“Como el rocío del [monte] Hermón que desciende sobre las
colinas de Sión. Porque ahí el Eterno ordenó la bendición de vida para la
eternidad.” (Salmos 133:3)
El monte Hermón posee la cima más alta
en la tierra de Israel, y simboliza otra de las cualidades y rasgos elevados
del bien, sumado a los que rodean a Sión, nuestra conexión con Dios. En este
nexo, Él vierte bondad a todo como Su bendición para la vida, eternamente.
El
versículo reitera que los más sublimes rasgos, “colinas” y “montañas”, en
particular las que rodean a Sión son inherentes a ésta, la vasija del amor de
Dios.
“Bendecid al Eterno, todos los
servidores del Eterno parados en la Casa del Eterno en las noches. Elevad
vuestras manos sagradamente y bendecid al Eterno. Que el Eterno, que hizo los
cielos y la tierra, Te bendiga desde Sión.” (134:1-3)
Los parados en el Templo de Jerusalem en
las noches son sus guardianes y vigías. El rey David los invita a invocar Su
protección, por la cual ellos lo bendicen, sabiendo que el Creador los cuida
cuando comparten la fuente de bien, que es Su casa.
Levantar las manos representa la acción
de compartir, con las que reciben el bien y lo dan. Esto se convierte en un
acto sagrado, ya que todo lo relacionado con el bien es sagrado, al igual que
Dios, de donde procede. Así reconocemos que es la bendición de Dios, que hizo
los cielos y la tierra, el Creador de todo.
“Alabad al Eterno. Alabad el nombre de
Dios. Alabadlo servidores del Eterno. [Aquellos] parados en la casa del Eterno,
en los atrios de la casa de nuestro Dios. Alabad al Eterno, porque el bien es
el Eterno. Cantad a Su nombre, porque Él es grato.” (135:1-3)
Verdaderamente alabamos el nombre de
Dios al emular y manifestar Sus modos y atributos, Su “nombre”, por los que
conocemos nuestro nexo con Él. De ahí que seamos Sus servidores para hacer lo
que quiere de nosotros. Así estamos “parados en Su casa y sus atrios”.
También
lo alabamos por Su bien, que es grato para nosotros. Recitar y cantar Su
alabanza son una muestra individual y colectiva de nuestra constante dedicación
a vivir en y por el bien, como Él quiere.