domingo, 14 de agosto de 2011

Parshat Eikev: Porque Tenemos que Amar

En comentarios anteriores hemos insistido en que no hay tal cosa como la aparente condicionalidad del Amor de Dios, porque todas las condiciones existen de nuestra parte. También hemos repetido que Amor es su causa y su efecto, su recompensa inmediata, y en este sentido entendemos el primer versículo de esta porción: "(…) porque (eikev) por haber escuchado [hecho caso] a estos juicios [Mandamientos] y guardarlos y ejecutarlos, que el Eterno tu Dios, mantendrá para ti el Pacto y la amorosa bondad que Él juró a tus padres [Patriarcas]." (Deuteronomio 7:12) y también el significado de Su Pacto y Su amorosa bondad, con la cual "(…) Él te amará, y te bendecirá, y te multiplicará (…)" (7:13) así, mientras andamos en Sus caminos y atributos, Amor también está con nosotros. El Pacto está siempre presente al igual que el Amor de Dios es omnipresente y omnisciente, y depende de nosotros estar conscientes de esta verdad. Esta elección es sólo nuestra.

Somos Israel y como tal estamos ligados a cumplir nuestra parte del Pacto porque este es nuestra alianza con Aquel que nos da la identidad de judíos, y esa es precisamente nuestra mayor bendición: "Serás bendecido entre todos los pueblos." (7:14) porque mientras vivamos por, en y con los caminos y atributos de Dios: "No habrá hombre estéril ni mujer infértil entre ti ni entre tu ganado." (7:14), lo que quiere decir sin carencias, sin insuficiencias: "Y el Eterno quitará de ti toda enfermedad, y todas plagas de Egipto que tú sabes, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos enemigos" (7:15), ya que la carencia y vacuidad de los deseos e ilusiones materialistas de ego (Egipto) son las enfermedades que vivimos, y el Creador nos hace ver que esas ilusiones viven de su propia carencia.

Para la mayoría de nosotros vivir en las ilusiones de ego es más fácil que aceptar la veracidad de los modos y atributos de Amor. Miles de años acondicionando nuestro intelecto, mente, emociones, pasiones e instintos bajo los espejismos de una actitud egoísta ante la vida no se pueden superar de la noche a la mañana. Igualmente podría tomar también muchos siglos vencer las tendencias negativas ("las naciones") impresas en la memoria genética de la humanidad. La buena noticia es que Amor como la manifestación material del Amor de Dios es la cura de todas las dolencias: "Y el Eterno, tu Dios, sacará esas naciones de ti, poco a poco. Tú no podrás destruirlas rápido, no sea que las bestias del campo sean más que tú." (7:22).


El fuego del Amor de Dios en nosotros puede transformar las tinieblas y negatividad en Luz y Amor, en todos los niveles y dimensiones de nuestra conciencia, y por lo tanto en nuestro entorno: "Las imágenes talladas de sus dioses tú quemarás en fuego (…)." (7:25).

Esta es la manera de retornar otra vez al tipo de vida que el Creador quiere para nosotros, una vida que afirma que fuimos creados en Su imagen y semejanza: "Una Tierra en la que comerás pan sin escasez, no carecerás de nada en ella (…) Y comerás y te saciarás, y bendecirás al Eterno tu Dios por la buena Tierra que Él te ha dado" (8:9-10). Una y otra vez somos advertidos en toda la Torá acerca de las consecuencias de separar nuestra conciencia de los caminos y atributos de Dios.


Esta separación solamente ocurre cuando dejamos que la agenda materialista de ego controle nuestras vidas: "y tú te dirás a ti, 'Mi fuerza y el poder de mi mano que ha acumulado esta riqueza para mí'." (8:17). También una y otra vez el camino de vuelta a Amor está siempre allanado y despejado para que decidamos regresar: "Pero debes recordar al Eterno, porque es Él quien te da fuerza para hacer riqueza con el fin de establecer Su Pacto que Él juró a tus padres, como en este día" (8:18). Una simple y plena verdad ensombrecida por nuestro falso sentido de autosuficiencia.

Tenemos que estar conscientes de que, mientras ego sacia su sed con las aguas de ilusiones materialistas, Amor nos sustenta directamente del Amor de Dios. Como nuestra verdadera Esencia e identidad, el Amor de Dios nos asienta en el deleite de Sus caminos y atributos: "Porque la Tierra hacia la que vas (…) bebe agua de la lluvia de los Cielos." (11:10-11).


Una vez entronizamos los caminos y atributos de Dios en todos los niveles de conciencia, estaremos plenamente saciados con prosperidad, alegría, felicidad, y abundancia: "Yo daré hierba a tus campos para tu ganado, y comerás y te saciarás." (11:15), y nunca olvidemos que amar al Creador y allegarnos a Él son dos de Sus Mandamientos para mantener Su Pacto: "(…) amar al Eterno vuestro Dios, (…) y a Él os apegaréis." (11:22, 10:20).

En la haftará de esta porción el Profeta también nos recuerda que el Amor de Dios, también en nuestro propio Amor, es nuestro único Redentor en todos los tiempos: "Porque el Eterno consolará a Sión, Él consolará todas sus ruinas, y Él hará su desierto como un Paraíso y su desolación como el Jardín del Eterno. Alegría y felicidad serán encontradas en ella, acción de gracias y una voz de canto." (Isaías 51:3). Amén.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.