domingo, 7 de noviembre de 2010

Parshat Vayeitzei: Amor, el Lugar de Dios en el Mundo

Y Jacob salió (vayeitzei) de Beer Sheba, y fue a Jarán” (28:10) Nuestros Sabios cuentan que Jacob habitó en las tiendas de Eber durante 14 años antes de partir a Jarán, y en todo ese tiempo estuvo inmerso en el estudio de la Torá lejos de las ilusiones del mundo material, representadas por Jarán (“ira” en hebreo) y por su tío y futuro suegro, Labán. Este período de estudio lo preparó para “descender” a los dominios de Labán, a quien Sabios místicos consideran el propio demonio. Sabemos que en el plano de las ilusiones todo es engañoso por la simple razón de que es una ilusión derivada de lo material. En este contexto, la misión de Israel (Jacob) es disipar las tinieblas de las ilusiones con la Luz de la Torá, la cual representa los caminos y atributos del Creador.

Jacob ciertamente está listo para hacer realidad la primogenitura, que es el sacerdocio repudiado por su hermano Esaú, y comienza a realizarse estableciendo la conexión permanente con el Creador en Su lugar (el Templo de Jerusalén), que representa nuestro más elevado conocimiento de Él: “Y llegó [alcanzó] al lugar, (…) y pernoctó en ese lugar" (28:11), y “(…) he aquí que una escalinata sostenida sobre la Tierra, y su cima alcanzando el Cielo; y he aquí que los ángeles del Eterno ascendían y descendían en ella” (28:12) Esta es la conexión que nos hace conscientes de la Unidad con nuestro Creador, y los ángeles como mensajeros de los caminos y atributos de Amor; aquellos que cumplen la voluntad de Dios cuando nos permitimos ser las vasijas de Sus bendiciones: “(…) la tierra en la que estás acostado a ti te la daré, y a tu simiente” (28:13)

El lugar donde nos unimos con Él es también la Tierra Prometida como manifestación material de Sus bendiciones, la bondad que podemos ser y hacer en este mundo, porque Su Amor no es sólo hacia nosotros sino hacia toda la Creación: “y a través de ti serán bendecidas todas las familias de la Tierra, y a través de tu simiente” (28:14), lo cual es una verdadera alianza con Dios en la Creación: “Yo estoy contigo, y Yo te protegeré adonde vayas, y Yo te restauraré para esta tierra, porque Yo no te abandonaré hasta cuando Yo haya hecho lo que Yo te he hablado” (28:15)

Esta alianza está sujeta a la Tierra Prometida como el lugar que compartimos con nuestro Padre: “Y él (Jacob) llamó a ese lugar Bet-El [Casa de Dios]” (28:19) donde todos añoramos vivir, y podremos morar en ella mientras vivamos en el pleno conocimiento del Amor de Dios. En este sentido entendemos lo que nuestros Sabios enseñan cuando dicen que “Dios es el lugar del mundo, y el mundo no es Su lugar”: Su Amor es el lugar que impregna y sustenta toda Su Creación.

Hemos mencionado muchas veces en este blog que todo emana del Creador y todo es sustentado por Él, que la entera Creación es una manifestación de Su Amor, y por lo tanto estamos hechos de Su Amor con el fin de ser Amor. En consecuencia, lo que somos y hacemos le pertenecen a Él y debe ser “devuelto” a Él como parte de la dinámica del Plan Divino que no podemos comprender, ni tampoco Su Esencia.

En esta dinámica comprendemos el significado de darle a Él los diezmos de todo: “y todo lo que Tú me des, yo ciertamente daré el diezmo para Ti” (28:22) Nuestros Sabios enseñan que los diezmos al Templo son las ofrendas para elevar nuestras vidas al Creador mediante acciones que son sagradas para Él (así es como nos “sacrificamos” a Él), y después de la destrucción del Templo damos los diezmos a quienes estén necesitados. En conclusión, estamos en este mundo para dar lo que el Amor de Dios nos ha dado y continúa dándonos en cada respiro. Es así como rectificamos el mundo (tikún olam) mediante este Mandamiento: “y amarás a tu prójimo como ti mismo, [porque] Yo soy el Eterno” (Levítico 19:18), y ciertamente todo se trata del Amor de Dios.

En este punto de la parshá nos damos cuenta que el continuo vivir en la Casa de Dios, Su lugar y Su Tierra Prometida no es sólo la voluntad del Creador sino también Su Mandamiento. Antes de asentarse permanentemente, Jacob primero debe confrontar los peligros de las ilusiones del mundo material y despejar su camino para levantar una familia en medio de las tinieblas de los aspectos negativos de la conciencia, donde vivían sus futuras esposas. Como dijimos al principio, esta es la misión de Israel como el Pueblo Elegido: Revelar, proclamar y manifestar el Amor de Dios en la oscuridad del más denso materialismo.

Jacob reconoció la Luz ocultada en la oscuridad, y supo cómo revelarla: “cuando Jacob vio a Raquel, la hija de Labán el hermano de su madre, y el rebaño de Labán el hermano de su madre, Jacob se acercó y removió la piedra de la boca del pozo, y dio de beber al rebaño de Labán el hermano de su madre” (Génesis 29:10) Tres veces el nombre de Labán es mencionado como hermano de Rebeca, la madre de Jacob. Podemos inferir de esta repetición que, tal como Rebeca fue redimida de la oscuridad en la casa de su hermano, las hijas de Labán también lo serían mediante el diligente trabajo que Jacob realizaría en los predios de su tío.

Sabios místicos comentan las complejidades de la interacción entre la Luz y las tinieblas, porque es evidente que no es un asunto sencillo tratar con las fantasías materialistas de ego en un mundo donde ilusiones son las referencias relacionadas con la vida. Amor como Verdad está ocultado detrás de la oscura carencia de carencia en todos los niveles de la conciencia, incluyendo mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Cuando estos se encuentran bajo el dominio de los deseos negativos de ego, y no bajo los modos y atributos de Amor, la vida y el mundo se vuelven el infierno que ya es para muchos.

Jacob tiene que confrontar los celos y la rivalidad entre sus esposas, la avaricia y la maldad de su suegro, y las emociones negativas que debemos encauzar hacia los atributos de Amor. Hijos surgen en estas circunstancias, y la tarea de Jacob se torna más difícil y desafiante para hacer de sus vástagos las vasijas adecuadas para las bendiciones prometidas por el Creador. Esta claramente no es una lucha por la “perfección” sino un camino en el que convirtamos nuestras circunstancias, tanto individuales como colectivas, en un lugar donde more el Amor que nos creó y el Amor que somos.

De los pasajes acerca de la relación de Jacob con su tío Labán podemos aprender que el engaño de las ilusiones materiales desaparece ante la Verdad que Amor es: “(…) ‘Veo el rostro de vuestro padre (Labán), que no me contempla como antes; sin embargo el Dios de mi padre ha estado conmigo” (31:5), y tal como lo dicen Lea y Raquel a Jacob: “(…) toda la riqueza que el Eterno separó de nuestro padre es nuestra y de nuestros hijos. Por lo tanto, todo lo que el Eterno te diga, hazlo” (31:16)

La porción concluye confirmando que el Amor de Dios mora dentro de nosotros cuando habitamos en Su Tierra Prometida: “Y Jacob se dirigió en su camino, y los ángeles del Eterno lo recibieron. Y Jacob dijo cuando los vio: ‘Este es el campo del Eterno’. Y puso de nombre a ese lugar Mahanaim” (32:1-2)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.