Comenzamos
el mes de Nisán con la lectura del tercer libro de la Torá, Vayikrá,
también conocido como Levítico. Aunque la última parshá del
libro del Éxodo, Pekudei,
se refiere a la terminación de la construcción del Mishkán
(Tabernáculo), Vayikrá continúa
con los sacrificios ofrendados al Eterno en este lugar sagrado donde
mora Su Presencia. El término en latín para “sacrificio” está
compuesto por dos palabras que quieren decir “hacer lo sagrado”.
En hebreo la palabra usada en la Torá es korbán,
que generalmente es traducida como ofrenda, y que en un sentido más
profundo indica lo que tiene que regresar a su Creador. Algunos de
nuestros Sabios señalan
que su raíz semántica, karov,
quiere decir cercanía y sugieren que representa estar cerca del
Eterno. Este
retorno hacia
la cercanía
de Él ocurre como elevación
porque
el Creador pertenece a un lugar elevado. Esa elevación acontece
cuando la ofrenda es quemada y transformada en humo que se eleva al
Cielo.
La
primera porción del Levítico también es llamada Vayikrá,
que de acuerdo a Rashi es una manera afectuosa en la que el Eterno
llama a Moisés para que instruya al Pueblo de Israel en su Tienda de
Asamblea acerca de cómo deben traer sus ofrendas a Él. Como
dijimos, estas ofrendas son las cosas sagradas que debemos hacer para
mantener nuestra más estrecha conexión con el Creador. Sabios
místicos y jasídicos explican que los animales que el Eterno
indica, incluyendo su sangre y gordura, se refieren a cualidades
humanas como pasión (sangre); placer (gordura); excitación
emocional (ovejas y cabras); tomar lo que no se nos ha dado, comer
sin saber lo que nos llevamos a la boca, y arrojar desechos por todas
partes sin interesarnos por los demás (palomas); y comportamiento
egocéntrico, manipulador y opresivo (buey, toro, becerro). El acto
de sacrificar estos animales quemándolos en el altar del Tabernáculo
no significa la represión o destrucción de las
cualidades humanas básicas que
aquellos representan.
Reexaminemos el mensaje de esta porción
y veamos de cerca los elementos esenciales relacionados con los
sacrificios requeridos de Israel por el Eterno.
Primero,
el lugar donde se realizan estas ofrendas, el
Tabernáculo.
Este
representa el nivel más alto de nuestra conciencia, donde de hecho
nuestra alma habita permanentemente. Es el lugar donde estamos
eternamente unidos con el Eterno, y desde donde nos comunicamos y
relacionamos con Él. Es ahí donde el Creador mora entre nosotros, y
por tanto es el lugar más sagrado de toda nuestra conciencia
material: “Y ahí Me reuniré con los hijos de Israel, y [la Tienda
de Asamblea] será santificada para Mi Gloria. Y moraré entre [en]
los hijos de Israel, y seré su Dios. Y ellos sabrán que Yo soy el
Eterno su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para Yo morar
entre [en] ellos. Yo soy el Eterno su Dios.” (Éxodo 29:43, 45-26).
Segundo,
el fuego consumidor que nuestros Sabios dicen viene del Cielo. Este
fuego sagrado siempre ardía en el Mishkán,
y el Eterno también ordenó que un fuego material se juntara con el
Suyo. El fuego Divino es el catalizador esencial con el que nuestros
pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos son
elevados y “devueltos” al Eterno para ser redirigidos de acuerdo
a Su voluntad, y lo que Él quiere que seamos y hagamos. Este fuego
no es nada más ni nada menos que el Amor Divino de donde todo fue
creado y es sostenido. Es el mismo fuego que nos acoge cuando nos
hacemos humildes tras quitarnos las sandalias para estar ante la
Presencia Divina. Este es el fuego que purifica y conduce en la
dirección correcta nuestra naturaleza y nuestras necesidades básicas
e instintos.
Las
diferentes clases de ofrendas tienen como fin traernos de regreso al
Creador después que perdemos nuestro verdadero propósito en el
mundo y caemos en las ilusiones a las que nos lleva nuestra
naturaleza básica. El Sumo Sacerdote es quien nos guía todo el
tiempo en este Tabernáculo. Él
es la conciencia superior siempre presente cuando estamos en
consonancia con la voluntad de Dios, ya
que representa
la conciencia espiritual que eleva nuestras cualidades básicas para
dar
la dirección que el Creador quiere en nuestras vidas. Esta debe
prevalecer sobre
el ego, establecer paz verdadera y balance armónico en las
emociones, e interés y respeto hacia el prójimo en nuestros actos.
Al hacerlo estaremos realmente
cumpliendo la voluntad del Eterno, y también Su promesa de morar
entre nosotros.
Redediquemos
entonces nuestras vidas a nuestro Creador
viviendo con Él en el Tabernáculo
como el
nivel más alto y refinado
de nuestra conciencia. Desde ahí, Él amorosamente guía todas las
dimensiones de los pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e
instintos. Tengamos
presente que para reconstruir ese lugar sagrado donde el
Creador
prometió morar entre nosotros primero debemos reconstruir Jerusalén,
nuestra conciencia del Amor de
Dios.
Por ello rezamos tres al
día y no olvidemos que somos nosotros quienes tenemos que iniciar
esa reconstrucción enseguida.
La tradición jasídica nos enseña que en Sinaí la Redención Divina vino de arriba hacia abajo, y que la Redención Final en nuestros tiempos viene de abajo hacia arriba. Esto quiere decir que con nuestra naturaleza inferior básica tenemos que elevarnos al Cielo, y ser guiados por el Amor de Dios para redimirnos de las fantasías e ilusiones de ego y volver a vivir en cercanía del Creador.
La tradición jasídica nos enseña que en Sinaí la Redención Divina vino de arriba hacia abajo, y que la Redención Final en nuestros tiempos viene de abajo hacia arriba. Esto quiere decir que con nuestra naturaleza inferior básica tenemos que elevarnos al Cielo, y ser guiados por el Amor de Dios para redimirnos de las fantasías e ilusiones de ego y volver a vivir en cercanía del Creador.