La parshá
anterior
termina con todo un capítulo que menciona las “generaciones” o
numerosos descendientes (cualidades negativas y bajas pasiones
representadas por Esaú, Edom, Seir)
de Esaú como un recordatorio de los numerosos obstáculos, riesgos y
peligros que debemos conquistar para llegar a poseer la Tierra
Prometida (el asentamiento en los más altos niveles de la conciencia
y las cualidades positivas). “Y Jacob se asentó (vayeishev) en la tierra donde peregrinó su padre, en la tierra de Canaán” (Génesis 37:1) Vayeishev
comienza con
las “generaciones”
de Jacob, no precisamente con
numerosos
descendientes sino como uno solo -- José --, en agudo contraste con los
de Esaú: “Estas son las generaciones de Jacob. José, cuando tenía
diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos y el joven
estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, las esposas
de su padre; y José le traía a su padre un mal informe de ellos”
(37:2)
Nuestros Sabios debaten por qué solamente José es mencionado. Podemos entenderlo en el contexto de su prevalencia espiritual ya que él representa el más alto conocimiento y conexión con el Creador. Lo mismo que personifican Moisés, Aarón el sumo sacerdote y sus descendientes, y los levitas, cuya función es la conducción y dirección espiritual del resto de las Tribus de Israel; que a su vez representan los demás niveles de la conciencia. Es por ello que José se ve obligado a “informar” la conducta de ellos a su padre Israel, cuya tarea es formar una familia y en últimas todo un pueblo que sería elegido para proclamar la Unicidad del Creador entre las naciones.
José fue el hijo escogido para resistir y superar el rigor de los rasgos negativos, las bajas emociones y pasiones con las que lo castigaría el odio de sus hermanos; y con el abrasivo materialismo de ego representado por Egipto y el faraón: “E Israel amaba a José más que todos tus hijos, porque le había nacido en su vejez, y le confeccionó una túnica de muchos colores. Y cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaron y no podían hablarle en paz” (37:3-4)
Entre sus hermanos, José es la personificación de los modos y atributos de Amor porque es el conocimiento de Amor lo que nos habilita para superar las tinieblas de los aspectos inferiores de nuestra conciencia. En este sentido Jacob (Israel) comparte la misma identidad de José como el fuego que transmuta la oscuridad: “Y la Casa de Jacob será fuego, la Casa de José será llama, y la Casa de Esaú paja” (Abdías 1:18) Sabios místicos enseñan que José representa la fundación (HaYesod) que precede la culminación de la Creación (el sexto día de la Creación), los cimientos que sostienen la revelación total del Creador en el Séptimo Día, cuando Su Soberanía (Maljut) es completamente manifestada. Es por ello que el Shabat es tan sagrado para Israel, porque en él estamos unidos con el Creador (“Torá, Shabat, Israel y Dios son Uno”).
Como hemos mencionado muchísimas veces, el Amor de Dios es la fundación y sustento de Su Creación, tal como ha sido proclamado: “El mundo está construido en amorosa bondad. En los Cielos se sostiene Tu fidelidad” (Salmos 89:3). Amor es la más alta cualidad o rasgo de la conciencia humana, y por tanto tenemos que adoptar y cuidar Amor en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Lo hacemos tal como “Israel amó a José más que a todos sus hijos”, porque es Amor el que debe guiar y dirigir todos los aspectos de nuestra conciencia, y estos deben ser las vasijas que debemos llenar con sus modos y atributos.
Este principio fundamental es recordado a Israel como una bendición Divina y como un Mandamiento cuando Isaac bendijo a Jacob en la parshat Todot: “Naciones te servirán y reinos se inclinarán a ti; tú serás un amo sobre tus hermanos, y los hijos de tu madre se inclinarán a ti (...)” (Génesis 27:29) y es reiterado a José en su sueño como el heredero de esta bendición: “He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba, y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban al mío” (37:7)
“Y él le dijo: 'Ve ahora, mira si está bien con tus hermanos y si está bien con las ovejas, e infórmame de vuelta'.” (37:14) Jacob instruye a José no sólo velar por el bienestar de sus hermanos sino también por el de las posesiones de su padre, y obedece sólo para encontrarse con la traición y su posible muerte. Este es el sino de Israel como Luz de las naciones, el sino de Amor ante las tinieblas de las ilusiones negativas en el mundo material. Pero Amor siempre prevalece porque trasciende todas las ilusiones: “El Eterno estaba con José y él era de un hombre de éxito, y él estaba en la casa de su amo egipcio. Y su amo vio que el Eterno estaba con él, y lo que él [José] hiciera en su mano el Eterno hacía prosperar” (39:2-3), “El Eterno estaba con José, y Él le dio amorosa bondad a él y le agració ante los ojos del carcelero”, “El carcelero no revisaba nada en su mano [de José] porque el Eterno estaba con él, y en lo que hiciera el Eterno lo hacía prosperar” (39:21, 23)
El Amor de Dios es el único en que tenemos que confiar porque Él es el Creador que nos sustenta, y nada más. Cuando olvidamos esto como una vez lo hizo José, también nos recluimos en la prisión de las ilusiones de ego que nunca dejan de mantenernos alejados de los modos y atributos de Amor. Estas son las ilusiones que nunca nos redimirán de nuestras tribulaciones. Amor de hecho sustenta nuestras ilusiones, pero estas jamás sustentan Amor. El final de la parshá ilustra esta realidad: “Pero recuérdame cuando las cosas vayan bien contigo, y por favor háblale de mí al faraón para que me saques de esta casa”, “pero el principal de los coperos no se acordó de José, y lo olvidó” (40:14, 23)
El Rey David nos recuerda muchas veces confiar solamente en nuestro Padre: “Dichoso es el hombre que pone su confianza en el Eterno, y no acude al arrogante (las fantasías e ilusiones de ego)”, “Oh Eterno de las multitudes, dichoso el hombre que confía en Ti” (Salmos 40:4, 84:13)
El Amor que tanto Jacob como José representan es el fuego y la llama que transmutan envidia, celos, ira, orgullo, egoísmo y las expresiones negativas en la conciencia humana, todas derivadas de los sentimientos de carencia del ego. Estas son todas ilusiones, la “paja” de la Casa de Esaú. Es a través de Amor, la Verdad que José y Jacob son, que disipamos las tinieblas como el fuego catalizador que transforma un estado inferior no consumado en otro elevado y realizado.
Amor es el fuego forjador, constructor y sublimador, la llama que nos eleva a nuestro Creador. Entonces ser y manifestar Amor es nuestra verdadera identidad, como el catalizador para unirmos con el Amor de Dios.
Nuestros Sabios debaten por qué solamente José es mencionado. Podemos entenderlo en el contexto de su prevalencia espiritual ya que él representa el más alto conocimiento y conexión con el Creador. Lo mismo que personifican Moisés, Aarón el sumo sacerdote y sus descendientes, y los levitas, cuya función es la conducción y dirección espiritual del resto de las Tribus de Israel; que a su vez representan los demás niveles de la conciencia. Es por ello que José se ve obligado a “informar” la conducta de ellos a su padre Israel, cuya tarea es formar una familia y en últimas todo un pueblo que sería elegido para proclamar la Unicidad del Creador entre las naciones.
José fue el hijo escogido para resistir y superar el rigor de los rasgos negativos, las bajas emociones y pasiones con las que lo castigaría el odio de sus hermanos; y con el abrasivo materialismo de ego representado por Egipto y el faraón: “E Israel amaba a José más que todos tus hijos, porque le había nacido en su vejez, y le confeccionó una túnica de muchos colores. Y cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaron y no podían hablarle en paz” (37:3-4)
Entre sus hermanos, José es la personificación de los modos y atributos de Amor porque es el conocimiento de Amor lo que nos habilita para superar las tinieblas de los aspectos inferiores de nuestra conciencia. En este sentido Jacob (Israel) comparte la misma identidad de José como el fuego que transmuta la oscuridad: “Y la Casa de Jacob será fuego, la Casa de José será llama, y la Casa de Esaú paja” (Abdías 1:18) Sabios místicos enseñan que José representa la fundación (HaYesod) que precede la culminación de la Creación (el sexto día de la Creación), los cimientos que sostienen la revelación total del Creador en el Séptimo Día, cuando Su Soberanía (Maljut) es completamente manifestada. Es por ello que el Shabat es tan sagrado para Israel, porque en él estamos unidos con el Creador (“Torá, Shabat, Israel y Dios son Uno”).
Como hemos mencionado muchísimas veces, el Amor de Dios es la fundación y sustento de Su Creación, tal como ha sido proclamado: “El mundo está construido en amorosa bondad. En los Cielos se sostiene Tu fidelidad” (Salmos 89:3). Amor es la más alta cualidad o rasgo de la conciencia humana, y por tanto tenemos que adoptar y cuidar Amor en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Lo hacemos tal como “Israel amó a José más que a todos sus hijos”, porque es Amor el que debe guiar y dirigir todos los aspectos de nuestra conciencia, y estos deben ser las vasijas que debemos llenar con sus modos y atributos.
Este principio fundamental es recordado a Israel como una bendición Divina y como un Mandamiento cuando Isaac bendijo a Jacob en la parshat Todot: “Naciones te servirán y reinos se inclinarán a ti; tú serás un amo sobre tus hermanos, y los hijos de tu madre se inclinarán a ti (...)” (Génesis 27:29) y es reiterado a José en su sueño como el heredero de esta bendición: “He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba, y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban al mío” (37:7)
“Y él le dijo: 'Ve ahora, mira si está bien con tus hermanos y si está bien con las ovejas, e infórmame de vuelta'.” (37:14) Jacob instruye a José no sólo velar por el bienestar de sus hermanos sino también por el de las posesiones de su padre, y obedece sólo para encontrarse con la traición y su posible muerte. Este es el sino de Israel como Luz de las naciones, el sino de Amor ante las tinieblas de las ilusiones negativas en el mundo material. Pero Amor siempre prevalece porque trasciende todas las ilusiones: “El Eterno estaba con José y él era de un hombre de éxito, y él estaba en la casa de su amo egipcio. Y su amo vio que el Eterno estaba con él, y lo que él [José] hiciera en su mano el Eterno hacía prosperar” (39:2-3), “El Eterno estaba con José, y Él le dio amorosa bondad a él y le agració ante los ojos del carcelero”, “El carcelero no revisaba nada en su mano [de José] porque el Eterno estaba con él, y en lo que hiciera el Eterno lo hacía prosperar” (39:21, 23)
El Amor de Dios es el único en que tenemos que confiar porque Él es el Creador que nos sustenta, y nada más. Cuando olvidamos esto como una vez lo hizo José, también nos recluimos en la prisión de las ilusiones de ego que nunca dejan de mantenernos alejados de los modos y atributos de Amor. Estas son las ilusiones que nunca nos redimirán de nuestras tribulaciones. Amor de hecho sustenta nuestras ilusiones, pero estas jamás sustentan Amor. El final de la parshá ilustra esta realidad: “Pero recuérdame cuando las cosas vayan bien contigo, y por favor háblale de mí al faraón para que me saques de esta casa”, “pero el principal de los coperos no se acordó de José, y lo olvidó” (40:14, 23)
El Rey David nos recuerda muchas veces confiar solamente en nuestro Padre: “Dichoso es el hombre que pone su confianza en el Eterno, y no acude al arrogante (las fantasías e ilusiones de ego)”, “Oh Eterno de las multitudes, dichoso el hombre que confía en Ti” (Salmos 40:4, 84:13)
El Amor que tanto Jacob como José representan es el fuego y la llama que transmutan envidia, celos, ira, orgullo, egoísmo y las expresiones negativas en la conciencia humana, todas derivadas de los sentimientos de carencia del ego. Estas son todas ilusiones, la “paja” de la Casa de Esaú. Es a través de Amor, la Verdad que José y Jacob son, que disipamos las tinieblas como el fuego catalizador que transforma un estado inferior no consumado en otro elevado y realizado.
Amor es el fuego forjador, constructor y sublimador, la llama que nos eleva a nuestro Creador. Entonces ser y manifestar Amor es nuestra verdadera identidad, como el catalizador para unirmos con el Amor de Dios.