martes, 23 de marzo de 2010

Parshat Vayikrá: Hacer lo Sagrado

Comenzamos el mes de Nisán con la lectura del tercer libro de la Torá, Vayikrá, también conocido como Levítico. Aunque la última parshá del libro del Éxodo, Pekudei, se refiere a la terminación de la construcción del Mishkán (Tabernáculo), Vayikrá continúa con los sacrificios ofrendados al Eterno en este lugar sagrado donde mora Su Presencia. El término en latín para “sacrificio” está compuesto por dos palabras que quieren decir “hacer lo sagrado”. En hebreo la palabra usada en la Torá es korbán, que generalmente es traducida como ofrenda, y que en un sentido más profundo indica lo que tiene que regresar a su Creador. Algunos de nuestros Sabios señalan que su raíz semántica, karov, quiere decir cercanía y sugieren que representa estar cerca del Eterno. Este retorno hacia la cercanía de Él ocurre como elevación porque el Creador pertenece a un lugar elevado. Esa elevación acontece cuando la ofrenda es quemada y transformada en humo que se eleva al Cielo.

La primera porción del Levítico también es llamada Vayikrá, que de acuerdo a Rashi es una manera afectuosa en la que el Eterno llama a Moisés para que instruya al Pueblo de Israel en su Tienda de Asamblea acerca de cómo deben traer sus ofrendas a Él. Como dijimos, estas ofrendas son las cosas sagradas que debemos hacer para mantener nuestra más estrecha conexión con el Creador. Sabios místicos y jasídicos explican que los animales que el Eterno indica, incluyendo su sangre y gordura, se refieren a cualidades humanas como pasión (sangre); placer (gordura); excitación emocional (ovejas y cabras); tomar lo que no se nos ha dado, comer sin saber lo que nos llevamos a la boca, y arrojar desechos por todas partes sin interesarnos por los demás (palomas); y comportamiento egocéntrico, manipulador y opresivo (buey, toro, becerro). El acto de sacrificar estos animales quemándolos en el altar del Tabernáculo no significa la represión o destrucción de las cualidades humanas básicas que aquellos representan. Reexaminemos el mensaje de esta porción y veamos de cerca los elementos esenciales relacionados con los sacrificios requeridos de Israel por el Eterno.

Primero, el lugar donde se realizan estas ofrendas, el Tabernáculo. Este representa el nivel más alto de nuestra conciencia, donde de hecho nuestra alma habita permanentemente. Es el lugar donde estamos eternamente unidos con el Eterno, y desde donde nos comunicamos y relacionamos con Él. Es ahí donde el Creador mora entre nosotros, y por tanto es el lugar más sagrado de toda nuestra conciencia material: “Y ahí Me reuniré con los hijos de Israel, y [la Tienda de Asamblea] será santificada para Mi Gloria. Y moraré entre [en] los hijos de Israel, y seré su Dios. Y ellos sabrán que Yo soy el Eterno su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para Yo morar entre [en] ellos. Yo soy el Eterno su Dios.” (Éxodo 29:43, 45-26).

Segundo, el fuego consumidor que nuestros Sabios dicen viene del Cielo. Este fuego sagrado siempre ardía en el Mishkán, y el Eterno también ordenó que un fuego material se juntara con el Suyo. El fuego Divino es el catalizador esencial con el que nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos son elevados y “devueltos” al Eterno para ser redirigidos de acuerdo a Su voluntad, y lo que Él quiere que seamos y hagamos. Este fuego no es nada más ni nada menos que el Amor Divino de donde todo fue creado y es sostenido. Es el mismo fuego que nos acoge cuando nos hacemos humildes tras quitarnos las sandalias para estar ante la Presencia Divina. Este es el fuego que purifica y conduce en la dirección correcta nuestra naturaleza y nuestras necesidades básicas e instintos.

Las diferentes clases de ofrendas tienen como fin traernos de regreso al Creador después que perdemos nuestro verdadero propósito en el mundo y caemos en las ilusiones a las que nos lleva nuestra naturaleza básica. El Sumo Sacerdote es quien nos guía todo el tiempo en este Tabernáculo. Él es la conciencia superior siempre presente cuando estamos en consonancia con la voluntad de Dios, ya que representa la conciencia espiritual que eleva nuestras cualidades básicas para dar la dirección que el Creador quiere en nuestras vidas. Esta debe prevalecer sobre el ego, establecer paz verdadera y balance armónico en las emociones, e interés y respeto hacia el prójimo en nuestros actos. Al hacerlo estaremos realmente cumpliendo la voluntad del Eterno, y también Su promesa de morar entre nosotros.

Redediquemos entonces nuestras vidas a nuestro Creador viviendo con Él en el Tabernáculo como el nivel más alto y refinado de nuestra conciencia. Desde ahí, Él amorosamente guía todas las dimensiones de los pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Tengamos presente que para reconstruir ese lugar sagrado donde el Creador prometió morar entre nosotros primero debemos reconstruir Jerusalén, nuestra conciencia del Amor de Dios. Por ello rezamos tres al día y no olvidemos que somos nosotros quienes tenemos que iniciar esa reconstrucción enseguida.

La tradición jasídica nos enseña que en Sinaí la Redención Divina vino de arriba hacia abajo, y que la Redención Final en nuestros tiempos viene de abajo hacia arriba. Esto quiere decir que con nuestra naturaleza inferior básica tenemos que elevarnos al Cielo, y ser guiados por el Amor de Dios para redimirnos de las fantasías e ilusiones de ego y volver a vivir en cercanía del Creador.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.