantasías e ilusiones de ego son vanidad y vejación para el espíritu que sustenta la vida. También podemos entender los “transgresores” como las tendencias y rasgos negativos que terminarán al servicio del propósito del bien como lo prometió el Creador para la era mesiánica.

“Para todo [hay] una ocasión, y un tiempo para cada propósito bajo los cielos. Un tiempo para morir y un tiempo para vivir; un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar lo sembrado. (Eclesiastés 3:1)

Sabemos que la vida es un proceso de aprendizaje desde que nacemos, y estamos destinados a ir en etapas que nos permiten elevarnos en entendimiento, conocimiento, sabiduría y madurez, que a su vez nos conducen por y para el bien en la vida como nuestro “propósito bajo los cielos” en el mundo material.

La última parte de este versículo se refiere a sembrar el bien para cosechar el bien, porque sabemos que cosechamos lo que sembramos.

“Un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para quebrar y un tiempo para construir.” (3:2-3)

No debemos tomar literalmente “para matar” ya que el contexto de la frase es contrarrestar o corregir una acción negativa. De ahí que “para matar” se refiera a los daños que podamos causar físicamente, mentalmente o emocionalmente a nosotros mismos o a otros, y la frase siguiente contiene el mismo significado y mensaje.

Como indicamos anteriormente, la vida es un proceso de aprendizaje que el Creador quiere que experimentemos tanto como podamos para que asimilemos el bien a diferencia del mal. Puede ser un proceso doloroso debido al sufrimiento como resultado de vivir con una actitud negativa y destructiva ante la vida, producto de fantasías e ilusiones materialistas de ego.

El Creador también quiere que aprendamos no solamente del bien sino también de las decisiones negativas que presenta ante nosotros para que siempre elijamos el bien en todas sus formas, modos y expresiones.

“Venid, regresemos al Eterno, porque Él nos ha quebrantado pero Él nos ha curado. Él nos ha herido pero Él nos ha vendado. (Oseas 6:1)

“‘¡Regresad, oh hijos infieles, Yo curare vuestra infidelidad!’. He aquí que regresamos a Ti, porque Tú eres el Eterno nuestro Dios.” (Jeremías 3:22)

Podemos entender esto como un trayecto de refinación y fortalecimiento para llegar a apreciar las cualidades expansivas del bien en la conciencia humana que Dios nos revelará en los tiempos mesiánicos.

“Él nos revivirá después de dos días, [y] Él se levantará en el tercer día para que vivamos ante Él.”  (Oseas 6:2)


El profeta Oseas nos recuerda que después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén (“un día” para cada Templo), el Creador aparecerá para nosotros en el Tercero y eterno Templo para que vivamos (habitemos) ante Él eternamente. En los tiempos mesiánicos viviremos sólo para conocer en abundancia a Dios “como las aguas cubren el lecho de los océanos”.

domingo, 2 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (V)

“Que no hay recuerdo para el sabio  -- con el insensato – a través de los tiempos, porque aquello que está en los días por venir todo ha sido olvidado. ¿Y cómo muere el sabio? ¡Con el insensato! Y yo he odiado la vida, porque es triste para mí el trabajo realizado bajo el sol, porque todo es vanidad y vejación del espíritu.” (Eclesiastés 2:16-17)

Nuestra sabiduría convencional no nos ayuda mientras seamos insensatos en nuestras decisiones por las que no nos van a recordar en las futuras generaciones. Una vez más el rey Salomón se reprocha por dedicarse a fantasías y deseos que son vanidades que socavan el verdadero propósito de la vida y el espíritu que la mantiene.

“He odiado todo a lo que me dediqué bajo el sol, porque habré de dejárselo al hombre que viene después de mí. ¿Y quién sabe si éste es sabio o insensato? ¡Aun así mandará sobre todo mi trabajo y por lo que he laborado, y que he hecho sabiamente bajo el sol! También esto es vanidad. Y ello causó pesar a mi corazón respecto a todo lo que dediqué bajo el sol.” (2:18-20)

El sabio monarca hebreo llama a nuestra atención en torno al interés que damos a las riquezas y posesiones por las cuales trabajamos en este mundo. No podremos llevárnoslas cuando muramos e inevitablemente acabarán en manos de otros que tal vez no sean tan sabios como creíamos. De ahí que debamos enfocarnos en lo que realmente importa en la vida y que requiere atención inmediata, en vez de circunstancias futuras en las que no estamos seguros de que estaremos.

Esto no quiere decir que no debamos prepararnos para los próximos días, semanas y años respecto a nuestras necesidades y esfuerzos. La idea aquí es evitar fantasías e ilusiones de ego que nos conducen a situaciones que luego lamentaremos debido a nuestra vanidad. El rey David también nos lo recuerda.

“Ciertamente cada hombre camina deambulando como un fantasma, ciertamente hacienda un alboroto por nada. Amasa riquezas y no sabe quién las recogerá. (…) Porque ve que cada hombre sabio muere. El tonto y el insensato perecen por igual y dejan su riqueza a otros. (Salmos 39:6, 49:10)

Tenemos que ser conscientes de que somos la medida de nuestra porción y de las circunstancias. Nuestra porción es lo que somos, lo que tenemos, y nuestra relación con Dios, y esta última determina las anteriores. Nuestro deber individual y colectivo es saber que el bien es nuestra esencia y verdadera identidad, además de ser nuestro nexo con el Creador. Cuando el bien es la causa, la referencia y el propósito de la vida humana, también será lo que seamos y tengamos, porque eso es lo que Dios quiere para nosotros.

“Porque hay un hombre cuya dedicación está en sabiduría y en conocimiento y en equidad, y a un hombre no dedicado él se lo da, ¡su porción! Esto tambien es vanidad y una gran maldad. ¿Para qué ha sido para un hombre con toda su dedicación, y por el pensamiento de su corazón dedicado bajo el sol? Porque todos sus días son pesares, y su esfuerzo tristeza; y hasta en la noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.
(Eclesiastés 2:21-23)

Se nos recuerda constantemente que el bien no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos. El primero de estos dos versículos destaca que dar el trabajo de la sabiduría y el conocimiento a quienes no lo merecen es como alimentar el mal con el bien. Esto no solamente es vano e inútil sino también una gran maldad. De ahí que tengamos que considerar seriamente para qué y para quién trabajamos cada día, para después no tener que lamentarnos con pesares y tristeza de todo lo que desperdiciamos en nuestras fantasías e ilusiones pasajeras.

“A menos que el Eterno construya la casa, en vano trabajan los que la construyen. A menos que el Eterno guarde la ciudad, el vigía sigue despierto en vano. Es vano que te levantes temprano, que te retires tarde, para comer el pan de dolorosos esfuerzos, porque Él da a Su amado aun cuando este duerme.
(Salmos 127:1-2)


Tenemos que construir nuestra conciencia (“la casa”) con el bien que Dios quiere seamos, tengamos y manifestemos en la vida. Si la construimos sobre deseos materialistas, trabajaremos en vano, y todo lo que hagamos para satisfacer fantasías e ilusiones de ego será el pan de todos nuestros esfuerzos. Una vez entronicemos el bien el todos los niveles y dimensiones de la conciencia, ese mismo bien estará con nosotros aun estando dormidos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.