“Y
aconteció que al
final
(mikeitz)
de dos años, y el faraón había estado soñando (...)” (Génesis
41:1). Hemos mencionado en comentarios anteriores que Sabios místicos consideran
equivalentes la serpiente en el Jardín del Edén, el faraón y sus
dominios (Egipto), y las ilusiones materialistas de ego. También hemos señalado que
nuestra Redención final viene cuando clamamos al Amor de Dios para
que nos lleve a la Tierra Prometida, donde finalmente estamos libres
tanto del dominio de ego como de la aflicción a cuenta de las
“naciones” de Canaán.
Los sueños del faraón pueden ser fructíferos, productivos y edificantes (“las vacas gordas y las espigas fuertes”), al igual que áridos, destructivos y dañinos (“las vacas flacas y las espigas débiles”). Si no dirigimos el ego en los sentidos positivos, sus deseos negativos al final consumen cualquier potencial positivo que hayamos podido adquirir para nuestro bienestar. En este sentido, el bien es la verdad de Amor: paz.
Esta es la lección que el Creador enseña al monarca que quiere someter la conciencia humana a sus deseos materialistas, y la lección es impartida por José que es la personificación de los modos y atributos de Amor: “Y José respondió al faraón diciendo: 'No soy yo, es el Eterno quien dará al faraón una respuesta de paz'.” (41:16), porque paz es el camino y también el destino final. Entonces la respuesta Divina no es para apaciguar los temores del faraón, sino para enseñar que la paz prevalece cuando sometemos a la dirección de Amor nuestros deseos en cada nivel de la conciencia: “Y José dijo al faraón: 'el sueño del faraón es uno [solo]; lo que el Eterno hace, Él lo ha dicho al faraón'.” (41:25).
Las tribulaciones de José durante doce años de cautiverio fueron las tinieblas de donde emerge como el conductor de los deseos de ego, la vasija perfecta para los modos y atributos de Amor, los cuales son el espíritu del Creador: “Y el faraón dijo a sus sirvientes: '¿Podemos encontrar a alguien como este, un hombre donde está el espíritu del Eterno'?” (41:38), ya que es el Amor de Dios el verdadero gobernante de toda la Creación: “Y el faraón dijo a José: 'Ya que el Eterno te ha permitido conocer todo esto, no hay nadie tan comprensivo y sabio como tú'.” (41:39), “Tú estarás sobre mi casa, y de acuerdo a tu palabra todo mi pueblo será gobernado; solamente en el trono seré más grande que tú'.” (41:40).
El faraón continúa sin desistir de su destructivo egocentrismo, que es recordado por el Profeta: “Habla y di, 'Así dice Dios el Eterno: “He aquí que Yo estoy en tu contra, faraón de Egipto, el monstruo más grande que yace en medio de sus ríos, y quien ha dicho 'Mi Nilo es mío, y yo mismo lo creé'.” (Ezequiel 29:3); y como recordatorio de que “El orgullo precede a la destrucción, y un espíritu orgulloso precede a la caída” (Proverbios 16:18).
La victoria de José sobre los dominios de ego es la cosecha de Amor cuando buscamos la Luz ocultada en las tinieblas: “Y el nombre del segundo (hijo) él llamó Efraín, 'porque el Eterno me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción'.” (Génesis 41:52). La regencia de José (Amor) sobre los dominios del faraón (ego), mediante los modos y atributos de Amor, se convierte en la fuente de sustento y manutención para todos los aspectos materiales de la vida: “Y cuando se sintió hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó al faraón por pan; y el faraón dijo a todos los egipcios: 'Id a José, lo que él os diga, haréis'.” (41:55).
Cuando permitimos que Amor guíe todos los aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia, en efecto habremos disipado todas las cualidades y rasgos negativos como celos, envidia, orgullo, lujuria y todo sentimiento de carencia. Por lo tanto satisfaremos nuestra hambre de verdadera vida. Amor es el guía de los rasgos que abarcan nuestra conciencia, los “hermanos” que no siempre lo reconocen como su protector y Redentor: “Y José conocía a sus hermanos, pero ellos no lo conocían a él” (42:8).
Amor es el maestro que nos conduce a vivir en la Verdad como voluntad del Creador, y este es el proceso dinámico de tomar las decisiones positivas, constructivas y edificantes cada minuto, hora y día de nuestras vidas. Amor como el maestro consumado que nos conduce en sus modos y atributos hacia nuestra Redención de las ilusiones de ego. La conciencia individual y colectiva de esta realidad, la verdadera realidad, es el lugar que el Amor de Dios quiere que creemos para Él en este mundo. Nuestra misión individual es unir todos los aspectos de la conciencia en la armonía de Amor, para abrazarlos como nuestros “hermanos” tal como José lo hizo después de conducirlos a la Verdad, redimidos de las ilusiones negativas manifestadas en celos, envidia, ira, orgullo y crueldad: “Y ellos bebieron, y estuvieron felices con él” (43:34). Este es el legado de vivir en los caminos y atributos de Amor.
La haftará que acompaña esta parshá comienza con el versículo: “Y Salomón despertó, y he aquí [que era] un sueño. Y él vino a Jerusalén, y se paró ante el Arca de la Alianza del Eterno, y presentó ofrendas de sacrificio, y ofrendas de paz, e hizo una fiesta para todos sus sirvientes” (I Reyes 3:15). Esto nos recuerda que cuando elevamos nuestra entera conciencia al Amor de Dios, la Unidad que vivimos con Él se convierte en una celebración de armonía que comparten nuestro intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos; una fiesta para todos ellos, pues son los sirvientes que nos ayudan a cumplir nuestra misión de hacer prevalecer en el mundo los caminos y atributos de Dios.
Los sueños del faraón pueden ser fructíferos, productivos y edificantes (“las vacas gordas y las espigas fuertes”), al igual que áridos, destructivos y dañinos (“las vacas flacas y las espigas débiles”). Si no dirigimos el ego en los sentidos positivos, sus deseos negativos al final consumen cualquier potencial positivo que hayamos podido adquirir para nuestro bienestar. En este sentido, el bien es la verdad de Amor: paz.
Esta es la lección que el Creador enseña al monarca que quiere someter la conciencia humana a sus deseos materialistas, y la lección es impartida por José que es la personificación de los modos y atributos de Amor: “Y José respondió al faraón diciendo: 'No soy yo, es el Eterno quien dará al faraón una respuesta de paz'.” (41:16), porque paz es el camino y también el destino final. Entonces la respuesta Divina no es para apaciguar los temores del faraón, sino para enseñar que la paz prevalece cuando sometemos a la dirección de Amor nuestros deseos en cada nivel de la conciencia: “Y José dijo al faraón: 'el sueño del faraón es uno [solo]; lo que el Eterno hace, Él lo ha dicho al faraón'.” (41:25).
Las tribulaciones de José durante doce años de cautiverio fueron las tinieblas de donde emerge como el conductor de los deseos de ego, la vasija perfecta para los modos y atributos de Amor, los cuales son el espíritu del Creador: “Y el faraón dijo a sus sirvientes: '¿Podemos encontrar a alguien como este, un hombre donde está el espíritu del Eterno'?” (41:38), ya que es el Amor de Dios el verdadero gobernante de toda la Creación: “Y el faraón dijo a José: 'Ya que el Eterno te ha permitido conocer todo esto, no hay nadie tan comprensivo y sabio como tú'.” (41:39), “Tú estarás sobre mi casa, y de acuerdo a tu palabra todo mi pueblo será gobernado; solamente en el trono seré más grande que tú'.” (41:40).
El faraón continúa sin desistir de su destructivo egocentrismo, que es recordado por el Profeta: “Habla y di, 'Así dice Dios el Eterno: “He aquí que Yo estoy en tu contra, faraón de Egipto, el monstruo más grande que yace en medio de sus ríos, y quien ha dicho 'Mi Nilo es mío, y yo mismo lo creé'.” (Ezequiel 29:3); y como recordatorio de que “El orgullo precede a la destrucción, y un espíritu orgulloso precede a la caída” (Proverbios 16:18).
La victoria de José sobre los dominios de ego es la cosecha de Amor cuando buscamos la Luz ocultada en las tinieblas: “Y el nombre del segundo (hijo) él llamó Efraín, 'porque el Eterno me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción'.” (Génesis 41:52). La regencia de José (Amor) sobre los dominios del faraón (ego), mediante los modos y atributos de Amor, se convierte en la fuente de sustento y manutención para todos los aspectos materiales de la vida: “Y cuando se sintió hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó al faraón por pan; y el faraón dijo a todos los egipcios: 'Id a José, lo que él os diga, haréis'.” (41:55).
Cuando permitimos que Amor guíe todos los aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia, en efecto habremos disipado todas las cualidades y rasgos negativos como celos, envidia, orgullo, lujuria y todo sentimiento de carencia. Por lo tanto satisfaremos nuestra hambre de verdadera vida. Amor es el guía de los rasgos que abarcan nuestra conciencia, los “hermanos” que no siempre lo reconocen como su protector y Redentor: “Y José conocía a sus hermanos, pero ellos no lo conocían a él” (42:8).
Amor es el maestro que nos conduce a vivir en la Verdad como voluntad del Creador, y este es el proceso dinámico de tomar las decisiones positivas, constructivas y edificantes cada minuto, hora y día de nuestras vidas. Amor como el maestro consumado que nos conduce en sus modos y atributos hacia nuestra Redención de las ilusiones de ego. La conciencia individual y colectiva de esta realidad, la verdadera realidad, es el lugar que el Amor de Dios quiere que creemos para Él en este mundo. Nuestra misión individual es unir todos los aspectos de la conciencia en la armonía de Amor, para abrazarlos como nuestros “hermanos” tal como José lo hizo después de conducirlos a la Verdad, redimidos de las ilusiones negativas manifestadas en celos, envidia, ira, orgullo y crueldad: “Y ellos bebieron, y estuvieron felices con él” (43:34). Este es el legado de vivir en los caminos y atributos de Amor.
La haftará que acompaña esta parshá comienza con el versículo: “Y Salomón despertó, y he aquí [que era] un sueño. Y él vino a Jerusalén, y se paró ante el Arca de la Alianza del Eterno, y presentó ofrendas de sacrificio, y ofrendas de paz, e hizo una fiesta para todos sus sirvientes” (I Reyes 3:15). Esto nos recuerda que cuando elevamos nuestra entera conciencia al Amor de Dios, la Unidad que vivimos con Él se convierte en una celebración de armonía que comparten nuestro intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos; una fiesta para todos ellos, pues son los sirvientes que nos ayudan a cumplir nuestra misión de hacer prevalecer en el mundo los caminos y atributos de Dios.