domingo, 17 de junio de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XVIII)


“Sión ha oído y se ha regocijado, y las hijas de Judá están dichosas debido a Tus juicios, oh Eterno. (Salmos 97:8)

Muchos de los salmos de David son claramente proféticos. Algunos de manera específica, y otros como éste de forma velada, a manera de invitación para que consideremos los significados de Sión, Jerusalem y el Templo, y cómo resuenan en nuestra conciencia.

Sión es el más elevado nivel de conciencia en el que estamos permanentemente unidos a nuestro Creador. “Oír” y “regocijarse” son situaciones complementarias en las que una conduce a la otra.

Frecuentemente relacionamos oír con entender y ver con saber. Al entender a fondo el bien como nuestro nexo con Dios, el resultado inmediato es la alegría; pues, ¿qué podría ser más regocijante que compenetrarnos con Él?

Las “hijas” de Judá, al igual que las de Jerusalem, mencionadas en otros pasajes de la Biblia hebrea, son tendencias, cualidades y rasgos positivos, relacionados con el bien como nuestra conexión con Dios. De ahí que sean dichosas cuando emulan y comparten los modos y atributos del Creador, que también son Sus “juicios”.

“El Eterno es grande en Sión, y alto es Él sobre todos los pueblos. (99:2)

Sión es donde mora el Creador en nosotros, porque es el mayor conocimiento de Su presencia en nuestra conciencia. Lo grande de Dios es ciertamente Su presencia, la cual abarca toda Su creación.

De ahí que el Creador sea alto sobre todo lo existente, incluyendo los “pueblos”, que generalmente representan las tendencias y rasgos negativos que nos separan de los modos y atributos del bien, el cual está por encima para reinar sobre todos.

“¡Exaltad al Eterno nuestro Dios y postraos ante la montaña de Su sacralidad, porque sagrado es el Eterno nuestro Dios! (99:9)

Nos postramos ante lo sagrado en reverencia a lo que es mayor y por encima de nosotros, sin lo que podríamos existir. Asombro y reverencia es lo mínimo que podemos tener ante lo que dependemos completamente. Saber o entender lo contrario es pura arrogancia, desdén y total falta de aprecio y gratitud por lo sagrado que nos da la vida.

“Constantemente (lit. todas las mañanas) expulso a los malvados de la tierra, para sacar de la ciudad de Dios todos los que hacen mal. (101:8)

En este versículo el rey David fue el precursor de los proverbios “andar en el sendero de la rectitud exige vigilancia eterna” y “vigilancia eterna es el precio de la libertad”, pero él va todavía más allá de lo que ambos significan.

La constante vigilancia para vivir libre de rasgos negativos y malos hábitos requiere mantenerlos alejados de nosotros, sacándolos de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones.

“Todos los que hacen el mal” no son parte de la ciudad de Dios, porque Sus modos y atributos no cohabitan con la maldad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.