sábado, 10 de febrero de 2018

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXVII)

“Y además de estas, hijo mío, sé advertido. La hechura de muchos libros no tiene fin, y mucho estudio es un cansancio para la carne. El fin de todo el asunto oigamos, ‘Reverencia [lit. teme] al Eterno y guarda Sus mandamientos, porque esto es la totalidad del hombre; para cada obra el Eterno trae un juicio, para cada cosa oculta, sea buena o mala’.
(Ecclesiastés 12:12-13)

El rey Salomón concluye su iluminador mensaje, como aquel que congrega a su pueblo Israel llamándolo “hijo” para unirlo bajo la conducción del Creador.

Sin importar cuánto aprendamos del mundo y su naturaleza, al igual que del conocimiento de la vida encontrado y acumulado por la conciencia humana, la mayor parte de este se convierte en una fatigante carga.

El mensaje esencial de Kohelet es reiterado haciéndonos conscientes de que lo verdaderamente importante en la vida es el bien como principio regidor en la creación de Dios, que también es el propósito de todos los mandamientos en Su Torá. En estos se sostiene la totalidad de la identidad judía.

En el bien nada se escapa de su marco ético, porque se basa en el también principio regidor de causa y efecto, el cual es el “juicio” que justifica el bien. De ahí que todas nuestras acciones, buenas o malas, dependan de este principio. Bajo este finalmente podremos asimilar que el bien es su propia causa y efecto.

Al integrar este principio en nuestra conciencia, el Creador responderá con Su redención final, como lo asegura el rey David en sus salmos.

“Oiré que Dios el Eterno hablará, porque Él hablará a Su pueblo y a sus piadosos; y no dejará que vuelvan a la locura. Ciertamente Su redención está cerca de aquellos que lo reverencian, para que la gloria more en nuestra tierra.
(Salmos 85:9)

En este conocimiento el bien es nuestra verdad y estará unida a la compasión del bien que emana de Dios.

“La compasión y la verdad se encontraron juntas, la rectitud y la paz se han besado. La verdad brota de la tierra y la rectitud ha mirado desde el cielo. También el Eterno dará lo que es bueno y nuestra tierra dará su fruto. La rectitud irá ante Él y hará camino con Sus pasos. (Ibid. 85:11-14)

“Rectitud y justicia son los cimientos de Su trono, compasión y verdad van a ante Ti. (Ibid. 89:15)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.