domingo, 23 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (VIII)

“¿Cuál es el provecho de quien trabaja? Yo he visto la carga (lit. interés) que Dios ha dado a la gente (lit. hijos del hombre) para afligirse por ella.” (Eclesiastés 3:9-10)

El rey Salomón nuevamente reitera la tontería de trabajar para las fantasías e ilusiones de ego como cargas que desvían el verdadero propósito de la vida. Esta advertencia recurrente llama nuestra atención para concentrarnos en lo que debemos invertir vitalidad a lo largo de nuestra breve travesía en el mundo material.

También nos invita a evaluar la fuente y causas de nuestras aflicciones siendo plenamente conscientes para diferenciar entre la trascendencia del bien y la futilidad de una actitud inútil e improductiva ante la vida. Así reconocemos que el bien es el propósito de Dios en Su creación, el mal como destino de los malvados.

“El Eterno ha creado todo para Su propio beneficio, también el malvado para el día del mal. (Proverbios 16:4)

“El mal causa la muerte del malvado y los enemigos del justo están condenados.” (Salmos 34:21)

En este contexto asimilamos que el conocimiento habilita nuestro libre albedrío para tomar las decisiones correctas, ya que sin sabiduría estamos condenados a sufrir por nuestra ignorancia. De esta manera la ignorancia equivale a la aflicción, y conociendo los modos del bien dentro de su marco ético viviremos en la libertad inherente al bien.

Así mismo nos hacemos conscientes de que nuestras adicciones son nuestras cárceles y su mal nuestro sufrimiento, porque el mal es su razón y también su fin.

“El mundo Él ha hecho hermoso en su tiempo. También conocimiento Él ha puesto en sus corazones para que el hombre no comprenda (lit. encuentre) la obra que el Eterno ha hecho de principio a fin. También que cada hombre coma y beba, y goce de su labor, [porque] es el regalo del Eterno.”
(Eclesiastés 3:11-12)

Una vez más somos advertidos de que la creación de Dios está lejos de nuestro discernimiento para que cumplamos Su voluntad y vivamos por, en y para el bien, porque es el regalo de Dios para nosotros. Estos versículos ciertamente nos dicen que el bien es suficiente por sí mismo, y no hay necesidad de transgredir contra este regalo divino al seguir aquello opuesto a sus modos y atributos.

“Y ahí vosotros comeréis ante el Eterno vuestro Dios, y os regocijaréis en todo donde pongáis vuestras manos, en lo que el Eterno vuestro Dios os ha bendecido.(Deuteronomio 12:7)

Debemos asimilar que el bien abarca el propósito de los mandamientos de Dios, y que nuestra regocijo es el propósito del bien. Así constantemente somos conscientes de que las bendiciones del Creador son los modos, atributos, medios y finalidad del bien.

“Yo sé que lo que el Eterno hace es para la eternidad. Nada puede añadírsele ni nada sustraérsele; y el Eterno lo ha hecho para que lo reverencien a Él. (Eclesiastés 3:13)

La trascendencia del bien lo hace eterno y así comprendemos su perfección, porque no tiene carencia ni defecto. En este conocimiento también asimilamos la magnificencia de la creación de Dios, por la que siempre lo reverenciamos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.