“Y estos son los nombres (shemot)
de los hijos de Israel que vinieron a Egipto (...)” (Éxodo 1:1)
Nuestros Sabios enseñan que uno cuenta y nombra cada cosa que le es
preciosa, e Israel de hecho es tan precioso como un hijo a su padre,
tal como está escrito: “Así dijo el Eterno, 'Mi primogénito es
Israel'.” (4:22) Las Escrituras Hebreas nos cuentan del Amor de
Dios por Israel y por toda Su Creación. Pero, ¿hemos considerado
nuestro Amor por Él? Aquí no pretendemos
definir con conciencia humana al Creador,
pero sí concebir con nuestros propios rasgos humanos Su Amor que crea y sustenta toda Su Creación, incluidos nosotros. Si la
Creación ciertamente emana del Amor de Dios, este también lo
concebimos y entendemos a través de nuestra concepción de Amor como
el medio para relacionarnos y comunicarnos con Él.
Con frecuencia mencionamos los Trece Atributos de Misericordia Divina (34:6-7) como referencias específicas para comprender al Creador a través de nuestra conciencia humana. En última instancia es nuestra elección individual concebirlo y relacionarnos con Él, ya sea como el Creador amoroso y compasivo o como algo diferente. El sentido común y lo obvio claramente demuestran lo primero. Cada capítulo de la Torá y cada comentario de nuestros Sabios ilustran y reiteran esta Verdad. El libro del Éxodo es la diáfana prueba viviente del Amor de Dios por Israel.
“El faraón ordenó a todo su pueblo, diciendo: 'Cada hijo nacido varón arrojaréis al río'.” (1:22) Nuestros Sabios místicos explican que tanto los varones israelitas como los egipcios estaban sujetos a este decreto, y que el río (Nilo) representa el patrón de vida materialista derivado de los bajos deseos y fantasías de ego. El faraón (la actitud egocéntrica ante la vida) deseaba que cada rasgo y aspecto de la conciencia humana fuese sumergido (ahogado) en las aguas del materialismo.
Esto representa estar muertos ante las aguas de la conciencia superior representada por los caminos y atributos de Amor. De este pasaje aprendemos que sin un descanso de los aspectos materiales de la vida (descanso como el tiempo y lugar llamado Shabat) para unirnos al Creador, la vida es insignificante. Sin el conocimiento del Creador, especialmente de Su Amor, la Creación carece de sentido.
Es en este momento crucial del desarrollo humano que un aspecto primordial necesita nacer para conducir a todos los demás rasgos. Este es al que nos referimos como el más elevado conocimiento del Creador en nuestra conciencia, el conocimiento de Su amorosa bondad, tal como la podemos concebir en nuestra limitada percepción humana. Este conocimiento es el aspecto representado por Moisés: “Y ella [la madre de Moisés] vio que él era bueno” (2:2).
Este también es el conocimiento de Amor que alcanza toda la Creación, y en particular a nuestro prójimo: “Él [Moisés] fue a sus hermanos, y vio su sufrimiento” (2:11). Esa tribulación no es sólo el resultado de vivir bajo la dureza del más denso materialismo sino también la división y separación que sufrimos en nuestro exilio del Amor de Dios. División, conflicto, disputas, odio y violencia son las ilusiones que nos atrapan en las tinieblas, producto de la ausencia de Amor: “Y Moisés temió, y dijo: 'De hecho, el asunto es conocido'.” (2:14). Nuestros Sabios dicen que Moisés vio que las habladurías y los rumores eran barreras para la Redención de los hijos de Israel, concluyendo que eran las causas “conocidas” de su cautiverio.
“(…) el rey de Egipto había muerto, y los hijos de Israel se lamentaron de su cautiverio, y lloraron, y su clamor ascendió al Eterno debido a su cautiverio” (2:23). Nuestros Sabios místicos explican que el faraón estaba muerto al conocimiento de Dios y Su eterna soberanía sobre la Creación. En las tinieblas de esta muerte espiritual es cuando nuestro clamor verdaderamente llega a Él.
Rashi complementa este hecho al cuestionar por qué el Eterno aparece a Moisés en una zarza con espinos y no en otro árbol diferente, y responde que fue así para ilustrar y demostrar que “En todas sus aflicciones Él también estaba afligido, y el Ángel de Su Presencia los salvó. En Su Amor y compasión Él los redimió, Él los levantó y los cargó todos los días del mundo.” (Isaías 63:9). El Amor de Dios ciertamente es el fuego que nunca se consume: “La zarza ardía con el fuego, pero la zarza no se consumía” (Éxodo 3:2).
“Y el Eterno dijo a Aarón: 'Ve al desierto para encontrarte con Moisés'. Y fue y se encontró con él en la montaña del Eterno, y lo besó” (4:27). En esta montaña del Eterno como el más elevado conocimiento de Él es donde se besan la amorosa bondad (Aarón) y la rectitud (Moisés), tal como lo recuerda el Rey David: “La amorosa bondad y la verdad se unieron, rectitud y paz se besaron” (Salmos 85:11). Verdad y rectitud (Moisés) son inherentes a sí mismas, al igual que el amor y la paz (Aarón).
“Y el faraón dijo: '¿Quién es el Eterno a quien yo debería obedecer Su voz para dejar salir a Israel? Yo no conozco al Eterno, y más aún no dejaré salir a Israel'.” (Éxodo 5:2). La naturaleza del ego es querer dirigir nuestra existencia como una entidad separada e independiente, con el fin de llegar a controlar todos los aspectos de la conciencia (los hijos de Israel). En esta separación ilusoria, el ego rechaza el Amor como la Esencia abarcadora e integradora de la Creación. Ego crea su propia realidad “separada”, basado en deseos derivados de concepciones y pensamientos negativos originados en sentimientos de carencia.
Con frecuencia mencionamos los Trece Atributos de Misericordia Divina (34:6-7) como referencias específicas para comprender al Creador a través de nuestra conciencia humana. En última instancia es nuestra elección individual concebirlo y relacionarnos con Él, ya sea como el Creador amoroso y compasivo o como algo diferente. El sentido común y lo obvio claramente demuestran lo primero. Cada capítulo de la Torá y cada comentario de nuestros Sabios ilustran y reiteran esta Verdad. El libro del Éxodo es la diáfana prueba viviente del Amor de Dios por Israel.
“El faraón ordenó a todo su pueblo, diciendo: 'Cada hijo nacido varón arrojaréis al río'.” (1:22) Nuestros Sabios místicos explican que tanto los varones israelitas como los egipcios estaban sujetos a este decreto, y que el río (Nilo) representa el patrón de vida materialista derivado de los bajos deseos y fantasías de ego. El faraón (la actitud egocéntrica ante la vida) deseaba que cada rasgo y aspecto de la conciencia humana fuese sumergido (ahogado) en las aguas del materialismo.
Esto representa estar muertos ante las aguas de la conciencia superior representada por los caminos y atributos de Amor. De este pasaje aprendemos que sin un descanso de los aspectos materiales de la vida (descanso como el tiempo y lugar llamado Shabat) para unirnos al Creador, la vida es insignificante. Sin el conocimiento del Creador, especialmente de Su Amor, la Creación carece de sentido.
Es en este momento crucial del desarrollo humano que un aspecto primordial necesita nacer para conducir a todos los demás rasgos. Este es al que nos referimos como el más elevado conocimiento del Creador en nuestra conciencia, el conocimiento de Su amorosa bondad, tal como la podemos concebir en nuestra limitada percepción humana. Este conocimiento es el aspecto representado por Moisés: “Y ella [la madre de Moisés] vio que él era bueno” (2:2).
Este también es el conocimiento de Amor que alcanza toda la Creación, y en particular a nuestro prójimo: “Él [Moisés] fue a sus hermanos, y vio su sufrimiento” (2:11). Esa tribulación no es sólo el resultado de vivir bajo la dureza del más denso materialismo sino también la división y separación que sufrimos en nuestro exilio del Amor de Dios. División, conflicto, disputas, odio y violencia son las ilusiones que nos atrapan en las tinieblas, producto de la ausencia de Amor: “Y Moisés temió, y dijo: 'De hecho, el asunto es conocido'.” (2:14). Nuestros Sabios dicen que Moisés vio que las habladurías y los rumores eran barreras para la Redención de los hijos de Israel, concluyendo que eran las causas “conocidas” de su cautiverio.
“(…) el rey de Egipto había muerto, y los hijos de Israel se lamentaron de su cautiverio, y lloraron, y su clamor ascendió al Eterno debido a su cautiverio” (2:23). Nuestros Sabios místicos explican que el faraón estaba muerto al conocimiento de Dios y Su eterna soberanía sobre la Creación. En las tinieblas de esta muerte espiritual es cuando nuestro clamor verdaderamente llega a Él.
Rashi complementa este hecho al cuestionar por qué el Eterno aparece a Moisés en una zarza con espinos y no en otro árbol diferente, y responde que fue así para ilustrar y demostrar que “En todas sus aflicciones Él también estaba afligido, y el Ángel de Su Presencia los salvó. En Su Amor y compasión Él los redimió, Él los levantó y los cargó todos los días del mundo.” (Isaías 63:9). El Amor de Dios ciertamente es el fuego que nunca se consume: “La zarza ardía con el fuego, pero la zarza no se consumía” (Éxodo 3:2).
“Y el Eterno dijo a Aarón: 'Ve al desierto para encontrarte con Moisés'. Y fue y se encontró con él en la montaña del Eterno, y lo besó” (4:27). En esta montaña del Eterno como el más elevado conocimiento de Él es donde se besan la amorosa bondad (Aarón) y la rectitud (Moisés), tal como lo recuerda el Rey David: “La amorosa bondad y la verdad se unieron, rectitud y paz se besaron” (Salmos 85:11). Verdad y rectitud (Moisés) son inherentes a sí mismas, al igual que el amor y la paz (Aarón).
“Y el faraón dijo: '¿Quién es el Eterno a quien yo debería obedecer Su voz para dejar salir a Israel? Yo no conozco al Eterno, y más aún no dejaré salir a Israel'.” (Éxodo 5:2). La naturaleza del ego es querer dirigir nuestra existencia como una entidad separada e independiente, con el fin de llegar a controlar todos los aspectos de la conciencia (los hijos de Israel). En esta separación ilusoria, el ego rechaza el Amor como la Esencia abarcadora e integradora de la Creación. Ego crea su propia realidad “separada”, basado en deseos derivados de concepciones y pensamientos negativos originados en sentimientos de carencia.
Carencia
es el resultado de la ilusoria ausencia de Amor en algún aspecto o
dimensión del intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e
instintos. Carencia de alimento y de recursos esenciales para
satisfacer nuestras necesidades materiales básicas (relacionadas con
los instintos), carencia del objeto de nuestras ganas y deseos carnales (pasiones), carencia de reconocimiento y satisfacción de
nuestros sentimientos y emociones en
nuestra relación con lo que nos rodea, falta de interés y atención
basada en carencia de conocimiento en
nuestra mente e intelecto. Todas
estas carencias son el gatillo que dispara los deseos de ego. Sus
consecuentes acciones y conducta negativas as su vez esclavizan y
oscurecen nuestra conciencia en los niveles más bajos de la
existencia. Entonces en ese predicamento ego no conoce ni reconoce
nada diferente de su propia imagen, incluyendo Amor como el redentor
de sus tinieblas.
La porción termina
así: “Y el Eterno dijo a Moisés: 'Ahora verás lo que Yo haré al
faraón, porque con mano fuerte él los dejara salir, y con mano
fuerte los sacará de su tierra'.” (6:1). Del mismo modo que el Amor de Dios crea y sustenta todo, también transforma nuestra conciencia para que lo lleguemos a conocer a
Él y seamos redimidos.