domingo, 26 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVIII)


“Como el rocío del [monte] Hermón que desciende sobre las colinas de Sión. Porque ahí el Eterno ordenó la bendición de vida para la eternidad. (Salmos 133:3)

El monte Hermón posee la cima más alta en la tierra de Israel, y simboliza otra de las cualidades y rasgos elevados del bien, sumado a los que rodean a Sión, nuestra conexión con Dios. En este nexo, Él vierte bondad a todo como Su bendición para la vida, eternamente.

El versículo reitera que los más sublimes rasgos, “colinas” y “montañas”, en particular las que rodean a Sión son inherentes a ésta, la vasija del amor de Dios.

“Bendecid al Eterno, todos los servidores del Eterno parados en la Casa del Eterno en las noches. Elevad vuestras manos sagradamente y bendecid al Eterno. Que el Eterno, que hizo los cielos y la tierra, Te bendiga desde Sión.” (134:1-3)

Los parados en el Templo de Jerusalem en las noches son sus guardianes y vigías. El rey David los invita a invocar Su protección, por la cual ellos lo bendicen, sabiendo que el Creador los cuida cuando comparten la fuente de bien, que es Su casa.

Levantar las manos representa la acción de compartir, con las que reciben el bien y lo dan. Esto se convierte en un acto sagrado, ya que todo lo relacionado con el bien es sagrado, al igual que Dios, de donde procede. Así reconocemos que es la bendición de Dios, que hizo los cielos y la tierra, el Creador de todo.

“Alabad al Eterno. Alabad el nombre de Dios. Alabadlo servidores del Eterno. [Aquellos] parados en la casa del Eterno, en los atrios de la casa de nuestro Dios. Alabad al Eterno, porque el bien es el Eterno. Cantad a Su nombre, porque Él es grato.” (135:1-3)

Verdaderamente alabamos el nombre de Dios al emular y manifestar Sus modos y atributos, Su “nombre”, por los que conocemos nuestro nexo con Él. De ahí que seamos Sus servidores para hacer lo que quiere de nosotros. Así estamos “parados en Su casa y sus atrios”.

También lo alabamos por Su bien, que es grato para nosotros. Recitar y cantar Su alabanza son una muestra individual y colectiva de nuestra constante dedicación a vivir en y por el bien, como Él quiere.

domingo, 19 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVII)


“Venimos a Sus santuarios, nos postramos a su escabel. Levántate, oh Eterno, a Tus santuarios, Tú y el arca de Tu poderío. Tus sacerdotes vestidos de rectitud, y Tus amorosos (piadosos) cantando de alegría.”
(Salmos 132:7-9

Nuestros Sabios llaman al Templo de Jerusalem el escabel de Dios, donde la majestad de Su bondad descansa tocando el mundo. En este contexto, el Templo es donde están Sus “santuarios” , que son ciertamente Sus modos y atributos. Su sacralidad es tal, que son veraderos santuarios en los que meditar, contemplar y morar.

Cuando permitimos que los modos del Creador nos inspiren en todos los sentidos, le rezamos a Él para que se haga cargo y nos convierta en vasijas lo suficientemente aptas para recibir Su bondad y hacerla nuestra, tenerla y manifestarla. Es así como Dios se “levanta” en nosotros.

Tenemos que llamar a nuestro Creador para que vuelva a morar en los santuarios del Templo que una vez construyó en nosotros para compenetrarnos permanentemente con Él. Este nexo es el “arca de Su poderío”, entendido como el pacto que Él sello con Su pueblo eternamente.

Los sacerdotes representan nuestros rasgos positivos que establecen el nexo, y son buenos siempre y cuando se mantengan fieles a sus cualidades éticas, mencionadas aquí como rectitud, ya que deben ser correctos como parte de lo que el bien es por definición.

Los “amorosos” (término usualmente traducido del hebreo como “piadosos”) son las cualidades complementarias por ser rectos, ya que van de la mano cuando el verdadero amor es dado. Una acción amorosa se expresa de igual manera como se canta una canción alegre, como lo veremos en los próximos versículos.

“Porque el Eterno, Él ha elegido a Sión por asiento para Él: ‘Este es Mi eterno descanso, porque lo deseo. Su provisión Yo he bendecido y habré de bendecir. Sus necesitados, Yo saciaré con pan. Y sus sacerdotes están vestidos de redención, y sus amorosos cantando alabanzas. Ahí brotará la viña para David. Yo he preparado una lámpara para Mi ungido’.” (132:13-17)

Estos versículos reafirman que Jerusalem y su Templo están para el Creador, en relación con Su nexo eterno con Israel. El salmista destaca la ciudad de Dios como la vasija en la que vierte Su sustento para el mundo. Esta es la razón de Sus continuas bendiciones para ella, y para quienes la mantienen sagrada para Él.

Estos son los sacerdotes que representan nuestros mejores rasgos y cualidades en el más elevado nivel de nuestra conciencia, porque son los medios a través de los que encontramos nuestra redención.

Aquí la redención es llamada la viña de David, la cual representa la conciencia mesiánica destinada a prevalecer por la eternidad. Es también la lámpara que iluminará todos los aspectos y expresiones de la vida, todas dedicadas a perseguir el infinito conocimiento de nuestro Creador.

domingo, 12 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVI)


“Si el Eterno no construye la casa, en vano sus constructores laborarían en ella. Si el Eterno no vigila una ciudad, en vano un vigía la velaría. (Salmos 127:1)

Nuestros Sabios dicen que Dios es el lugar del mundo y el mundo no es el lugar de Dios. Este fundamento define el propósito de Su creación, ya que todo proviene de Él y es sustentado por Él. En este respecto, el lugar como razón para que el mundo exista es Dios. De ahí que seamos nosotros lo que dependamos de Él y no al revés.

Con esta premisa abordaremos el versículo citado. Si Dios no nos da una razón para Su creación, ¿cómo podríamos hacer algo de ésta? La “casa” aquí representa lo que Él nos da para que hagamos algo de ella, y eso es el bien. Vivimos en vano si tenemos una vida sin significado.

Si descartamos el bien como causa y propósito de la creación de Dios, ¿que podríamos construir con algo distinto al bien?

La “casa” también significa nuestra conciencia, y es nuestro deber construirla de aquello con lo que el Creador nos sustenta. Volvemos a lo mismo; sin el bien, ¿qué podríamos construir?

También hemos mencionado que “montañas” y “ciudades” representan firmes creencias e ideas o principios rectores con los que conducimos nuestros pensamientos, mente, emociones, sentimientos e instintos. Si éstos no se sostienen en los modos y atributos de Dios, ¿cómo podríamos nosotros sostenerlos?

En conclusión, somos vanos, insignificantes e irrelevantes transeúntes en este mundo, si tenemos una vida sin lo que realmente importa.

“Que el Eterno te bendiga desde Sión, y ve en el bien a Jerusalem todos los días de tu vida.” (128:5)

Las bendiciones de Dios proceden de nuestra conexión y compenetración con Sus modos y atributos. Al ser conscientes permanentemente de ello, el bien fluye en cada manera de abordar los momentos y las circunstancias que vivimos día a día.

Una vez más Jerusalem es señalada como el más elevado nivel de conciencia, totalmente libre de nada diferente al bien. En este sentido Jerusalem es el lugar desde y a través del cual queremos vivir en este mundo.

“Retornados y avergonzados serán los que odian a Sión.” (129:5)

Todo lo que es ajeno al bien nos conduce caer en las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego. El versículo puede interpretarse de otra manera. En algún momento los que desprecian y rechazan el bien se harán conscientes de su predicamento destructivo, y en su vergüenza eventualmente regresarán al bien.

Todas las referencias proféticas acerca del “regreso” o “retorno” se relacionan a la recuperación del conocimiento de que vivir en el bien es lo que verdaderamente importa.

domingo, 5 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXV)


“En el retorno del Eterno con las tribus de Sión, sería como si fuésemos soñadores. Entonces nuestra boca se llenaría de risas, y nuestra lengua una canción de alegría. Y en las naciones dirían, ‘grandeza el Eterno ha hecho para ellos’.” (Salmos 126:1-2)

Nuevamente el rey David aborda la redención final judía y la era mesiánica. Notemos que todas profecías hebreas fueron escritas en tiempo pasado por dos razones. Al recibir sus mensajes de Dios, los profetas los narraron como algo que les fue revelado, de ahí que se  refieran como lo que ya tuvo lugar aunque sería completamente visto en un futuro.

La otra razón es que Dios ya lo había dispuesto desde el momento de Su creación. De ahí que la redención final haya estado a nuestro alcance en cuanto nos hiciésemos plenamente conscientes de ella.

Este pleno conocimiento lo logramos cuando permitimos que el bien conduzca nuestro discernimiento, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones, porque es el principio rector en la creación de Dios destinado a prevalecer en la conciencia humana. Sin embargo, de nosotros depende hacernos constantemente conscientes del bien que somos, tenemos y hacemos.

Veamos la primera oración de estos dos versículos. Dios y las tribus regresan juntos, lo cual implica un tiempo y espacio que una vez existieron, y que dejaron con la dispersión del pueblo de Israel en el exilio entre las naciones. El salmista se refiere al retorno de las tribus perdidas por voluntad de Dios, tal como lo confirmarían posteriormente los profetas judíos.

Hemos señalado repetidamente que Sión es el nexo que une al Creador con el pueblo de Israel como las tribus de esta conexión. También que las tribus de Israel representan los potenciales creativos positivos de todos los aspectos, dimensiones, facetas y expresiones de la conciencia humana. Estos son los talentos y destrezas inherentes a la diversidad de nuestro potencial individual.

Podemos ser artistas, constructores, comerciantes, agricultores, pastores, guerreros, jueces, curanderos, maestros, científicos, guías espirituales, enfermeros, limpiadores, escritores, labriegos, facilitadores, administradores, etc., cuyas vidas estén regidas por expresiones creativas positivas en lo que sea que hagamos. El denominador común de nuestra diversidad debe ser el bien.

Las tribus de Sión son ciertamente las tribus de Israel reunidas juntas por Dios en su retorno con Él, hacia una nueva conciencia que se hará manifiesta en la era mesiánica. La llamamos conciencia mesiánica porque es una cualidad colectiva que será compartida por el pueblo de Israel con el resto de las naciones, cuando éstas acepten plenamente que Israel fue elegido para cumplir la voluntad de Dios en este mundo.

El rey David caracteriza esta nueva conciencia donde solamente el bien reina con sus típicas cualidades de “risas” y “alegría”, porque no pueden ser menor que eso. Son realmente efectos del bien y no sus causas.

Es relevante resaltar la participación de las naciones en el advenimiento de la era mesiánica. Como hemos dicho antes, éstas deben reconocer el bien que Israel ha hecho al mundo con sus contribuciones. Ésto como el primer paso para ser parte de la redención final que se aproxima. La última oración del segundo versículo confirma esta premisa.

En este contexto, la “grandeza” mencionada por el salmista es el bien que el Creador encomienda a los hijos de Israel compartir con el resto del mundo.

Es el mismo bien que en la redención final toda la humanidad compartirá de la mano de Israel, tal como el Creador lo estableció en Su Torá y a través de Sus profetas.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.