domingo, 16 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (VII)

“Un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para el luto y un tiempo para la danza. Un tiempo para remover las piedras y un tiempo para recoger las piedras. Un tiempo para abrazar y un tiempo para alejarse de los abrazos. Un tiempo para buscar y un tiempo para destruir. Un tiempo para mantener y un tiempo para abandonar.” (Eclesiastés 3:4-6)

El llanto y el luto pueden ser preludios para reír y danzar como la culminación de las lecciones aprendidas con nuestro sufrimiento. Esto no quiere decir que tengamos que llorar y lamentarnos para encontrar la alegría y el deleite sino para entender situaciones y experiencias negativas como procesos que nos conducen a apreciar lo contrario a estas.

“Para asignar a los dolientes en Sión, para darles una diadema en vez de cenizas; el aceite de la dicha en vez de luto, un manto de alabanza para un espíritu de flaqueza; y Él los llama ‘Árboles de rectitud, la siembra del Eterno para ser embellecida’.” (Isaías 61:3)

Repetimos frecuentemente que la vida en el mundo material es un proceso de aprendizaje diseñado para asimilar la trascendencia del bien como razón y propósito de nuestra existencia. Así comprendemos que hay piedras que obstruyen nuestra progresión, y también piedras sobre las que construimos las cualidades y características rectoras de nuestra esencia y verdadera identidad.

Al ver obstáculos ante nosotros también nos esforzamos por recoger las lecciones aprendidas como piedras angulares que nos ayudarán a procurar aquello que realmente importa en la vida. En esta trayectoria de progresión abrazamos lo que nos nutre y anima a vivir en el bien y en aras del bien, y rechazamos los rasgos y tendencias negativas que sabotean nuestro propósito en este mundo.

En esta trayectoria de nuestra alma todos nos vemos obligados a buscar, como parte del proceso empírico de aprender con las experiencias positivas y negativas. Al buscar y tener experiencias nuestra conciencia igualmente nos obliga a descartar o destruir lo que vemos como opuesto al bien que disfrutamos en los modos y atributos de amor.

Esta es la culminación de mantener lo que nos nutre, dignifica, honra y eleva la vida, al mismo tiempo que abandonamos las tendencias y rasgos que destruyen, desprecian, deshonran y degradan la conciencia humana.

“Un tiempo para rasgar y un tiempo para coser. Un tiempo para el silencio y un tiempo para hablar.” (Ecclesiastes 3:7)

Podemos entender la primera frase de este versículo como las acciones necesarias que debemos tomar ante situaciones que no podemos permitir en nuestro entorno. Tenemos que forzarnos a responder con repudio las ideologías y creencias negativas que buscan acabar con la dignidad de la vida, y destruirlas por todos los medios que sean necesarios.

Nos empeñamos en rememorar los genocidios y atrocidades perpetrados a través de la historia no sólo para recordar los horrores cometidos contra la humanidad sino para denunciar las ideologías y creencias que llevaron a semejante depravación.

Nuestros sabios nos recuerdan que debemos luchar para eliminar el pecado y no los pecadores. De esta manera cosemos las vestiduras que rasgamos cuando ponemos fin al silencio para hablar y actuar de acuerdo a las circunstancias.

Al esforzarnos para vivir en el bien de la amorosa bondad, ésta siempre nos indicará los caminos y senderos del Creador.

“Hazme oír Tu amorosa bondad en la mañana, porque en Ti confío. Hazme conocer el camino donde debo andar, porque a Ti elevo mi alma.”, “Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para quienes guardan Su pacto y testimonios.”
(Salmos 143:8, 25:10)

El silencio es el espacio necesario para meditar y reflexionar acerca de las cosas que importan, y tomar las decisiones correctas cuando tenemos que elegir entre la vanidad, futilidad y vejación de las fantasías e ilusiones de ego; y el honor, la verdad y la trascendencia de los modos y atributos de amor.

“Un tiempo para amar y un tiempo para odiar. Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:8)

Este versículo sella los mensajes que el rey Salomón nos da en los anteriores, ya que ciertamente hay un tiempo que viene tarde o temprano para apreciar, respetar, honrar y amar aquello que celebra nuestra esencia y verdadera identidad; y un tiempo para odiar, rechazar, repudiar y condenar todo lo que amenaza y perjudica lo que realmente somos.

En este conocimiento libramos contra aquello una guerra sin cuartel necesaria para perseguir y alcanzar la paz como la totalidad, entereza y plenitud del completo conocimiento de que Dios habita en nosotros.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.