Cada año, por Mandamiento Divino directo, conmemoramos el Éxodo de Egipto con instrucciones específicas para recordar ese suceso extraordinario con el fin de que nuestros hijos aprendan y sean conscientes su significancia. Es interesante notar que ese episodio milagroso lo recordamos no sólo una vez al año sino todos los días en nuestros rezos judíos diarios. Y la razón es muy simple: cada día expresamos el mismo clamor a nuestro Creador para nuestra Redención, que hicimos hace más de 3300 años como esclavos en la tierra de Egipto.
En nuestros rezos matutinos y nocturnos diarios nos hacemos conscientes de que el Amor infinito de Dios es el que nos libera del dominio del materialismo de nuestras creencias, ideologías, pensamientos, emociones, pasiones e instintos (representados por la tierra de Egipto, y los oficiales y soldados egipcios), y el dominio de los deseos de ego (el faraón).
Clamamos con gritos a Dios, Amor Divino y Verdad, cuando ocurre lo siguiente en nuestra conciencia: Por deducción mental de que estamos hartos, aburridos o insatisfechos con el vacío de las ilusiones derivadas del materialismo, y nos damos cuenta que de que debe haber algo más significante y trascendente en la vida, suficientemente digno de ser vivido plenamente. Cuando las emociones y el cuerpo nos gritan que están cansados y enfermos de estar cansados y enfermos de la misma "realidad" en que patrones de negatividad dominan el "orden" impuesto a nuestra vida diaria, tales como la manera en que se conducen los negocios, la política y la burocracia, la corrupción, la competencia destructiva instigada por la adquisición de prestigio, honor, ganancia monetaria, poder sobre otros, y cosas por el estilo. Y, no tanto por deducción mental, cuando la situación es tan grave que las emociones y el cuerpo ya no pueden aguantar la negatividad derivada de actitudes destructivas hacia la vida.
En otras palabras, cuando el intelecto (la capacidad de razonar y concebir la interacción con los demás y con el ambiente), las creencias (ideas, concepciones y pensamientos con los que nos dirigimos a la vida y el mundo), las emociones (la manera en que los sentimientos y sentidos experimentan los pensamientos y creencias), y el cuerpo, ya no pueden relacionarse más con el status quo, con el estado de cosas, la realidad material que nos rodea.
Estas causas que nos obligan a clamar a Dios, experimentadas por nuestros ancestros en el antiguo Egipto, son las mismas que hemos padecido desde entonces y hasta ahora. Ellas existen mientras vivamos en el exilio de las naciones, de esas otras tierras similares a Egipto, donde fuimos dispersados después de que elegimos separarnos del Creador. Nuestro Dios no nos dispersa en exilio de Él, porque Su Amor no dispersa ni separa. Fuimos y somos nosotros los que nos separamos cuando elegimos vivir en las ilusiones de "tierras ajenas", y no en la Verdad de nuestra propia Tierra Prometida, aquella que simboliza la conciencia superior del Amor de Dios. Mientras vivamos en ese sublime conocimiento, nunca estaremos separados ni exiliados.
Cada año recoradamos el Éxodo y enseñamos a nuestros hijos por qué y cómo el Amor de Dios nos redimió de la tierra de Egipto. Contémosles que el milagro ocurrió porque nuestros ancestros eligieron retornar a su Creador, y Él respondió a su clamor no sólo liberándolos sino también con la promesa de hacernos Su Pueblo escogido, en Su Tierra Prometida. Y Su promesa fue cumplida. Enseñemos a nuestros hijos que eso es por qué todos los días recordamos el Éxodo de Egipto, como manera de pedir al Amor de Dios que nos redima nuevamente de las ilusiones que nos separan de Él. Y recemos juntos para que esta sea la Redención Final, y otra vez seamos Uno con Él.
En nuestros rezos matutinos y nocturnos diarios nos hacemos conscientes de que el Amor infinito de Dios es el que nos libera del dominio del materialismo de nuestras creencias, ideologías, pensamientos, emociones, pasiones e instintos (representados por la tierra de Egipto, y los oficiales y soldados egipcios), y el dominio de los deseos de ego (el faraón).
Clamamos con gritos a Dios, Amor Divino y Verdad, cuando ocurre lo siguiente en nuestra conciencia: Por deducción mental de que estamos hartos, aburridos o insatisfechos con el vacío de las ilusiones derivadas del materialismo, y nos damos cuenta que de que debe haber algo más significante y trascendente en la vida, suficientemente digno de ser vivido plenamente. Cuando las emociones y el cuerpo nos gritan que están cansados y enfermos de estar cansados y enfermos de la misma "realidad" en que patrones de negatividad dominan el "orden" impuesto a nuestra vida diaria, tales como la manera en que se conducen los negocios, la política y la burocracia, la corrupción, la competencia destructiva instigada por la adquisición de prestigio, honor, ganancia monetaria, poder sobre otros, y cosas por el estilo. Y, no tanto por deducción mental, cuando la situación es tan grave que las emociones y el cuerpo ya no pueden aguantar la negatividad derivada de actitudes destructivas hacia la vida.
En otras palabras, cuando el intelecto (la capacidad de razonar y concebir la interacción con los demás y con el ambiente), las creencias (ideas, concepciones y pensamientos con los que nos dirigimos a la vida y el mundo), las emociones (la manera en que los sentimientos y sentidos experimentan los pensamientos y creencias), y el cuerpo, ya no pueden relacionarse más con el status quo, con el estado de cosas, la realidad material que nos rodea.
Estas causas que nos obligan a clamar a Dios, experimentadas por nuestros ancestros en el antiguo Egipto, son las mismas que hemos padecido desde entonces y hasta ahora. Ellas existen mientras vivamos en el exilio de las naciones, de esas otras tierras similares a Egipto, donde fuimos dispersados después de que elegimos separarnos del Creador. Nuestro Dios no nos dispersa en exilio de Él, porque Su Amor no dispersa ni separa. Fuimos y somos nosotros los que nos separamos cuando elegimos vivir en las ilusiones de "tierras ajenas", y no en la Verdad de nuestra propia Tierra Prometida, aquella que simboliza la conciencia superior del Amor de Dios. Mientras vivamos en ese sublime conocimiento, nunca estaremos separados ni exiliados.
Cada año recoradamos el Éxodo y enseñamos a nuestros hijos por qué y cómo el Amor de Dios nos redimió de la tierra de Egipto. Contémosles que el milagro ocurrió porque nuestros ancestros eligieron retornar a su Creador, y Él respondió a su clamor no sólo liberándolos sino también con la promesa de hacernos Su Pueblo escogido, en Su Tierra Prometida. Y Su promesa fue cumplida. Enseñemos a nuestros hijos que eso es por qué todos los días recordamos el Éxodo de Egipto, como manera de pedir al Amor de Dios que nos redima nuevamente de las ilusiones que nos separan de Él. Y recemos juntos para que esta sea la Redención Final, y otra vez seamos Uno con Él.